Como consecuencia de la toma dictatorial del poder por parte de los bolcheviques (Partido Comunista) en la Revolución rusa de 1917 y la consiguiente represión sobre los anarquistas, en 1926 el grupo “Dielo Truda”, formado por anarquistas rusos exiliados en París, hace balance de los errores cometidos por el movimiento libertario, incidiendo en su falta de vertebración, y lanza un proyecto de organización y funcionamiento, la llamada Plataforma de Archinov (por el nombre de uno de sus principales militantes). El proyecto es criticado por la mayoría de anarquistas del mundo por lo que representa de abandono de las prácticas libertarias. Entre las muchas críticas, hemos escogido para su publicación la Respuesta de Errico Malatesta por englobar y resumir todas las demás. Ambas traducciones han sido hechas ex profeso para la revista Germinal. Revista de Estudios Libertarios.
PLATAFORMA DE ORGANIZACIÓN DE LA UNIÓN GENERAL DE ANARQUISTAS (PROYECTO)
Introducción
Es muy significativo que, a pesar de la fuerza y el carácter indudablemente positivo de las ideas libertarias, de la pureza y de la integridad de las posiciones anarquistas frente a la revolución social y, por último, del heroísmo y los innumerables sacrificios aportados por los anarquistas en la lucha por el comunismo libertario, el movimiento anarquista haya seguido siendo débil, y haya figurado, la mayor parte de las veces, en la historia de las luchas de la clase obrera como un pequeño suceso, como un episodio, y no como un factor importante.
Esta contradicción entre el fondo positivo e innegable de las ideas libertarias y el miserable estado en que vegeta el movimiento anarquista encuentra su explicación en un conjunto de causas entre las que es la más importante la ausencia de principios y de prácticas organizativas en el mundo anarquista.
En todos los países, el movimiento anarquista está representado por algunas organizaciones locales que preconizan una teoría y una táctica contradictorias, sin perspectivas de futuro ni de continuidad en la actividad militante, que desaparecen frecuentemente sin dejar la menor huella.
Tal estado del anarquismo revolucionario, si lo analizamos en su conjunto, no puede calificarse más que como una «desorganización general crónica».
Como la fiebre amarilla, esta enfermedad de la desorganización se introduce en el organismo del movimiento anarquista y lo azota desde hace decenas de años.
Es indudable que esta desorganización tiene su origen en algunos defectos de orden teórico, especialmente en la falsa interpretación del principio del individualismo en el anarquismo. Este principio se ha confundido demasiado a menudo con la ausencia de responsabilidad. Los aficionados a afirmar su «yo» únicamente para su disfrute personal se centran, con obstinación, en el estado caótico del movimiento anarquista y se refieren, para defenderlo, a los principios inmutables del anarquismo y sus maestros.
Pero los principios inmutables y los maestros demuestran justamente lo contrario.
La dispersión es la ruina. La unión estrecha es el motor de la vida y del desarrollo. Esta ley de la lucha social se aplica tanto a las clases como a los partidos.
El anarquismo no es una hermosa fantasía, ni una idea abstracta de filosofía; es un movimiento social de las masas trabajadoras. Por eso hay que reunir las fuerzas en una organización general en constante actuación, como lo exigen la realidad y la estrategia de la lucha de clases.
«Estamos convencidos, dice Kropotkin, de que la formación de un partido anarquista en Rusia, lejos de ser perjudicial para la obra revolucionaria común, es por el contrario deseable y útil al máximo» (prefacio a La Comuna de París de Bakunin, edición de 1892).
Bakunin no se opuso jamás a la idea de una organización anarquista general. Al contrario, sus aspiraciones en lo relativo a la organización así como su actividad en la Primera Internacional nos permiten ver en él a un partidario activo, precisamente, de tal organización.
En general todos los militantes activos del anarquismo combatieron toda acción aislada y pensaron en un movimiento anarquista constituido por la unidad de fines y de medios.
La necesidad de una organización general se hizo sentir más imperiosamente durante la Revolución rusa de 1917. En ella, el movimiento libertario manifestó el más alto grado de desmembramiento y confusión. La ausencia de una organización general llevó a muchos militantes activos del anarquismo a las filas bolcheviques. A ello se debe que muchos militantes permanezcan actualmente en estado de pasividad, impidiendo toda aplicación de sus fuerzas, a menudo de gran importancia.
Tenemos una necesidad vital de organización que, incluyendo a la mayoría de los participantes en el movimiento anarquista, establezca una línea general táctica y política que sirva de guía a todo el movimiento.
Es tiempo de que el anarquismo salga del marasmo de la desorganización, que ponga fin a las interminables vacilaciones ante las cuestiones teóricas y tácticas más importantes, y que tome con resolución el camino de unos objetivos claramente concebidos, llevando una práctica colectiva organizada.
Sin embargo, no basta con constatar la necesidad vital de esa organización; es necesario, además, establecer el método para su creación.
Consideramos teórica y prácticamente inadecuada la idea de crear una organización según el modelo de la «síntesis», es decir, reuniendo a los representantes de las diferentes tendencias del anarquismo. Una organización así, que haya incorporado elementos teórica y prácticamente heterogéneos no será sino un ensamblaje mecánico de individuos que conciben de maneras diferentes todas las cuestiones del movimiento anarquista, el cual se descompondría infaliblemente a la primera de cambio.
El método anarcosindicalista no resuelve el problema de la organización del anarquismo porque no da prioridad a ese problema, interesándose únicamente por su penetración y fortalecimiento en los medios obreros.
Sin embargo, no se pueden hacer muchas cosas en ese medio si no se posee una organización anarquista general.
El único método que lleva a la solución del problema de la organización general es, en nuestra opinión, agrupar a los militantes activos del anarquismo sobre la base de posiciones precisas -teóricas, tácticas y organizativas-, es decir, sobre la base de un programa homogéneo.
La elaboración de ese programa es una de las principales tareas que impone a los anarquistas la lucha social de los últimos años. A ella consagra una buena parte de sus esfuerzos el grupo de anarquistas rusos.
La Plataforma de Organización aquí publicada representa las grandes líneas, el armazón del programa.
Deberá servir como primer paso hacia la unión de fuerzas libertarias en una sola colectividad revolucionaria activa, capaz de actuar: la Unión General de Anarquistas.
No nos hacemos ilusiones. Sin duda la Plataforma tiene, como cualquier proceso nuevo, una cierta importancia. Puede que se hayan omitido algunas posturas esenciales, o que otras no estén suficientemente tratadas, o que, por el contrario, otras estén excesivamente detalladas o repetidas. Todo ello puede ocurrir. Pero eso no es lo más importante. Lo que importa es establecer los fundamentos de una organización general, y ese es el objetivo logrado, al nivel necesario, por la Plataforma.
Corresponde a la colectividad entera -la Unión General de Anarquistas- ampliar, profundizar y más tarde realizar un programa definitivo para todo el movimiento anarquista.
Prevemos también que muchos representantes del llamado individualismo y del anarquismo caótico nos atacarán rabiosamente, y nos acusarán de haber ofendido los principios anarquistas.
No obstante, sabemos que los elementos individualistas y caóticos incluyen, bajo el epígrafe «principios libertarios», el «me da igual», la negligencia y la ausencia de toda responsabilidad, que causaron heridas casi incurables a nuestro movimiento, contra las que luchamos con todas nuestras fuerzas y toda nuestra pasión. Por eso podemos ignorar con toda tranquilidad los ataques procedentes de ese sector.
Basamos nuestras esperanzas en otros militantes: en los que, fieles al anarquismo, han vivido y sufrido la tragedia del movimiento anarquista, buscando dolorosamente una salida.
Y basamos también nuestras esperanzas en la juventud libertaria que, nacida bajo el aliento de la Revolución Rusa y centrada desde el principio en el círculo de las realidades concretas, exigirá la realización de los principios organizativos y constructivos del anarquismo.
Invitamos a todas las organizaciones anarquistas rusas dispersas en los diversos países del mundo, así como a los militantes aislados, a unirse en una sola colectividad revolucionaria sobre la base de una plataforma común de organización.
¡Que la Plataforma sirva de consigna revolucionaria y de punto de encuentro para todos los militantes del movimiento anarquista ruso!
¡Que pueda establecer los fundamentos de la Unión General de Anarquistas!
¡Viva la revolución social de los trabajadores del mundo!
París, 20 de junio de 1926
Grupo Dielo Truda
Parte general
2. La lucha de clases, su papel y su sentido
No hay una humanidad única. Hay una humanidad de clases: esclavos y amos.
Igual que las que la han precedido, la sociedad capitalista y burguesa de nuestro tiempo no es una. Está dividida en dos campos muy distintos, que se diferencian socialmente por su situación y su función: el proletariado (en el sentido propio del término) y la burguesía.
La suerte del proletariado es, desde hace siglos, llevar el peso de un trabajo físico penoso cuyos frutos no recibe él sino una clase privilegiada que detenta la propiedad, la autoridad y los productos de la cultura (ciencia, instrucción, etc.): la burguesía. La servidumbre social y la explotación de las masas trabajadoras constituyen la base sobre la que reposa la sociedad moderna, sin la que ésta no podría existir.
Este hecho engendra una lucha de clases secular, que adquiere tan pronto carácter violento como insensible y lento, pero siempre dirigida a la transformación de la sociedad actual en una sociedad que responda a las necesidades y concepción de la justicia de los trabajadores.
Toda la historia humana representa en lo social una cadena ininterrumpida de luchas de las masas trabajadoras en pro de sus derechos, su libertad y una vida mejor. Esta lucha de clases fue siempre el principal factor determinante de la forma y estructura de las sociedades.
El régimen social y político de un país es ante todo producto de la lucha de clases. La estructura de una sociedad cualquiera nos muestra el estado en que se detuvo y en el que se encuentra la lucha de clases. El menor cambio en el desarrollo de la batalla de las clases en la situación mutua de fuerzas de clase en lucha produce incesantemente modificaciones en los entramados y estructuras de la sociedad.
Ese es el alcance general y universal, y el sentido de la lucha de clases en la vida de las sociedades de clases.
