La original visión dialéctica de Proudhon

«Sin contrarios, no hay progreso; atracción y repulsión, razón y energía, amor y odio, son igualmente necesarios a la existencia humana».
William Blake
«Como la mayoría de los anarquistas, Proudhon vivió más para la lucha que para la victoria.»
George Woodcock

Voy a comentar en primer lugar, sin entrar demasiado en detalles, algo de los antecedentes del enfrentamiento entre Marx y Proudhon (de sus visiones filosóficas y sociopolíticas, que es lo que verdaderamente interesa), el cual puede considerarse el punto de partida de lo que sería posteriormente una escisión en la Primera Internacional de Trabajadores. El primer encuentro entre Marx y Proudhon se produjo en París en 1844, el alemán tenía 25 años y el francés 35 y, a partir de entonces, parece ser que los encuentros fueron frecuentes durante, al menos, un año. Marx declararía en alguna ocasión, con cierta suficiencia, que si Proudhon conoció el hegelianismo fue gracias a él y, aunque ello sea cierto, poco importa para conocer lo valioso del pensamiento de uno o de otro. Tanto Marx, como posteriores intérpretes de su doctrina (algo adoradores ciegos de la fortaleza teórica del alemán), hablarán con desdén de los intentos de Proudhon por partir de la dialéctica para elaborar un discurso filosófico propio (a mi modo de ver las cosas, lo consiguió). No habría que hacer, en primer lugar y para recuperar de manera limpia y honesta el pensamiento de determinados autores, excesivo caso a unas críticas marxistas que parecen algo frívolas, muy parciales, reiterativas y, además, a las que la historia va colocando en su sitio. Parece ser que Proudhon, en la línea de la labor que haría posteriormente Bakunin, habia advertido a Marx sobre el dogmatismo y la intolerancia de sus postulados, lo que supondría una declaración de enemistad por parte del alemán. Además, Proudhon elaboraría una obra, Filosofía de la miseria (también conocida como Sistema de las contradicciones económicas), en la que tal vez se puede notar la influencia de Hegel y de Marx, pero con una asimilación libre de su pensamiento y estableciendo un discurso propio. Era tal vez demasiada independencia para el alemán, que no tardaría en escribir su respuesta, La miseria de la filosofía, a la que también puede llamarse el anti-proudhon, en la que trata de demostrar que poco había entendido o quedado de la dialéctica en el francés. Insisto, las críticas de Marx, por muy brillante que fuera este hombre, pierden fuelle ante su partidismo y dogmatismo; así lo dejan ver calificaciones, totalmente inapropiadas, a Proudhon de «utopista» o de «pequeño burgués», algo por otra parte habitual en Marx y en algunos marxistas, etiquetar a todo el que ose contradecirles. Cuando Proudhon se encuentra con Marx, no es ya un joven, habrá tenido múltiples influencias, como la del socialista utópico Fourier (es una pena, por otra parte, que no le influyera más en cuestiones de moral sexual), gran amante de la dialéctica, y puede decirse que poseía el autor de ¿Qué es la propiedad? sus propias ideas, su propia concepción de la dialéctica. Partiendo de la lógica de Hegel (al que se opondrá posteriormente), elabora lo que se atreverá a denominar, ya como un filósofo con personalidad propia, teoría o dialéctica serial. Proudhon rechazó la dialéctica, la metafísica y las fórmulas de Hegel, consideró que el filósofo alemán se anticipaba a los hechos, en lugar de esperar a que aparecieran, y rechazó su tentativa de construir el mundo de las realidades partiendo de las fórmulas de la razón. No existe solución única, como tampoco es posible buscar un cálculo científico. Frente a lo que consideró un pensamiento monolítico y dogmático, Proudhon apostó por la pluralidad, por un equiibrio de fuerzas antagónicas, sin que haya ningún principio superior que las sintetice y negándose a aceptar el «absolutismo» de ningún elemento (también en el terreno social). El acercamiento a la verdad se produciría gracias al equilibrio, a una permanente tensión y contradicción.

