El legado filosófico de Bakunin

Este año 2014 se cumplen 200 años del nacimiento de Mijaíl Aleksándrovich Bakunin, un buen motivo para hablar una vez más del pensamiento de uno los incuestionables padres del anarquismo moderno. Más allá de la veneración que suscita a veces por ser uno de los principales representantes en la historia de las ideas libertarias, es importante preguntarse si este hombre es un pensador primordial para el pensamiento contemporáneo.

Para considerar la respuesta afirmativa, es importante revisar su obra (bastante caótica, todo hay que decirlo, comprensible en una agitada y apasionantes vida llena de conspiraciones) y disfrutar de ella desprendido de prejuicios (positivos o negativos). Demasiado conocida es también su ruptura con Marx, pero también inestimable su juicio avant la lettre respecto al socialismo de Estado o autoritario (la expresión de Bakunin sobre ese «comunismo de cuartel» en que iba a desembocar el marxismo se convirtió en una triste realidad). El gigante ruso conoció muy bien el pensamiento de su época, pasando de Kant a Fichte, de ahí a Hegel, y relacionándose con personalidades relevantes del momento. Su pensamiento ético y filosófico pasó por varias etapas, que pueden reducirse a tres según algunos autores, pasando de un idealismo metafísico a un idealismo dialéctico para desembocar en la que más nos interesa y que puede considerarse el culmen de su pensamiento: la materialista.

El materialismo o el verdadero idealismo

Bakunin consideraba el desarrollo gradual del mundo material perfectamente concebible por la experiencia del hombre gracias a la lógica y la mente; en su opinión, consistía en un movimiento natural desde lo simple a lo compuesto, desde lo inferior a lo superior. En cambio, el sistema de los idealistas era para él lo opuesto, la completa inversión de cualquier experiencia humana y del sentido común. Para nuestro autor, la base del conocimiento y de la condición necesaria para el entendimiento entre los hombres solo podía estar en la experiencia y en la observación, en la especulación científica más sublime y complicada que se inicia en la verdad más simple y admitida. Los metafísicos seguirían un camino muy diferente, no admitirían que el pensamiento y la ciencia sean manifestaciones de la vida natural y social y se empecinarían en levantar un ideal conforme a su propio pensamiento y a su imperfecta concepción de la ciencia. Por metafísicos, Bakunin entendía a los hegelianos, a los positivistas y a todos los que habían convertido a la ciencia en una diosa; en general, a aquellos que habían levantando un ideal de organización social en el que querían encasillar a toda costa a las generaciones futuras. Los idealistas, cegados por el fantasma divino, se negarían a emprender un camino desde lo inferior a lo superior, desde la materia hasta el ser pensante, y comenzarían por la perfección absoluta hasta caer en el mundo material o imperfección absoluta. El misterio de ese Ser Divino, eterno, perfecto, infinito, ha seducido a grandes pensadores a lo largo de la historia, con bellas y grandes palabras al respecto, incluso con el descubrimiento de verdades importantes, pero sin que ninguno de ellos haya sido capaz de resolver lo incomprensible, lo arcano. El misterio es obviamente inexplicable, por lo cual puede considerarse lógicamente absurdo (porque absurdo es lo inefable). El resumen de la teología es para el anarquista ruso la frase de Tertuliano, y de todos los sinceros creyentes, «creo porque es absurdo», con la que cesaría toda discusión entre la sinrazón de la fe y la razón científica.

