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¿A las urnas?

En una asamblea de este periódico del mes de abril, alguien comenta: “Pues en mayo tenemos elecciones, algo habrá que escribir”.

La respuesta es unánime: «¿Otra vez? Si ya hemos escrito mil veces”

Después de la asamblea, un compañero envía un texto visto por twitter que anima el debate: “Sigo pensando que una conclusión valiente a esta década de experimentos políticos que nos ha tocado vivir es reconocer que “NO se pudo”. O más concretamente, que la política institucional es un camino que sin movimientos sociales y sindicatos independientes, es estéril”.

Pues mira, no, respondo.

La política institucional no es un camino estéril. La política institucional, la socialdemocracia, junto con la represión gubernamental, se ha demostrado como el mayor enemigo de los movimientos sociales y sindicatos independientes a lo largo de la historia.

Lógicamente, tras esa respuesta, el enésimo artículo sobre las elecciones me fue adjudicado. Por eso, si quieres leer reflexiones novedosas sobre temas de actualidad, pasa directamente al siguiente artículo.
Pero si quieres acompañarnos en un recorrido sobre nuestra postura ante las elecciones en los últimos años, quédate una página más con nosotras.

En las elecciones europeas de mayo de 2014, cuando comenzó el fenómeno de Podemos, constatábamos la defunción de lo que fue o, lo que nosotras creíamos que pudo ser, el 15M. Veíamos como la deriva institucional de un movimiento que impugnó los modelos de representación tradicional tenía unas consecuencias dañinas que enfriaban la frescura de este ciclo de luchas y que suponía un paso atrás.

“Algo sí ha cambiado. Conceptos como autonomía y autoorganización, y formas de participación política asamblearias al margen de las instituciones, que desde la eclosión del 15-M habían vivido un gran auge, han salido heridas. Su utilización en el juego electoral por personas que necesitaban llenar su ego, y por organizaciones políticas que llevan en su ADN la apropiación de las luchas en beneficio propio, ha dado un barniz de legitimidad y de renovación a aquello que creíamos ya superado por lo movimientos sociales.

Nos equivocábamos quienes pensábamos que las ideas de que y que habían calado fuerte. Todavía nos queda todo por hacer, porque, como ya hemos dicho en miles de ocasiones, desde las instituciones, ni Podemos ni queremos. No nos representan”.

Un año después, por esas fechas, nos llamaban a las autonómicas y municipales. Ahora el lugar a conquistar ya no eran unas lejanas y desconocidas instituciones europeas. El campo de batalla era más cercano y eso daba pie a que nos trataran de vender que nuestro voto esta vez sí que iba a ser útil. Las candidaturas municipalistas planteaban el “asalto institucional” y, algunos, conscientes de que se trataba del enésimo intento de lo mismo, nos apremiaban contándonos que se había abierto una ventana de oportunidad y que ahora, sí era el momento. Los sepultadores de un movimiento autónomo y antiinstitucional, aprovechaban el declive de las movilizaciones para tratar de llevarnos de nuevo a la vía electoral. De nuevo, no nos convencieron:

“A pesar de la moto que nos quieran vender, poco o nada hay de nuevo en este camino. La modernidad nos está volviendo algo olvidadizos/as (o prepotentes, cada uno según lo vea), pero no podemos pretender que toda nuestra acción política sea novedosa. Más si cabe, como ya dijo aquel, “todo está inventado”, y nosotros no podemos hacer más que ir perfilando nuestras herramientas a fin de acometer lo mejor posible cada tarea. Los tiempos cambian y es imprescindible adaptarse a las nuevas condiciones (tanto objetivas como subjetivas), mantener rígidos esquemas ideológicos no nos conducen más que al aislamiento, eso está claro. Pero tampoco vayamos de lumbreras, no estamos inventando nada, ninguno/a de nosotros/as. Lo cual no quita mérito a nadie. En este sentido, el momento actual es irrepetible, pero como todos, y nos negamos a olvidar que el sendero de las instituciones está mil veces trillado. Una parte importante del movimiento obrero ya apostó al todo o nada en las elecciones, el asalto institucional se ha tratado de dar mil veces, y sus frutos los llevamos recogiendo desde hace más de cien años.

