Capitalismo Economía Bitcoin

El huevo, la gallina y la teoría cuantitativa de la moneda

James Denham Steuart fue un economista mercantilista escocés que en el siglo XVIII publicó un tratado que por primera vez llevaba en el título la expresión “economía política”. Entre otras cosas, negó la validez de la teoría cuantitativa de la moneda, según la cual el nivel general de precios está determinado por la moneda circulante. Sostiene, de hecho, que la ecuación del cambio no se equilibra por las variaciones de la velocidad de circulación de la moneda, o sea de la acumulación.
Alrededor de un siglo después, Karl Marx, refiriéndose también a este aspecto, atacó y refutó la teoría cuantitativa, negando la existencia de una relación causal entre cantidad de moneda circulante y nivel de precios, y aseverando que es este último el determinante de la moneda en circulación, y no a la viceversa.

Esta tesis se menciona en el Libro I de El Capital: La ley, en la que la cantidad de medios de circulación se determina por la suma de precios de la mercancía circulante y por la velocidad media del curso del dinero, puede también expresarse así: dada la suma de valor de las mercancías, y la velocidad media de su metamorfosis, la cantidad de dinero, o sea del material monetario en curso, depende de su propio valor. La ilusión de que el precio de las mercancías sea determinado a su vez por la masa de material monetario que se encuentra en un determinado país, hunde sus raíces y tiene sus primeros partidarios en la absurda hipótesis de que en el proceso de circulación entran mercancías sin precio y dinero sin valor, de manera que después una parte alícuota de la masa de mercancías se intercambiará con una parte alícuota del monto del metálico.
Esta hipótesis se retoma en la Crítica de la economía política. Supuesta la velocidad de la circulación, la masa de medios de circulación está simplemente determinada por los precios de las mercancías. Los precios no son altos o bajos porque circule más o menos dinero, sino que circula más o menos dinero porque los precios son altos o bajos.

El mismo concepto se expresa en la carta de Engels del 2 de abril de 1858: De la simple constatación de que la mercancía, como precio, es ya intercambiada idealmente con el dinero antes de ser cambiada realmente, resulta automáticamente la fundamental ley económica de que la masa del medio circulante está determinada por los precios y no al contrario. Si es la fijación de precios a un determinado nivel la que determina la necesidad y la cantidad de moneda circulante, y no al revés, en analogía con el pensamiento de Steuart, un eventual exceso de moneda respecto a las exigencias del cambio estaría destinado a ser tesaurizado, o sea desmonetizado, o en cualquier caso retirado de la circulación. En tal construcción no se considera el papel desarrollado por el crédito como medio de pago y financiación de los negocios. Incluso en tiempos de Marx, parte de los intercambios se desarrollaba total o preponderantemente a través de la concesión de crédito entre empresas y clientela final, y gran parte de los medios estaban constituidos por depósitos en el sistema bancario, y una parte de estos era a su vez creada por los bancos por medio del mecanismo de multiplicación de los depósitos.

El sistema crediticio se basa sobre todo en el préstamo a la puesta a disposición de sumas a favor de sujetos diferentes de quienes las han depositado, y estas sumas, en gran parte o en su totalidad, vuelven a entrar en el banco y facilitan la posibilidad de acordar nuevos créditos. Cierto es que se puede rechazar definir este proceso de creación de la nada o, según la frase de Marx, negar que tal proceso comporte la entrada en circulación de dinero sin valor.
Pero estas son solo palabras, mientras la realidad es que, por cómo funcionan las instituciones bancarias y financieras en el mundo capitalista, el crédito crea moneda y se añade y sustituye a la moneda y gran parte de los pagos se realiza a través de la llamada moneda contractual, que nadie ve ni toca sino que es tan solo imaginada, pues solo se finge su existencia.

La cuestión de si son los precios los que determinan el monto de la moneda circulante o lo contrario, es por todo esto no solo ociosa e inútil sino también equivocada. Aparte de las excepciones y las patologías, para las que pueden valer y son históricamente válidas incluso las hipótesis definidas como absurdas por Marx, la regla general es que, por así decirlo, lo normal en el funcionamiento del capitalismo es que comporte que sea el crédito el que determine las cuatro grandezas que componen la ecuación del intercambio.
El funcionamiento normal del sistema capitalista implica algo más que el que precios y cantidad de moneda circulante sean determinados contextualmente, unitariamente a las cantidades de bienes y servicios ofrecidos y a la velocidad de circulación de la moneda.