2. La necesidad de una revolución social violenta
El principio de servidumbre y explotación de las masas por la violencia constituye la base de la sociedad moderna. Todas las manifestaciones de su existencia -la economía, la política, las relaciones sociales- descansan sobre la violencia de clase, cuyos órganos son la autoridad, la policía, el ejército, los tribunales. Todo en esta sociedad -cada empresa aislada igual que todo el sistema estatal- no es sino el bastión del capitalismo, que vigila constantemente a los trabajadores y tiene siempre preparadas las fuerzas destinadas a reprimir todo movimiento de los trabajadores que pueda amenazar los fundamentos o la tranquilidad de la sociedad actual.
Al mismo tiempo, el sistema de esta sociedad mantiene deliberadamente a las masas trabajadoras en un estado de ignorancia y de parálisis mental: impide por la fuerza la elevación de su nivel moral e intelectual para tener la razón con más facilidad.
Los progresos de la sociedad moderna, la evolución técnica del capital y el perfeccionamiento de su sistema político fortalecen el poder de las clases dominantes y dificultan más la lucha contra ellos, haciendo que se retrase el momento decisivo de la emancipación del trabajo.
El análisis de la sociedad moderna nos lleva a la conclusión de que sólo existe la vía de la revolución social violenta para transformar la sociedad capitalista en una sociedad de trabajadores libres.
3. El anarquismo y el comunismo libertario
La lucha de clases creada por la esclavitud de los trabajadores y sus aspiraciones a la libertad hizo nacer en los medios de los oprimidos la idea del anarquismo: la idea de la negación completa del sistema social basado en los principios de clases y del Estado, y su sustitución por una sociedad libre y sin Estado gestionada por los propios trabajadores.
El anarquismo no nació, pues, de las reflexiones abstractas de un sabio o de un filósofo, sino de la lucha directa de los trabajadores contra el capital, de las necesidades de éstos, de sus aspiraciones de libertad e igualdad, aspiraciones que se hacen especialmente intensas en las mejores épocas heroicas de la vida y de la lucha de las masas trabajadoras.
Los pensadores eminentes del anarquismo, Bakunin, Kropotkin y otros, no crearon la idea del anarquismo sino que, habiéndola encontrado en las masas, simplemente ayudaron, con la fuerza de su pensamiento y de sus conocimientos, a precisarla y a difundirla.
El anarquismo no es resultado de obras personales ni objeto de búsquedas individuales.
Del mismo modo, el anarquismo no es en absoluto producto de aspiraciones humanitarias. La humanidad «una» no existe. Todo intento de hacer del anarquismo atributo de toda la humanidad tal y como existe actualmente, de atribuirle un carácter generalmente humanitario, sería una mentira histórica y social que desembocaría irresolublemente en la justificación del orden actual y de una nueva explotación.
El anarquismo es generalmente humanitario sólo en el sentido de que los ideales de las masas trabajadoras tienden a hacer sana la vida de todos los hombres, y de que la suerte de la humanidad actual o del futuro está ligada a la del trabajo sojuzgado. Si las masas trabajadoras triunfan, toda la humanidad renacerá. Si no vencen, la violencia, la explotación, la esclavitud y la opresión reinarán como antaño en el mundo…
El nacimiento, desarrollo y realización de los ideales anarquistas tienen sus raíces en la vida y en la lucha de las masas trabajadoras y están inseparablemente ligados a la suerte de estas últimas.
El anarquismo aspira a transformar la actual sociedad burguesa y capitalista en una sociedad que asegure a los trabajadores el producto de su trabajo, la libertad, la independencia, la igualdad social y política. Esta otra sociedad será la del comunismo libertario. En él encuentran su plenitud la solidaridad social y la individualidad libre, y el desarrollo de éstas en perfecta armonía.
El comunismo libertario considera que el único creador de los valores sociales es el trabajo, físico e intelectual, y en consecuencia sólo el trabajo puede dirigir la vida económica y social. Por eso no justifica ni admite de ningún modo la existencia de las clases no trabajadoras.
En tanto que estas clases subsistan al mismo tiempo que el comunismo libertario, éste no reconocerá deberes para con ellas. Hasta que las clases no trabajadoras no se hagan productivas y quieran vivir en la sociedad comunista en las mismas condiciones que las demás, no tendrán un puesto similar a los demás, es decir, a los miembros libres de la sociedad que disfrutan de los mismos derechos y tienen los mismos deberes.
El comunismo libertario aspira a la supresión de toda explotación y toda violencia, tanto contra el individuo como contra las masas. Con ese fin establece una base económica y social que unifica armónicamente toda la vida económica y social del país, asegura al individuo una situación igual a los demás y aporta a cada uno el máximo bienestar. Esta base es la puesta en común, bajo la forma de la socialización, de todos los medios e instrumentos de producción (industria, transportes, tierra, materias primas, etc.) y la edificación de organismos económicos sobre el principio de la igualdad y la autoadministración de las clases trabajadoras.
En los límites de esta sociedad autogestionada de trabajadores, el comunismo libertario establece el principio de la igualdad del valor y derechos del individuo (no del individualismo «en general», ni del «individualismo místico» o del concepto de individualismo, sino del individuo concreto).
De este principio de la igualdad, así como del que el valor del trabajo realizado por cada individuo no se puede medir, se desprende el principio económico, social y jurídico fundamental del comunismo libertario: «De cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades».
4. La negación de la democracia
La democracia es una de las formas de la sociedad capitalista y burguesa.
La base de la democracia es el sostenimiento de las dos clases antagonistas de la sociedad moderna: la del trabajo y la del capital, y su colaboración en el fundamento de la propiedad capitalista privada. La expresión de esta colaboración es el parlamento y el gobierno nacional representativo.
Formalmente, la democracia proclama la libertad de expresión, de prensa y de asociación, así como la igualdad de todos ante la ley.
En realidad, todas esas libertades tienen un carácter muy relativo: se toleran mientras no afecten a los intereses de la clase dominante, la burguesía.
La democracia mantiene intacto el principio de la propiedad capitalista privada. Por ella, permite a la burguesía el derecho de tener en sus manos toda la economía del país, toda la prensa, la enseñanza, la ciencia, el arte, lo que la hace dueña absoluta de todo el país. Al tener el monopolio de la vida económica, puede establecer su ilimitado poder también en el terreno político. En efecto, el gobierno representativo y el parlamento no son más que órganos ejecutivos de la burguesía en las democracias.
Por lo tanto, la democracia es sólo uno de los aspectos de la dictadura burguesa, oculta bajo fórmulas engañosas de libertades políticas y de garantías democráticas ficticias.
5. La negación de la autoridad
Los ideólogos de la burguesía definen el Estado como el órgano regulador de las complejas relaciones políticas civiles y sociales entre los hombres en el seno de la sociedad moderna, protegiendo el orden y las leyes de ésta. Los anarquistas están de acuerdo con esa definición, pero la completan afirmando que mediante ese orden y esas leyes se produce el sojuzgamiento de la gran mayoría del pueblo por una minoría insignificante, y que para eso precisamente sirve el Estado.
El Estado es, simultáneamente, la violencia organizada de la burguesía contra los trabajadores y el sistema de sus órganos ejecutivos.
Los socialistas de izquierdas y, en particular, los bolcheviques consideran también a la autoridad y al Estado burgués servidores del capital. Pero creen que la autoridad y el Estado pueden convertirse, en las manos de los partidos socialistas, en un poderoso medio en la lucha por la emancipación del proletariado. Por eso están a favor de una autoridad socialista y de un Estado proletario. Unos quieren la conquista del poder por medios pacíficos, parlamentarios (los socialdemócratas); los otros por la vía revolucionaria (los bolcheviques, los socialistas revolucionarios de izquierda).
El anarquismo considera esas dos tesis profundamente erróneas, nefastas para la obra de la emancipación del trabajo.
La autoridad está siempre ligada a la explotación y el sometimiento de las masas populares. Nace de esa explotación: la autoridad sin violencia y sin explotación pierde su razón de ser.
El Estado y la autoridad arrebatan a las masas su iniciativa, matan el espíritu creativo, cultivan en ellas la psicología servil de la sumisión, de la espera, de la esperanza de subir los escalones sociales, de la confianza ciega, de la ilusión de compartir la autoridad. La emancipación de los trabajadores sólo es posible en el proceso de la lucha revolucionaria directa de las masas trabajadoras y de sus organizaciones de clase contra el sistema capitalista.
La conquista del poder por los partidos socialdemócratas, por los medios parlamentarios, en las condiciones del orden actual, no hará avanzar ni un solo paso la emancipación del trabajo, por la sencilla razón de que el poder real seguirá en manos de los burgueses, que controlarán toda la economía y la política del país. El papel de la autoridad socialista se reducirá, en ese caso, a las reformas, a la mejora de ese mismo régimen burgués (ejemplos: Mac Donald, los partidos socialdemócratas de Alemania, Suecia y Bélgica llegados al poder en la sociedad capitalista).
La toma del poder con la ayuda de un cambio social y de la organización de un «Estado proletario» no puede ya servir a la causa de la auténtica emancipación del trabajo.
El Estado, creado en primer lugar para la defensa de la revolución, termina finalmente estragado por las necesidades y características propias de sí mismo, convirtiéndose en el objetivo de castas específicas privilegiadas en las que se apoya: somete por la fuerza a las masas a sus necesidades y a las de esas castas privilegiadas, restableciendo así el fundamento de la autoridad y del Estado capitalistas: el sometimiento y la explotación habituales de las masas por la violencia.
6. El papel de las masas y de los anarquistas en la lucha social y en la revolución social
La principales fuerzas de la revolución son la clase obrera de las ciudades, las masas campesinas y una parte de la intelligentsia trabajadora.
Nota: Aunque, al igual que el proletariado de las ciudades y el campo, es una clase oprimida y explotada, la intelligentsia trabajadora está relativamente más desunida que los obreros y los campesinos gracias a los privilegios económicos otorgados por la burguesía a algunos de sus elementos. Por eso, los primeros días de la revolución social, sólo las capas menos favorecidas de la intelligentsia tomarán parte activa.