Paco Salamanca reflexionaba también en estas páginas:

“No es una discusión filosófica. No estamos en 1850. No están todas las vías por explorar. Hay vías que están saturadas y otras casi sin tocar

Pretender aupar a compañeros/as a los aparatos del estado capitalista para que desde dentro hagan no sé qué, es como si la estrategia del feminismo fuese insertar a hombres de confianza en la jerarquía católica para acabar con su discurso patriarcal

En los últimos doscientos años una de las causas de las constantes derrotas de la izquierda revolucionaria ha sido precisamente lo que estamos viviendo ahora. La premura del ahora que nos ha llevado a descuidar la coherencia entre medios y fines. La esencia misma del cambio.

No se entienda esto como un abandono de las luchas concretas, ni mucho menos. Pero para defender lo público y parar las privatizaciones las urnas no son el único camino, ni siquiera un camino necesario. Y parece mentira que esto haya que recordarlo en un país que logró la jornada de ocho horas después de una huelga ilegal de 44 días”.

El resultado es conocido. En algunas de las principales ciudades, tras una importante movilización electoral de la izquierda, se constituyeron los autodenominados Ayuntamientos del Cambio. En cada ciudad las políticas tuvieron algunas diferencias pero, en general, siguieron un mismo patrón: cambios inofensivos y cosméticos, con algunas mejoras puntuales y con un miedo atroz a plantar una mínima batalla a los poderes fácticos con medidas que pudieran resultar molestas a los de siempre. Un asalto institucional educado, prudente, pidiendo las cosas por favor y sin querer incomodar que en la mayoría de las ciudades fue desalojado en las siguientes elecciones.

Y con ese ciclo, llegamos a 2019, donde la urgencia y necesidad de nuestro voto era para frenar el fascismo que suponía la más que posible entrada de Vox en los gobiernos y la radicalización del discurso del Partido Popular:

“La urgencia, siempre la urgencia, urgencia como forma de aplazar el debate de fondo. Hace cuatro años había urgencia porque se cerraba la ventana de oportunidad, años antes porque venía el PP, hoy porque viene el fascismo, siempre hay urgencia y nunca hay tiempo para analizar de dónde viene la urgencia. No es que no nos asuste el ascenso del fascismo, pero creemos que la enésima escisión de los partidos de izquierda no va a ser quien le ponga freno”.

Ahora, en estos días, vuelven a acordarse de nosotras. En esta ocasión, la novedad es la enésima guerra entre los partidos que vienen a renovar la socialdemocracia y que se devoran entre ellos para recordarnos que, al final, ni el asalto institucional, ni el auge de la extrema derecha, ni sus míseras reformas son lo importante. Que nos quieren para alimentar sus egos y sus bolsillos y que sus dinámicas de ciclos electorales solo suponen palos en las ruedas de los movimientos que pretenden cambiar esta mierda de mundo.

Que se vayan todos.

Todo por hacer

Un comentario sobre “¿A las urnas?”

  1. Si todas y todos tuviésemos el mismo pensamiento, todo sería muy aburrido.

    Desde luego, no me veo como un león; pero me veo como un animal.

    Animal soy y lo sé porque pienso. Animal soy y lo sé porque siento.

    Lejos de La Naturaleza no soy nada. Mi camino es natural.

    Pensar que no me rodeo de animales me lleva a pensar que estoy solo pero me rodeo de animales.

    La última jerarquía que he visto es la de los reyes y, al menos, un poco, sigo apostando por ese Darwin censurado al que no le dejaron decir lo que pensaba.

    Mala testa dice: «La Anarquía es el gobierno de los fuertes»; y yo no voy a dejar que me aplasten.

    Good night!

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