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Vientos y amenazas de guerra

En Libia hay una guerra que está amenazando con extenderse por Europa a partir de Italia. Hablar de ello no resulta fácil porque el cuadro que se vislumbra no es de interpretación sencilla. Existen aspectos y contenidos que superan la crónica negra sobre la evolución, y emergen elementos que amenazan con hacer confuso lo que ya aparece oscuro.
No estamos frente al clásico conflicto entre Estados en competencia, en el que el más fuerte trata de someter y subordinar a los demás. Aunque esto es así en la actual situación de Ucrania, donde, sobre todo por intereses económicos, se está desarrollando una guerra mucho más encuadrable: la Rusia putiniana no acepta minusvalorar a Ucrania y está haciendo de todo para reconquistarla, contrarrestada por los Estados Unidos y, con más tibieza, por Europa, que tratan de obstaculizar el expansionismo ruso. Sin duda, un marco mucho más fácilmente descifrable.

Cuando hablamos de Libia, por el contrario, se evapora cualquier consideración similar a la anterior; toman cuerpo otras interpretaciones y protagonistas, sobre todo otras motivaciones. Estamos plenamente inmersos en fermentos yihadistas endémicos en la galaxia islámica, que a su vez están inmersos en una mutación importante de los Estados y de los territorios musulmanes. Antes que nada se trata de una guerra interna del islam, como demuestran los ataques del ejército egipcio y del ejército jordano a las posiciones del Estado Islámico en Libia y en Iraq. Pero también es una acción bélica que en su hacerse y manifestarse tiende a expandirse, a ampliar el frente de enemigos y la línea de fuego, intentando ejercer la pretensión individual de islamizar el mundo a través de un despiadado absolutismo político.

La única voz de Dios sobre la tierra

El punto principal queda siempre en el interior del mundo musulmán. El islam político que se ha consolidado de hecho no quiere esta yihad absolutista, mientras que quisiera conservar, y ampliar, el lugar conquistado, conviviendo con Occidente y el resto del mundo, intentado hacerse aceptar y apreciar en su dignidad de elevada civilización históricamente determinada. Al contrario, la yihad actualmente en acción quiere romper este esquema conservador. Lo ve falsamente idílico y lo combate a través de un extremismo bélico planteado como el summum del radicalismo.

Así, paradójicamente, “en Libia no está solo Libia”. Sencillamente, es un puesto de vanguardia de una nación teocrática supraterritorial, que está desplazando velozmente sus bases y sus bastiones, en Iraq, en Siria, en Libia, en Yemen, en Nigeria, y es observada con simpatía por grandes capas de la población musulmana. Consigue también prosélitos consistentes en Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, relacionados con vanguardias también en Afganistán y en Pakistán, aparte de generar esperanzadores fermentos en los países occidentales, donde desde hace décadas han crecido comunidades islámicas bien radicadas. El yihadismo quiere cambiar el mundo islámico, pero al mismo tiempo, y motivado fanáticamente por una visión monoteísta-teocrático-absolutista, y viéndose dogmáticamente como la única voz de Dios sobre la tierra, está “naturalmente” decidido a cambiar también el resto del mundo.

Los ataques asesinos a las plumas satíricas en Francia y en Holanda, las promesas explícitas –más que amenazas– en absoluto veladas, de invadir Roma, lugar símbolo de la cristiandad y responsable de las históricas Cruzadas contra los musulmanes, son todas señales claras y declaradas. El yihadismo tiene intención de proseguir una guerra mortal contra el islamismo convencional y contra Occidente, pero también contra el judaísmo porque a través del Estado de Israel está colonizando abusivamente territorios para ellos sagrados y pertenecientes históricamente a los palestinos. En definitiva, me parece manifiesta la intención de ser la única religión monoteísta sobre la tierra. Como siempre que hay agresiones militares, están en juego grandes intereses político-económicos, de acaparación y de deseo de colonización, pero los motivos fundamentales que dan sentido a lo que está sucediendo son esencialmente los citados.
Estamos siendo atacados como cultura y como poblaciones. Uno de los lemas más propagados por el yihadismo es que “hay que destruir Occidente porque todos sus Estados son ateos”. Para una visión radical y fanáticamente teocrática, todo laicismo es sin lugar a dudas ateo y fuente de pecado, por lo que debe ser destruido. Ante tal más que amenaza, la ONU ha escogido ser prudente: el Consejo de Seguridad ha excluido un ataque militar a Libia. ¡Afortunadamente!, añadimos nosotros. Se han evitado así los famosos “daños colaterales”, que cada vez provocan más masacres entre civiles que daños a los combatientes que quisieron abatir.

