Desde la primavera de 2020, cuando fuimos confinados/as en casa la mayoría de la población excepto las personas que trabajaban en los servicios básicos, tenía en la cabeza bailando el lema en el que tanto insistió la izquierda, incluido el ámbito libertario y anarquista: hay que confinarse para defender la vida. Había algo que no me encajaba en ese lema aparentemente incuestionable en un momento de pánico como el de los meses de marzo a mayo de 2020 en España.
Sin embargo, el confinamiento significaba para muchas personas quedarse sin trabajo (especialmente cuando se trataba de trabajos informales precarios y sin contrato), a veces sin vivienda (los desahucios por impago de alquiler no se detuvieron ni se han detenido a fecha de hoy) o en viviendas pequeñas y compartidas (no hablo solo de inmigrantes sino de la población autóctona que cobra salarios por debajo de 800 € y que tiene que compartir vivienda), con graves déficits de alimentación y de salud, etc.
Este pensamiento me llevó a un callejón sin salida y además lleno de incorrección política: ¿Quiénes construyeron ese lema tenían asegurado un sueldo, una vivienda digna, cubiertas las necesidades de alimentación y salud, tele trabajaban en casa con comodidad?
Quienes viven en la precariedad y en la vulnerabilidad son sectores de la población a los que el neoliberalismo considera desechables. Para esos sectores quedarse en casa confinados no era la vida, como mucho era la supervivencia en condiciones de negligencia sistemática que provocan que sus barrios sean los más afectados por la pandemia, que tengan los mayores índices de positividad, cuando en otros barrios bajan del 5%, que sean los lugares donde sus ancianos/as mueren en mayor número y tengan así mismo el mayor número de infectados por cien mil habitantes.
Aunque se queden en casa confinadas, estas personas ya han sido elegidas por la racionalidad del mercado para ser vidas que no se van a apoyar y no van a encontrar sostén para su salud. Pese a todo, sus cuerpos pueden sobrevivir, pero la supervivencia es solo una especie de condición previa sobre cuya base se deberían conseguir los objetivos políticos más amplios de la vida. No podemos confundir la vida con la supervivencia y me parece que la izquierda lo ha hecho (la derecha no se confunde, sus planteamienos neoliberales les marcan un camino claro, libre y expedito).
No hay objetivo político que pueda desvincularse de la creación de condiciones justas y equitativas en la vida, entre las cuales se encontraría el propio ejercicio de la libertad, al cual se ha renunciado porque se consideraba que la vida, que en realidad era mera supervivencia para la mayoría, requería renunciar a la libertad en beneficio del control y la vigilancia que era imprescindible para luchar contra el Covid.
Estos razonamientos siguen bailando en mi cabeza seis o siete meses después de finalizada la primera ola de la pandemia. Estamos inmersas en la segunda ola con confinamientos perimetrales y cierres o restricciones diversas sin que los gobiernos hayan sido capaces de centrarse en los sectores precarios y vulnerables para que puedan afrontar mejor la situación. Y en estas circunstancias cobran pleno sentido estas preguntas de Judith Butler:
« ¿(…) si sobrevivimos es justamente para seguir vivos y separar de esta manera supervivencia y vida? ¿O más bien se trata de que la supervivencia debe ser algo más que mera sobrevivencia a fin de que se pueda experimentar como vida? (…) ¿Podemos entonces inferir de todo esto que la demanda de supervivencia va ligada a la exigencia de una vida vivible»[1].
Pero, ¿cómo entiende J. Butler la vida?[2] La entiende como algo interdependiente, como una especie de «red social de manos», algo que tiene siempre el mismo valor, y que impone ciertos principios éticos. Estar vivo es estar conectado con la vida en sí misma, con la que va más allá de la condición humana; nadie puede vivir sin esta conexión a la vida biológica que excede el ámbito de lo animal humano. La vida, en realidad, son todas las condiciones en que habitamos el mundo.
La clave, con Covid o sin Covid, es la necesidad de articular una lucha generalizada contra la precariedad (gentes que corren el riesgo de perder sus empleos y sus viviendas; individuos que sufren el acoso en las calles, la criminalización, el encarcelamiento, la patologización de sus vidas; etc.). Exigir una vida vivible, un orden social y político igualitario en el que pueda darse una interdependencia entre las personas que sea asumible para la vida.
No dejéis escapar nunca una idea que se quede un tiempo bailando en vuestra cabeza, tarde o temprano encontraréis la forma de canalizarla y darle forma para entender mejor aquello que parecía incuestionable y natural.
Laura Vicente
http://pensarenelmargen.blogspot.com/
Exacto, Octavio, no hay otra alternativa: luchar con la finalidad de fracturar las maneras establecidas, normativas, de mirar y vivir.
Pues sí, Laura, para hacer frente a la covid 19 se necesita implementar medidas sanitarias que eviten los contagios y que permitan a todo el mundo (sobre todo a los que viven en la precariedad) aplicarlas en buenas condiciones y eso exige, como mínimo, medidas económicas de ayuda real a todas las personas en situación precaria. Dinero para ello lo hay de sobra, el problema es que en esta sociedad de clases el dinero está en los Bancos y los Gobiernos están ahí para eso… La solución la sabemos, pero eso exige luchar para hacerla posible y lamentablemente hasta el precariado ha dejado de hacerlo.
Pese a ello no hay otra alternativa.