La cuarta revolución económico-social (tras la industrial, eléctrica y electrónica) se caracteriza por la ubicuidad de la informática. Una transformación profunda y globalizada, incluso con elementos de profunda crítica y peligro para el conjunto de la sociedad y para los derechos individuales.
La primera revolución industrial vino determinada por el nacimiento de la producción en masa debida a la tecnología del vapor de James Watt. La segunda, a finales del siglo XIX, con la introducción de la electricidad y la división del trabajo hasta llegar a las cadenas de montaje. La tercera, a finales del siglo pasado, con la irrupción de la tecnología informática.
Hoy estamos en los albores de la cuarta, «Industria 4.0», que está tomando cuerpo sobre todo en Alemania y Estados Unidos. En Estados Unidos, mucho más atentos al consumo, la atención hacia la relación con el consumidor final es preponderante; en Alemania, más concentrada sobre la calidad productiva, lo más importante es la manufactura. Argumento hasta ahora exclusivo de los implicados en el trabajo, comienza a ser divulgado como sentido y contenidos, probablemente porque los procesos de transformación se han asentado seriamente y nos insertamos en ellos de forma cada vez más veloz.
¿Qué la distingue de las precedentes, haciéndola tan diferente como para representar un auténtico paso a una nueva «era industrial»? Sin lugar a dudas, es muy importante el tipo de tecnología y la tendencia a una automatización generalizada, prácticamente de cualquier proceso productivo. Pero no basta. Lo que es verdaderamente diferente es la ordenación y continua conexión, digital y electrónica, entre todos los elementos del proceso, hasta llegar al consumidor. Algo que tiende a cambiar la naturaleza del capitalismo, como sugiere Paolo Bricco (1), ya que se ha establecido mezclando lo material y lo inmaterial, lo virtual y lo concreto, para dar origen a productos que toman forma a través de la adopción constante de la nueva informática y la relación directa con la utilización de los consumidores finales.
En otras palabras, «Industria 4.0» representa para la producción lo mismo que para los consumidores es «Internet of Things» y las máquinas inteligentes que los producen; «Industrial Internet» según la General Electric, significa que los objetos podrán monitorizar su propio uso y determinar cuándo se apagarán. Todo relacionado y todo en permanente comunicación, inmersos en un continuo intercambio de informaciones y requisitos personalizados; capacidad autodiagnóstica y control a distancia de la producción. Una consabida hibridación que enlaza sofisticadas técnicas de manufactura con una especie de «economía del conocimiento»; es decir, una continua puesta al día de las nuevas posibilidades de intervención tecnológica.
Una estructura totalmente integrada, que contiene potencialidades capaces de cambiar la definición del trabajo humano. Las masacrantes acciones repetitivas, típicas de las cadenas de montaje, en breve serán completamente sustituidas por dispositivos automatizados, mientras que los operarios, investidos de competencia y especialización tecnológica adecuada, deberían y podrán gestionar la empresa no in situ, sino desde lejos vía internet, y gastarán menos tiempo en un específico lugar de trabajo.
Eficiencia constante
El clásico y viejo «trabajo manual» se convertirá en cosa de robots y autómatas, mientras que el trabajo, el que tiene competencia de intervención en la producción, será sobre todo un complemento y una puesta a punto de las máquinas computerizadas en su acción programada digitalmente. No más ejércitos de obreros sino un número limitado de empleados altamente especializados. Dos consecuencias: adiós a la vieja clase obrera y no más máquinas como complemento del hombre. La relación será necesariamente modificada: el trabajador-humano será un complemento, aunque indispensable de momento, de la acción de las máquinas.
A este planteamiento se añade directamente otra problemática, derivada de la IA (Inteligencia Artificial), es decir, la habilidad del ordenador para desarrollar funciones y razonamientos típicos de la mente humana, que está avanzando a pasos de gigante. En otras palabras, «máquinas que piensan por sí solas». Aunque pueda parecer un escenario irreal fronterizo con la ciencia ficción, es preciso echar cuentas. Desde al menos un lustro es una realidad insoslayable, que cada vez ocupará más espacio. «En menos de quince años, la inteligencia artificial se prepara para transformar muchos aspectos de la vida cotidiana. Lo indica el informe de la Universidad de Stanford, que traza un escenario para 2030 basado en las previsiones hechas por los máximos expertos mundiales del sector (…) Desde hace ya algún tiempo, ha entrado una primera oleada de tecnología en nuestras vidas que explota la inteligencia artificial, desde los ‘asistentes’ de voz en los Smartphones a los sistemas que reconocen la cara en las redes sociales, y esto es solo el comienzo» (2).