Los idealistas desprecian la lógica y extraen su inspiración de la experiencia de la vida. Pero el poder y la opulencia de la teoría idealista sería solo aparente, ya que chocaría enseguida con una contradicción lógica. Esta contradicción estriba principalmente en querer a Dios y a la humanidad a la vez. Por mucho que conecten ambos términos, por mucho que representen a su divinidad movidos por el amor hacia la libertad humana, la mera existencia de un Dios (de un Señor) implica convertir al hombre en su sirviente. Para Bakunin, el idealismo religioso o filosófico (interpretación más o menos libre uno del otro) era la bandera de la fuerza bruta, de la explotación material desvergonzada. Por el contrario, tal y como entendía el materialismo, éste posibilitaba la igualdad económica y la justicia social y constituía la más alta expresión idealista, de libertad y de fraternidad, de las masas oprimidas. Por lo tanto, los auténticos idealistas no eran los de la abstracción que ponían su atención en el cielo, sino los de la tierra y la vida. El idealismo teórico o divino, por mucho espíritu y buena voluntad que le mueva, y por mucho que se presente al servicio de la humanidad, suponía la renuncia a la lógica, a la razón y a la ciencia. Bakunin consideró que lo que movía a los idealistas era un poderoso motivo de índole moral, el pensar que sus creencias eran esenciales para la grandeza y dignidad del hombre; al mismo tiempo, creyeron que lo contrario, las teorías materialistas, reducían al hombre al nivel de la bestia. Nuestro autor sostenía lo contrario, que al partir del materialismo, de la totalidad del mundo real, se llega lógicamente a la verdadera idealización, a lo que consideraba la humanización o completa emancipación de la sociedad.

Bakunin comenzaría su obra Dios y el Estado formulando una de las grandes preguntas de la filosofía: «¿Quiénes tienen razón, los idealistas o los materialistas?» Aunque el anarquista ruso continuaría tomando partido tajantemente por el materialismo, es decir, afirmando que el mundo material precede al del pensamiento y los hechos estarían antes que las ideas, más tarde trataría de suavizar tan categórica posición y mostraría la necesidad de analizar el mundo de las ideas en aras de una perfección moral y social. El determinismo que, supuestamente, supondrían las condiciones materiales de existencia puede ir paralelo a la incidencia de aspectos ideológicos y culturales, tal y como han sostenido autores posteriores a Marx y Bakunin. La capacidad de perfeccionar ese medio y de fomentar tanto el desarrollo individual como los hábitos de cooperación pueden ser el camino para conquistar la auténtica libertad. Una libertad que, recordando también a Bakunin, solo adquiere su verdadero significado para el hombre en sociedad.


El ateísmo y la libertad humana

En 1864, Bakunin expresa su conocida afirmación: «Dios existe; por consiguiente el hombre es su esclavo. El hombre es libre; por lo tanto no hay Dios. ¡Escape quien pueda a este dilema!». El anarquismo y el ateísmo de Bakunin se producen, con lógica, de forma conjunta; se trata de la renuncia a toda teología religiosa y política, a la Iglesia y al Estado, ambas instituciones centralistas y trascendentes. Da una idea de lo adelantado de este pensador, cuando en 1868, como parte del programa para la Liga para la Paz y la Libertad, de cuyo comité directivo formaba parte, afirma la necesidad, junto a un cambio radical en el sistema económico, de excluir la religión de la educación y de las instituciones públicas. En ese momento, su punto de vista era similar al de Marx: solo unos cambios radicales en la estructura social, una revolución, podría hacer superar la religión y toda creencia atávica que maniataba al ser humano. Bakunin se mostrará orgulloso de que la Internacional sea atea y materialista, ya que solo esa condición favorecerá la emancipación de la clase trabajadora.  La evolución final hacia el ateísmo en Bakunin supone al mismo tiempo apostar por una sociedad sin clases y sin Estado. También acabará viendo a la religión, junto con Marx, como un reflejo ideal de lo real, un producto ideológico de las condiciones económicas reinantes en lo social. En este punto, se aprecian las influencias del materialismo histórico en Bakunin, según el cual no son las ideas y las creencias el motor de la historia, sino los hechos económicos. Sin embargo, Bakunin se mostrará mucho más flexible que Marx, ya que no verá nunca el materialismo histórico como una férrea filosofía de la historia y tampoco, necesariamente, un método infalible de interpretación histórica. La historia de las religiones la terminará viendo Bakunin, en su madurez intelectual, como el desarrollo de la inteligencia y de la conciencia colectiva de los hombres; la influencia de Feuerbach quedará de manifiesto cuando afirme sin tapujos que la creencia religiosa ha supuesto el empobrecimiento del hombre y la naturaleza para enriquecer a Dios y a lo sobrenatural, aunque fuera en origen una posible necesidad histórica, un error en el desarrollo de la facultad humana. Al igual que Proudhon, Bakunin se acabará considerando no solo ateo, sino antiteísta, ya que se vincula la idea de Dios a la de la esclavitud humana.

