ANARQUISMO ANARCAPITALISMO

Sobre algunas perspectivas libertarias y el anarcocapitalismo

Nos lamentamos mucho las y los anarquistas, de manera quizá pertinazmente reiterada, pero la mayor parte de las veces con razón, de las muchas falsedades que se han vertido sobre nuestras ideas y prácticas. De hecho, la Real Academia Española, por decirlo con delicadeza, no resulta muy afortunada en su definición de anarquismo. Dejaremos a un lado la segunda acepción, una suerte de pleonasmo que plasma un absurdo como «Movimiento social inspirado por el anarquismo», y nos centraremos en la primera. En la misma, se asegura lo siguiente: «Doctrina que propugna la supresión del Estado y del poder gubernativo en defensa de la libertad absoluta del individuo». Resulta imposible en la insigne institución lingüística mayor imprecisión, por no hablar de mera mistificación, con tan escasas palabras. No queda clara la sociedad a la que aspiran los anarquistas, hubiera sido tan sencillo como aclarar que desean «una sociedad exenta de cualquier forma  de dominación» (por lo tanto, no se oponen solo al Estado y sus instituciones coactivas), ni podemos subscribir desde ninguna perspectiva libertaria, incluso yo diría que tampoco desde la tradición más ferozmente individualista, ese despropósito filosófico de una «libertad absoluta del individuo». Nos sirve la errada e irritante acepción de la RAE, al menos, para profundizar en unos cuantos conceptos libertarios en la actualidad, más que nunca, extremadamente confusos.

No es mi intención repetirme1, pero hay que clarificar una vez más sobre la acaparación del concepto libertario realizado en la actualidad, desgraciadamente extendido por los medios y aceptado sin rubor por toda la clase política aspirante al poder. Los llamados anarcocapitalistas, de manera evidente en teoría y práctica, no pueden considerarse de ninguna forma parte del universo ácrata2 y, a lo largo de este artículo haremos diversas aclaraciones al respecto. La oposición de los auténticos anarquistas, como ya hemos apuntado, a toda forma de dominación nos introduce de entrada en un apasionado debate vital y filosófico. Solo es necesario echar un vistazo a la tradición anarquista para comprobar que los libertarios siempre combatieron cualquier autoridad coercitiva, por lo que no es casualidad que también se les haya denominado antiautoritarios. Al indagar una y otra vez sobre formas de ser más libres, el anarquismo ha supuesto la excepción dentro de una filosofía política, que se ha esforzado históricamente en encontrar medios legítimos de coacción.3

Y es que el poder ha constituido siempre uno de los problemas primordiales del pensamiento político, aunque no esté demasiado claro si se ha avanzado tanto al respecto ya entrado el siglo XXI, especialmente por la confusión del mismo con los conceptos de autoridad y dominio sobre los que se estructuran las relaciones y comportamientos sociales. Hay también que matizar que, aunque hay veces que los empleemos indistintamente, podemos diferenciar entre el Estado y cualquier forma de poder político; así, es posible considerar la política, de modo general, como los procesos y mecanismos de toma y aplicación de decisiones en la sociedad.4 Podemos encontrar una consideración positiva de la autoridad, desde una perspectiva libertaria, si se identifica con toda influencia moral, racional o intelectual, lo mismo que se critica el poder solo si es acaparado por una minoría obligando al resto de la sociedad al sometimiento y la obediencia. Esta concentración del poder, de la fuerza para obligar a otros, es criticada por los anarcocapitalistas en el terreno político, de ahí su supuesta negación del Estado, pero obvian que dicho mecanismo se produce igualmente en el campo económico si alguien acapara recursos y medios de producción.

