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El shock de la victoria

El mayor problema que enfrentan los movimientos de acción directa es que no sabemos cómo manejar la victoria. Esto puede sonar extraño porque la mayoría de nosotros no nos hemos sentido particularmente victoriosos. La mayoría de los anarquistas actuales sienten que el movimiento de justicia global fue una especie de evento pasajero: inspirador, ciertamente, mientras duró, pero no un movimiento exitoso tanto para desmontar las raíces organizacionales como para transformar los contornos del poder en el mundo. Los movimientos anti-bélicos fueron incluso más frustrantes desde que los anarquistas y sus tácticas quedaron profundamente marginalizadas. Las guerras terminan, por supuesto, pero solo porque siempre lo hacen. Nadie siente que haya contribuido mucho en ello. Quisiera sugerir una interpretación alternativa. Dejen que me apoye en tres proposiciones iniciales:


1. Por extraño que parezca, la clase dominante vive temiéndonos. Parecen estar perseguidos por la posibilidad que, si los norteamericanos promedio se enteran de lo que están haciendo, todos ellos terminarán colgados en los árboles. Se que suena poco plausible, pero es difícil hallar otra explicación a la forma en que entran en pánico al momento en que hay cualquier signo de movilización masiva, y especialmente de acción directa masiva, por lo que usualmente tratan de distraer la atención comenzando algún tipo de guerra.

2. De algún modo, este pánico está justificado. La acción directa masiva –especialmente cuando está organizada en líneas democráticas– es increíblemente efectiva. En los últimos treinta años en Estados Unidos, han ocurrido solo dos instancias de acción masiva de este tipo: el movimiento antinuclear a fines de los ’70, y el también
llamado movimiento “anti-globalización” aproximadamente entre 1999-2001. En cada caso, estos movimientos persiguieron metas políticas que fueron alcanzadas mucho más rápido de lo que ninguno de los involucrados imaginó posible.

3. El problema real que encaran estos movimientos es que siempre son tomados por sorpresa por la velocidad de sus éxitos iniciales. Jamás estamos preparados para la victoria. Esto nos lleva a la confusión. Comenzamos a pelarnos entre nosotros. El aumento de la represión y la apelación al nacionalismo que inevitablemente acompaña una nueva ronda de movilizaciones bélicas pasa a ser manejado por manos autoritarias de cada lado del espectro político. Como resultado, cuando el impacto completo de nuestra victoria inicial se torna claro, usualmente estamos muy ocupados sintiéndonos fracasados o incluso ni lo notamos.

Permítanme tomar caso por caso dos de los más prominentes ejemplos:

I: El Movimiento Antinuclear

El movimiento antinuclear de fines de los ’70 marcó la primera aparición en Norteamérica de lo que ahora consideramos como tácticas y formas de organización anarquistas estándar: acciones masivas, grupos de afinidad, concilios, procesos de consenso, solidaridad con los presos, el mismo principio de democracia directa descentralizada. Esto era algo primitivo, comparado con la actualidad, y tenía diferencias significativas –notablemente, concepciones de no violencia al estilo gandhiano mucho más estrictas – pero todos los elementos estaban allí y fue la primera vez que se dieron todos juntos, como un paquete. Por dos años, el movimiento creció con increíble velocidad y mostró todos los signos de convertirse en un fenómeno nacional. Luego, casi con la misma rapidez, se desintegró.

Todo comenzó cuando, en 1974, algunos pacifistas veteranos convertidos en granjeros orgánicos en New England bloquearon exitosamente la construcción de una planta nuclear propuesta para Montague, Massachussets. En 1976, se unieron a otros activistas de New England, inspirados por el éxito de la ocupación a lo largo de un año de una planta en Alemania, para crear la Alianza Clamshell. La meta inmediata de Clamshell era detener la construcción de una planta nuclear en Seabrook, New Hampshire. Mientras que la alianza nunca logró manejar una ocupación más que como una serie de dramáticos arrestos masivos, combinada con solidaridad con los presos, sus acciones –que involucraban, en su apogeo, decenas de miles de personas organizadas en líneas directamente democráticas– tuvo éxito en poner en cuestión la propia idea de energía nuclear de una forma que nunca se logró con anterioridad. Coaliciones similares comenzaron a florecer a lo largo del país: la alianza Palmetto en South Carolina, Oystershell en Maryland, Sunflower en Kansas, y la más famosa de todas, la Alianza Abalone en California, reaccionando originalmente al plan completamente demente de construir una planta nuclear en Diablo Canyon, casi directamente sobre una de las mayores fallas geográficas.

Las primeras tres acciones masivas de Clamshell, en 1976 y 1977, fueron ampliamente exitosas. Pero pronto cayeron en crisis respecto a cuestiones sobre el proceso democrático. En mayo de 1978, un recién creado Comité de Coordinación violó el proceso al aceptar una oferta gubernamental de último minuto para realizar una manifestación legal de tres días en Seabrook en lugar de una cuarta ocupación planificada (la excusa era la renuencia a perturbar a la comunidad circundante). Agrios debates comenzaron alrededor del consenso y las relaciones con la comunidad, que luego se expandieron al rol de la no violencia (incluso atravesar vallas, o el uso de medidas defensivas como las máscaras de gas, originalmente estaban prohibidas), los roles de género, y así sucesivamente. En 1979 la alianza se dividió en dos facciones cada vez más ineficaces, por lo que luego de muchos retrasos, la planta Seabrook (o la mitad de la misma) entró en operación. La Alianza Abalone perduró más tiempo, hasta 1985, debido en parte a su fuerte núcleo anarco-feminista, pero al final, Diablo Canyon también obtuvo su licencia y
comenzó a funcionar en diciembre de 1988.