El anarquista ruso consideraba que, al no poder encontrarle en el exterior, el hombre terminó por buscar a Dios en el interior de sí mismo; la manera de buscarle fue despreciando todas las cosas reales y vivientes, y todos los mundos visibles y conocidos. Tal y como lo expresaba Bakunin, el hombre al término de este viaje solo se descubre a sí mismo, despojado de todo contenido y de todo movimiento, convertido en una abstracción, en un ser inmóvil y vacío. Sería un no-ser absoluto, pero la fantasía religiosa lo ha denominado el ser supremo, Dios.

El hombre se condujo a esta abstracción debido a la diferencia que estableció, e incluso también conflicto, entre cuerpo y alma (entendiendo ésta en realidad como el pensamiento y la voluntad). Bakunin, por supuesto, entendía que el «alma» era solo el producto o expresión última del organismo humano, algo que no comprendió el hombre religioso. Éste, quería observar que el cuerpo obedecía siempre a las sugestiones del pensamiento y la voluntad, por lo que su facultad de abstracción los convirtió en el alma del universo entero (en Dios). Así, un Dios universal, externo e inmutable, generado por la imaginación religiosa y por la facultad abstractiva del hombre, se instaló por primera vez en la historia. En el siguiente paso, el hombre fue sucesivamente incapaz de reconocerse en su propia creación y empezó a adorar a ese supuesto Dios. Así, se invirtieron los papeles, la cosa creada se transformó en creador, y el hombre ocupó su lugar entre las demás criaturas miserables.

Bakunin pensaba que el desarrollo posterior de las teología, una vez que se instaló Dios, se explica como reflejo del desarrollo histórico de la humanidad. Si la idea de un ser sobrenatural y supremo se instala en la imaginación humana, y toma posesión de ella convirtiéndose en una convicción hasta el punto de parecerle al hombre más real que las cosas producto de su experiencia, también se convierte en algo natural que esta idea sea la base primordial de toda experiencia humana. Enseguida, el «ser supremo» se convirtió en dueño absoluto, y el pensamiento y la voluntad pasaron a ser la fuente universal. Nada podía ya rivalizar con esta idea y todo se desvanecería ante su presencia (incluido el hombre), ya que la verdad con mayúsculas estaba en Dios. A pesar de todo, Bakunin quería observar la lógica en este proceso, para comprender por qué Dios se había convertido en un ser supremo, omnipotente y absoluto; en caso contrario, Dios no podría existir de modo alguno.

El hombre atribuyó a Dios todas las cualidades, potencias y virtudes que acababa descubriendo en sí mismo. Como ese ser supremo es solo una abstracción, sin ningún contenido real, solo se llena y enriquece con las realidades del mundo existente, apareciendo ante la imaginación religiosa como el gran señor y el gran maestro. En una definición nada delicada, Bakunin definía a la divinidad como el saqueador absoluto; lo que definía a la religión era el antropomorfismo, y el cielo solo suponía un reflejo, invertido y engrandecido, de la visión del creyente. El cometido de la religión sería entonces arrebatar al mundo terrenal sus riquezas y fuerzas naturales para transferirlas al mundo celestial y transmutarlas en tantos seres o atributos divinos. En este proceso transformador, se cambia también la naturaleza de esos poderes y cualidades, se falsifican y se corrompen adquiriendo una dirección opuesta a su tendencia original.

