El director de la película Casas Viejas: el grito del Sur y un autor de cine libre y apartado del mercantilismo del arte, ha fallecido el 13 de agosto de 2017 con una larga bibliografía digna de admirar.
Reproducimos lo que ha publicado el historiador José Luis Gutiérrez, autor del libro Casas Viejas: del crimen a la esperanza y que ha mantenido relación con el director ahora fallecido.
Otro golpe
Apenas han pasado veinticuatro horas de la muerte de Catalina Silva Cruz en Montauban (Francia), cuando nos llega la noticia del fallecimiento de Basilio Martín Patino. El cineasta que realizó la mejor obra cinematográfica sobre los sucesos de Casas Viejas. No sólo sobre ellos, sino que nos ha dejado una de las visiones más lúcidas sobre los mimbres culturales y antropológicos de Andalucía. No quiero pensar qué ocurría si Madrid, Cataluña o cualquier otro lugar tuvieran la suerte de contar con una serie de siete películas como las que realizó entre 1996 y 1998. Aquí, entre nosotros son más que desconocidas. Como, por supuesto, en las necrológicas que van apareciendo.
Una de ellas es Casas Viejas: El grito del sur (1996). Una gran broma, que como todas las buenas es de lo más seria. Todavía hay quienes se la creen literalmente y, entonces, hubo hasta catedráticos que se preguntaban de donde habían salido aquellos rollos de película y cómo era posible que se rodaran planos y contraplanos del incendio de la choza. Patino nos ha dejado la que quizás sea, hasta el momento, la mejor visión de uno de los acontecimientos centrales del siglo XX español. Un material crucial, como al que ayer me refería en la web Todos los Nombres (http://www.todoslosnombres.org/…/montauban-francia-catalina…), de la grabación de la entrevista a Catalina por un equipo de Canal Sur. Esencial para tener elementos válidos para construir la memoria de un tiempo, un lugar y unas personas.
Hacer algo así sólo está al alcance de unos pocos justos. Como lo era Martín Patino. Justo por desprendido, solidario y bueno. Así al menos lo conocí. Primero entrevistándolo, hace ya muchos años, cuando era jurado en el festival de cine Alcances, en Cádiz. Creo que en el 2006. Humilde, decía asombrarse de que, como le dije, Nueve cartas a Berta pudiera haber marcado a alguien. Después, cuando me recibió en su casa madrileña y tras un par de horas de charla, se levantó y me entregó una voluminosa carpeta con gran número de positivos de las fotografías que en 1933 convirtieron lo ocurrido en la población gaditana en el primer suceso social con gran repercusión gráfica. Había ido a pedirle, en nombre del Grupo de Trabajo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía, CGT.A, que nos permitiera consultar su archivo para utilizarlo en el embate memorialista en el que nos encontrábamos envueltos entonces.
“Aquí las tienes”, me dijo. Mientras las cogía pensaba en cómo poder hacer copia en condiciones de ellas, además de verlas. Durante unos minutos las ojeé y cogía fuerzas para pedirle si las podía ver al día siguiente y, mientras, agenciarme un escáner. Patino me leyó el pensamiento y, con esa sonrisa siempre socarrona, dijo: “¡Llévatelas a Sevilla, copiadlas bien y me las devolvéis por correo!”. Acostumbrado a trabajar en un gremio en el que la información se guarda como oro en paño y se ocultan referencias y signaturas para que nadie más pueda comprobarlas e, incluso, se cambia de sitio el documento para que se convierta en inencontrable, mi cara tuvo que ser un poema. Por supuesto que las fotos volvieron a manos de Patino. Si se hace, se roba a los ladrones, no a la buena gente.
Como Catalina Silva, tras su película nunca volvió a Casas Viejas. Hace un par de eneros estuvo a punto de hacerlo. Para entonces ya estaba enfermo. Aunque, a pesar de lo que se está escribiendo, nunca se retiró. Ni siquiera cuando destrozaron Octavia (2002), una de las más lúcidas y crueles reflexiones sobre la “transición”. Quizás por eso no le dieron ninguna oportunidad.
En estas horas aparecen los artículos que lo llaman “el cineasta rebelde y libre”, “un cineasta anarquista”. Seguramente es así y, un alto precio, pagó por ello. Pero seguro que no le importó. En una sociedad gris, en la que los mediocres y resentidos campan libremente, si los leyera, volvería a sonreir. Como un día en Sevilla, ante las excusas de un profesor de la facultad de Comunicación por la ausencia de público –nadie, es nadie- le decía que es que a esa hora, precisamente, había un botellón en el patio y… ya se sabe. Porque para ser grande, hay que ser bueno. Digan lo que digan.
José Luis Gutiérrez