A su vez, el crédito, en cuanto a acumulación, modalidades y costes, depende de factores como las expectativas de beneficio de las empresas sobre todo y las previsiones sobre la marcha de la compra de bienes de consumo e inversiones.
Basadas en tales expectativas y previsiones, las empresas establecen sus objetivos en términos de cargas a aplicar sobre el coste de los factores productivos y de cantidad de bienes y servicios a producir y ofrecer en el mercado, precios a practicar y volumen de crédito a acordar y solicitar, con el fin de maximizar facturación y beneficios. Ante perspectivas no satisfactorias o negativas sobre la futura marcha del volumen de negocios, las expectativas sobre el beneficio, la ocupación y el rédito tienden a caer y con ellas la propensión al gasto tanto en bienes de consumo como en bienes de inversión. En tales condiciones, prevalece la incertidumbre sobre el futuro y la tendencia a no arriesgarse a través de la falta de liquidez.
También el crédito a las empresas y el del consumo tienden a disminuir, ya sea por una menor solicitud de créditos o por una mayor cautela por parte del sistema bancario en su concesión.
Siglos después de la publicación del tratado de Steuart, con la desaparición de la circulación de la moneda-mercancía y el uso del papel moneda de curso forzoso sin valor intrínseco, así como de moneda electrónica, todavía se debe observar la formación de trampas de liquidez, con la permanencia de una fuerte preferencia por la de alguna manera análoga al atesoramiento de monedas acuñadas con metales preciosos, no obstante las ingentes emisiones de dinero a bajo coste por parte de los bancos centrales.

El bitcoin, una innovación conservadora
El bitcoin se define como un criptovalor o una criptomoneda por el hecho de no consistir ni estar representado en un objeto concreto y tangible, y por tener naturaleza exclusivamente virtual. Es en realidad una moneda electrónica, que existe solo en los ordenadores de quien lo crea y detenta. Que se trata de una innovación revolucionaria desde el punto de vista tecnológico y formal es indiscutible. Por el contrario, es sumamente dudoso que pueda definirse como tal desde el punto de vista sustancial, o sea económico-financiero. A pesar del hecho de constituir una novedad y de cosechar juicios negativos por parte de los instrumentos y de los operadores tradicionales, en su primer periodo de existencia el bitcoin ha tenido un éxito formidable.

A mitad de diciembre de 2017 su valor unitario superó los 16.500 dólares, frente a un valor inferior a los mil dólares a comienzos de ese mismo año. Una semana después, el mismo valor alcanzaba los 20.000 dólares. Por efecto de la posterior aceleración de un crecimiento que ya podía definirse como un galope desbocado, la capitalización, o sea el valor total del bitcoin, superaba los 330.000 millones de dólares, colocándose en quinta posición entre las monedas mundiales, detrás del dólar, euro, yuan y yen.
A fin de cuentas, el bitcoin ha demostrado que no es otra cosa que un instrumento en línea con la versión más desenfrenadamente neoliberal del capitalismo moderno, casi liberticida, es decir, la ausencia de límites en la acaparación injustificada de riqueza. Se ha revelado como enormemente especulativo, aparte de ser fuente de nueva inestabilidad irracional, añadida a la consolidada típica de cualquier forma de capitalismo o turbo-capitalismo. Como tal, es también causa de relevantes e injustificadas transferencias y concentraciones de riqueza, en perjuicio de todos los que no están interesados en su gestión ni gratificados por su revaluación.
No resulta raro que el hecho de que este tipo de moneda virtual no necesite intermediarios ni reguladores para su creación, difusión y circulación sea visto como elemento apto para conferirle una connotación positiva incluso desde el punto de vista socioeconómico.