Existe, probablemente, un vínculo entre la existencia del poder y la libertad sin que haya una exclusión mutua entre ambos conceptos; desde ese punto de vista, en cualquier ámbito de la vida (por supuesto, también en el económico), la desigual distribución del poder, entendido como potestad o capacidad para actuar, debería provocar el rechazo de cualquier sensibilidad verdaderamente libertaria. Así, la libertad para el anarquismo no es meramente negativa, la no interferencia de una autoridad política, tal y como han pretendido ciertas corrientes liberales y ahora estos no demasiados originales anarcocapitalistas, ya que se completa con una concepción positiva entendida como capacidad para actuar y crear de forma innovadora dentro de una comunidad que tienda a la igualdad y, importante al ser algo totalmente ajeno a una mistificación anarcocapitalista que deja a un lado la insistencia en los más nobles valores humanos en la convivencia social, con el principal paradigma de la solidaridad. El anarquismo quiere establecer vías cooperativas para eludir toda institución coercitiva y restrictiva, todo acaparamiento de la fuerza por parte de una instancia política controlada por una minoría, pero los pseudolibertarios actuales se limitan a trasladar dicha situación al ámbito privado. No hace falta aclarar que los anarcocapitalistas no solo no se oponen a cualquier fuerza policial, sino que abogan explícitamente por una establecida por aquellos que acaparen la propiedad para defender sus intereses.

En definitiva, para resumir por el momento, para el llamado anarcocapitalismo toda solución en cuanto a bienes y servicios la proporciona el mercado en base al derecho de la propiedad privada y su defensa mediante medios abiertamente coactivos, mientras que para el anarquismo es la propia sociedad en su conjunto (autogestión) la que debe tomar las decisiones al respecto con una auténtica crítica al orden coactivo y a la acumulación de recursos por parte de una minoría. Todo esto, se podrá aducir, es mera teoría, asumible y expresada como deseos por unos o por otras, pero se dirá que luego está la realidad para darnos de bruces. Bien, aclararé que como anarquista, por supuesto, trato permanentemente de alejarme de todo doctrinarismo y no pretendo en absoluto adaptar teoría alguna a la praxis, sino tratar de clarificar algunos conceptos; precisamente, la ausencia de dogmatismo en las ideas libertarias, aunque confío en que con unos valores morales innegociables,5 obliga a realizarse preguntas constantemente para la mejor manera de llevarlas a la práctica.

Para el caso que nos ocupa, me resulta obligatorio abordar la cuestión del capitalismo y, de modo general, no está nada mal señalar de entrada que muy probablemente dicho sistema económico no deja de ser una evolución de la esclavitud,6 ya que en ambos modos de producción gran parte de las personas, las desposeídas, son reducidas a una fuerza de trabajo abstracta debiendo obediencia a los que detentan los medios producción. No obstante, a pesar de esta pequeña diatriba inicial, propongo un ejercicio algo peculiar y es tratar de no llenarnos la boca tan a menudo con ciertos conceptos que consideramos perniciosos, adornados con el prefijo anti, hasta el punto de observar el anarquismo a veces casi como mera oposición a, para tratar de dar nítidas alternativas libertarias en función de una realidad concreta que consideramos nociva. Dejaremos también a un lado de momento nociones políticas y económicas, si no periclitadas, sí totalmente pervertidas históricamente por sus fracasadas vías autoritarias, así como por concepciones teleológicas hoy ya desterradas, es el caso de socialismo7 o, especialmente, de comunismo. Del mismo modo, creo que resulta urgente actualizar los conceptos de izquierda y derecha, irritante polarización favorecida por intereses a un lado y otro del espectro político, especialmente si la variable, al menos en la teoría, se limita a más Estado o menos Estado; de hecho, los que quedan en evidencia son los anarcocapitalistas cuando nos etiquetan, de manera obviamente interesada para presentarse como una corriente libertaria, como anarquistas de izquierda8 y, usualmente, no se les oye ni la menor crítica a la derecha más reaccionaria.

Pero, sigamos abordando algunos conceptos. Los anarquistas clásicos hicieron una devastadora crítica al Estado, aunque concretando muy bien las instituciones que conlleva y cómo constituían garante de privilegio para unos pocos; de esa manera, se impedía su equiparación con la sociedad, que deseaban fortalecer en todos los ámbitos de la vida, precisamente, mostrando un modo mejor de organizarse para establecer ese deseado fin del Estado, que de manera evidente se identificaba con el acaparamiento por parte de una minoría de una potestad que solo pertenece al conjunto de la sociedad. Como en el imaginario colectivo la confusión entre sociedad y Estado9 empezaba a ser ya inevitable, y hoy más que nunca en su caracterización como Estado de derecho y democrático, algunos ácratas matizaron que fundamentalmente la oposición era a todo gobierno (entendido, claro, como una minoría que decide por los demás), como parte primordial de una institución estatal que quizá era necesario deconstruir antes de destruir en aras de una realidad social más libre y justa.

