Las ideas anarquistas, a diferencia de otras corrientes socialistas, que en origen también fueron internacionalistas, nunca abandonaron esa aspiración moral y política; la vía y el trabajo de los libertarios han estado siempre en la construcción de una libertad e igualdad, estrechamente vinculadas, junto a una hoy más necesaria que nunca fraternidad universal.
Como es sabido, en el siglo XIX el nacionalismo se identificaba con la emergente clase burguesa, mientras que el internacionalismo era propio de la clase trabajadora. Las cosas han cambiado, al menos en cómo se quieren ver las cosas, hasta el punto de que algunos han identificado el nacionalismo con la legítima aspiración de ciertos pueblos a liberarse de alguna opresión. Así, se ha querido vincular en algunos casos el patriotismo con una actitud más conservadora, en el sentido de querer conservar cierta tradición e incluso herencia familiar, mientras que el nacionalismo sí podría tener esa connotación emancipadora. Desde mi punto de vista, se trata de una falacia, ya que es una mera cuestión de matices lo de patriotismo o nacionalismo, ya que ambos, aunque pudieran tener una primera fase de legítima aspiración liberadora, no tardan en consolidar e instituir una nueva dominación política. Las ideas anarquistas, como parte de sus convicciones y de su filosofía social, y a pesar de nacer en la modernidad, es posible que hundan sus raíces en la Antigüedad con el cosmopolitismo de cínicos y estoicos, para a través de la herencia ilustrada aspirar a esas visión de la humanidad como un todo moral. El patriotismo, desde nuestro punto de vista, no deja de ser la consecuencia de un nacionalismo instituido, que a la fuerza supone la construcción de un Estado. Si la visión de la humanidad, se quiere ver tantas veces como el progreso hacia el moderno concepto de Estado-nación, el anarquismo aporta una alternativa histórica y social: la federación de pueblos libres, donde se respetan por supuesto costumbres y lenguas diversas, pero se trabaja por afinidades y aspiraciones comunes. La antigua, y esperemos que nueva, fraternidad universal, basada en la solidaridad y la libre asociación, así como en la expansión de la cultura, desde lo local a lo global.
La vision libertaria sobre el nacionalismo, desde nuestra opinión, ha sido siempre negativa. Por eso, duele ver como se etiqueta como neoanarquistas a los que van de la mano de otras fuerzas nacionalistas. Por supuesto, no se trata de ser categóricos, ni de querer repartir identidades auténticamente anarquistas, pero queremos insistir en esa aspiración moral libertaria, que nada parece tener que ver con la independencia de un territorio para administrar sus intereses. Detrás del nacionalismo, solo podemos observar alguna voluntad de poder; no podemos dejar de comprobar que la idea abstracta de la nación tiene como consecuencia la construcción del Estado, o tal vez a la inversa, pero ambas parecen nacer del mismo tronco. Este guerra de nacionalismos que sufrimos últimamente en España, de personas abrazadas a una u otra bandera empujadas por un determinado imaginario social y político, no deja de ser un fortalecimiento de un espíritu o identidad nacional, que parece la antítesis de la emancipación social, tal y como la entienden las ideas anarquistas. No es casualidad que el nacionalismo se quiera ver como una especie de religión de Estado, plagado de dogmas, que relega al individuo a la categoría de sujeto colectivo y lo reduce a una condición histórica y cultural muy estrecha. Por supuesto, nacionalismos emergentes y nacionalismos consolidados, el mal es el mismo. Por muy complicado que nos parezca a día de hoy, hasta extremos utópicos, hay que trabajar por ese internacionalismo y esa fraternidad universal, como una superación de fronteras a nivel no solo físico, también moral y psicológico.
Los anarquistas debemos poner el foco en la cuestión social, mientras que los nacionalistas (o los que les hacen el juego), aunque se llenen la boca de libertad e independencia, priman esa identidad nacional (que, en cualquier caso, observamos como negativa). Por supuesto, que creemos en los vínculos comunitarios, en la búsqueda de factores comunes, pero desde la solidaridad y el respeto a la diversidad, no desde la homogeneización y la imposición al otro (que siempre es cosa del poder). Como ya hemos insistido, estamos seguros de la sinceridad de muchos revolucionarios, incluso libertarios, en observar un proceso independentista como una oportunidad. Sin embargo, insistiremos de nuevo en verlo como un error, ya que toda tentación identitataria a nivel colectivo desemboca, más tarde o más temprano, en una institución estatal y en la creación de una nueva frontera. No queremos ser acusados de dogmáticos, pero llamamos la atención, precisamente, sobre toda visión estrecha y parcelaria. Explicado de un modo excesivamente simple, el internacionalismo libertario, de condición flexible y siempre descentralizadora, puede apoyarse en instancias autónomas con el nombre que se desee (región, municipio o barrio), libremente federadas entre sí con el vínculo de la solidaridad. Ya el término ‘nación’ ocasiona un problema a nivel etimológico, y no es casualidad que el movimiento socialista se denominara en sus orígenes como Internacional. Todas esas corrientes socialistas, a excepción del anarquismo, acabaron abrazando de un modo u otro el concepto de Estado-nación, por lo que colaboraron finalmente en la fusión de dominación política y explotación capitalista.
Insistiremos en que detrás de todo «lo nacional», como podemos observar una y otra vez en la práctica, existe alguna voluntad de poder. Libertad, igualdad y fraternidad son las tres grandes conceptos emergentes en la modernidad, pero no únicamente para figurar en bellos libros de historia o incluso en modernas constituciones nacionales. Para que tengan un sentido auténtico, lo que entendemos como emancipación social en las ideas anarquistas, hay que comprender su importancia, lo estrechamente vinculados que se encuentran y todos aquellos factores que los imposibilitan. El nacionalismo, un ideal romántico que se enfrentó en ocasiones legítimamente a viejos imperios y concepciones, ha sufrido su propio desarrollo en la modernidad, perviviendo a día de hoy con una retórica similar. Sin embargo, el desarrollo de la modernidad no puede verse como un mero enfrentamiento entre imperialismos y nacionalismos, o entre unos nacionalismos con otros (que no deja de ser la sustitución de una dominación por otra). Afortunadamente, existen también las ideas anarquistas, que insisten en la cuestión social, en la expansión cultural y en la ética antiautoritaria, tratando de hacer realidad esos conceptos de libertad, igualdad y fraternidad universal.
Efectivamente, Capi, hoy más que nunca por un mundo sin fronteras, libre, justo y solidario.
Más allá de la retórica para justificar la ambición de poder, el nacionalismo es el medio más eficaz para el mantenimiento de la dominación en el mundo: tanto sobre los pueblos como sobre los individuos.
En ningún caso puede ser un vector de liberación ni nunca lo ha sido. Detrás del nacionalismo siempre hay voluntad, pasión/obsesión de poder, de ser un Poder.
Y el Poder (sea cual sea el calificativo que lo acompañe) siempre es dominación del hombre sobre el hombre.
Por eso, afortunadamente, el deseo (más que las ideas) de ser libre mantiene y mantendrá viva la lucha por la Libertad.