La concepción anarquista del papel de las masas en la revolución social y en la construcción del socialismo difiere de la de los partidos pro Estado. Mientras que el bolchevismo y las corrientes que se le parecen consideran que la masa trabajadora no posee sino instintos revolucionarios destructivos y es incapaz de una actividad revolucionaria creadora y constructiva -razón principal por la que ésta debe concentrarse en las manos de los hombres que forman el gobierno del Estado o el Comité Central del Partido- los anarquistas piensan que la masa trabajadora, por el contrario, tiene enormes posibilidades de creación y construcción, y aspiran a suprimir los obstáculos que impidan su desarrollo.
Los anarquistas consideran precisamente al Estado como obstáculo principal, que usurpa todos los derechos de las masas al impedirles todas las funciones de la vida económica y social. El Estado debe perecer, no en un futuro sino de inmediato. Debe ser destruido por los trabajadores el primer día de su victoria, y no debe restablecerse de ninguna manera posible. Será sustituido por un sistema federalista de las organizaciones de producción y consumo de los trabajadores unidos federalmente y autogestionados. Este sistema excluye tanto la organización de la autoridad como la dictadura de un partido.
La Revolución rusa de 1917 muestra precisamente esa orientación del proceso de emancipación social en la creación de un sistema de soviets de obreros y campesinos, y de comités de fábrica. Su lamentable error fue no haber liquidado a su debido tiempo la organización del Poder del Estado del gobierno provisional primero y del poder bolchevique después. Los bolcheviques, aprovechándose de la confianza de los obreros y los campesinos, reorganizaron el Estado burgués conforme a las circunstancias del momento y eliminaron, con la ayuda del Estado, la actividad creadora de las masas, aplastando el régimen libre de los soviets y de los comités de fábrica que habían representado los primeros pasos hacia la construcción de una sociedad no estatal, socialista.
La acción de los anarquistas se puede dividir en dos períodos: el de antes de la Revolución y el de durante la Revolución. En uno y en otro, pudieron los anarquistas cumplir su cometido sólo como fuerza organizada, con una clara concepción de los objetivos de su lucha y de las vías para la realización de esos objetivos.
La tarea fundamental de la Unión General de Anarquistas, en periodos revolucionarios, debe ser preparar a los obreros y campesinos para la revolución social.
Al negar la democracia formal (burguesía) y la autoridad del Estado y al proclamar la emancipación completa del trabajo, el anarquismo acentúa al máximo los principios rigurosos de la lucha de clases: despierta y desarrolla la conciencia de clase de las masas y la intransigencia revolucionaria de clase.
Es precisamente en el sentido de la intransigencia de clase, del antidemocratismo, del antiestatismo, de los ideales comunistas anarquistas, como debe hacerse la educación de masas. Pero la educación sola no basta. Es necesaria también una cierta organización anarquista de masas. Para lograrla hay que actuar en dos sentidos: por una parte, en el de la selección y unión de las fuerzas revolucionarias obreras y campesinas sobre una base teórica comunista libertaria; por otra, en el sentido de reagrupar a obreros y campesinos sobre una base económica de producción y consumo (organizaciones de producción de obreros y campesinos revolucionarios, cooperativas obreras y campesinas libres, etc.).
La clase obrera y campesina, organizada sobre la base de la producción y el consumo e imbuida de las ideas anarquistas revolucionarias, será el primer punto de apoyo de la revolución social. Cuanto más conscientes y organizados se hagan esos medios a la manera anarquista, mayor voluntad de intransigencia y de creación libertarias manifestarán en el momento de la revolución.
En cuanto a la clase obrera en Rusia, está claro que después de ocho años de dictadura bolchevique se demuestra la verdadera naturaleza del poder, que reprime las necesidades naturales de las masas y su actividad libre. Los militantes anarquistas organizados deben acudir inmediatamente, con todas sus fuerzas, al encuentro de esas necesidades y posibilidades, con el fin de no permitir que degeneren en reformismo (menchevismo). Con la misma urgencia, deberán los anarquistas aplicarse en organizar al campesinado pobre, aplastado por el poder del Estado, buscando una salida que encierre esas enormes posibilidades revolucionarias.
El papel de los anarquistas en el periodo revolucionario no puede limitarse a la sola propaganda de consignas y de las ideas libertarias.
Más que cualquier otra concepción, el anarquismo debe ser la concepción rectora de la revolución social porque sólo desde la base teórica del anarquismo podrá la revolución social conducir a la emancipación completa del trabajo.
La posición rectora de las ideas anarquistas en la revolución supone una orientación anarquista de los acontecimientos. No hay que confundir, sin embargo, esa fuerza teórica motriz con la dirección política del los partidos estatales que conduce finalmente al poder del Estado.
El anarquismo no aspira ni a la conquista del poder político ni a la dictadura. Su aspiración principal es ayudar a las masas a seguir la vía auténtica de la revolución social y de la construcción socialista. Pero no basta con que las masas sigan la vía de la revolución social. Es necesario, además, mantener esa orientación de la revolución y esos objetivos: la supresión de la sociedad capitalista en nombre de los trabajadores libres. Como nos ha demostrado la experiencia de la Revolución rusa de 1917, esta última tarea es difícil debido sobre todo a los numerosos partidos que tratan de orientar el movimiento en una dirección opuesta a la revolución social.
Aunque las masas expresan tendencias y consignas anarquistas en los movimientos sociales, éstas se hallan dispersas y desorganizadas por lo que no pueden desarrollar la fuerza motriz de las ideas libertarias que es necesaria para conservar la orientación y los objetivos anarquistas durante la revolución social. Esa fuerza motriz teórica sólo puede expresarse a través de un colectivo especialmente creado por las masas con ese fin. Los elementos anarquistas organizados constituyen precisamente ese colectivo.
Los deberes teóricos y prácticos de ese colectivo son considerables en el momento de la revolución. Deberá manifestar sus iniciativas y desarrollar una participación en todos los campos de la revolución social: el de la orientación y carácter general de la revolución, el de las tareas positivas de la revolución en la nueva producción, el de la guerra civil y la defensa de la revolución, del consumo, de la cuestión agraria, etc.
Sobre todas esas cuestiones, y sobre otras muchas, la masa exige a los anarquistas una respuesta clara y precisa. Y en el momento en que éstos preconicen una concepción de la revolución y de la estructura social, están obligados a dar una respuesta clara a todas las preguntas, a vincular la solución a los problemas con la concepción general del comunismo libertario y a consagrar todas sus fuerzas para su eficaz realización.
Sólo en ese caso, la Unión General de Anarquistas y el movimiento anarquista aseguran su función teórica motriz en la revolución social.
7. El periodo transitorio
Los partidos políticos socialistas entienden por «periodo transitorio» una fase determinada en la vida de un pueblo, cuyas características son: la ruptura con el antiguo orden de las cosas y la instauración de un nuevo sistema económico y político, sistema que, sin embargo, no representa todavía la emancipación completa de los trabajadores.
En este sentido, todos los programas mínimos de los partidos políticos socialistas, por ejemplo el programa democrático de los socialistas-oportunistas o el programa de la «dictadura del proletariado» de los comunistas, son programas del periodo transitorio.
La característica fundamental de esos programas mínimos es que todos ellos consideran imposible, por el momento, la realización completa de los ideales de los trabajadores, su independencia, su libertad, su igualdad y, en consecuencia, conservan toda una serie de instituciones del sistema capitalista: el principio de la presión estatal, la propiedad privada de los medios e instrumentos de producción, el salario, y muchas otras, según los fines a los que aluda tal o cual programa de uno u otro partido.
Los anarquistas siempre han sido enemigos desde el principio de programas semejantes, considerando que la construcción de sistemas transitorios que mantengan los principios de explotación y de presión de las masas lleva inevitablemente a un nuevo desarrollo de la esclavitud.
En lugar de establecer los programas políticos mínimos, los anarquistas han defendido siempre la idea de la revolución social inmediata, que prive a la clase capitalista de sus privilegios económicos y políticos, y devuelva los medios e instrumentos de producción, así como todas las funciones de la vida económica y social, a las manos de los trabajadores.
Esta posición la siguen manteniendo hoy los anarquistas.
La idea de un período transitorio, según la cual la revolución social debe conducir no a la sociedad comunista sino a un sistema equis, conservando los elementos y restos del sistema capitalista, es antisocial en su esencia. Amenaza con llevar al reforzamiento y desarrollo de esos elementos hasta sus dimensiones de antaño y con hacer retroceder los acontecimientos.
Un ejemplo claro es el régimen de la “dictadura del proletariado», establecido por los bolcheviques en Rusia.
Según ellos, el régimen no debía ser sino una etapa transitoria hacia el comunismo total. En realidad, esta etapa ha llevado a la restauración de la sociedad de clases, en el fondo de la cual se encuentran, como antes, los obreros y los campesinos pobres.
El centro de gravedad en la construcción de la sociedad comunista no consiste en la posibilidad de asegurar a cada individuo desde el primer día de la revolución la libertad ilimitada de poder satisfacer sus necesidades, sino que se afirma en el hecho de conquistar la base social de esa sociedad y establecer los principios de relaciones igualitarias entre los individuos. En cuanto a la cuestión de una abundancia de bienes más o menos grande, no se considera un principio sino un problema técnico.
El principio fundamental sobre el que se erigirá la nueva sociedad, en el que descansará ésta y no deberá restringirse de ninguna manera, es el de la igualdad de las relaciones, de la libertad y la independencia de los trabajadores. Así pues, ese principio representa justamente la exigencia primera fundamental de las masas en nombre de la cual se levantarán únicamente en pro de la revolución social.
De dos cosas, una: o la revolución social se termina con la derrota de los trabajadores, y en ese caso habrá que volver a prepararse para la lucha, para una nueva ofensiva contra el sistema capitalista; o bien conducirá a la victoria de los trabajadores, y en ese caso, éstos se apoderarán de los medios que les permitan autoadministrarse -de la tierra, de la producción y de las funciones sociales- llevando a la construcción de una sociedad libre.
Eso es lo que caracterizará el principio de la edificación de la sociedad comunista que, una vez comenzada, seguirá sin interrupción el curso de su desarrollo, fortaleciéndose y perfeccionándose sin parar.
De este modo, la conquista de las funciones productivas y sociales por los trabajadores trazará una línea de demarcación neta entre la época estatista y la no estatista.