Quizá sea bueno realizar un trabajo similar con el capitalismo, ya que también en gran parte del imaginario colectivo, debido al fracaso de toda vía hacia el socialismo a través del Estado, este sistema económico aparece como el único posible, aun con todos sus defectos, como garante de «progreso».10 Como una característica primordial del sistema capitalista, hay que abordar la cuestión de la propiedad privada, supuesto derecho natural elevado a los altares por los liberales y ahora los anarcocapitalistas, mientras que algunos anarquistas se han esforzado en diseñar un sistema en el que se haya superado. Se trataría de uno de los factores que nos introducen en una paradoja dentro del anarquismo moderno al buscar una perspectiva obligatoriamente totalizante,11 por lo tanto, coactiva, basada en un proyecto previo en base a ciertos principios rectores, en este caso, económicos al preconizar una propiedad exclusivamente colectiva. No obstante, podemos beber también de los clásicos estableciendo una distinción entre propiedad, tantas veces fuente de desigualdad, subordinación e injusticia, y la posesión, que sí responde a una necesidad material, pero también moral e intelectual si observamos a la persona de modo integral, algo que han hecho por lo general los libertarios.

Los anarcocapitalistas, además, incurren en una obvia contradicción, ya que la propiedad privada es obligatoriamente suscrita y amparada por la ley jurídica (es decir, el Estado), de ahí que los anarquistas siempre hayan denunciado la connivencia del poder político con el poder económico. No obstante, sin jugar con los conceptos, ni entrar en disquisiciones políticas o filosóficas, siendo claros, ¿puede decirse que los anarquistas estamos en contra de la propiedad privada entendida como posesión individual? La respuesta es obvia, sencillamente estamos en contra de la injusticia y la desigualdad, de la subordinación de unas personas a otras (también en la forma de trabajo asalariado, otro rasgo exacerbado del capitalismo), tenemos, por lo general, un fuerte sentido comunitario y no realizamos una separación entre ética, política y economía, por lo que buscamos las mejores formas de organización social y económica teniendo todo ello en cuenta. Eso sí, con el profundo respeto a la libertad individual, por lo que siempre habrá personas que decidan llevar a cabo su proyecto de vida de forma diferente y en su derecho están de tener los recursos adecuados para ello, por lo que entramos forzosamente en lo que hay que definir, sin subterfugios, como propiedad privada de los medios de producción a cierto nivel de subsistencia,12 tal y como se respetó en las colectividades libertarias durante la guerra civil española.

No debería hacer falta aclarar que las acumulaciones materiales, inversiones, rentas y búsqueda de beneficios, rasgos propios también del capitalismo, son ya totalmente ajenos a una propuesta emancipadora ácrata donde la cooperación solidaria y el libre acuerdo, también en el campo económico, predomina frente a toda lucha competitiva para colocar bienes y servicios en un mercado supuestamente libre. A propósito de esto último, los anarcocapitalistas se han dado en llamar también anarquistas de mercado. ¿Estamos entonces los auténticos anarquistas, los que trabajamos por un mundo libre y solidario, en contra del mercado? La respuesta es también obvia para quien quiera verla, un mercado no tiene que presentar únicamente características capitalistas, es decir, una instancia donde concurran empresas con ánimo de lucro en base a un coste para el que pueda pagarlo, puede ser un lugar donde sencillamente se produzca un intercambio de bienes o servicios, de forma cooperativa y solidaria, producto de un sistema autogestionario controlado por los propios productores (sin capitalistas, ni especuladores). De esa forma, y es posible que aquí me introduzca en un campo semántico polémico, evitamos que el concepto de libre‐cambio no sea estrictamente acaparado por los simples partidarios de un pernicioso capitalismo sin barreras. No pretendo, creo que está claro por el tono de este artículo, aportar grandes teorías económicas verdaderamente libertarias; me limito a señalar que esa dicotomía extremadamente simplista de los anarcocapitalistas, entre el proteccionismo estatal y la liberación del capital (usando toda suerte de eufemismos al respecto, como cooperación o libre contrato), es ajena a toda visión emancipadora ácrata en la que la libertad, también a nivel económico, tiene un componente social y solidario.

