Particularmente, como debe resultar obvio para quién tenga el cerebro bien oxigenado y me conozca, me interesa poco o nada lo que puedan decir personajes grotescamente mediáticos como Federico Jiménez Losantos. Sin embargo, lo que sí me inquieta, y dice muy poco de esta especie a menudo necia y perversa que es el homo sapiens, es la cantidad de españolitos que escuchan a semejante ser y se congratulan de las barbaridades, simplezas e insultos que vomita por su boca. Es por eso que acabo por enterarme de que, recientemente, el muy repulsivo, inicuo y no menos grotesco expresidente de este inefable Reino de España, José María Aznar, ha acudido a la radio de aquel para ser entrevistado. Se ha difundido que, en dicho encuentro en el que entrevistador afirma categóricamente cosas demenciales y pretende que el entrevistado sencillamente se las confirme, el también exfalangista Aznar se negó a condenar, según sus palabras, «algo en lo cual mi padre participó». Como puede suponerse, el susodicho ser se refería la guerra civil, provocada por un intento de golpe de Estado reaccionario a cargo de militares facciosos, que asoló este país durante casi tres años y dio lugar a una cruenta dictadura de casi cuarenta. Para el que no lo sepa, Manuel Aznar, padre del irrisorio y perverso exfalangista y expresidente, fue oficial del ejército franquista, jefe del partido fascista fundado por José Antonio Primo de Rivera y esforzado propagandista durante la contienda. Obviamente, nadie tiene la culpa de los pecados de su padre, pero es que en este caso muy probablemente los pecados del hijo hicieron casi bueno al progenitor (perdón por la terminología religiosa, cosas de este inefable país). Es natural que Aznar junior esté muy en contra de la llamada «memoria democrática», por otra parte a todas luces insuficiente y algo distorsionadora a ojos de este lúcido ácrata que suscribe, pero sigamos con la entrevista perpetrada por ese individuo de corta estatura moral que es Jiménez Losantos.
El tipo le espeta a su entrevistado si no piensa que se ha vuelto a «la bolchevización del PSOE» y que «estamos otra vez en el 36». ¿Puede alguien con un mínimo de conocimientos e historia no descojonarse y/o indignarse ante semejante discurso? Claro, no es el caso del vil fulano que ayudó a promover una invasión militar de Irak, provocando el asesinato de infinidad de personas, que además se atreve a llamar ignorantes a los demás por intentar, según él, reescribir la historia cometiendo los mismos errores que antaño y dar lugar a «la exclusión de la mitad de España». ¡Ahora lo entiendo! Es que la «mitad de España», bien entrado el siglo XXI, debe seguir siendo fascista (es decir, poco amiga de la democracia, de ahí que se oponga a toda memoria al respecto). Un pequeño inciso, que probablemente ya he realizado en demasiadas ocasiones. No alabo en absoluto aquel periodo llamado Segunda República, si bien obviamente era un avance frente a lo que había habido previamente en este indescriptible país, no dejaba de ser una homologación política con otros regímenes democráticos del momento (creo que esto es una verdad histórica bastante objetiva, a pesar de los problemas sociales y políticos, que continuaron existiendo, y a pesar de la propaganda reaccionaria en sentido contrario). A pesar de ello, y dejando a un lado de momento mi feroz crítica al sistema actual, solo digo una evidencia cuando la democracia fundada tras la muerte del dictador tenía que haber buscado sus raíces históricas con el (inimaginable, es cierto) consenso de todas las fuerzas políticas. Sí, soy muy consciente de que la Transición fue en gran medida una farsa, y los que eran franquistas se levantaron un día «demócratas», pero hablo de un escenario hipotético que debería resultar obvio a nivel moral e histórico; máxime hoy en día, bien entrado el siglo XXI, con una derecha patria siempre permanentemente cercana a lo que llamamos extrema derecha. Y es que si tuviéramos una diestra como es debido en esta santa nación sencillamente evolucionarían hacia un auténtico liberalismo cultural y condenarían lo que es un horror histórico.
Al producirse esa escisión del Partido Popular, dando lugar a eso llamado Vox, ambas fuerzas compiten por atraer a un electorado tarugo y reaccionario manteniendo un discurso solo apto para insuficientes morales e intelectuales. Y es que no puede explicarse de otra forma que esperpentos como Losantos y Aznar, aunque en absoluto idiotas al contrario del público al que se dirigen, aseguren cosas como que Pedro Sánchez es un bolchevique (el anticomunismo sigue dando mucho juego). El pérfido locutor radiofónico también le reprocha al vil expresidente que hace muchos años llegó a condenar, aunque fuera con la boca pequeña, el golpe de Estado de Franco; le contesta el exfascista que no es cierto, que fue solo al «sistema» (sin precisar demasiado). Hagamos también memoria de esto y veamos aquella resolución de 2002, que el PP de Aznar al parecer apoyó: «Nadie puede sentirse legitimado, como ocurrió en el pasado, para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios contrarios a la libertad y a la dignidad de todos los ciudadanos, lo que merece la condena y repulsa de nuestra sociedad». Bonitas palabras, que más de dos décadas después uno de los líderes de una derecha supuestamente democrática, como haría cualquier persona decente, es incapaz de suscribir condenando aquel atentado contra los derechos humanos que fue el golpe de Estado y una dictadura que ocupó gran parte del siglo XX. Por supuesto, mi condición ácrata, y algo nihilista, me hace ir mucho más allá de todo este juego en el que la palabra «democracia» parece conjurar cualquier peligro autoritario; podemos extendernos mucho sobre si cualquier forma de Estado, incluso el liberal y democrática, es ya una apropiación violenta de lo que solo debería corresponder a la sociedad. Pero bueno, ese necesario análisis radical pertenece ya otro terreno, desgraciadamente ajeno a lo que de momento nos depara cotidianamente este inenarrable Reino de España.