Si quiere llegar a ser portavoz de las masas en lucha, la bandera de toda una época social revolucionaria, el anarquismo no debe asimilar su programa a lo que sobrevive del mundo caduco, a las tendencias oportunistas de los sistemas y periodos de transición, ni ocultar sus principios fundamentales, sino, muy al contrario, desarrollarlos y aplicarlos al máximo.
8. Anarquismo y sindicalismo
Consideramos artificial, privada de todo sentido y fundamento, la tendencia a oponer comunismo libertario al sindicalismo y viceversa.
Las nociones del anarquismo y del sindicalismo pertenecen a planos diferentes. Mientras que el comunismo, es decir, la sociedad libre de los trabajadores iguales, es el fin de la lucha anarquista, el sindicalismo, es decir, el movimiento obrero revolucionario, no es sino una de las formas de la lucha revolucionaria de clases. Uniendo a los obreros sobre la base de la producción, el sindicalismo revolucionario, como cualquier otra agrupación profesional, no tiene una teoría definida; no hay una concepción del mundo que responda a todas las cuestiones sociales y políticas de la realidad contemporánea. Refleja siempre la ideología de los diversos grupos políticos, de los que participan más intensamente.
Nuestra actitud ante el sindicalismo revolucionario se deduce de lo que hemos estado diciendo. Sin preocuparnos aquí de resolver por adelantado la cuestión del papel de los sindicatos revolucionarios del mañana de la revolución, es decir, sin preocuparnos de saber si serán los organizadores de toda la nueva producción, o si cederán el puesto a los soviets obreros o a los comités de fábrica, consideramos que los anarquistas deben participar en el sindicalismo revolucionario como una forma más del movimiento obrero revolucionario.
No obstante, la cuestión, tal y como se plantea hoy, no es saber si los anarquistas deben o no participar en el sindicalismo revolucionario sino mas bien cómo y de qué manera deben participar en él.
Consideramos todo el periodo transcurrido hasta nuestros días, durante el que los anarquistas participaban en el movimiento sindicalista revolucionario en calidad de militantes y de propagandistas individuales, como un periodo de relaciones artesanales con el movimiento obrero sindical.
El anarcosindicalismo, tratando de introducir con fuerza las ideas libertarias en el ala izquierda del sindicalismo revolucionario mediante la creación de sindicatos de tipo anarquista, representa un paso adelante; pero no supera todavía el método empírico. Porque el anarcosindicalismo no vincula necesariamente la obra de «anarquización» del movimiento sindicalista con la de la organización de las fuerzas anarquistas fuera del movimiento. Así, no es sino con la condición de tal vinculación como es posible «anarquizar» el sindicalismo revolucionario e impedirle desviarse hacia el oportunismo y el reformismo.
Considerando el sindicalismo revolucionario únicamente como un movimiento profesional de trabajadores que no tienen una teoría social ni política determinada y, en consecuencia, incapaz de resolver por sí mismo la cuestión social, consideramos que la tarea de los anarquistas en ese movimiento consiste en desarrollar las ideas libertarias, en orientarlo en un sentido libertario con el fin de transformarlo en un instrumento activo de la revolución social. Es importante no olvidar jamás que si el sindicalismo no encuentra apoyo en la teoría anarquista, se apoyará entonces, de buen o mal grado, en la ideología de un partido político estatista.
El sindicalismo francés, que ha destacado siempre por sus consignas y sus tácticas anarquistas, ha caído enseguida bajo la influencia de los bolcheviques por una parte, y, sobre todo, de los socialistas oportunistas, por otra.
Pero la tarea de los anarquistas en las filas del movimiento obrero revolucionario no podrá cumplirse si no es a condición de que su obra esté estrechamente relacionada y conciliada con la actividad de la organización anarquista que se encuentra fuera del sindicato. Dicho de otro modo, debemos entrar en el movimiento obrero revolucionario como una fuerza organizada, responsable del trabajo realizado en los sindicatos ante la organización anarquista general, y orientada por ésta última.
Sin limitarnos a la creación de sindicatos anarquistas, debemos tratar de ejercer nuestra influencia ideológica sobre el sindicalismo revolucionario, por completo y en todas sus formas (los IWW, las uniones profesionales rusas, etc…). Ese objetivo no podremos alcanzarlo si no nos ponemos a ello como colectivo anarquista rigurosamente organizado, pero en ningún caso en pequeños grupos empíricos sin vínculos organizativos ni convergencia teórica.
Agrupaciones anarquistas en las empresas y en las fábricas, preocupados por la creación de sindicatos anarquistas, luchando en los sindicatos revolucionarios por la preponderancia de las ideas libertarias en el sindicalismo, agrupaciones orientadas en su acción por una organización anarquista general: ese es el sentido y las formas de la actitud de los anarquistas ante el sindicalismo revolucionario y los movimientos obreros revolucionarios que a él se vinculan.
Parte constructiva
El problema del primer día de la revolución
El fin fundamental del mundo del trabajo en lucha es la fundación, por medio de la revolución, de una sociedad comunista libre, igualitaria, basada en el principio: «De cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades».
No obstante, esta sociedad no se logrará por sí sola, únicamente por la fuerza de la agitación social. Su realización de presentará como un proceso social-revolucionario más o menos prolongado, orientado por las fuerzas organizadas del trabajo victorioso sobre una determinada vía.
Nuestra tarea es indicar de ahora en adelante esa vía, formular los problemas positivos y concretos que se plantearán a los trabajadores desde el primer día de la revolución social. La suerte de esta última dependerá de su adecuada solución.
Es evidente que la construcción de la nueva sociedad no será posible hasta después de la victoria de los trabajadores sobre el sistema actual capitalista y burgués, y sobre sus representantes. Es imposible comenzar la construcción de una nueva economía y de nuevas relaciones sociales mientras el poder del Estado, que defiende el régimen de esclavitud, no se resquebraje, mientras que los obreros y campesinos no tengan en sus manos, en el régimen revolucionario, la economía industrial y agraria de su país.
En consecuencia, la primera tarea de la revolución social es destruir el edificio estatal de la sociedad capitalista, privar a la burguesía y, en general, a todos los elementos socialmente privilegiados, de los medios de poder y establecer en todas partes la voluntad del proletariado revolucionario, expresada en los principios fundamentales de la revolución social. Este aspecto destructivo y combativo de la revolución no hará sino desbrozar el camino hacia las tareas positivas que constituyen el sentido y la esencia de la revolución social. Estas tareas son las siguientes:
1) La solución, en sentido comunista libertario, del problema de la producción industrial del país.
2) La solución, en el mismo sentido, del problema agrario.
3) La solución del problema del aprovisionamiento.
La producción
Teniendo en cuenta el hecho de que la industria del país es el resultado de los esfuerzos de varias generaciones de trabajadores, y que las diferentes ramas de la industria están estrechamente ligadas entre sí, consideramos toda la producción actual como un solo taller de productores, que pertenece por completo a todos los trabajadores en su conjunto, y a nadie en particular.
El mecanismo productivo del país es global y pertenece a toda la clase obrera. Esta tesis determina el carácter y la forma de la nueva producción. Esta será también global, común en el sentido de que los productos realizados por los trabajadores pertenecerán a todos. Estos productos, cualquiera que sea su categoría, constituirán el fondo general de aprovisionamiento de los trabajadores, en el que todo el que participe en la nueva producción recibirá lo que necesite, sobre una base igual para todos.
El nuevo sistema de producción suprimirá por completo el salario y la explotación en todas sus formas, y establecerá en su lugar el principio de la colaboración fraternal y solidaria de los trabajadores.
La clase media que, en la sociedad capitalista moderna, ejerce funciones de intermediaria e improductivas -el comercio y otras- al igual que la burguesía, deberán tomar parte en la nueva producción, en las mismas condiciones que los demás trabajadores. En el caso contrario, estas clases se colocarán ellas mismas al margen de la sociedad trabajadora.
No habrá patronos, ya sean empresarios, propietarios o el Estado-propietario (como es el caso de hoy en el Estado de los bolcheviques). Las funciones de organización pasarán a unos órganos administrativos creados especialmente a tal efecto por las clases obreras: sóviets obreros, comités de fábrica o administraciones obreras de empresa y de fábrica. Estos órganos, relacionados entre sí territorialmente, formarán instituciones municipales, de distrito y, por último, generales y federales de gestión de la producción. Designados por la masa y constantemente bajo su control e influencia, estos órganos serán renovados constantemente y realizarán así la idea de la autogestión auténtica de las masas.
Una producción unificada, cuyos medios y productos pertenecerán a todos, tras haber sustituido el salario por el principio de la colaboración fraternal y haber establecido la igualdad de derechos para todos los productores, con una producción organizada por los órganos de gestión obrera, elegidos por las masas: ese es el primer paso práctico en la vía de la realización del comunismo libertario.
El consumo
Este problema surgirá en la revolución en un doble aspecto:
1) El principio de la búsqueda de los bienes de consumo
2) El principio de su reparto.
En lo que se refiere al reparto de los bienes de consumo, las soluciones dependerán sobre todo de la cantidad de productos disponibles, del principio de la conformidad al objetivo, etc.
La revolución social, encargada de la reconstrucción de todo el orden social actual, asume la obligación de ocuparse de las necesidades vitales de todos. La única excepción es el grupo de los no trabajadores, los que rechazan tomar parte en la nueva producción por motivos contrarrevolucionarios. Pero, en general, y con la excepción de esta última categoría, la satisfacción de las necesidades de toda la población de la revolución social está asegurada por la reserva de los bienes de consumo general. En caso de que la cantidad de productos sea insuficiente, se repartirá según el principio de la mayor urgencia: en primer lugar los niños, los enfermos y las familias obreras.
Un problema más difícil será el de la organización de los fondos de consumo.
Sin duda, los primeros días de la revolución, las ciudades no dispondrán de todos los productos indispensables. Al mismo tiempo, los campesinos tendrán en abundancia los productos de los que carecerán las ciudades.
Los comunistas libertarios no pueden dudar sobre el carácter mutuo de las relaciones entre la ciudad y el campo. Consideran que la revolución social no puede realizarse sin los esfuerzos comunes de obreros y campesinos. En consecuencia, la solución del problema del consumo en la revolución social no será posible sin la colaboración revolucionaria estrecha de esas dos categorías de trabajadores.
