Uno posee la insana costumbre, extrañamente irrefrenable, de echar un vistazo cada vez que un infame diario generalista cae en sus manos. Normalmente, mi reacción emocional oscila entre el hastío y la repulsa, pero recientemente el cabreo ha adquirido proporciones gigantescas. Es sabido que el inefable Marío Vargas Llosa posee una tribuna privilegiada en el increíblemente progre periódico El País y ayer domingo este fulano, adalid de la peor cara del liberalismo, se explayó a gusto sobre el anarquismo. Así, Vargas empieza su artículo sorprendiéndose, apenas escondiendo un sarcasmo de baja intensidad, de la buena salud de los ácratas y aseguró, incluso, haber leído un libro llamado La rebeldía más allá de la izquierda, sobre el que se muestra condescendiente; a su autor, el venezolano Rafael Uzcátegui, parece alabar engañosamente. No tarda demasiado el escritor de La ciudad y los perros, cayendo en un territorio vulgarmente trillado, en vincular el anarquismo con la más pura violencia y asegurar, por ello, que fue «una ideología equivocada». Es todavía más indignante que afirme que, como anarquistas, «Uzcátegui y sus amigos son menos violentos que sus mayores de la generación anterior». Sabrá este cretino cómo es este sociólogo y escritor anarquista, al que conozco desde hace años, gran defensor de los derechos humanos en su país; por ello, ha recibido las críticas de infinidad de inicuos botarates defensores de ese fraude llamado revolución bolivariana.
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