La razón, el órgano que tiene el ser humano para discernir lo correcto, se convierte en razón divina, deja de ser inteligible y se impone a los creyentes apelando a lo absurdo. El respeto al cielo y la divinidad se convierten en desprecio al hombre y al mundo terrenal. El amor humano, la gran solidaridad universal que tiene que vincular a todos los pueblos del mundo, se transforma en amor divino y caridad religiosa, convirtiéndose en una tremenda aflicción para la humanidad. La justicia, que debería ser la que garantice la igualdad, al ser transportada en tiempos de la fantasía religiosa hacia terrenos celestiales, regresa a la tierra en forma de gracia divina, la cual suele ser cómplice del más fuerte y asegura los privilegios. Por supuesto, Bakunin no era simplista, hablaba de cierta necesidad histórica de la religión y no la consideraba un mal absoluto dentro de la historia. Habría sido un primer despertar de la razón humana como sinrazón divina, un primer destello de la verdad humana a través del velo divino de la falsedad.

La religión habría sido también el primer paso de la humanidad para emerger desde la bestialidad, aunque deberá desprenderse de ella para potenciar lo humano y conquistar la razón y la libertad. El cristianismo es considerado la religión por excelencia, ya que muestra claramente la esclavitud y degradación de la humanidad en beneficio de la divinidad. Esto era lo que Bakunin consideraba el principio supremo de toda religión, y también de toda escuela metafísica, deísta o panteísta. Además, al ser el hombre incapaz por sí solo de encontrar el camino hacia la verdad y la justicia, se recibe como una revelación del más allá y se genera una clase intermediaria elegida y enviada supuestamente por la gracia divina. Se produce, por lo tanto, también una jerarquía terrenal y los hombres, además de esclavos de Dios, pasan a ser esclavos de la Iglesia y del Estado. El epítome de toda esta visión es la Iglesia Católica Romana, la cual la ha extendido y proclamado con vehemencia absoluta.

No habría que hace la más mínima concesión a la teología, si de verdad amamos la libertad; para Bakunin, amar a Dios es renunciar a la libertad y a la dignidad humana. Además, la religión se ha mostrado históricamente, siempre, al lado de la tiranía; incluso, aquellos sacerdotes perseguidos que se enfrentaban al poder establecido, no tardaban demasiado en imponer una nueva obediencia y en establecer los fundamentos de una nueva tiranía. La religión, como proclamadora de la costumbre, de la paciencia, la resignación y la sumisión, es habitual aliada de todo Estado, incluso aunque sus gobernantes aseguren no ser metafísicos, teólogos o deístas, ni tampoco ser creyentes. Bakunin creía firmemente que la influencia religiosa era un obstáculo para la emancipación humana y social; las energías laborales y la razón, instrumentos esenciales para la liberación, son mitigados por causa de la religión. El trabajo, en el que había que volcar todo esfuerzo liberador, se convierte así en una maldición o en un castigo merecido, mientras el ocio queda reservado a la divinidad. Para el anarquista ruso, la manera de combatir la religión, y preservar así la libertad, sería mediante la razón, la ciencia y el socialismo. Por sí sola, la propaganda del libre pensamiento, aunque muy útil, no podrá acabar con la superstición religiosa; es necesario que las personas adquieran una existencia digna, para evitar que tengan la necesidad de entrar en una iglesia (o en una taberna, con la cual Bakunin realizaba cierta analogía). La revolución social puede y debe otorgar esa existencia a la humanidad.

También hay que recordar una actitud encomiablemente antiautoritaria, y también lúcidamente premonitoria, cuando Bakunin se niega a derogar por decreto alguno los cultos públicos ni expulsar de ningún modo al clero: «si se ordena por decreto la abolición de los cultos y la expulsión de los sacerdotes, ya podéis estar seguros de que hasta los campesinos menos religiosos tomarán partido por el culto y por los sacerdotes, aunque más no sea por espíritu de contradicción y porque en todo hombre existe un sentimiento legítimo, natural (base de la libertad), que se subleva contra toda medida impuesta, aun cuando esta tenga por fin la libertad».

