Recientemente, me encontré paseando por el centro de la capital de este inefable Reino de España, una manifestación plagada de banderas azules con unas cuantas estrellas doradas dispuestas en círculo. Mi muy consecuente horror, de encomiable naturaleza ácrata y nihilista, a todo estandarte, enseña, pendón o derivados, no me impidió reconocer el distintivo de la vieja, y a menudo mezquina, Europa. Al parecer, los que allí se congregaban, no sé muy bien convocados por quién, reivindicaban el supuesto sentido original de solidaridad y armonía entre los pueblos europeos. Mi superficial aspereza no me impidió ver, estoy casi seguro, que los que allí concurrían confiaban ingenuamente en la retórica habitual democrática de los que detentan el poder en el viejo continente. Por democracia, podemos precisar, entendemos una serie de libertades formales, unos derechos elementales garantizados, la separación de poderes y, por supuesto, la representación ciudadana en forma de administraciones de gobierno. Claro, los Estados que forman la Unión Europea representan esos admirables valores, que por supuesto sirven de férreo muro (real o simbólico) frente todos aquellos desgraciados que pretenden acceder procedentes de países sin civilizar. Podría ponerme lúcidamente anárquico y aclarar que la libertad debería ser un concepto mucho más complejo que solo lo aparente, que los derechos no se otorgan (se conquistan en lo social), que el objetivo no es solo dividir los poderes (por otra parte, una falacia), sino diluirlos todo lo posible, en aras de que la acción directa sustituya a esa forma de dominación que denominan representación.
Pero, no nos pongamos demasiado exquisitos y señalemos de entrada la profunda hipocresía del mundo en que vivimos, ese sí plagado de muros y fronteras, continuamente dividido entre los que tienen y los que no tienen (por decirlo en un lenguaje más bien burdo, accesible para todos). Y nuestra disidencia es política, por supuesto, frente a esa dominación amable que suponen los Estados llamados constitucionales y democráticos, que claro que permiten esas limitadas libertades formales, incluida la que tolera que se escriban estas líneas, y buscan a la vez su continua legitimidad gracias a la existencia de persistentes dictaduras de una u otra índole. Pero, por supuesto, no nos olvidemos de la Europa del capital, ese perverso sistema económico que igualmente realiza ciertas promesas, que es también una ilusión para algunos y otra barrera para muchos. A pesar, claro, de que lo vende sea la libre circulación de mercancías, servicios e incluso de personas (habitualmente, de tez blanca y origen muy concreto). Nada nuevo bajo el sol lo que promete la vieja, y tantas veces mezquina, Europa, una propaganda asumible, especialmente para los que viven en sociedades acomodadas con sus propios problemas, para una realidad planetaria terrible para demasiados. Incluso, el lenguaje del poder amable se llena de términos vagos: es el caso de unión, que produce una obvia aversión a mi condición libertaria, o federalismo, un concepto tan del gusto por los anarquistas, que podría ser auténticamente solidario y liberador (no limitado, claro, a un continente), pero que poco significa ya en el mundo realmente existente. Cojamos un ejemplo reciente de lo que quiero expresar, con intenciones lúcidas tal vez no siempre logradas, negro sobre blanco.
Recientemente, se ha celebrado un Festival de cierta popularidad conocido como Eurovisión, que algo recuerdo de mi tierna infancia, y que al parecer sigue siendo un esperpento musical in crescendo. Aunque lo cierto es que me importa poco, uno creía como reza su nombre que se trataba de un concurso de naturaleza grotesca en el que concurrían naciones europeas, pero no es del todo cierto: lo hace también alguna limítrofe con el mundo civilizado, como es el caso de Azerbaiyán, y otra situada en la antípoda, como Australia, pero que pertenece al admirable imperio anglosajón. Ah, claro, también Israel, que creo que participa desde siempre, a pesar de esta ubicada geográficamente en Oriente Medio rodeada de hordas árabes. La organización decidió excluir a Rusia, por la agresión militar a Ucrania, pero nada le deben importar los más de 50.000 muertos por el Estado israelí desde octubre de 2023. Por supuesto, hubo protestas tan extremistas como pedir el respeto a los derechos humanos, pero que han causado no pocas polémicas hasta el punto que, alguien habitualmente ajeno como el que suscribe a semejante circo, ha terminado por enterarse. De hecho, un ser tan inefable e inicuo como Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de la capital de este inefable país, ridiculizó a los que protestaban con la falacia de que no se hace por los homosexuales ejecutados en países islámicos, un discurso que hace que me pregunte si puede calar en alguna mente medianamente oxigenada. Y es que, claro, no se incluye entre semejantes regímenes atroces a teocracias como Arabia Saudí o Catar, con los que hay constantes acuerdos comerciales y de tod tipo, por parte de las gloriosas naciones democráticas, y visitan con frecuencia Ayuso y cualquier otro gobernante europeo y occidental. Curiosas democracias las europeas, que toleran el horror, junto a la de Israel, Estado militarizado (quizá, como todos), que ocupa tierras que no le pertenecen, discrimina de modo racista y asesina por doquier. Efectivamente, todo un festival el mundo en que vivimos.
Juan Cáspar