Superficialmente este no suena muy inspirador. Pero ¿qué intentaban lograr realmente estos movimientos? Puede ser útil aquí trazar un mapa de su rango total de metas:
1. Metas a corto plazo: bloquear la construcción de una planta nuclear particular (Seabrook, Diablo Canyon…).
2. Metas a mediano plazo: bloquear la construcción de toda nueva planta nuclear, deslegitimar la misma idea de energía nuclear y orientarse hacia la conservación y las energías verdes, y legitimar nuevas formas de resistencia no violenta y de democracia directa inspirada en el feminismo.
3. Metas a largo plazo: aplastar al Estado y destruir al capitalismo (al menos para sus elementos más radicales).

Los resultados son claros. Las metas a corto plazo casi nunca se lograron. A pesar de las numerosas victorias tácticas (retrasos, quiebre de empresas de servicios públicos, órdenes legales) las plantas que fueron el foco de las acciones masivas en última instancia comenzaron a funcionar. Los gobiernos simplemente no pueden permitirse ser vistos como perdedores en tales batallas. Las metas a largo plazo obviamente tampoco fueron alcanzadas. Pero una de las razones por lo que no lo hicieron es que las metas a mediano plazo fueron logradas casi inmediatamente. Las acciones deslegitimaron la idea misma de energía nuclear –sensibilizando al público al punto que cuanto Three Mile Island cerró en 1979, la industria cayó para siempre. Si bien los planes para Seabrook y Diablo Canyon no pudieron ser cancelados, si lo fueron casi todos los otros proyectos pendientes para la construcción de reactores nucleares, no proponiéndose ninguno más a lo largo de un cuarto de siglo. Se había avanzado más hacia la conservación, la energía verde, y la legitimación de nuevas técnicas de organización democrática. Todo esto ocurrió mucho más rápidamente de lo que nadie realmente lo había anticipado.

En retrospectiva, es fácil observar que la mayoría de los subsecuentes problemas emergieron directamente de la misma velocidad con que tuvieron éxito los movimientos. Los radicales tenían la esperanza de lograr vínculos entre la industria nuclear y la naturaleza misma del sistema capitalista que la creó. Como resultado, el sistema capitalista se mostró más que dispuesto a echar por la borda toda la industria nuclear al momento que se convirtió en un pasivo. Una vez que las grandes empresas comenzaron a clamar que ellas también querían promover la energía verde, invitando efectivamente a lo que hoy llamaríamos organizaciones no gubernamentales a ocupar la misma mesa, hubo una enorme tentación por abandonar el barco. Sobre todo porque muchas de ellas se habían aliado a los radicales en primer lugar, solo para ganarse un lugar propio en esa mesa.

El resultado inevitable fue una serie de acalorados debates estratégicos. Pero es imposible de entender esto sin primero comprender que tales debates estratégicos, dentro de los movimientos de democracia directa, rara vez son conducidos como tales. Casi siempre toman la forma de debates respecto a otras cosas. Tomemos como ejemplo el asunto del capitalismo. Los anti-capitalistas suelen ser más que felices pudiendo discutir su posición al respecto. Los liberales, por otra parte, realmente no se sienten cómodos para decir “en realidad, estoy a favor de mantener el capitalismo”, por lo que siempre que sea posible, intentan cambiar de tema. Así que los debates que realmente son respecto a cómo desafiar directamente al capitalismo, terminan siendo tratados como si fueran debates a corto plazo respecto a tácticas y no violencia. A los socialistas autoritarios u otras personas que desconfían de la democracia en sí misma tampoco les gusta tratar el tema, y prefieren discutir de la necesidad de crear las coaliciones más amplias posibles. Aquellos a los que les gusta le democracia pero sienten que el grupo está tomando una dirección estratégica equivocada, suelen hallar mucho más efectivo impugnar el proceso de toma de decisiones que desafiar las decisiones en sí mismas.

Hay otro factor que ha sido aún menos comentado, pero que creo es igual de importante. Todo el mundo sabe que enfrentado a una coalición amplia y potencialmente revolucionaria, el primer movimiento de cualquier gobierno será intentar dividirla. Llevar a cabo concesiones para aplacar a los moderados, mientras penaliza de modo selectivo a los radicales – este es el Arte de la Gobernanza 101. El gobierno de Estados Unidos, sin embargo, está en posesión de un imperio global constantemente movilizado para la guerra, y esto le proporciona una opción que la mayoría de los gobiernos no posee. Aquellos que pueden hacerlo casi en cualquier momento que lo
deseen, deciden incrementar los niveles de violencia en el extranjero. Esto ha probado ser una forma marcadamente efectiva para calmar los movimientos sociales surgidos en torno a preocupaciones nacionales. No parece coincidencia que los movimientos por los derechos civiles hayan sido seguidos por las principales concesiones políticas y una rápida escalada hacia la guerra en Vietnam; que el movimiento antinuclear haya sido seguido por el abandono de la energía nuclear y un aumento gradual de la Guerra Fría, con el programa Star Wars y las guerras por el poder en Afganistán y América Central; que el Movimiento de Justicia Global haya sido seguido por el colapso del consenso de Washington y la Guerra contra el Terror. Como resultado la temprana SDS tuvo que dejar a un lado su énfasis inicial en la democracia participativa para convertirse en un simple movimiento contra la guerra; el movimiento antinuclear se transformó en un movimiento de congelamiento nuclear; las estructuras horizontales de RAD y PAG dieron paso a organizaciones de masas de arriba-abajo tales como ANSWER y UFPJ. Desde el punto de vista del gobierno, la solución militar tiene sus riesgos.