No se trata, ciertamente, de una decisión moral por razones pacifistas y antibelicistas, sino de una opción oportunista para no repetir errores del pasado reciente. De Vietnam a Afganistán, cada vez que se ha intentado poner seguridad en territorios y situaciones juzgados como desestabilizantes, se ha resuelto siempre con fracasos estrepitosos, perdiendo la guerra o desestabilizando posteriormente. Hegemonizada por Occidente, por el liderazgo norteamericano, la ONU no ha conseguido nunca ser el gendarme del mundo, y le habría gustado. Entre otras cosas, los Estados Unidos se han convertido en exportadores de petróleo y ya no tienen necesidad de colonizar a nadie para aprovisionarse. Conviene ahora contener “diplomáticamente” las situaciones en los límites de lo posible, en vez de invertir ingentes capitales en aventuras destinadas casi con seguridad al desastre.

Nosotros no podemos razonar en los mismos términos de la diplomacia belicista occidental. No nos motiva la salvaguardia de los intereses político-económicos de un capitalismo global con hegemonía financiera. Para nosotros, el yihadismo representa un peligro más insidioso porque nace como negación de toda libertad y como propuesta de muerte. No oye las sirenas de la paz, que detesta porque han surgido precisamente para repudiarla y para combatirla; como demuestran los hechos acaecidos hasta ahora, la guerra declarada que está dirigiendo puede golpearnos indiscriminadamente en cualquier momento y lugar, de manera feroz, brutal y antihumana. Personalmente, no creo que estos señores de la muerte sean particularmente más crueles que los demás guerreristas. Desde siempre, cualquier guerra, con ejércitos de principios y Estados, ha mostrado y demostrado un nivel de ferocidad y deshumanización que cada vez viene igualado o superado solamente por nuevas guerras. Lo que distingue a estos es que han hecho de su monstruosidad bandera, que publicitan con orgullo, declarando que llegarán a nuestras casas y harán lo mismo, si no algo peor. Los estragos que hacen de la libertad son verdaderamente insoportables. No tanto de la democracia representativa, que ya en el día a día se las pinta sola para aniquilarse y suicidarse, sino de la libertad como aspiración, como visión, como realización de las relaciones sociales y de la recíproca convivencia entre seres humanos. A ellos, la libertad no les interesa, es más, son claramente sus enemigos, y actúan teocráticamente para suprimirla y hacer desaparecer cualquier posibilidad de legítimo anhelo. Desde este punto de vista, paradójicamente, en cierto sentido van hacia un deseo de dominio vigente, que parece no renunciar a controlar la miríada de fermentos libertarios que están surgiendo continuamente.

Esos bastiones libertarios kurdos

De hecho, han sido bloqueados momentáneamente no solo en Kobane. Gracias a la revuelta de los valerosísimos bastiones kurdos, al menos por ahora y a pesar del sabotaje turco, el despiadado ataque del EI instalado en Iraq ha sido rechazado. El Estado turco no solo no los ha ayudado sino que, prefiriendo favorecer la destrucción de los kurdos, considerados desde siempre como enemigos porque no consigue someterlos ni política ni militarmente, se ha mostrado implacablemente muy permisivo ante los yihadistas contra los que combatían.
En la España del 36, en una situación bastante diferente, los anarquistas y los movimientos libertarios organizaron brigadas internacionales de apoyo a la lucha que los compañeros españoles estaban llevando a cabo contra el fascismo que avanzaba. Con el mismo espíritu debería nacer una resistencia popular antiyihadista que todo libertario debería apoyar solidariamente.

Andrea Papi

Publicado en el periódico Tierra y libertad núm.322 (mayo 2015).

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