Proudhon conoció el pensamiento de Kant, con anterioridad al de Hegel y es posible que con mayor facilidad. No obstante, reprochará al alemán el haber deseado «construir» después de «destruir», el haber continuado dirigiendo su pensamiento (en la razón práctica) hacia el Absoluto, contrapartida para el de Besançon de la afirmación de la conciencia y de la libertad. Como buen anarquista (aunque él nunca se calificara como tal, estamos hablando del primer pensador que le dio un sentido positivo a la anarquía), Proudhon poseía cierto rechazo a toda sistematización y a toda ontología, afirmando que su labor era tratar de señalar la ruta para la humanidad, la cual decidiría solo al final el sistema a adoptar. Es por eso que la influencia recibida por la filosofía trascendental kantiana pudiera ser de orden muy general y, en gran parte, negativa. Su rechazo a un sistema filosófico, legitimado según él en la obra de los grandes pensadores que le precedieron (Fichte, Schelling, Hegel…), le llevó a la reflexión continua sobre los datos de la experiencia general y del vivir diario en sociedad, a considerar que la actividad filosófica realiza continuamente una llamada «síntesis de la experiencia». Mantenía, además, que la práctica debía ir por delante de cualquier especulación y, como ejemplo de ello, consideró que la moral existía por sí misma sin que se derivara de ningún dogma ni de ninguna teoría. Se ha insistido, el mismo Marx así lo dijo en alguna ocasión, de nuevo con cierto desprecio e ironía, en que la dialéctica de Proudhon tiene su origen en la noción de «antinomia», por lo que se menciona aquí la supuesta influencia de Kant. Para empezar, Proudhon llevará su análisis al terreno social, mientras que Kant refería sus antinomias a la razón, y es posible que la similitud no vaya más allá de lo terminológico. Si para el alemán las antinomias no son más que un resultado negativo, un obstáculo con el que acaba tropezando la razón, para el francés en cambio son las leyes del pensamiento en movimiento, y le acompañan durante todo el trayecto modelándole y otorgándole un método. En Proudhon, la antinomia es inherente a la naturaleza, a la realidad física y a la realidad social. En Kant, el concepto de antinomia sólo es una parte de su teoría del conocimiento, en el cual las ideas trascendentales presentarían ese conflicto antagónico entre tesis y antítesis. Para Proudhon, la antinomia forma parte de su visión del universo, una visión que se remonta a los sabios antiguos en la que nada permanece, todo cambia y todo corre y, en consecuencia, todo es oposición y equilibrio. El antagonismo y la antinomía se producen por todas partes y la posición más cercana a la verdad estaría, para Proudhon, tanto en el equilibrio (concebido perfectamente por la razón) como en el conjunto (inabarcable para el hombre). La oposición forma parte de todos los elementos, de todas las fuerzas que constituyen la sociedad y solo el hombre podrá comprenderlas y gobernarlas, gracias a su razón, buscando así el equilibrio. No se puede meter a Proudhon dentro de la escuela de los sofistas (tal y como también afirmara Marx), los cuáles sostenían tantas veces una cosa y su contraria, y está más bien en la línea del presocrático Heráclito al tener una concepción agonística  del universo y de la sociedad. No deberíamos buscar simpleza y rectitud (susceptibles para Proudhon de caer en lo cándido o en lo absurdo) en la constitución del mundo, de la sociedad o del hombre, de lo moral o de lo físico, ya que todo ello está compuesto de una pluralidad de elementos irreductibles y de fuerzas antagónicas. Un eclecticismo (concepto objeto de muchas polémicas con la ortodoxia marxista) con personalidad propia, nada complaciente y capaz de ir a por todas en la solución integradora, es una buena definición también, en mi opinión, para la propuesta de Proudhon.