La unión de los mundos físico y social

Para Bakunin, la naturaleza es la suma de todas las cosas que tienen existencia real. No obstante, aclara ante tan aséptica definición, que lo que caracteriza a la naturaleza es la existencia de vida, la transformación y el movimiento, por lo que podemos mejorar la cuestión del siguiente modo: la naturaleza es la suma de las transformaciones efectivas de las cosas que existen y que se producirán incesantemente dentro de su seno. Todas las cosas existentes en el mundo, al margen de su naturaleza, cantidad o calidad, realizan de forma necesaria, unas sobre otras, consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, una acción y reacción constante. Bakunin denominaba a la combinación de esta infinidad de acciones y reacciones de diversos modos: vida, solidaridad, causalidad universal, naturaleza… Incluso, llegaba a decir que podemos ponerle el nombre de Dios o de Absoluto, siempre y cuando no nos apartemos de la definición anterior, que en ningún caso presupone ninguna predeterminación, preconcepción o conocimiento previo. Así, tal como lo quería ver el anarquista ruso, esa naturaleza o solidaridad universal se impone a nuestra mente como una necesidad racional.

La solidaridad universal no adquiere el carácter de una primera causa absoluta, más bien al contrario, se trata de la acción espontánea de causas particulares, cuya totalidad podemos denominar causalidad universal. Es una constante creación, desde el punto de vista de la partes, y desde el punto de vista del todo, con la constante transformación de todas las cosas existentes. Si la causalidad universal ha dado lugar a los mundos, con su estructura mecánica, física, geológica y geográfica, del mismo modo ha producido a la humanidad y las sociedades, con todos sus desarrollos pasados, presentes y futuros. Cada parte en la naturaleza posee sus propias leyes, con sus peculiares transformaciones y acciones, las cuales a su vez están sujetas a cambios bajo la influencia de nuevos condiciones y determinantes. Es lo que Bakunin llamaba el «método legislativo» en la naturaleza, la constante repetición de los mismos hechos a través de la acción de las mismas cosas, un orden en la infinita diversidad de hechos y fenómenos.

Si concebimos de esta manera el universo, no parece haber cabida para ideas a priori, ni para leyes preconcebidas o preordenadas. Vemos aquí un rechazo al idealismo filosófico, cuando Bakunin afirma que las ideas solo existen sobre la tierra en cuanto son producidas por la mente, incluyendo entre estas ideas la de Dios. Las ideas habrían surgido muchos después de los hechos naturales y de las leyes que los gobiernan; si las ideas son ciertas, se corresponden con esas leyes, y sin son falsas las contradicen. Es posible llegar a conocer esas leyes naturales en nuestra mente, gracias a una observación más o menos exacta de las cosas, de los fenómenos y de la sucesión de los hechos. Antes de aparecer el pensamiento humano, esas leyes existían solo en el estado de procesos reales o naturales, que ya hemos visto que están determinados por la indefinida concurrencia de condiciones. Tal y como lo contempla Bakunin, estas influencias y causas particulares repetidas con regularidad excluyen cualquier idea mística o metafísica de una substancia, de una causa final o de una creación producida y dirigida por una providencia. Cuando el ruso habla de «creación», se refiere al proyecto infinitamente complejo de un número ilimitable de causas ampliamente diversas, conocidas o no, cuya combinación dio lugar a un hecho determinado.

La existencia de una mano creadora, de un regalador, de Dios, supondría la negación de las leyes naturales, las cuales aseguran el orden universal. Bakunin identificaba lo natural con lo lógico, por lo que la intervención de un ser superior vendría a ser lo mismo que aceptar lo ilógico, lo absurdo. Sin embargo, se plantea la pregunta de cómo y por qué existen las leyes del mundo natural y social, ya que no han sido producto de una voluntad creadora y gobernadora. Por supuesto, no está en manos de nadie resolver este problema. Se entenderá ahora perfectamente la conocida frase de Bakunin: «Yo no pongo mi ignorancia en un altar y le llamo Dios». Buscar una primera causa es absurdo, máxime cuando lo probable es que no exista, solo podemos hablar de una causalidad universal producto de múltiples causas particulares. La confianza en la ciencia hace que podamos eludir las falacias y fantasías de metafísicos, y teólogos, preferimos asumir nuestras ignorancia a presentar hipótesis inverificables como verdades absolutas. En cualquier caso, la ciencia no substituirá un absurdo por otro, jamás extraerá consecuencias de lo que desconoce. Bakunin admitía los límites del conocimiento humano, una especie de ciencia universal se antoja una nueva clase de ideal. El hombre, gracias a la ciencia y a su mente, aspira a sistematizar y clasificar todas esas características y combinaciones de cosas, gracias a la observación y la experimentación, y es lo que podemos denominar «leyes naturales».