Para establecer esta colaboración, la clase obrera de las ciudades, con la producción en sus manos, deberá inmediatamente pensar en las necesidades vitales del campo y tratar de proporcionar los productos de consumo cotidianos, los medios e instrumentos para el cultivo agrícola colectivo. Las medidas de solidaridad manifestadas por los obreros respecto a las necesidades de los campesinos provocarán el mismo gesto entre éstos que, en contrapartida, proporcionarán colectivamente a las ciudades los productos de su trabajo rural, el primero de los cuales es el alimento.
Cooperativas obreras y campesinas serán los primeros órganos que cubrirán las necesidades de alimentación y aprovisionamiento económico de las ciudades y los campos. Encargadas más tarde de funciones más importantes y más constantes, especialmente suministrar todo lo necesario para asegurar y desarrollar la vida económica y social de los obreros y campesinos, estas cooperativas se transformarán en órganos permanentes de aprovisionamiento de las ciudades y el campo.
Esta solución del problema del aprovisionamiento permitirá al proletariado crear un fondo de aprovisionamiento permanente, lo que repercutirá de manera favorable y decisiva en toda la nueva producción.
La tierra
Consideramos como principales fuerzas revolucionarias y creadoras en la solución de la cuestión agraria a los campesinos-trabajadores, aquellos que no explotan el trabajo de otros, y al proletariado asalariado del campo. Su tarea será llevar a cabo la nueva organización de las tierras con el fin de establecer la utilización y la explotación de la tierra sobre los principios comunistas.
Al igual que la industria, la tierra, explotada y cultivada por generaciones sucesivas de trabajadores, es el producto de sus esfuerzos comunes. Pertenece también a todo el pueblo trabajador en su conjunto y a nadie en particular. Como propiedad común, es inalienable; la tierra no puede ser ya objeto de compra, venta o arrendamiento; no puede ya servir de medio de explotación del trabajo de otros.
La tierra es también una especie de taller popular común en el que el mundo de los trabajadores produce los medios para vivir. Pero es un tipo de taller en el que cada trabajador (campesino) ha tomado la costumbre, gracias a ciertas condiciones históricas, de realizar el trabajo por sí mismo, e independientemente de otros productores. Mientras que, en la industria, el método colectivo de trabajo es esencialmente necesario y el único posible, en la agricultura no lo es en la actualidad. La mayor parte de los campesinos cultivan la tierra por sus propios medios.
Por lo tanto, cuando las tierras y los medios para su explotación pasen a los campesinos, sin posibilidad de venta ni de arrendamiento, la cuestión de las formas de su usufructo y de los medios de su explotación (comunalmente o en familia) no hallará de inmediato una solución completa y definitiva, como sucederá en la industria. Los primeros tiempos se echará mano, muy probablemente, a un medio y otro.
Serán los campesinos revolucionarios los que establecerán la forma definitiva de explotación y de usufructo de la tierra. No es posible ninguna presión desde fuera sobre esta cuestión.
No obstante, puesto que consideramos que sólo la sociedad comunista, en nombre de la cual se habrá hecho la revolución social, libera a los trabajadores de su situación de esclavos y de explotados, y les da una libertad completa y la igualdad, puesto que los campesinos constituyen la mayoría aplastante de la población (alrededor del 85 por 100 en Rusia) y que, por tanto, el régimen agrario establecido por los campesinos será el factor decisivo en los destinos de la revolución, y puesto que, por último, la economía privada en la agricultura conduce, lo mismo que la industria privada, al comercio, la acumulación, la propiedad privada y la restauración del capital, nuestro deber será hacer, desde el principio, todo lo necesario para facilitar la solución a la cuestión agraria en un sentido colectivo.
Con ese objetivo, debemos desde ahora llevar a los campesinos una fuerte propaganda en favor de la economía agraria colectiva.
La fundación de una Unión específica de campesinos con tendencia libertaria facilitará considerablemente esta labor.
En este sentido, el progreso técnico va a tener una importancia enorme, facilitando la evolución de la agricultura, y también la realización del comunismo en las ciudades, sobre todo en la industria. Si, en sus relaciones con los campesinos, los obreros no van a actuar individualmente o por grupos separados, sino como un inmenso colectivo comunista, abarcando ramas enteras de la industria, si piensan además en las necesidades vitales del campo y suministran a todos tanto los objetos de uso cotidiano como los instrumentos y máquinas para la explotación colectiva de la tierra, eso impulsará con certeza a los campesinos hacia el comunismo en la agricultura.
La defensa de la revolución
La cuestión de la defensa de la revolución se relaciona también con el problema del «primer día». En el fondo, el medio más poderoso de defensa de la revolución es la feliz solución de sus problemas positivos: la producción, el consumo y la tierra. Una vez resueltos esos problemas de una manera justa, ninguna fuerza contrarrevolucionaria podrá hacer cambiar o vacilar el régimen libre de los trabajadores. No obstante, los trabajadores tendrán que sufrir, a pesar de todo, una lucha severa contra los enemigos de la revolución, con el fin de defender y mantener su existencia concreta.
La revolución social, que amenaza los privilegios y la existencia misma de las clases no trabajadoras de la sociedad actual, provocará inevitablemente, por parte de estas clases, una resistencia desesperada que tomará el cariz de una guerra civil encarnizada.
Como la experiencia rusa ha demostrado, una guerra civil así será cosa de varios años, y no de varios meses.
Por muy felices que sean los primeros pasos de los trabajadores al principio de la revolución, las clases dominantes conservarán por bastante tiempo una enorme capacidad de resistencia. Durante varios años, desarrollarán ofensivas contra la revolución, tratando de reconquistar el poder y los privilegios de los que se les ha privado.
Un ejército numeroso, la técnica y la estrategia militares, el capital… todo se lanzará contra los trabajadores victoriosos.
Con el fin de conservar las conquistas de la revolución, estos últimos deberán crear los órganos de defensa de la revolución para oponer a la ofensiva de la reacción una fuerza combativa, correspondiente a la altura de su tarea. Los primeros días de la revolución, esta fuerza combativa estará formada por todos los obreros y campesinos armados. Pero, esta fuerza armada espontánea no será válida más que los primeros días, cuando la guerra civil no haya alcanzado aún su punto culminante y las dos partes en lucha no hayan creado todavía organizaciones militares regularmente constituidas.
En la revolución social, el momento más crítico no es el de la supresión de la autoridad, sino el siguiente: aquel en que las fuerzas del régimen abatido desarrollan una ofensiva general contra los trabajadores y en el que se trata de salvaguardar las conquistas alcanzadas.
El propio carácter de esta ofensiva, así como la técnica de desarrollo de la guerra civil, obligarán a los trabajadores a crear unos contingentes revolucionarios determinados. La esencia y principios fundamentales de estas formaciones deben ser determinadas previamente. Negando los métodos estatistas y autoritarios de gobierno de las masas, negamos por eso mismo el medio estatista de organizar la fuerza militar de los trabajadores, o dicho de otra manera, el principio de un ejército estatal basado en el servicio militar obligatorio. Es el principio del voluntariado, de acuerdo con las posiciones fundamentales del comunismo libertario, el que debe ponerse en la base de las formaciones militares de los trabajadores. Los destacamentos de guerrilleros insurgentes, obreros y campesinos, que llevaron la acción en la revolución rusa, pueden citarse como ejemplo de tales formaciones.
Sin embargo, no hay que ver el voluntariado y la acción de los guerrilleros en el sentido estricto de esos términos, es decir, como una lucha de los destacamentos obreros y campesinos contra el enemigo local, no coordinados entre sí por un plan operativo general y actuando cada uno bajo su propia responsabilidad, asumiendo sus propios riesgos y peligros. La acción y la táctica de los guerrilleros deberán orientarse, en el período de su desarrollo completo, según una estrategia revolucionaria común.
Semejante a cualquier otra guerra, la guerra civil no podría desarrollarse con éxito por los trabajadores si no aplican los dos principios fundamentales de toda acción militar: la unidad del plan de operaciones y la unidad de un mando común. El momento más crítico de la revolución será aquel en que la burguesía marche contra la revolución con fuerzas organizadas. Ese momento crítico obligará a los trabajadores a recurrir a los principios de la estrategia militar.
De este modo, vistas las necesidades de la estrategia militar, y también de la estrategia de la contrarrevolución, las fuerzas armadas de la revolución deberán fundirse inevitablemente en un ejército revolucionario general con un mando común y un plan de operaciones también común.
Los siguientes principios serán la base de este ejército:
a) El carácter de clase del ejército
b) El voluntariado (toda obligación será excluida de forma absoluta de la obra de la defensa revolucionaria)
c) La disciplina libre (autodisciplina) revolucionaria: el voluntariado y la autodisciplina revolucionaria se armonizarán por completo y harán al ejército de la revolución moralmente más fuerte que cualquier otro ejército del Estado.
d) La sumisión absoluta del ejército revolucionario a las masas obreras y campesinas, en la persona de organismos obreros y campesinos comunes para todo el país, situados por las masas en los puestos directivos de la vida económica y social.
Dicho de otro modo: el órgano de la defensa de la revolución encargado de combatir la contrarrevolución, tanto mediante frentes militares abiertos como desde la guerra civil interna (los complots de la burguesía, los preparativos de las acciones contrarrevolucionarias, etc.) será asunto de las organizaciones productoras obreras y campesinas, a las que se someterá y por las que se orientará políticamente.
Nota: Antes de constituirse conforme a principios comunistas libertarios determinados, el ejército en sí no debe considerarse como un elemento fundamental. No es sino la consecuencia de la estrategia militar de la revolución, una medida estratégica a la que serán fatalmente conducidos los trabajadores por el proceso mismo de la guerra civil. Pero esta medida debe atraer la atención desde el principio. Debe ser cuidadosamente estudiada con el fin de evitar, en su obra de protección y defensa de la revolución, todo retraso irreparable, pues los retrasos en los días de la guerra civil podrán resultar nefastos para el desenlace de toda revolución social.
Parte organizativa
Los principios de la organización anarquista
Las posiciones generales constructivas expresadas más arriba constituyen la plataforma de organización de las fuerzas revolucionarias del anarquismo.