Todo esto puede estallarte en la cara, como ocurrió en Vietnam (de ahí la obsesión, por lo menos desde la primera Guerra del Golfo respecto a diseñar una guerra que fuese efectivamente a prueba de protestas). También existe siempre el pequeño riesgo de que errores de cálculo accidentalmente disparen un Armagedón nuclear y se destruya el planeta. Pero esos son los riesgos que los políticos que se enfrentan a disturbios civiles parecen normalmente más dispuestos a tomar –aunque solo sea porque los movimientos de democracia directa los aterran genuinamente, mientras que los movimientos antibélicos son sus adversarios preferidos. Los Estados son, en última instancia, después de todo, formas de violencia.

Para ellos, cambiar el argumento a otro respecto a la violencia es llevar las cosas a su terreno, en el cual quieren hablar. Las organizaciones diseñadas tanto para apoyar como para oponerse a las guerras, siempre tenderán a ser más jerárquicas que las diseñadas para casi cualquier otro objetivo. Esto es sin dudas lo que ocurrió en el caso del movimiento antinuclear. Mientras que las movilizaciones anti-bélicas de los años ’80 resultaron más numerosas que lo que llegó a ser Clamshell o Abalone, también marcaron el regreso a las marchas con carteles, mítines legales, y el abandono de la experimentación de nuevas formas de democracia directa.

II: El Movimiento de Justicia Global

Asumiré que nuestros amables lectores están ampliamente familiarizados con las acciones de bloqueo en Seattle, el FMI y el Banco Mundial seis meses más tarde en el A16 en Washington, y las subsiguientes.

En los Estados Unidos el movimiento estalló de manera tan rápida y dramática que ni siquiera los medios de comunicación pudieron ignorarlo completamente. Con la misma velocidad comenzó a fagocitarse a sí mismo. Se fundaron Redes de Acción Directa en casi toda ciudad grande del país. Mientras algunas de ellas (notablemente la RAD de Seattle y la RAD de Los Angeles) eran reformistas, anti-corporativas, y fanáticas de los estrictos códigos de no violencia, la mayoría (tales como las RAD de New York y Chicago) fueron abrumadoramente anarquistas y anti-capitalistas, orientadas a una gran diversidad de tácticas. Otras ciudades (Montreal, Washigton D.C.) crearon la aún más explícitamente anarquista Convergencia Anti-Capitalista. Las RADs anti-corporativas se disolvieron casi de inmediato, pero unas pocas duraron poco más de un par de años. Hubo amargos e interminables debates: sobre la no violencia, sobre el asalto a las cumbres, sobre el racismo y el privilegio, sobre la viabilidad de los modelos en red. Luego ocurrió el 9/11, seguido por un aumento en los niveles de represión y su resultante paranoia, y la huida en pánico de nuestros antiguos aliados de los sindicatos y las ONGs. Por Miami en 2003, parecía que nos habían puesto en fuga, y una parálisis se extendió por todo el movimiento, de la cual solo recientemente comenzamos a recuperarnos.

El 11 de septiembre fue un evento tan raro, tan catastrófico, que hizo que sea casi imposible para nosotros percibir cualquier otra cosa a su alrededor. En el período inmediatamente posterior, casi todas las estructuras creadas por el movimiento se derrumbaron. Pero una de las razones por las que para ellos fue tan fácil derrumbarlo fue –no simplemente que la guerra se veía como un asunto inmediatamente más apremiante– si no que una vez más, la mayoría de nuestros objetivos inmediatos, de forma inesperada se habían alcanzado.

Yo mismo me uní a la RAD de New York justo en torno al A16. En ese momento la RAD como un todo se vio como un grupo con dos objetivos principales. Uno era ayudar a coordinar el ala norteamericana de un vasto movimiento global contra el neoliberalismo, el entonces llamado Consenso Washington, para destruir la hegemonía de las ideas neoliberales, detener los nuevos grandes acuerdos de comercio (OMC, ALCA), para desacreditar y eventualmente destruir a organizaciones tales como el FMI. El otro era difundir un modelo de democracia directa (con mucha inspiración anarquista): descentalización, estructuras por grupos de afinidad, procesos de consenso, y así reemplazar los viejos estilos de organización activista con sus comités de dirección y sus disputas ideológicas. Eso que a veces llamábamos “contaminacionismo”, era la idea respecto a que toda la gente realmente necesitaba estar expuesta a la experiencia de la acción directa y la democracia directa, y así comenzarían a imitarlo por sí mismos. Había un sentimiento general de que no estábamos intentando construir una estructura permanente; la RAD era sólo un medio para este fin. Cuando ésta había servido a su propósito, varios miembros fundadores me explicaron que ya no había más necesidad de ella. Por otra parte se trataba de objetivos muy ambiciosos, por lo que también asumimos que incluso si pudiésemos alcanzarlos, sería probable que nos tomase al menos una década.