Incluso con tal característica, parece totalmente injustificado, como se ha hecho y se continúa haciendo, considerar esta nueva forma monetaria un instrumento liberador de poderes políticos y financieros subordinados, o exaltar una presunta naturaleza intrínsecamente libertaria. Hay que tener presente, a propósito de ello, que el éxito de las monedas virtuales depende mucho del exceso de liquidez y del bajo rendimiento de las inversiones financieras debido a las políticas monetarias ultra-expansivas de los principales bancos centrales. Se valora positivamente el hecho de que para establecer el valor de las criptomonedas sirva solo la oferta y la demanda en vez de la acción de los bancos centrales, bancos de negocio e instituciones financieras internacionales, y que el bitcoin tenga un valor solo porque quienes utilizan el sistema están de acuerdo en que lo tenga. Por otro lado, esto no es del todo cierto, puesto que desde diciembre de 2017 el bitcoin cotiza en dos bolsas de valores de Chicago, el CBOE y el CME, convirtiéndose de hecho en un instrumento regulado, contratado también en los mercados de futuro, o sea, en los denominados derivados.

Hay que considerar también que, precisamente porque el valor de la moneda digital en términos normales está determinado por la oferta y la demanda, o sea, por cuanto se esté dispuesto a pagarla, el mercado del bitcoin es extremadamente volátil e impredecible.
De hecho, el bitcoin es en cualquier caso una moneda y, específicamente, un bien intangible cuya utilidad práctica consiste únicamente en la posibilidad de servir como unidad de cuenta en las operaciones de compraventa y préstamo. No se puede identificar ningún motivo en la marcha financiera mundial que justifique la revaluación de tal instrumento monetario al nivel de casi el dos mil por ciento en menos de un año.
Es verosímil que el ascenso a la aparición irresistible de los valores virtuales sea atribuido en primer lugar a su popularidad, como respuesta a un sentimiento de revuelta y rechazo hacia los instrumentos tradicionales y las instituciones tanto públicas como privadas que los controlan.

Por otra parte, las mismas dimensiones del fenómeno y las fuertes oscilaciones del valor imponen considerarlo como una burbuja y reconocer su naturaleza eminentemente especulativa.
Ya por sí, el hecho de que se deba comprar o vender una moneda de cuenta carente de consistencia material aparece, como poco, discutible. Por otro lado, tal tipo de bien, cuyo valor depende exclusivamente de la ley de la oferta y la demanda, puede tener una enorme subida en el momento en que esta ley salga de la racionalidad, como sucede a menudo en toda época. La registrada por el bitcoin ha tenido lugar cuando una parte consistente de quienes lo utilizan, tanto para compraventas como para créditos, ha preferido mantenerlo como reserva de valor o depósito de riqueza, a la espera de un aumento de su valor.
Esta aspiración al enriquecimiento por el mero paso del tiempo, sin ningún esfuerzo productivo, comercial o financiero que lo justifique, ha comportado su mutación a gran escala en un instrumento de fuerte carácter especulativo.

Mientras redactábamos este artículo, el bitcoin ha registrado una pérdida del cuarenta por ciento en dos días, descendiendo a los 11.159 dólares, para después subir en las jornadas sucesivas, manteniéndose todavía al alza con respecto a los máximos alcanzados anteriormente.
Con el habitual gusto por el sensacionalismo, los medios de comunicación han subrayado que su caída comportaría un descenso de la capitalización global de 330.000 a 200.000 millones de dólares. En ese sentido, hay que destacar que la volatilización de 130.000 millones de dólares, incluso siendo virtuales, ha representado una pérdida efectiva e importante para cuantos la han sufrido, muchos de ellos seguramente no clasificables como inversores profesionales o capitalistas.
Que se tratase y se trate de una burguesía, no había necesidad de ese desequilibrio para darse cuenta, y el mismo incremento fortísimo del valor que le ha precedido inmediatamente ha parecido un síntoma infausto para algunos. Más allá de las voces de información privilegiada de la aparición de monedas virtuales concurrentes y de dificultades técnicas en la gestión de las órdenes de compraventa, puede ser que incluso la última sacudida haya sido un factor desencadenante del desequilibrio de la moneda virtual. Podría suceder que los últimos que la adquirieron hayan querido obtener fuertes beneficios en un tiempo breve, no pensando en la caída de un precio unitario tan elevado o en un posterior aumento.

Francesco Mancini

J. Caro

Publicado en Tierra y libertad núm.358 (mayo de 2018)

Un pensamiento sobre “El huevo, la gallina y la teoría cuantitativa de la moneda”

Deja un comentario