Esta plataforma, con una orientación teórica y táctica determinada, aparece como el mínimo necesario para reunir con urgencia a todos los militantes del movimiento anarquista organizado.
Su tarea es agrupar en torno a sí todos los elementos sanos del movimiento anarquista en una sola organización general, activa y permanente: la Unión General de Anarquistas. Las fuerzas de todos los militantes activos del anarquismo deberán orientarse hacia la creación de esta organización.
Los principios fundamentales de organización de una Unión General de Anarquistas deberán ser los siguientes:
1. La unidad teórica
La teoría representa la fuerza que dirige la actividad de las personas y las organizaciones por una vía definida y con un objetivo determinado. Naturalmente, debe ser común a todas las personas y a todas las organizaciones adheridas a la Unión General de Anarquistas. Toda la actividad de ésta, tanto en su carácter general como particular, debe estar en concordancia perfecta y constante con los principios teóricos profesados por la Unión.
2. La unidad táctica o método colectivo de acción
Los métodos tácticos empleados por los miembros separados o los grupos de la Unión deben ser igualmente unitarios, es decir, deben encontrarse en rigurosa concordancia tanto entre ellos como con la teoría y la táctica generales de la Unión.
Una línea táctica común en el movimiento tiene una importancia decisiva para la existencia de la organización y de todo el movimiento: lo libera del efecto nefasto de varias tácticas que se neutralizan mutuamente, concentra todas las fuerzas del movimiento, le hace tomar una dirección común hacia un objetivo determinado.
3. La responsabilidad colectiva
La práctica consistente en actuar bajo la responsabilidad personal debe ser condenada firmemente y rechazada en las filas del movimiento anarquista.
Los terrenos de la vida revolucionaria social y política son ante todo profundamente colectivos por su naturaleza. La actividad social revolucionaria no puede fundarse en esos terrenos sobre una responsabilidad personal de militantes aislados.
El órgano ejecutivo del movimiento anarquista general -la Unión Anarquista- al dirigirse de manera decisiva contra la táctica del individualismo irresponsable, introduce en sus filas el principio de la responsabilidad colectiva: la Unión entera será responsable de la actividad revolucionaria y política de cada miembro; del mismo modo, cada miembro será responsable de la actividad revolucionaria y política de toda la Unión.
4. El federalismo
El anarquismo ha negado siempre la organización centralizada, tanto en el terreno de la vida social como en el de su acción política. El sistema de centralización tiende a aminorar el espíritu crítico, de iniciativa e independencia de cada individuo, y a la sumisión ciega al «centro» de las grandes masas. Las consecuencias naturales e inevitables de este sistema son la servidumbre y la mecanización de la vida social y de la vida de partidos.
Frente al centralismo, el anarquismo ha profesado y defendido siempre el principio del federalismo, que concilia la independencia y la iniciativa del individuo o de la organización con el servicio de la causa común.
Conciliando la idea de la independencia y de la plenitud de derechos de cada individuo con el servicio de las necesidades sociales, el federalismo abre las puertas a toda manifestación sana de las facultades de cada individualidad.
Pero con cierta frecuencia, el principio federalista se ha deformado en las filas anarquistas: se concibió demasiado frecuentemente con el derecho a manifestar sobre todo el «ego», sin la obligación de tener en cuenta los deberes de la organización. Esta falsa interpretación desorganizó nuestro movimiento en el pasado. Ya es hora de ponerle fin de manera irreversible.
El federalismo significa el libre entendimiento de individuos y organizaciones para un trabajo colectivo orientado hacia un objetivo común. Tal entendimiento y la unión federativa consecuente se convierten en realidades, en lugar de ser ficciones e ilusiones, con la condición sine qua non de que todos los participantes cumplan de la manera más completa con los deberes aceptados y se conformen con las decisiones tomadas en común.
En una obra social tan amplia como sea la base federalista sobre la que se asienta, no puede haber derechos sin obligaciones, como no puede haber decisiones sin su ejecución. Es menos admisible en una organización anarquista, que asume exclusivamente las obligaciones de los trabajadores y su revolución social.
Por lo tanto, el tipo federalista de organización anarquista, reconociendo a cada miembro de la organización el derecho a la independencia, a la opinión libre, a la iniciativa y a la libertad individual, asigna a cada uno deberes organizativos determinados, exigiéndole su rigurosa ejecución, así como la ejecución de las decisiones tomadas en común.
La idea de la Unión General Anarquista plantea el problema de la coordinación y el acuerdo de las actividades de todas las fuerzas del movimiento anarquista. Cada organización adherida a la Unión representa una célula vital que forma parte del organismo común. Cada célula tendrá su secretariado, que ejecutará y orientará teóricamente su propio trabajo político y técnico.
Con vistas a la coordinación de la actividad de todas las organizaciones adheridas a la Unión, se creará un órgano especial: el Comité Ejecutivo de la Unión. A su cargo estarán las siguientes funciones: ejecución de las decisiones tomadas por la Unión, orientación teórica y organizativa de la actividad de las organizaciones aisladas conforme a las opciones teóricas y a la línea táctica general de la Unión, expresión clara del estado general del movimiento, mantenimiento de los vínculos de trabajo y organización de todas las asociaciones de la Unión y con otras organizaciones. Los derechos, obligaciones y tareas prácticas del Comité Ejecutivo serán fijados por el Congreso de la Unión.
La Unión General de Anarquistas tiene un fin determinado y concreto. En nombre del éxito de la revolución social, debe ante todo descansar en los elementos más revolucionarios y más radicales entre los campesinos y obreros.
Asumiendo la revolución social, y siendo además una organización antiautoritaria, que aspira a la abolición de la sociedad de clases desde este momento, la Unión General de Anarquistas se basa de manera igual en las dos clases fundamentales de la sociedad actual: los obreros y los campesinos. Servirá del mismo modo a la emancipación de ambas clases.
En lo que concierne a las organizaciones profesionales obreras y revolucionarias de las ciudades, la Unión General de Anarquistas deberá intensificar sus esfuerzos con el fin de convertirse en su pionera y guía teórica. Se traza la misma tarea con la masa campesina explotada. Como puntos de apoyo, desempeñando el mismo papel que los sindicatos profesionales revolucionarios de obreros, la Unión se esforzará por llevar a cabo una red de organizaciones económicas campesinas revolucionarias y, además, una Unión campesina específica, fundada en principios antiautoritarios.
Fruto del núcleo de las masas trabajadoras, la Unión General de Anarquistas debe tomar parte en todas las manifestaciones de la vida, aportando siempre el espíritu de organización, de perseverancia, de actividad y de ofensiva. Sólo en ese caso podrá cumplir su tarea, su misión teórica e histórica en la revolución social de los trabajadores, y llegar a ser la iniciativa organizada de su proceso emancipador.
RESPUESTA A LA PLATAFORMA
Un opúsculo francés titulado «Plataforma de organización de la Unión General de Anarquistas (Proyecto)» ha caído en mis manos por casualidad (se sabe que hoy los escritos no fascistas no circulan por Italia).
Se trata de un proyecto de organización anarquista, publicado por un «Grupo de anarquistas rusos en el extranjero», que parece muy especialmente dirigido a los compañeros rusos. Pero trata de cuestiones que interesan a todos los anarquistas y, además, es evidente que busca la adhesión de los compañeros de todos los países por el hecho de estar escrito en francés. De todos modos, es útil examinarlo tanto para los rusos como para los demás si el proyecto está en armonía con los principios anarquistas, y si su realización sirve verdaderamente a la causa anarquista. Los móviles de los promotores son excelentes. Deploran que los anarquistas no hayan tenido y no tengan en los acontecimientos de la política social una influencia proporcional al valor teórico y práctico de su doctrina, a su número, su coraje, su espíritu de sacrificio, y piensan que la principal razón de ese fracaso relativo es la ausencia de una organización amplia, seria y eficaz.
Hasta ahí, en principio, podría estar de acuerdo.
La organización no es sino la práctica de la cooperación y la solidaridad; es la condición natural, necesaria de la vida social; es un hecho inevitable que se impone a todos, tanto en la sociedad humana en general, como en cualquier grupo de personas que tengan un objetivo común.
El hombre no quiere ni puede vivir aislado; no puede llegar a ser un verdadero hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales de otro modo que no sea en sociedad y con la cooperación de sus semejantes. Es por tanto inevitable que todos los que no se organicen libremente, ya sea porque no puedan o porque no sientan la urgente necesidad, hayan de sufrir la organización establecida por otros individuos ordinariamente constituidos en clase o grupos dirigentes, con el fin de explotar para su beneficio el trabajo de otros.
Y la opresión milenaria de las masas por un pequeño número de privilegiados ha sido siempre la consecuencia de la incapacidad de la mayor parte de los individuos para ponerse de acuerdo, para organizarse sobre la base de la comunidad de intereses y de sentimientos con otros trabajadores para producir, para disfrutar y, eventualmente, para defenderse de los opresores y explotadores. El anarquismo viene a remediar este estado de cosas con su principio fundamental de organización libre, creada y mantenida por la libre voluntad de los asociados sin ninguna clase de autoridad, es decir, sin que ningún individuo tenga el derecho de imponer a otros su propia voluntad. Es, por tanto, natural que los anarquistas traten de aplicar a su vida privada y a la vida de su movimiento el mismo principio sobre el que, según ellos, debería basarse toda la sociedad humana.
Algunas polémicas permitirían suponer que existen anarquistas refractarios a toda organización; pero, en realidad, las numerosas, demasiado numerosas, discusiones que hemos sostenido sobre este tema, incluso cuando están oscurecidas por cuestiones de palabras o envenenadas por cuestiones de personas, sólo conciernen en el fondo al modo, y no al principio de organización. Así, algunos compañeros, con palabras opuestas a la organización, se organizan como los demás y a menudo mejor que éstos, cuando pretenden seriamente hacer algo. La cuestión, lo repito, reside en la aplicación.
Así pues, yo debería mirar con simpatía la iniciativa de los compañeros rusos, convencido como estoy de que una organización más general, mejor tramada y más constante que las que han realizado hasta ahora los anarquistas, aunque no lograra eliminar todos los errores, todas las carencias, puede ser inevitable en un movimiento que, como el nuestro, se adelanta a los tiempos y que, por eso, se debate con la incomprensión, la indiferencia y a menudo la hostilidad de la mayor parte, sería, por lo menos, un importante elemento de fuerza y de éxito, un poderoso medio de hacer valer nuestras ideas.
