Los políticos profesionales se han unido en uno de sus habituales coros para denunciar el asalto al Capitolio el 6 de enero como «sin ley», «antidemocrático» y «extremista», llegando incluso a tergiversar el resultado como «anarquía». Pero el problema con la invasión del Capitolio no fue que fuera ilegal, antidemocrática o extremista en sí misma, sino que fue un esfuerzo por concentrar el poder opresivo en manos de un autócrata, que es precisamente lo opuesto a la anarquía. La acción directa, las tácticas militantes y la crítica de la política electoral seguirán siendo esenciales para los movimientos contra el fascismo y la violencia estatal. No debemos permitir que la extrema derecha los asocie con la tiranía, ni permitir que los centristas enturbien las aguas.
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