A tenor de algunas respuestas en mi entrada anterior, con la cual yo pensaba que había rozado una vez más la sublimidad, no estoy seguro de que dejara bien claro mi absoluto rechazo por todas y cada una de las formas de nacionalismo. Cierto es que dedicaba la mayor parte de lo escrito a mostrar mi desprecio y escarnio sobre aquellos, nada nuevo en este inefable país, que abanderan una España unitaria y que, oh, sorpresa, rara vez se consideran a sí mismos nacionalistas. Y es que resulta sorprendente que, creo que especialmente a raíz del auge de las nacionalismos periféricos, los españolistas hagan una distinción entre patriotismo, lo de ellos (benévolo), y nacionalismo (lo de los otros, que como se sabe son el infierno). No hace falta tener el cerebro demasiado oxigenado para considerar los conceptos «nación» y «patria» sinónimos e intercambiables (y no por representar, desgraciadamente, la esa sí muy preciada fraternidad universal). Podemos aceptar, en cualquier caso, que la realidad es pertinazmente poliédrica, por lo que hay conceptos que tienen diversas lecturas semánticas y estamos obligados a una serie de lúcidas aclaraciones.
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