Historias

Uno mantiene, a pesar de las evidencias en contra, la ilusión «libertaria» de que el conocimiento, si no completamente, al menos puede ayudar a un cambio de conciencia en aras de la emancipación social o, al menos, por no ser tan pomposos ni ambiciosos, de una mejora mínimamente razonable de las cosas. Sin embargo, como he apuntado, hay motivos para la desesperanza observando esa panda de borregos sin remedio que a veces somos los humanos. Y no lo digo por el tópico de que en este inefable país apenas se lee, que debe ser cierto para gran parte de la población, sino también por lo que leemos y cómo lo leemos. Por lógica, cuanto más conservadora es una persona, más la cuesta revisar sus creencias, por mucho que lea, y desgraciadamente es un mal que afecta a todas las variantes del espectro ideológico, no solo a la derecha. No obstante, por supuesto, en el facherío puede ser más evidente esta tendencia. Un ejemplo reciente es el libro, del nada sospechoso de progresismo Henry Kamen, La invención de España, subtitulado muy apropiadamente Leyendas e ilusiones que han construido la realidad española.

Me imagino a los botarates de rigor crispándose al dejarse en evidencia que la nación española se ha construido en base a tantos mitos y falsedades como cualquier otra. Resulta muy fácil señalar la manipulación histórica en otros nacionalismos y mostrarse ciego e inmovista ante la que uno sufre en sus propias carnes envueltas en esos trapos tan sucios que denominan banderas. Continuemos con la historiografía, un campo ‘científico’ especialmente interesante en nuestra gloriosa nación española, que tanto maltrata y distorsiona nuestra sufrida memoria. La cruenta y mal llamada Guerra Civil Española es uno de los hechos históricos, si no el que más, que mayor bibliografía ha generado. Consecuentemente, hablamos del análisis de un conflicto donde se han dado mayores interpretaciones interesadas y donde se ha buscado, desde el inicio, justificar posicionamientos ideológicos. Es el caso evidente, y más simplista, de los más escorados a la derecha, o extrema derecha, que en este país viene a ser algo muy parecido, donde se ha buscado un hilo conector con los tempranos historiadores franquistas. Una justificación para los reaccionarios, alimentada recientemente con el cierto auge de Vox, es que desde la Transición habría una «hegemonía cultural» de la izquierda, también en el ámbito historiográfico.

Son tesis simplistas, como no puede ser de otra manera viniendo de donde viene, basadas fundamentalmente en que la culpa del conflicto, y supongo que también de la posterior dictadura, estuvo en la radicalización de la izquierda. Para el facherío, claro está, cualquier cosa es ‘izquierda’ y cualquier cosa es ‘radical’. Por supuesto, de manera algo más compleja, también existe tendenciosidad en la historiografía izquierdista. Donde todos los partidismos, a izquierda y a derecha, suelen estar de acuerdo es en ignorar, distorsionar o negar que en julio de 1936 se inició también un proceso revolucionario, fundamentalmente de rasgos libertarios. Son muchas las lecturas que pueden hacerse de la GCE, todas reduccionistas, lo es incluso una con la que podemos estar de acuerdo, que es que fue una lucha contra el fascismo, la antesala de lo que sería la Segunda Guerra Mundial. Lo que es complicado es calificar de algo, o verlos de manera homogéna y simple, a todos aquellos autores que sí se han ocupado de la transformación social libertaria. Mencionaremos a algunos: George Orwell, Frank Borkenau, Gaston Leval, Augustin Sochy, Mary Low, Emma Goldman… Todas las culturas políticas tratan de manejar la historia para construir su identidad y es probable que el anarquismo también se vea aquejado de ese peligro. No obstante, precisamente, son los libertarios los que se han mostrado más críticos con toda mistificación nacionalista y enajenación colectiva. Seguiremos leyendo, por supuesto, pero también profundizando y siendo extremadamente críticos.

Juan Cáspar

Deja un comentario