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Tentaciones electorales

Ahora que apenas nadie me lee, he de confesar que, si bien en la actualidad soy un dogmático abstencionista como una catedral, hubo otros tiempos en que mi ingenuidad herética no conocía límites. Así, acudía eufórico a las urnas, cada tanto, a introducir un papelito en una urna para entregar mi pobre potestad individual a aquellos que iban a transformar la sociedad. Todavía hoy, mi fe ácrata y nihilista se tambalea en ocasiones, me vienen sudores fríos, tentaciones diversas, y mi mente se ensucia pensando en volver a introducir la papeleta en la ranura. ¡Efectivamente, menuda papeleta la mía! Por supuesto, aunque las tentaciones están a veces originadas en lo más oscuro de mi ser, las más de las veces provienen de elementos externos y voces ajenas más bien estentóreas. No solo el conjunto de la infecciosa sociedad en que vivimos está diseñada para que caigas en la tentación electoral, además hay que sufrir los pertinaces y elevadamente complejos argumentos de nuestros semejantes.

La excusa más extendida para acudir a las urnas viene a ser algo de una inédita estatura intelectual: «si no votas, no puedes quejarte». No hay dudas sobre la lucidez de semejante máxima al comprobar que, una vez elegida una nueva administración, sus votantes se lanzas enérgicos a exigirles que cumplan los disparates prometidos, con una sonrisa mal disimulada, en época electoral. No obstante, existen tentaciones con algo de mayor calado y son las que podemos poner el apelativo de progres. De esa manera, se nos dice que no votando estamos haciendo el juego a la derecha. No estamos, necesariamente, con nuestro voto apoyando un determinado proyecto político que ejecutarán esos, por fin, buenos gobernantes. No, en ocasiones votamos para que no gobiernen otros, que son peores. En la actualidad, hay una variante de esa tentación argumentadora y es que lo que hacemos con nuestra abstención es provocar que el fascismo gane las elecciones. ¡Toma ya! Yo que pensaba que nuestra variante nacional del fascismo, ganador de una guerra, nunca se había ido del todo y ahora resulta que respeta las reglas del juego democrático. Unas reglas que nunca están a gusto de todos, especialmente de los que pierden, ya que las quejas y los lloros no se hacen esperar si no obtienen el resultado esperado.

Y a eso voy, a que los partidos políticos, junto a sus seguidores, especialmente la izquierda que se considera radical y transformadora, podrían limitarse a hacer un poquito de autocrítica con sus gestiones y resultados electorales. Sobre todo, dejarnos en paz a los pobres mortales, que no acudimos a las urnas, en nuestra fe dogmática inamovible. En cualquier caso, desconocía la inconmensurable capacidad de mi actitud abstencionista, algo que todavía no sé si me estremece o me congratula. No acudiendo a las urnas, nada menos, estoy provocando el advenimiento de una nueva victoria fascista, esta vez de manera incruenta (de momento, claro).  Por supuesto, mi responsabilidad debe estar a la altura de los fulanos que en este país van a votar a Vox (entiendo que este partido, que no deja de ser una escisión del PP, representa al fascismo). Tal vez, algo que intelectualmente se me escapa, ya que los dogmáticos somos algo limitaditos, si acudo finalmente a las urnas (un voto más para el sistema) supondrá un voto menos para Vox (que no debe ser el sistema, lo mismo son incluso antisistema). Estas tentaciones electorales, sobre todo las progres, le provocan a uno que de su mente se desvaneza la oscura neblina de la abstención.

Juan Cáspar

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