Como buen materialista, Bakunin reconoce la materia como el único ser real y universal, base de todas las cosas existentes; las leyes generales serían inmanentes a esa materia. Incluso, la voluntad, el sentimiento y la inteligencia del hombre (lo que podemos llamar el «mundo ideal»), también estarían sujetas a estas leyes, ya que también son funciones materiales. Se presupone la existencia de leyes generales, al igual que de leyes particulares (dentro de las cuales estaría el desarrollo ideal y social del ser humano), pero Bakunin advierte que no existen departamentos estancos en la ciencia, todo está estrechamente relacionado en la naturaleza. Del mismo modo, no hay que observar un carácter absoluto en lo que denominamos leyes naturales, debido precisamente a que los fenómenos se reproducen constantemente y a la gran variedad de hechos concurrentes. A pesar de sus evidentes limitaciones, el hombre debe lanzarse a conocer, sin caer en abstracción religiosa alguna, para tratar de comprender la naturaleza y otorgar sentido a la vida. De esta manera, se niega así toda fatalidad y emprendemos el camino de la conquista de la libertad.

Conclusiones

Desde el punto de vista filosófico, el pensamiento bakuniano se funda en un completo materialismo (que él llamó «el verdadero idealismo», afirmación de la realidad en el mundo terreno), en el ateísmo (o antiteísmo: para afirmar la libertad terrenal del hombre es necesario desterrar la mística leyenda del libre albedrío metafísico, que acaba negando la auténtica libertad, social y política, del hombre) y en la unión de los mundos físico y social. Consideraba que la libertad de la voluntad existe, aunque considerándola relativa y cualificada en última instancia y no incondicional, y definió la libertad como «el dominio sobre las cosas exteriores, basado en la observación respetuosa de las leyes de la naturaleza». En cuestiones éticas, para Bakunin la «moralidad anarquista» es la «moralidad verdaderamente humana»; gracias a la ciencia, el materialismo y el socialismo, es posible conquistar un moralidad elevada. Consideró que el concepto de divinidad expropiaba la vida real y los más altos valores humanos (justicia, amor, razón…) en nombre de la nada convirtiéndolos en insondables para los hombres. Por otra parte, el Estado moderno, no muy diferente del Estado teológico, se legitima en un supuesto contrato libre y se arroga la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, la moral se reduce finalmente a «razón de Estado». La diferencia entre Estados no es en el fondo más que un cambio de religión y el nuevo Estado laico pregonará la fe del «patriotismo». Bakunin reconocía los méritos del liberalismo en la evolución del pensamiento (al restarle atributos al Estado), aunque recordaba que finalmente requería de la protección del Estado para preservar los privilegios de la burguesía. Pero la crítica a los liberales no es solo ésta, también negó el anarquista ruso el contractualismo y la existencia ontológica del individuo previa a la de la sociedad: para él, la libertad humana es una creación histórica y social, el hombre solo puede ser auténticamente libre en sociedad mediante la reflexión y el reconocimiento en los demás (solo la igualdad y cooperación hacen verdaderamente libre al hombre).

Capi Vidal

Fuentes:

Ángel. J. Cappelletti, «La evolución del pensamiento ético y filosófico de Bakunin».

B. Cano Ruiz, El pensamiento de Miguel Bakunin (Editores Mexicanos Unidos, México D.F., 1978).

Mijail A. Bakunin, Escritos de filosofía política (Ediciones Altaya, Madrid 1994).

Sam Dolgoff, La anarquía según Bakunin (Tusquets, Barcelona 1983).

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