Shangay Lily, desgraciadamente desaparecido de forma temprana en 2016, fue una de las figuras más relevantes del mundo gay, tanto a nivel artístico como político y reivindicativo. Este libro, Adios, Chueca. Memorias del gaypitalismo: la creación de la «marca gay», es un legado de su activismo social, de su ausencia de acomodo y de conservadurismo, así como de su profunda disidencia frente al devenir del mundo gay de los últimos años.
Shangay fue pionero en bastantes aspectos en España: puede considerarse la primera drag queen, cuya naturaleza reivindicativa le diferencia del transformismo de carácter artístico; fue el primero en organizar las Shangay Tea Dance, fiestas temáticas gays, y también fue pionero en las publicaciones exclusivamente gays, como fue el caso de los primeros años de Shangay Express, publicación donde se mezclaba el humor y el activismo, nada que ver con lo que se convertiría años después cuando Shangay Lily ya estaba desvinculado de ella. A raíz de ser la primera drag queen en España, Shangay tuvo numerosas ofertas en el medio televisivo, la mayor parte de las cuales fueron «humillantes y manipuladoras» utilizando sus propias palabras; pasó, no obstante, por varios programas de televisión, pero el conservadurismo de este país no podía hacerle durar en ningún medio. El cabaret y el teatro, a diferencia de los medios de masas contralados por el poder, sirvió para que diera rienda suelta a su libertad e inteligencia. Pero su verdadera pasión fue la literatura, dejándonos varias novelas y libros, y escribiendo en los últimos años en el diario Público un blog con el nombre de Palabra de artivista.
En numerosas ocasiones, Shangay se refería a la mafia rosa, un término asociado habitualmente a los despropósitos de la derecha, política y mediática, y sus obsesiones con la supuesta existencia de un lobby gay en este país. Shangay Lily, alguien de indudable carácter progresista y de hondas preocupaciones sociales, nada tiene en su visión de con esa indignante reacción. Lo que se denuncia es el nacimiento de toda una estructura empresarial, de carácter gay y supuestamente progre, con unos intereses económicos que condujeron a la construcción de esa marca gay, según la cual los homosexuales tenía un gran potencial como grupo de consumo, por lo que había que marcarles el camino de cómo tenían que vivir su vida para obtener un beneficio económico evidente. Por supuesto, esta supuesta y pobre identidad gay es una muestra de la sociedad capitalista, apuntalada por estos nuevos empresarios que se apropiaron de y anularon el ámbito gay reivindicativo, según la cual nos convertimos en meros y frívolos consumidores formando parte de determinado y uniformado grupo. Todo ello en un contexto de una sociedad todavía ferozmente homófoba y heteropatriarcal, por mucho que se obtuvieron ciertos reconocimientos como es el caso del matrimonio homosexual. Es más, fueron esas concesiones del poder las que con seguridad terminaron por desterrar las voces polémicas y disidentes, como es el caso de Shangay Lily, del movimiento gay. Así lo denuncia la propia Lily en un divertido monólogo llamado «Bienvenidos al gaypitalismo«, dentro de la obra Burgayses, estrenada en el Teatro de las Aguas de Madrid en 2005, y que se incluye como anexo en el libro.
Shangay no se corta un pelo en su libro al denunciar con nombres y apellidos, algunos de ellos muy conocidos vinculados a partidos políticos y a ciertos colectivos gays subordinados a ellos. ¿Y qué hay de Chueca? Es muy criticable en lo que se acabó convirtiendo este barrio madrileño, un gueto. De acuerdo, pero recordemos que antes de ello existía una feroz represión, política y social, de todo el que fuera sexualmente diferente. En palabras de Luis Antonio de Villena, que Shangay Lily hace suyas: «Entre la pedrada y el gueto, prefiero el gueto». Lo siguiente que hay que denunciar, por supuesto, es limitar los derechos de un colectivo a una zona geográfica. Todo ello forma parte de la construcción por parte de los privilegiados del poder de la mencionada marca gay. Una identidad de un supuesto colectivo de alto estatus económico, algo por supuesto falso, y con una vida determinada por frívolos valores de estólida diversión, opulencia y culto al cuerpo. Este modo de vida, en la que ha caído gran parte de la sociedad y no solo del colectivo gay, ha conducido a profundos problemas psicológicos y frustraciones de toda índole. Fue muy encomiable por parte de Lily que denunciara también la falta de visibilidad de las mujeres lesbianas, por lo cual peculiarmente también han quedado prácticamente apartadas de este proceso de construcción de la identidad gay.
Otra lúcida visión presente en esta obra es sobre la Marcha del Orgullo Gay. Resulta curioso, y frustrante, que se haya generalizado cierta superficial opinión sobre que esta jornada ya no tiene sentido en una sociedad en la que ya todos somos iguales. Una premisa falsa no pueda dar lugar más que a un conclusión indignante. La cuestión, más allá de algunas concesiones por parte del poder, es saber si estas sociedades que se autodenominan avanzadas y democráticas han progresado tanto. Agresiones de diverso tipo, explícitas o no en diferentes ámbitos, alguna justificadas con el inevitable chiste casposo de turno, se siguen produciendo por parte de los que niegan al diferente. Seguimos viviendo en una sociedad con una base ideológica y cultural profundamente machista y heteropatriarcal, por no hablar de otras intolerables desigualdades sociales. Hace años, las primeras marchas del Orgullo tenían un indudable carácter reivindicativo en la que sus integrantes se jugaban verdaderamente el tipo. Hoy, se trata de otra cosa, una festividad frívola desprendida de esa condición combativa que era ejemplo del mundo libre y plural que deseamos.
Desgraciadamente, las Marchas del Orgullo Gay constituyen otras jornadas no diferenciadas de cualquier otra actividad en la que la diversión más simple se convierte en enajenación colectiva. Shangay Lily, en la línea de otra desaparecido activista LGTBQ como fue Paco Vidarte, reclama una solidaridad entre oprimidos; resulta repugnante que ciertos gays hayan terminado por apropiarse del movimiento para convertirse en lo mismo que se denunciaba en origen. A pesar de todo lo que nos quieran maquillar la sociedad, continúan existiendo numerosas discriminaciones y desigualdades, por lo que memorable resulta el inicio de la lucha en Stonewall. Aquello supuso un decir ¡basta! a lo intolerable que generó todo un encomiable movimiento de lucha y solidaridad. Diremos, para terminar, que el anarquismo es también sinónimo de revolución sexual. Nos quedamos con las palabras de Colin Ward al señalar que la revolución sexual, que tanto había avanzado a mediados del siglo pasado, era esencialmente anarquista al combatir las regulaciones impuestas por el Estado y por las Iglesias a las acciones de las personas. Tendremos que añadir, tal y como denuncia Shangay Lily en su libro, que la sociedad capitalista, donde todos nos convertimos en meros y uniformados consumidores con una falsa identidad colectiva, es también capaz de anular toda lucha por el cambio social.
Capi Vidal
«Somos invisibles en el centro de la hoguera. Un piquete amordazado en el vientre de la bestia. Pintadas tapadas con grandes ofertas. Rebeliones ahogadas en cobardías bien remuneradas…» Shangay Lilly, poemario Plasma Virago (vida y obra de un poeta homociborg anticapitalista). 2015. Huerga & Fierro
No olvidemos que si la sociedad capitalista logra, convertirnos «en meros y uniformados consumidores con una falsa identidad colectiva» y «es también capaz de anular toda lucha por el cambio social», es gracias también a la complicidad del colectivo social (en el que estamos todos y todas) que no libera su deseo del objeto consumista que le asigna el sistema.