Para acabar (de momento), algo muy importante, tanto o más que cualquier otro aspecto que haya tocado este artículo y donde entramos en el terreno de prefigurar con nuestros actos la sociedad que nos gustaría conseguir. Las y los anarquistas, aunque obviamente nos esforzamos en crear nuestras propias organizaciones específicas y poseemos un corpus histórico y filosófico muy amplio,13 y aunque a diferencia de otros no pensamos que la moralidad sea una mera cuestión privada, no queremos en absoluto imponer, de una forma u otra (hablemos, si acaso, de coacción moral), una filosofía vital, ni un tipo determinado de sociedad. De esa manera, y aquí el abismo con los llamados anarcocapitalistas creo que es ya descomunal, deseamos que sea la propia sociedad, las personas que la integran, las que gestionen los asuntos que les afecten; eso sí, procurando que se produzca según los valores que consideramos más nobles: de forma no coercitiva y de manera horizontal, cooperativa y solidaria. Es posible que los anarcocapitalistas, esos pseudolibertarios actuales, se llenen la boca de libertad, e incluso en la teoría también de gestión por parte de la sociedad civil e incluso de cooperación entre las personas como alternativa al Estado, pero yo al menos no he visto todavía a ninguno de ellos implicarse en los asuntos locales de la gente de a pie, para que todas y todos tengamos una mayor capacidad de elección, paliar las inaceptables desigualdades sociales, preocuparse por los más desfavorecidos, ni extender valor solidario alguno. Solo esto, es ya para rechazarles la más mínima vinculación con el universo ácrata.