Finalmente resultó que tomó alrededor de un año y medio. Obviamente no pudimos desencadenar una revolución social. Pero una de las razones por las que nunca llegamos al punto de inspirar a cientos de miles de personas a levantarse fue, nuevamente, que logramos nuestros objetivos demasiado rápido. Tomemos la cuestión de la organización. Mientras las coaliciones anti-bélicas continuaban operando, tal como lo hacen siempre las coaliciones anti-bélicas, como grupos de frente popular organizados de arriba-abajo, casi todos los grupos radicales de pequeña escala que no están dominados por marxistas sectarios de uno u otro tipo –y esto incluye a cualquiera desde las organizaciones de inmigrantes sirios de Montreal o los jardines comunitarios de Detroit– ahora operaban ampliamente bajo principios anarquistas. Puede que no lo sabían. Pero el contaminacionismo funcionó. Alternativamente, tomemos el ámbito de las ideas. El consenso Washington yace en ruinas. Tanto es así que no es difícil recordar cual era el discurso público en este país antes de Seattle. Rara vez los medios de comunicación y la clase política es tan completamente unánime respecto a cualquier cosa. Que el “libre comercio”, el “libre mercado”, y que el super recargado capitalismo sin barreras era la única posible dirección para la historia humana, la única solución posible para cualquier problema estaba tan asumido que cualquier persona que dudase de estas proposiciones era tratado como literalmente loco. Los activistas de acción global, cuando forzaron la atención de CNN o Newsweek, fueron descriptos inmediatamente como lunáticos o reaccionarios. Uno o dos años después, la CNN y la Newsweek estaban diciendo que habíamos ganado la discusión.

Por lo general, cuando me refiero a este punto frente un público anarquista, alguien inmediatamente objeta: “Bueno, claro, la retórica ha cambiado, pero las políticas siguen siendo las mismas”.

Esto es cierto de algún modo. Es decir, es correcto que no destruimos el capitalismo. Pero nosotros (en el sentido de “nosotros” horizontalista, como ala de un movimiento planetario contra el neoliberalismo orientado a la acción directa) hicimos posible propinarle un gran golpe en solo dos años como nadie lo hizo desde, digamos, la Revolución Rusa. Permítanme explicar esto punto por punto:

TRATADOS DE LIBRE COMERCIO: Todos los tratados más ambiciosos de libre comercio planificados desde 1998 han fracasado. El AMI fue derrotado; el ALCA, foco de las acciones de Québec y Miami, fue frenado en seco. La mayoría de nosotros recordamos la cumbre del ALCA en 2003 principalmente por introducir el “Modelo Miami” de represión policial extrema incluso contra la resistencia civil no violenta muy obvia. Eso era. Pero no olvidemos que fueron más que nada los enfurecidos fallos de un montón de malos perdedores – Miami fue la reunión donde se mató definitivamente al ALCA. Ahora nadie siquiera habla de amplios, ambiciosos tratados a esas escalas. Los Estados Unidos se reducen a pujar por tratados menores de país a país con aliados tradicionales tales como Corea del Sur y Perú, o en el mejor de los casos acuerdos como el CAFTA, mediante la unión de sus Estados clientes de Centroamérica, y ni siquiera queda claro si esto les servirá de algo.

LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL COMERCIO: Después de la catástrofe (para ellos) en Seattle, los organizadores trasladaron la reunión a la isla de Doha, en el Golfo Pérsico, al parecer decidiendo preferir correr el riesgo a ser explotados por Osama Bin Laden a tener que hacer frente a otro bloqueo de la RAD. Durante seis años se reunieron
en torno a la “Ronda de Doha”. El problema era que, envalentonados por el movimiento de protesta los gobiernos del sur comenzaron a insistir en que ya no acordarían abrir sus fronteras a las importaciones agrícolas de los países ricos a nos ser que éstos dejasen de verter miles de millones de dólares en subsidios a sus propios agricultores, garantizando así que los agricultores del sur no pudiesen competir. Dado que los Estados Unidos en particular no tenía intención de realizar ninguno de los sacrificios que exigía al resto del mundo, todos los tratos fueron desechados. En julio de 2006, Pierre Lamy, director de la OMC, declaró muerta a la Ronda de Doha, y desde ese momento nadie habló de otra negociación de OMC por al menos dos años – al punto que su organización posiblemente no exista.

EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL Y EL BANCO MUNDIAL: Esta es la más sorprendente de todas las historias. El FMI se acerca rápidamente a la bancarrota, y esto es resultado directo de la movilización mundial en su contra. Para decirlo sin rodeos: lo destruimos. El Banco Mundial no lo está haciendo mucho mejor. Pero al momento en que se sintieron completamente los efectos, nosotros siquiera estábamos prestando atención.

Esta última historia es digna de ser contada en detalle, así que abandono la sección de viñetas y continúo en el texto principal:

El FMI siempre fue el archi-villano en esta lucha. Es el instrumento más poderoso, más arrogante y más implacable a través del cual, durante los últimos 25 años han impuesto políticas neoliberales a los países más pobres del sur global, básicamente, mediante la manipulación de la deuda. A cambio de una refinanciación de emergencia, el FMI exigía “programas de ajuste estructural” que obligaban a realizar recortes masivos en salud, educación, precios de los alimentos, e interminables planes de privatización que estimulaban a que los capitalistas extranjeros comprasen recursos locales a precios de oferta. El ajuste estructural nunca sirvió para que los países se recuperasen económicamente, manteniéndose en crisis, por lo que la solución fue siempre insistir en una nueva ronda de ajustes estructurales.