Organización obrera y organización específica
Considero sobre todo necesario y urgente que los anarquistas se organicen para influir en la marcha que siguen las masas en su lucha para la mejora y la emancipación. Hoy, la fuerza más grande de transformación social es el movimiento obrero (movimiento sindical) y de su dirección depende en gran parte el curso que tomarán los acontecimientos y el objetivo al que se llegará en la próxima revolución. A través de sus organizaciones, fundadas para la defensa de sus intereses, los trabajadores adquirirán conciencia de la opresión en que se hallan y del antagonismo que los separa de sus patronos, comenzarán a aspirar a una vida mejor, se habituarán a la lucha colectiva y a la solidaridad, y podrán conquistar todas las mejoras compatibles con el régimen capitalista y estatista. Después, cuando el conflicto resulta insoluble, llega la revolución o la reacción.
Los anarquistas deben reconocer la utilidad y la importancia del movimiento sindical, deben favorecer su desarrollo y hacer de él una de las palancas de su acción, esforzándose por conducir la cooperación del sindicalismo y de otras formas de progreso a una revolución social que conlleve la supresión de clases, la libertad total, la igualdad, la paz y la solidaridad entre todos los seres humanos. Pero sería una ilusión funesta creer que, como hacen muchos, el movimiento obrero desembocará por sí mismo, en virtud de su propia naturaleza, en una revolución. Al contrario: en todos los movimientos basados en intereses materiales e inmediatos (y no se puede establecer sobre otros fundamentos un amplio movimiento obrero), hace falta el fermento, la semilla, la obra concertada de los hombres de ideas que combatan y se sacrifiquen por un ideal venidero. Sin ese medio, todo movimiento tiende fatalmente a adaptarse a las circunstancias, engendra el espíritu conservador, el temor a los cambios de los que se resisten a obtener condiciones mejores. A menudo se crean nuevas clases privilegiadas, que se esfuerzan por consolidar el estado de cosas que se pretendía abatir.
De ahí la actual necesidad de organizaciones propiamente anarquistas que, tanto dentro como fuera de los sindicatos, luchen por la realización íntegra del anarquismo y traten de esterilizar todos los gérmenes de corrupción y de reacción.
Pero es evidente que para alcanzar su objetivo, las organizaciones anarquistas deben, en su constitución y funcionamiento, estar en armonía con los principios de la anarquía. Es preciso, por tanto, que no estén en absoluto impregnadas de espíritu autoritario, que sepan conciliar la libre acción de los individuos con la necesidad y el placer de la cooperación, que sirvan para desarrollar la conciencia y la capacidad de iniciativa de sus miembros y sean un medio educativo y una preparación moral y material al porvenir deseado.
¿Responde el proyecto en cuestión a esas exigencias? Yo creo que no. Considero que en lugar de hacer nacer en los anarquistas un mayor deseo de organizarse, parece hecho para confirmar el prejuicio de muchos compañeros que piensan que organizarse es someterse a jefes, adherirse a una organización autoritaria, centralizadora, que sofoca toda libre iniciativa. En efecto, de esa manera se expresan precisamente las proposiciones que algunos, contra la evidencia y a pesar de nuestras protestas, se empeñan en atribuir a todos los anarquistas calificados como organizadores.
¿Una organización anarquista o varias?
Examinemos:
En primer lugar, me parece que es una idea falsa (y en todo caso irrealizable) el reunir a todos los anarquistas en una «Unión General», tal como lo precisa el proyecto, en una sola colectividad revolucionaria activa.
Nosotros, como anarquistas, nos podemos considerar todos del mismo partido si por la palabra partido entendemos el conjunto de todos aquellos que están del mismo lado, que tienen las mismas aspiraciones generales y que, de una forma u otra, luchan por el mismo fin contra los adversarios y enemigos comunes. Pero esto no quiere decir que sea posible -y puede que no sea deseable- reunirnos todos en una misma asociación determinada.
Los medios y las condiciones de lucha difieren demasiado, los modos posibles de acción que se reparten las preferencias de unos y otros son demasiado numerosos, así como las diferencias de temperamento y las incompatibilidades personales para que una Unión General, realizada con seriedad, no se convierta en un obstáculo para las actividades individuales y quizá incluso más en una causa de luchas intestinas que en un medio de coordinar y unificar los esfuerzos de todos.
¿Cómo, por ejemplo, se podría organizar del mismo modo y con el mismo personal, una asociación pública hecha para la propaganda y la agitación en medio de las masas, y una sociedad secreta, obligada por las condiciones políticas en las que opera, a ocultar al enemigo sus fines, sus medios y sus agentes? ¿Cómo podría adoptarse la misma táctica para los educacionistas convencidos de que basta con la propaganda y el ejemplo de unos para transformar gradualmente a los individuos, y en consecuencia, a la sociedad, y los revolucionarios convencidos de la necesidad de derribar por la violencia un estado de cosas que sólo se sostiene por la violencia, y de crear, contra esa violencia de los opresores, las condiciones necesarias para el libre ejercicio de la propaganda y la aplicación práctica de las conquistas ideales? ¿Y cómo conservar unidas a personas que, por razones particulares, no se aprecian y, sin embargo, pueden igualmente ser buenos y útiles militantes del anarquismo?
Por otra parte, los autores del Proyecto afirman que es ineficaz la idea de crear una organización que reúna a los representantes de las diversas tendencias del anarquismo. Una organización así, dicen, «que incorpore elementos heterogéneos, no será sino un conjunto mecánico de individuos que tienen una concepción diferente de todas las cuestiones concernientes al movimiento anarquista; se desharía sin duda apenas fuera sometido a los hechos y a la vida real».
Muy bien. Pero entonces, si reconocen la existencia de anarquistas de otras tendencias, deberán dejarles el derecho de organizarse a su modo y trabajar por la anarquía de la manera que consideren mejor. ¿O acaso pretenderán situar fuera del anarquismo, excomulgar, a todos los que no acepten su programa?
Dicen que quieren agrupar en una sola organización todos los elementos sanos del movimiento libertario y, naturalmente, tenderán a considerar sanos únicamente a los que piensen como ellos. Pero ¿qué harán con los elementos malsanos?
Es cierto que hay entre los que se dicen anarquistas, como en toda colectividad humana, elementos de diferentes valores y, lo que es peor, los hay que hacen circular en nombre del anarquismo ideas que sólo tienen con éste dudosas afinidades. Pero ¿cómo evitarlo? La verdad anarquista no puede ni debe depender de las decisiones de mayorías reales o ficticias. Unicamente es necesario -y sería suficiente- que todos tengan y ejerzan el más amplio derecho a la libre crítica y que cada uno pueda sostener sus propias ideas y elegir a sus propios compañeros. Los hechos lo juzgarán en última instancia y darán la razón a quien la tenga.
El anarquismo y la responsabilidad colectiva
Abandonemos, pues, la idea de reunir a todos los anarquistas en una sola organización; consideremos esta «Unión General» que nos proponen los rusos como lo que sería en realidad: la unión de cierto número de anarquistas, y veamos si el modo de organización propuesto es conforme a los principios y métodos anarquistas y si puede ayudar al triunfo del anarquismo. Una vez más, me parece que no. No pongo en duda el sincero anarquismo de los compañeros rusos; quieren realizar el comunismo anarquista y buscan la manera de lograrlo lo más rápidamente posible. Pero no basta con querer una cosa, hay que emplear los medios oportunos para obtenerla, lo mismo que para ir a un sitio hay que seguir la ruta que nos conduce a él si no queremos llegar a otro sitio. Pero, toda organización propuesta que sea de tipo autoritario no sólo no facilitará el triunfo del comunismo anarquista, sino que falseará el espíritu anarquista y tendrá resultados contrarios a los que los organizadores pretendieron.
En efecto, esta «Unión General» consistiría en tantas organizaciones parciales que habría secretariados para dirigir ideológicamente la obra política y técnica, y tendría un comité ejecutivo de la Unión encargado de llevar a cabo las decisiones de la Unión, de «dirigir» la ideología y la organización de grupos conforme a la ideología y la línea táctica general de la Unión.
¿Y es eso anarquismo? En mi opinión, es un gobierno y una iglesia. Le faltan, es verdad, la policía y las bayonetas, como faltan los fieles dispuestos a aceptar la ideología dictada desde arriba, pero eso sólo significa que ese gobierno sería un gobierno impotente e imposible, y que esa iglesia sería un semillero de cismas y herejías. El espíritu y la tendencia siguen siendo autoritarias, y el efecto educativo será siempre antianarquista.
Escuchad además: «El órgano ejecutivo del movimiento libertario general -la unión anarquista- adopta el principio de la responsabilidad colectiva; toda la Unión será responsable de la actividad revolucionaria y política de la Unión».
Y tras esta negación absoluta de toda independencia individual, de toda libertad de iniciativa y de acción, los promotores, recordando que son anarquistas, dicen ser federalistas y echan pestes contra la centralización, cuyos resultados inevitables son, dicen, la servidumbre y la mecanización de la vida social y de la vida de los partidos.
Pero, si la Unión es responsable de lo que hace cada uno de sus miembros, ¿cómo dejar a cada miembro en particular y a los diferentes grupos la libertad de aplicar el programa común de la manera que juzguen mejor? ¿Cómo se puede ser responsable de un acto si no se tiene la facultad de impedirlo? Entonces la Unión, y con ella el comité ejecutivo, debería vigilar la acción de todos sus miembros en particular y proscribir lo que vayan a hacer, y como la desaprobación del hecho realizado no atenúa una responsabilidad formalmente aceptada de antemano, nadie podría hacer lo que fuera antes de haber obtenido la aprobación, el permiso del Comité. Y, por otra parte, un individuo ¿puede aceptar la responsabilidad de los actos de una colectividad antes de saber lo que hará ésta, y cómo puede impedir que se haga lo que él desaprueba?