  1. Me refiero al artículo «La indignante mistificación de la condición libertaria», publicado en el número 0 de Redes Libertarias; disponible también en la red: https://redeslibertarias.com/2023/11/21/la-indignante-mistificacion-de-la-condicion-libertaria/ ↩︎
  2. No es objeto de este artículo abundar en nombres históricos dentro de la historia del anarquismo, solo apuntaremos que no hay tradición que justifique dicha apropiación por parte de los partidarios de un capitalismo (supuestamente) sin Estado, ya que Murray Rothbard bebe simplemente de liberales del siglo XIX, que solo podemos calificar si se quiere de radicales, para filtrarlos con la escuela austriaca de economía; es muy forzado querer buscar un vínculo con Josiah Warren o con el propio Proudhon, ambos anarquistas partidarios de un interesante sistema económico mutualista de intercambio de bienes y servicios, y solo hay una tenue línea con Herbert Spencer, al que Kropotkin calificó en cierta ocasión como uno de los precedentes del pensamiento libertario, pero con el que los ácratas fueron muy críticos en algunos aspectos por motivos evidentes. ↩︎
  3. Como es el caso del mito fundacional del Estado, el llamado Contrato Social basado en un supuesto acuerdo primigenio de los seres humanos para renunciar a algunos derechos y otorgar el poder a una instancia separada de la sociedad; los anarquistas tenemos que aceptar que ello ha calado en la inmensa mayoría del imaginario social y político, por lo que es un trabajo ingente provocar que las personas imaginen y deseen un mundo sin Estado (parafraseando, y cambiando el concepto central, lo que alguien ya dijo sobre un capitalismo al que también aspiramos a dejar atrás, por lo que constituye una doble y esforzada tarea). ↩︎
  4. De esa manera, podemos rechazar de una vez por todas esa consideración de que los anarquistas seamos contrarios a la política, tal y como tantas veces se nos ha considerado de manera distorsionadora, al verla de forma reduccionista como mera gestión del Estado; una vez más, nuestra oposición es al poder estatal y ello nos empuja a tener grandes preocupaciones políticas para buscar alternativas al mismo. ↩︎
  5. Esto nos introduce en la pregunta sobre qué es fundamentalmente el anarquismo, no una mera ideología por supuesto, e incluso podemos ser críticos con considerarlo una filosofía (aunque, reconoceré que no me disgusta si observamos dicha concepción de una manera todo lo amplia posible); alguien dijo que el anarquismo es, por encima de todo, una ética, lo cual nos distanciaría aún más de los llamados anarcocapitalistas y su concepción negativa de la libertad sin apenas vinculación moral. ↩︎
  6. En ello insistió David Graeber, antropólogo y activista social, que desgraciadamente nos dejó de manera temprana en 2020; en su obra En deuda (Ariel 2014; pp. 462‐ 465), deja claro que en ningún momento de la historia el capitalismo se ha articulado en torno a una mano de obra libre, por lo que hay que echar por tierra cualquier vinculación de ese sistema económico, ni aun en su naturaleza más básica, con la libertad. Es muy posible que la mayor parte de los anarquistas se consideren, entendido de un modo todo lo más extenso posible, como socialistas libertarios, es decir, partidarios de la socialización de los medios de producción; sin embargo, tratemos de no establecer una dicotomía simplista socialismo versus capitalismo para buscar nuevas vías emancipadoras no totalizantes. ↩︎
  7. Es muy posible que la mayor parte de los anarquistas se consideren, entendido de un modo todo lo más extenso posible, como socialistas libertarios, es decir, partidarios de la socialización de los medios de producción; sin embargo, tratemos de no establecer una dicotomía simplista socialismo versus capitalismo para buscar nuevas vías emancipadoras no totalizantes. ↩︎
  8. Esta etiqueta suele ser acompañada de buscar cierta vinculación del anarquismo clásico con el marxismo; sin embargo, aunque propongan soluciones distintas, los anarcocapitalistas suelen dar predominancia a los factores económicos sobre cualquier otro, una suerte de economicismo, y de manera harto exacerbada, por lo que tal vez son ellos los que coinciden con la doctrina marxista. ↩︎
  9. Cuántas veces nos habremos enfrentado los anarquistas a aseveraciones categóricas, dentro de conversaciones coloquiales, como que «el Estado es necesario» o que «no podemos vivir en una sociedad sin Estado». ↩︎
  10. Las dos grandes corrientes políticas surgidas en la modernidad, de manera muy simplista ignorando la del propio anarquismo (que se ha señalado a veces como una síntesis de ambas, pero no todo el mundo estará de acuerdo), serían socialismo y liberalismo; ambas con una confianza exacerbada en el progreso como vía hacia la emancipación de la humanidad, por lo que el capitalismo, como derivación económica del liberalismo, se encontraría también en esa postura a pesar de la devastación que ha supuesto este sistema económico, a nivel social, psicológico y medioambiental, y de que consideremos a día de hoy, de modo general, las promesas emancipadoras de la modernidad obviamente falaces. ↩︎
  11. Ver el más reciente libro de Tomás Ibáñez: Anarquismo no fundacional. Afrontando la dominación en el siglo XXI (Gedisa, 2024). ↩︎
  12. Como anarquistas, dentro de una sociedad libre, deberíamos buscar continuamente formas innovadoras también en la organización del trabajo y la propiedad, aunque siempre con la constante preocupación de no caer en desigualdades económicas excesivas, ni en nuevas formas de dominación u opresión, donde incluimos por supuesto la explotación (no reconocida por los anarcocapitalistas, que la consideran sin nombrarla parte de la «interacción libre y voluntaria de las personas» sin tener en cuenta más factores). ↩︎
  13. Me he esforzado en este artículo en no mencionar figuras históricas, ni abundar en teorías concretas aportadas por filósofas y pensadores, ya que creo que a veces abusamos de ello; hay cosas muy válidas en la tradición anarquista, pero insistiré en que debemos actualizar e innovar para nuevas respuestas libertarias, máxime en estos confusos tiempos ↩︎

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