El FMI tenía otro papel, menos célebre: el de ejecutor mundial. Era su trabajo asegurarse que ningún país (sin importar cuan pobre fuera) jamás dejara de pagar los préstamos a los banqueros occidentales (sin importar cuan tontos fueran). Incluso si un banquero ofreciese a un dictador corrupto un préstamo de mil millones de dólares, y éste los colocase en su cuenta bancaria en Suiza y huyese del país, el FMI garantizaría que los mil millones de dólares (más generosos intereses) tendrían que ser extraídos de sus ex víctimas. Si un país entrase en default, por cualquier motivo, el FMI podría imponer un boicot crediticio con efectos más o menos comparables a los de una bomba atómica (Todo esto va en contra incluso de la teoría económica elemental, según la cual se supone que los préstamos deben aceptar un cierto grado de riesgo, pero en el mundo de la política internacional, las leyes económicas son solo vinculantes para los pobres). Este rol fue su caída.

Lo que sucedió es que Argentina dejó de pagar y se salió con la suya. En los años ’90, la Argentina había sido alumna estrella del FMI en América Latina – habían privatizado, literalmente, todas las facilidades públicas, excepto las oficinas de aduanas. Luego, en 2002, la economía se estrelló. Los resultados inmediatos todos los conocemos: batallas en las calles, asambleas populares, el derrocamiento de tres gobiernos en un mes, bloqueos de carreteras, fábricas ocupadas… “Horizontalismo” – ampliamente principios anarquistas– fueron el núcleo de la resistencia popular. La clase política fue tan completamente desacreditada que los políticos se vieron obligados a ponerse pelucas y bigotes falsos para poder comer en los restaurantes sin ser físicamente atacados. Cuando Néstor Kirchner, un socialdemócrata moderado, tomó el poder en 2003, sabía que tenía que hacer algo dramático con el fin de lograr que la mayoría de la población incluso aceptase la idea de tener un gobierno, por no hablar del suyo. Y así lo hizo. De hecho, hizo lo único que nadie en esa posición se suponer debe hacer nunca. Dejó de pagar
la deuda externa argentina.

De hecho Kirchner fue muy inteligente al respecto. No dejó de pagar sus propios préstamos al FMI. Dejó de pagar la deuda privada de Argentina, anunciando que para todos los préstamos pendientes, sólo pagaría 25 centavos por dólar. Citibank y Chase, por supuesto, fueron al FMI, su ejecutor habitual, para exigir castigo. Pero por primera vez en la historia, el FMI se resistió. En primer lugar, con la economía argentina ya en ruinas, el equivalente a una bomba nuclear podría hacer poco más que rebotar los escombros. En segundo lugar, casi todo el mundo era consciente que fueron los desastrosos consejos del FMI los que sentaron las bases para la caída de Argentina en primer lugar. En tercer lugar, y el más decisivo, esto fue en la cúspide de los efectos del movimiento de justicia global: el FMI ya era la institución más odiada del planeta, y destruir deliberadamente lo poco que quedaba de la clase media argentina fue llevar las cosas demasiado lejos.

Así que Argentina pudo salirse con la suya. Después de eso, todo cambió. Brasil y Argentina se dispusieron a pagar su deuda pendiente con el propio FMI. Con un poco de ayuda de Chávez, también lo hizo el resto del continente. En 2003, la deuda del FMI en América Latina se situó en los $ 49 mil millones. Ahora es de $ 694 millones. Para poner esto en perspectiva: esto es un descenso del 98,6%. Por cada mil dólares adeudados hace cuatro años, América Latina ahora debe catorce dólares. Asia los siguió. China e India ahora no poseen deuda pendiente con el FMI y se niegan a sacar nuevos préstamos. El boicot incluye ahora a Corea, Tailandia, Indonesia, Filipinas y casi todas las demás economías regionales significativas. También Rusia. El Fondo se reduce a dar órdenes sobre las economías de África, y tal vez algunas regiones de Medio Oriente y la antigua esfera Soviética (básicamente aquellas sin petróleo). Como resultado sus ingresos han caído un 80% en cuatro años. Ironía de las ironías posibles, cada vez se observa más que el FMI irá a la bancarrota si no encuentra quien esté dispuesto a rescatarlo. Tampoco es claro que haya alguien que quiera hacerlo. Con su reputación de ejecutor fiscal por los suelos, el FMI ya no sirve a ningún propósito obvio incluso para los propios capitalistas. Hubo una serie de propuestas en las últimas reuniones del G-8 para llevar a cabo una nueva misión para la organización – una especia de tribunal internacional de bancarrotas, quizás – pero todas terminaron siendo torpedeadas por una u otra razón. Incluso si el FMI logra sobrevivir, ya ha sido reducido a una caricatura de lo que fue.