Son tendencias imparables. No pasará mucho tiempo sin que también la gestión clásica sea sustituida por la planificación informatizada. Las programaciones y extensiones proyectuales hechas por el hombre contienen una base de riesgo propia de la fragilidad e imprevisibilidad humanas. Teniendo en cambio a nuestra disposición estructuras cibernéticas informatizadas, con posibilidad en primer lugar de identificar y seleccionar millones de datos relativos al problema que se quiere afrontar, y después elaborarlos hasta conseguir realizar proyectos operativos para la producción industrial, teóricamente se elimina el riesgo y se disfruta de la seguridad de elaboraciones estándar, siempre muy funcionales.
Tendencialmente tendremos así una estructura industrial fundada en la eficacia constante: estructuras electromagnéticas evolucionadas al máximo que, a través de recorridos cibernéticos informatizados, gestionarán en la práctica de manera autónoma proyectos y realizaciones de la fabricación de productos, en un contexto en el que todos y cada uno de los diferentes procesos estarán continuamente interconectados. Prácticamente, las «nuevas máquinas» serán la verdadera nueva industria, apoyada por la intervención humana para el mantenimiento y control de los estándares de eficiencia.
Resulta inevitable preguntarse qué implicará todo esto. La primera cosa que salta a la vista es la desorbitante preponderancia del elemento máquina sobre el elemento humano, en una condición que de momento parece, si no de subordinación, sí de fuerte dependencia. En un futurible contexto, en el que cualquier movimiento y cualquier opción serán condicionados fundamentalmente por los modos de funcionar y por los códigos interpretativos de las «nuevas máquinas», serán inevitables las formas de dependencia con las consecuentes limitaciones y restricción de autonomía, y crearán estándares de conformismo y uniformidad. Desde este punto de vista, las libertades individuales y colectivas no podrán ser más que un peligro. Por consiguiente, temo que disminuirá mucho incluso la capacidad de rebelarse de forma adecuada y eficaz.
El saber y las habilidades artesanas
Dado el elevado nivel de sofisticación tecnológica, es muy probable que la brecha entre el poder de y sobre el conocimiento y su disfrute esté destinada a aumentar. El conocimiento será siempre menor para todos, mientras que se acentuará la tendencia a subir de quien lo gestiona y controla. El acceso a la información y a los diferentes grados de aprendizaje será por ello un problema fundamental, que determinará de manera decisiva las formas y cualidades del poder futuro. Una tendencia que debería inducir a repensar contenidos y formas de lucha, rebelión y subversión de lo existente. Deberemos, sin lugar a dudas, proponernos como buscadores y difusores subversivos de conocimientos, además de proyectar y proceder de modo que el saber y su difusión sean verdaderamente de todos, en una forma de mutualismo social, a fin de realizar recíprocamente intercambios.
Otra consecuencia que considero relevante será la desaparición de la figura del obrero clásico, con el consecuente declive de las relaciones de explotación en los términos que conocemos. La fabricación de productos no será ya la obra de los obreros, es decir, del trabajo manual, sino el resultado de la interconexión entre aparatos técnico-informáticos. El problema central ya no será la explotación proletaria, desde el momento en que ya no existirá, sino las condiciones de vida a las que estaremos sujetos. La calidad social e individual de lo existente será por ello el eje fundamental de toda reivindicación y lucha.
En tal contexto complejo resultará fundamental replantear y cultivar el saber y las habilidades artesanas, fuera de la lógica del mercado, pero dentro de la complejidad de las relaciones sociales. No tanto por el rechazo y la alternativa a la tecnología existente, entre otras cosas imparable, sino para no transformarse totalmente en dependientes de las habilidades de las máquinas y de los aparatos técnico-informáticos.
Andrea Papi
Publicado en Tierra y libertad núm.341 (diciembre de 2016)
Notas:
(1) Il Sole 24 ore, 10 agosto 2016.
(2) Sciencia & tecnica, 13 septiembre 2016.
[Tomado de http://www.nodo50.org/tierraylibertad/341articulo8.html.]
Gracias por el artículo. Por cierto, las salas de datos virtuales son muy útiles cuando hay que guardar y compartir información confidencial con ciertas personas y empresas.