Además, los autores del Proyecto dicen que es la Unión la que decide y dispone. Pero, cuando se habla de la voluntad de la Unión, ¿se entiende que es la voluntad de todos sus miembros? En ese caso, para que la Unión pueda actuar, hará falta que todos sus miembros, sobre todas las cuestiones, tengan siempre exactamente la misma opinión. Ahora bien, es natural que todos estén de acuerdo en los principios generales y fundamentales, sin que estén unidos, pero no se puede suponer que seres pensantes tengan todos y siempre la misma opinión sobre lo que conviene hacer en todas las circunstancias, y sobre la elección de personas en las que confiar el cargo de dirigir y ejecutar.
El anarquismo y la ley de mayorías
En realidad, así como resulta del texto del Proyecto, por voluntad de la Unión no se puede entender sino la voluntad expresada por congresos que nombran y controlan el comité ejecutivo y deciden sobre todas las cuestiones importantes.
Naturalmente, los congresos estarían compuestos de representantes elegidos por la mayoría en cada grupo adherido, y esos representantes decidirían lo que se habría de hacer, siempre con la mayoría de los votos. Así, en la mejor de las hipótesis, las decisiones serían tomadas por una mayoría de la mayoría que podría perfectamente, en particular cuando las opiniones presentes fueran más de dos, no representar más que a una minoría.
En efecto, hay que destacar que, en las condiciones en que viven y luchan los anarquistas, sus congresos son todavía menos representativos que los Parlamentos burgueses, y su control sobre los órganos ejecutivos, si éstos tienen un poder autoritario, raramente se produce a tiempo y de manera eficaz. En la práctica, a los congresos anarquistas va quien quiere y quien puede, quien consiga el dinero necesario y no tenga el impedimento de las medidas policiales. Se encuentran tanto los que se representan a sí mismos o un pequeño grupo de amigos, como los que realmente aportan las opiniones y deseos de una comunidad numerosa. Y salvo las precauciones que hay que tomar contra los traidores y los espías, y también a causa de esas mismas precauciones, es imposible una seria verificación de los mandatos y de su valor.
De todas maneras, estamos en pleno sistema mayoritario, en pleno parlamentarismo. Se sabe que los anarquistas no admiten el gobierno de la mayoría (democracia); menos admitirán el gobierno de un pequeño número (aristocracia, oligarquía o dictadura de clase o de partido), ni el de uno solo (autocracia, monarquía o dictadura personal).
Los anarquistas han hecho mil veces la crítica al gobierno de mayoría que, en la práctica, conduce siempre a la dominación de una pequeña minoría. ¿Habrá que rehacerla de nuevo para nuestros compañeros rusos?
Los anarquistas reconocen que, en la vida en común, es a menudo necesario que la minoría se conforme con la opinión de la mayoría. Cuando es necesario o útil hacer algo, y para hacerlo es necesaria la participación de todos, el pequeño número debe sentir la necesidad de adaptarse a la voluntad del número mayor. De todos modos, en general, para vivir juntos en paz y bajo un régimen de igualdad, es necesario que todos estén animados de un espíritu de concordia, de tolerancia y sencillez. Pero esta adopción de una parte de los asociados a la otra parte debe ser recíproca, voluntaria, derivar de la conciencia de la necesidad de cada uno de no paralizar la vida social por su obstinación. Es un ideal que, en la práctica, será difícil de realizar de manera absoluta, pero es cierto que todo grupo humano estará más cerca de la anarquía cuanto más libre, más espontáneo e impuesto solamente por la naturaleza de las cosas sea el acuerdo entre la minoría y la mayoría.
Así, si los anarquistas niegan a la mayoría el derecho de gobernar en la sociedad humana general, en la que el individuo está sin embargo forzado a aceptar ciertas restricciones porque no puede aislarse sin renunciar a las condiciones de la vida humana, si quieren que todo se haga por libre acuerdo entre todos ¿cómo sería posible que adopten el gobierno de la mayoría en sus asociaciones esencialmente libres y voluntarias, y que comiencen por declarar que se someterán a las decisiones de la mayoría antes de saber en qué consistirán?
Que la anarquía, la organización libre sin dominación de la mayoría sobre la minoría, y viceversa, sea calificada por quienes no son anarquistas de utopía irrealizable o sólo realizable en un futuro lejano, se comprende; pero es inconcebible que los que profesan ideas anarquistas y querrían realizar la anarquía, o al menos acercarse a ella hoy antes que mañana, renieguen de los principios fundamentales del anarquismo en la organización a través de la que se proponen luchar por su triunfo.
Las bases de la organización anarquista
A mi parecer, una organización anarquista debe establecerse sobre bases muy diferentes de las que nos proponen los compañeros rusos. Plena autonomía, plena independencia y, en consecuencia, plena responsabilidad de los individuos y los grupos; libre acuerdo entre los que creen útil unirse para cooperar en una obra común, deber moral de mantener los compromisos adquiridos y no hacer nada que esté en contradicción con el programa aceptado. Sobre estas bases, se adoptan las formas prácticas, los instrumentos adecuados para dar una vida real a la organización: grupos, federaciones, reuniones, congresos, comités encargados de la correspondencia o de otras funciones. Pero todo debe hacerse libremente, de manera que no bloquee el pensamiento y la iniciativa de los individuos, y solamente para alcanzar objetivos que serían imposibles o casi ineficaces si estuvieran aislados.
De esta manera, los congresos, en una organización anarquista, sufriendo, como cuerpos representativos que son, de todas las imperfecciones que ya he señalado, están exentos de todo autoritarismo porque no hacen la ley; ni imponen a los otros sus propias deliberaciones. Sirven para mantener y extender las relaciones personales entre los compañeros más activos, para resumir e incitar al estudio de programas sobre las vías y medios de acción, para dar a conocer a todos la situación de las diversas regiones y la acción más urgente en cada una de ellas, para formular las diversas opiniones que tengan desarrollo entre los anarquistas y para hacer una estadística; sus decisiones no son reglas obligatorias, sino sugerencias, consejos, proposiciones que se someten a todos los interesados: sólo son obligatorias y ejecutivas para quienes las acepten, y sólo hasta el punto en que las acepten. Los órganos administrativos que designan -comisión de correspondencia, etc- no tienen ningún poder de dirección, no toman iniciativas si no es por cuenta de los que lo soliciten y aprueben esas iniciativas, no tienen ninguna autoridad para imponer sus propios puntos de vista, que pueden sostener y propagar como grupos de compañeros, pero no pueden presentarlos como opinión oficial de la organización. Publican las resoluciones de los congresos, las opiniones y proposiciones que los grupos e individuos les comuniquen; son útiles a quien quiera servirse de ellos para unas relaciones más fáciles entre los grupos y para una cooperación entre los que estén de acuerdo sobre diversas iniciativas, pero cada uno es libre de corresponder directamente con lo que le parezca bien o de servirse de otros comités designados por grupos especiales. En una organización anarquista, cada miembro puede profesar todas las opiniones y emplear todas las tácticas que no estén en contradicción con los principios aceptados y no perjudiquen la actividad de los otros. En todo caso, una organización durará tanto tiempo como las razones de unión sean más fuertes que las de disolución; en el caso contrario, se disolverá y dejará sitio a otros grupos más homogéneos. Desde luego, la duración, la permanencia de una organización es una condición de éxito en la larga lucha que tenemos que sostener y, por otra parte, es natural que toda institución aspire, por instinto, a durar indefinidamente. Pero la duración de una organización libertaria debe ser la consecuencia de la afinidad espiritual de sus miembros y de las posibilidades de adaptación de su constitución a los cambios y circunstancias; cuando no sea capaz de una misión útil, lo mejor es que muera.
Para concluir
Estos compañeros rusos tal vez consideren que una organización tal y como yo la concibo y tal y como se ha realizado, más o menos bien, en diferentes épocas, es poco eficaz. Lo comprendo. Estos compañeros están obsesionados por el éxito de los bolcheviques en su país; querrían, a semejanza de ellos, reunir a los anarquistas en una especie de ejército disciplinado que, bajo la dirección ideológica y práctica de algunos jefes, marchara, compacto, al asalto de los regímenes actuales y que, obtenida la victoria material, dirigiera la constitución de la nueva sociedad. Y quizás sea verdad que con ese sistema, admitiendo que los anarquistas se prestaran y que los jefes fueran hombres de genio, nuestra fuerza material sería mayor. Pero ¿para qué? ¿No pasaría con el anarquismo lo que ha pasado en Rusia con el socialismo y el comunismo? Estos compañeros están impacientes por el éxito, nosotros también lo estamos, pero no es necesario, para vivir y vencer, renunciar a las razones de la vida y desnaturalizar el carácter de la eventual victoria. Queremos combatir y vencer, pero como anarquistas y por la anarquía.
Errico Malatesta
Publicado en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.8 (octubre de 2009)
Muy oportuna y pertinente la publicación de la opinión de Malatesta sobre la proposición -de 1926- del grupo de anarquistas rusos, del grupo “Dielo Truda”, exiliados en París; pues, pese al fracaso de todas las tentativas de hacer la revolución por arriba (a través de una Organización disciplinada), todavía hay algunos anarquistas (los que se reconcen en ese plataformismo) proponiendo e intentando imponer hoy Una Organización «anarquista» única para ser más «fuertes» y «vencer»…
Es realmente curioso que aún se siga pensando el anarquismo como una ideología política más y en competición con las otras ideologías políticas por la «victoria» y la medalla de oro en las Olimpiadas de la Política. Que no se haya comprendido que el anarquismo es una actitud, un comportamiento cotidiano frente a la realidad social autoritaria para transformarla -con la participación de todos y todas- en un sentido cada vez más autónomo y solidario. Y, por consiguiente, una lucha cotidiana para contribuir al cambio de la mentalidad autoritaria dominante por una mentalidad respetuosa de la diversidad y la libertad. Lo que exige perseverancia y capacidad para demostrar que el funcionamiento autónomo y solidario es mucho más benéfico para todos y todas que el del enfrentamiento por el Poder.
Como decía Malatesta (pese al lenguaje autoritario de la época y hoy anacrónico): «Queremos combatir y vencer, pero como anarquistas y por la anarquía.»
Efectivamente, queremos actuar como anarquistas (rechazo de toda forma de autoridad) para conseguir una convivencia (la anarquía) en la que todos y todas puedan experimentar libremente la manera de hacerla posible.