El Banco Mundial, que desde el principio asumió el rol de policía bueno, está en un poco mejor forma. Pero el énfasis aquí debe ser puesto en la palabra “poco” – así, sus ingresos han caído sólo en un 60% y no en un 80%, y sufre pocos boicots reales. Por otra parte, el Banco se mantiene actualmente vivo en gran parte por el hecho de que la India y China están aún dispuestas a tratar con él, y ambas partes saben que ésta ya no está en posición de dictar los términos.

Obviamente, esto no quiere decir que todos los monstruos han sido asesinados. En América Latina, el neoliberalismo puede estar a la carrera, pero China e India están llevando a cabo “reformas” devastadoras en sus propios países, las protecciones sociales europeas están bajo ataque, y la mayor parte de África, a pesar de mucha postura hipócrita por parte de los Bonos y los países ricos del mundo, está aún bloqueada por las deudas, enfrentándose a una nueva colonización por parte de China. Estados Unidos, con su poder económico en retirada en casi todos los lugares del mundo, está tratando desesperadamente de redoblar su control sobre México y América Central. No estamos viviendo la utopía. Pero eso ya lo sabíamos. La pregunta es por qué jamás notamos nuestras victorias.

Olivier de Marcellus, un activista suizo, apunta a una razón: cada vez que un elemento del sistema capitalista recibe un golpe, se trate de la industria nuclear o el FMI, alguna revista de izquierda comenzará a explicarnos que en realidad, todo esto es parte de su plan – o tal vez, un efecto inexorable de las contradicciones internas del capital, pero sin dudas, nada de lo que nosotros seamos responsables. Aún más importante, quizás, es nuestra reticencia a decir incluso la palabra “nosotros”. ¿El default argentino no fue realmente diseñado por Néstor Kirchner? ¿Qué tiene esto que ver con el movimiento de globalización? Quiero decir, no es que sus manos se vieran obligadas por miles de ciudadanos que se fueron levantando, rompiendo bancos, y sustituyendo al gobierno por asambleas populares. Bueno, de acuerdo, quizás lo fueron. En ese caso, los ciudadanos eran personas del sur global. ¿Cómo podemos “nosotros” asumir la responsabilidad de sus acciones? No importa que en su mayoría se vieran como parte del mismo movimiento de justicia global que nosotros, que abrazaran ideas similares, vistieran ropas similares, utilizaran tácticas similares, en muchos casos pertenecieran a las mismas confederaciones y organizaciones. Decir “nosotros” implicaría el pecado original de hablar por los demás.

Personalmente creo que es razonable para un movimiento global que considere sus logros en términos globales. Estos no son despreciables. Sin embargo, al igual que con el movimiento antinuclear, casi todos estuvieron centrados en el mediano plazo. Permítanme aquí trazar una jerarquía de los objetivos similares:
– Metas a corto plazo: el bloqueo y cierre de cumbres particulares (FMI, OMC, G-8, etc.).
– Objetivos a mediano plazo: destruir el “Consenso Washington” respecto al neoliberalismo, bloquear todos los nuevos acuerdos comerciales, deslegitimar y finalmente apagar instituciones tales como la OMC, el FMI y el Banco Mundial; difundir nuevos modelos de democracia directa.
– Objetivos a largo plazo: aplastar al Estado y destruir el capitalismo (al menos para los elementos más radicales).

Una vez más, encontramos el mismo patrón. Después del milagro en Seattle, a corto plazo los objetivos – tácticos – fueron rara vez alcanzados. Pero esto fue porque al enfrentarse a estos movimientos, los gobiernos tienden a plantarse y hacer un asunto de principios algo que no debe ser. Esto se considera mucho más importante, de hecho, que el éxito mismo de la cumbre en cuestión. La mayoría de los activistas no parecen ser conscientes que en muchos casos – las reuniones del FMI y el Banco Mundial de 2001 y 2002, por ejemplo – la policía terminó haciendo cumplir medidas de seguridad tan elaboradas que estuvieron a punto de cerrar las propias reuniones;
asegurando que se cancelaran muchos eventos, se arruinaran ceremonias, y que nadie tuviese realmente la oportunidad de charlar entre sí. Pero la cuestión no era si los funcionarios de comercio lograran encontrarse o no. El punto era que los manifestantes no podían ser vistos como los ganadores.

Aquí también, los objetivos a mediano plazo se lograron tan rápidamente que dificultaron llevar a cabo las metas a largo plazo. ONGs, sindicatos, marxistas autoritarios y aliados similares abandonaron el barco casi de inmediato; se produjeron debates estratégicos, pero fueron llevados a cabo, como siempre, de manera indirecta, con argumentos sobre racismo, privilegio, táctica, casi cualquier cosa salvo debates estratégicos reales. Aquí también, todo se hizo más difícil debido al recurso estatal de la guerra.