Para Marx, igual que para Hegel, el movimiento dialéctico se caracteriza por el enfrentamiento de dos elementos contradictorios (tesis y antítesis) hasta su fusión en una categoría nueva (síntesis). Para Proudhon, no habrá tres elementos sino únicamente dos, que se mantienen una junto a otro de principio a fin. No hay un final sintetizador, sino equilibrio, una especie de antinomia persistente. Numerosos marxistas acusarán a Proudhon de renuncia o impotencia para resolver los antagonismos sociales. Nada más lejos de la realidad. El autor del Sistema de contradicciones económicas desconfía de la perfección, pero no renuncia en absoluto al progreso, su dialéctica no es estéril ni inmovilista, se alimenta de un empirismo en permanente renovación. Es más, el auténtico progreso (o ascenso) se encontraría en un constante flujo y reflujo. La guerra o polémica sería una de las principales categorías de la razón humana, tanto especulativa como práctica, y de la dinámica social. La paz se establece en la permanencia del antagonismo, no en la destrucción recíproca sino en la conciliación ordenadora y en el perfeccionamiento sin fin. Los términos derivados de esta conciliación son justicia, igualdad, equilibrio o armonía y en todos ellos están unidos lo real y lo ideal. Proudhon concibió la vida como lucha, tanto en el plano biológico como social, y del equilibrio de ese constante enfrentamiento surge el progreso y la continuidad de la vida. Es curioso, que esta visión parezca a priori tan diferente a la que desarrollaría posteriormente Kropotkin, con su teoría del «apoyo mutuo» como factor determinante de progreso; aunque sea meterse en un terreno delicado, diré que no me parecen ambas visiones incompatibles y podríamos hablar de un razonable equilibrio proudhoniano entre reciprocidad (o solidaridad) y competitividad (que no podría ser nunca destructora).  Ricardo Mella, reconocedor del genio de Proudhon, afirmaría «…todo, hechos, sucesos, sentimientos, ideas, aparece como si tuviera dos caras, dos términos opuestos e irreductibles. Pudiera decirse que el principio de contradicción es la esencia de la vida misma». Oposición entre orden y progreso, entre socialización e individualismo, entre propiedad colectiva y propiedad individual, todos esos opuestos forman parte de la sociedad, hay que buscar su armonía, regularlos en aras de la justicia y potenciar los componentes buenos para refrenar los malos. La propuesta de Proudhon es un equilibrio en la diversidad, continuamente inestable, susceptible de ser perfeccionado. En lo social, los elementos que en estado puro serían nocivos, gracias a la unión con su contrario, y a la corrección consecuente, mantienen el movimiento de la vida; el equilibrio recibirá el nombre de justicia. Sin embargo, la justicia no será solo el resultado del equilibrio, sino también el principio que asegura su realización (algo, tal vez oscuro en la obra de Proudhon y que remite de alguna manera a cierto principio trascendente). Donde se aparta también de Hegel y de Marx es en la elaboración de toda una teoría de la libertad, como fuerza de la colectividad soberana, y de la justicia, como ley; se niega a aceptar, en definitiva, un seudoprogreso que no es más que un proceso determinista y apuesta por el libre albedrío. Frente a una síntesis que mecaniza el proceso y que inhibe la iniciativa humana, Proudhon confía en el acto creador. Diego Abad de Santillán escribiría que el filósofo de Besançon deseaba la «revolución permanente» (concepto que irá más allá de su significado marxista y trotskista) en ese afán por un progreso constante y por una justicia siempre presente. Por supuesto, no todo está diáfano en la teoría de Proudhon, su propuesta conciliadora parece tender a la síntesis en algunas lecturas y hacia la dificultad en otras, no resulta fácil resolver los conflictos sin suprimir la tensión entre opuestos, y su negación de toda trascendencia en su movimiento dialéctico no casa del todo bien con la asignación al proceso de una norma y de un fin. No obstante, las fisuras que puede haber en todo gran pensador no debe conducirnos al desdén, máxime cuando se trata Proudhon de alguien que apostó por el progreso sin caer en la ilusión del devenir ni de la inmanencia.

No olvidemos que hablamos de un pensador anarquista, que su proceso dialéctico, llevado al terreno sociopolítico, quiso conducir a la negación del Estado, por lo que dedicaré unas breves líneas a su teoría al respecto. Para el de Besançon, las injusticias políticas y sociales serán consecuencia de la falta de equilibrio entre las fuerzas opuestas. Dos de ellas, antagónicas e irreductibles, son la autoridad y la libertad, la predominancia de cualquiera de ellas producirá el mayor de los males. El Estado, al concentrar la autoridad y subordinar la libertad, es un evidente generador de desequilibrio. La alternativa es, pues, un equilibrio organizativo producto de la puesta en práctica de intercambios y de mutuos compromisos, algo que puede llamarse justicia recíproca. Tanto el federalismo, a nivel político, como el mutualismo, en lo económico, constituyen propuestas proudhonianas que niegan la resolución de los conflictos en una instancia superior (una síntesis, un absoluto), pero garantizan una unidad social organizada de abajo arriba en la que la libertad es producto también de la asociación. Es el camino que conduce a la autogestión social, política y económica. Dentro de la asociación, también se produce una tensión entre opuestos, entre el individuo y la colectividad, sin que ninguno de ellos pueda verse anulado ni como un absoluto. Mella reconoció esta antinomia como punto de partida y parte primordial del ideal libertario, consideró el individualismo como «una fuerza disolvente y dispersa» y el socialismo o societarismo, su opuesto, como «una fuerza conglomerada y conservadora». Ante los dos extremos, la imposibilidad de la vida fuera de la sociedad y de la anulación de la individualidad en el seno del grupo, la única respuesta es el pacto libre entre iguales que Mella diría que resuelve la antinomia; puede decirse, al menos, que mantiene la tensión y el equilibrio. En este año 2009, en que se cumple el segundo centenario del nacimiento de Proudhon, es de esperar que otros aspectos de su pensamiento se recojan en diferentes reconocimientos, el objeto de este artículo consistía en tratar de indagar en su visión dialéctica. Las ideas libertarias tienen, afortunadamente, un nuevo auge y se pone el foco continuamente en sus apasionantes pensadores, tan apartados de mesianismos y de dogmatismos, y tan preocupados al mismo tiempo por cuestiones primordiales para la humanidad.

José María Fernández. Paniagua

Artículo publicado en el periódico anarquista Tierra y libertad núm.249 (Abril de 2009)

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