Es difícil, como ya mencioné, que los anarquistas asuman responsabilidad directa respecto al inevitable fin de la guerra de Irak. Sin embargo, el caso podría considerarse como una responsabilidad indirecta. Desde los años ’60, y la catástrofe de Vietnam, el gobierno de Estados Unidos no ha abandonado su política de responder a cualquier amenaza de movilización democrática masiva con un retorno a la guerra. Pero debe hacerlo con mucho más cuidado. Esencialmente, deben diseñar guerras a prueba de protestas. Hay muy buenas razones para creer que la primera Guerra del Golfo fue explícitamente diseñada con esto en mente. El enfoque adoptado para la invasión a Irak – la insistencia en un ejército pequeño, de alta tecnología, la extrema dependencia a la potencia del fuego indiscriminado, incluso contra población civil, para protegerse de los niveles de bajas esta dounidenses equivalentes a las de Vietnam – parece haber sido desarrollado, nuevamente, más con la idea de anular cualquier posible movimiento por la paz en el interior del país que para lograr efectividad militar. Esto, de todos modos, puede ayudar a explicar por qué el ejército más poderoso del mundo terminó reducido e incluso derrotado por un grupo casi inimaginable de guerrillas con poco acceso a áreas seguras, financiación o apoyo militar. Al igual que las cumbres de comercio, estuvieron tan obsesionados en asegurar que las fuerzas de la resistencia civil no sean vistas para ganar la batalla en casa, que prefirieron perder la guerra real.

 

Perspectivas (con un breve retorno a la España de los años ’30)

Entonces ¿cómo hacer frente a los peligros de la victoria? No puedo pretender respuestas simples. Realmente comencé este ensayo más que nada para iniciar una conversación, para poner la problemática sobre la mesa – para inspirar a un debate estratégico.

Sin embargo, algunas implicancias son bastante obvias. La próxima vez que planeemos una gran campaña de acción, pienso que haríamos bien en, al menos, tener en cuenta la posibilidad de que podamos obtener nuestros objetivos estratégicos a mediano plazo muy rápidamente, y que cuando esto suceda, muchos se nuestros aliados de apartarán. Tenemos que reconocer los debates estratégicos como lo que son, incluso cuando parezcan ser sobre otras cosas. Tomemos un ejemplo famoso: los argumentos sobre la destrucción de la propiedad después de Seattle. La mayoría de ellos, creo, eran realmente argumentos respecto al capitalismo. Quienes denunciaron roturas de vidrios lo hicieron principalmente porque deseaban atraer a los consumidores de clase media hacia estilos de intercambio mundial del consumismo verde, de aliarse con las burocracias laborales y socialdemócratas del extranjero. Esto no fue un camino diseñado para crear una confrontación directa con el capitalismo, y la mayoría de quienes nos instaban a tomar esta ruta eran al menos escépticos sobre la posibilidad de que el capitalismo realmente pudiese ser derrotado. Quienes rompieron ventanas
no les importaba si estaban ofendiendo a los propietarios de viviendas suburbanas, porque no los veían como un elemento potencial en la coalición revolucionaria anticapitalista. Estaban tratando, en efecto, de secuestrar los medios de comunicación para enviar un mensaje de que el sistema es vulnerable – con la esperanza de inspirar actos insurreccionales similares por parte de quienes podían considerar entrar en una alianza verdaderamente revolucionaria; adolescentes alienados, gente de color oprimida, trabajadores hartos de los burócratas sindicales, personas sin hogar, criminalizados, los radicalmente descontentos. Si un movimiento anti-capitalista comienza, en Estados Unidos, debe comenzar con gente como esta: gente que no tiene la necesidad de ser convencida que el sistema está podrido, si no solamente, de que pueden hacer algo al respecto. Y en cualquier caso, incluso si fuera posible desarrollar una revolución anti-capitalista sin batallas armadas en las calles – sobre la que muchos pensamos, seamos sinceros, que si nos enfrentamos al ejército de Estados Unidos, perderíamos – no hay manera posible que pudiésemos hacer una revolución anti-capitalista y al mismo tiempo respetar escrupulosamente los derechos de propiedad.

Esto último nos lleva a una pregunta interesante. ¿Qué significaría ganar, no solamente nuestros objetivos a mediano plazo, si no aquellos de largo plazo? Por el momento nadie siquiera tiene claro como sucederá, por la misma razón de que ninguno de nosotros le queda mucha fe a “la” revolución en el viejo sentido del término del siglo XIX y XX. Después de todo, la imagen total de la revolución, que habrá una única insurrección de masas o una huelga general y luego todas las paredes se vendrán abajo, se basa completamente en la vieja fantasía de apoderarse del Estado. Esta es la única victoria que posiblemente podría ser absoluta y completa – al menos, hablando de todo un país o un territorio significativo.

A modo ilustrativo, consideremos esto: ¿Qué debió realmente significar para los anarquistas españoles “ganar” en 1937? Es increíble como rara vez nos hacemos tales preguntas. Nos imaginamos que habría sido algo así como la Revolución Rusa, que comenzó de manera similar, con la disolución del antiguo ejército, la creación espontánea de los soviets de trabajadores. Pero esto fue en las ciudades principales. La Revolución Rusa fue seguida por años de guerra civil en las que el Ejército Rojo gradualmente impuso el control del nuevo Estado en cada porción del antiguo Imperio Ruso, sin importar si las comunidades en cuestión quisieran o no. Imaginemos que las milicias anarquistas en España hubiesen derrotado al ejército fascista, lo hubiesen disuelto, y expulsado al gobierno socialista republicano de sus oficinas en Barcelona y Madrid. Esto ciertamente sería la victoria para los estándares de cualquiera. ¿Pero qué habría sucedido después? ¿Se habrían establecido como una no-República, un antiestado dentro de las mismas fronteras internacionales exactas? ¿Habrían impuesto el régimen de los consejos populares en todos los pueblos y municipalidades en el territorio que antes había sido España? ¿Cómo exactamente? Hay que tener en cuenta que había muchas aldeas y pueblos, incluso regiones de España donde los anarquistas eran casi inexistentes. En algunos casi toda la población se componía de católicos o monárquicos conservadores; en otros (por ejemplo, el País Vasco) había una clase obrera militante y bien organizada, pero abrumadoramente socialista o comunista. Incluso a la altura del fervor revolucionario, la mayoría preferiría permanecer fiel a sus viejos valores e ideas. Si la victoriosa FAI hubiese intentado exterminarlos a todos – una tarea que habría requerido matar a millones de personas – o perseguirlas fuera del país, o por la fuerza reubicarlos en comunidades anarquistas, o enviarlos a campos de reeducación – no sólo serían culpables de atrocidades de escala mundial, si no que tendrían que haber renunciado a ser anarquistas. Las organizaciones democráticas simplemente no pueden cometer atrocidades a esa sistemática escala: para eso es necesario un modelo de organización de arriba-abajo al estilo comunista o fascista, ya que no es posible reunir a miles de seres humanos para llevar a cabo una matanza sistemática de mujeres, niños indefensos y ancianos, destruir comunidades o expulsar familias de sus hogares ancestrales, a menos que al menos puedan decir que sólo estaban siguiendo órdenes. Parece que solo habría dos posibles soluciones al problema.

Que la República continuase como gobierno de facto, controlado por los socialistas, dejándolos imponer el control del gobierno en las zonas mayoritariamente de derecha, y obtener algún tipo de acuerdo respecto a dejar que las ciudades, pueblos y aldeas de mayoría anarquista se organizaren como quisieran, y esperar que mantuvieran el trato (esta podría ser considerada la opción de “buena suerte”).

Declarar que todo el mundo formaría sus propias asambleas populares locales, dejando que ellos decidieran por su cuenta el modo de auto-organización.

Esto último parece lo más apropiado a los principios anarquistas, pero los resultados no habían sido probablemente muy diferentes. Después de todo, si los habitantes de, digamos, Bilbao deseaban fervientemente crear un gobierno local, ¿Cómo exactamente uno podría impedirlo? Municipalidades donde la iglesia o los propietarios aún contaban con apoyo popular presumiblemente habrían puesto a las mismas viejas autoridades de derecha en los cargos; los municipios socialistas o comunistas habrían puesto a burócratas de estos partidos; estatistas de derecha e izquierda formarían entonces confederaciones rivales que, a pesar de controlar sólo una fracción del
antiguo territorio español, se declararían a si mismos el legítimo gobierno de España. Los gobiernos extranjeros se reconocen unos a otros – pero ninguno estaría dispuesto a intercambiar embajadores con una organización no gubernamental como la FAI, aún suponiendo que la FAI desease intercambiar embajadores con ellos, cosa que no haría. En otras palabras, la guerra armada podría terminar, pero la lucha política continuaría, y gran parte de España presumiblemente terminaría pareciéndose al Chiapas contemporáneo, con cada distrito o comunidad dividida entre facciones anarquistas y anti-anarquistas. La victoria final sería un proceso largo y arduo. La única
manera de ganar realmente en los enclaves estatistas sería ganando a sus hijos, lo que podría cumplirse mediante la creación de una vida obviamente más libre, más placentera, más bella, segura y relajada en las regiones no estatales. Las potencias capitalistas extranjeras, por otro lado, aunque no intervinieran militarmente, harían todo lo posible por eliminar la “amenaza del buen ejemplo” mediante boicots económicos y subversión, y volcando los recursos en zonas estatistas. Al final, todo probablemente dependerá del grado en que las victorias anarquistas en España inspiren insurrecciones similares en otros lugares.

El objetivo real de este ejercicio imaginativo es sólo señalar que no hay quiebres limpios en la historia. La vieja cara de la idea de ruptura, el momento en el que el Estado cae y el capitalismo es derrotado, es cualquier cosa pero no es para nada la victoria real. Si el capitalismo queda en pie, si se empiezan a comercializar las ideas alguna vez subversivas, es una muestra de que los capitalistas realmente ganaron. Perdiste; has sido cooptado. Para mí, esto es absurdo ¿Podemos decir que el feminismo ha perdido, que no logró nada, sólo porque la cultura corporativa se sintió obligada a pagar condenas por sexismo y los capitalistas comenzaron a comercializar libros feministas, películas y otros productos? Por supuesto que no: a menos que seas capaz de destruir el capitalismo y el patriarcado de un solo golpe,
este es uno de los signos más claros de que se ha llegado a alguna parte. Presumiblemente cualquier camino efectivo a la revolución involucrará interminables momentos de cooptación, interminables campañas victoriosas, interminables pequeños momentos de insurrección o momentos de vuelo y autonomía encubierta. No me atrevo a especular lo que realmente podría llegar a ser. Pero para comenzar a avanzar en esa dirección, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que nosotros, de hecho, ganamos
algunas veces. De hecho, recientemente hemos estado ganando mucho. La pregunta es cómo romper el ciclo de la exaltación y de la desesperación para lograr alcanzar algunas visiones estratégicas (cuantas más mejor) sobre estas victorias construidas entre todos, para crear un movimiento acumulativo hacia una nueva sociedad.

David Graeber 

Publicado en la revista Erosión # 5, Santiago de Chile, primavera de 2015. Número completo accesible en http://erosion.grupogomezrojas.org/ultima-edicion

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