Hace más de dos años escribí un texto[1] que pretendía, con excesivo optimismo, mover las tranquilas aguas del espacio del feminismo anarquista. Deseé que aquella reflexión provocara ondas circulares que se propagaran en todas las direcciones como cuando se lanza una piedra al agua en una laguna. Nada de eso sucedió, la piedra produjo ondas microscópicas y se hundió sin más.
Este segundo texto parte de una idea modesta y sencilla pero necesaria desde mi punto de vista: el anarcofeminismo es un espacio con propuestas diferentes a las de otros espacios feministas en la actualidad, no es solo «pasado», no es una etiqueta que queda bien. Puesto que el anarcofeminismo es «presente», resulta necesario pensar con qué bagaje contamos y sobre qué aspectos deberíamos reflexionar para que nuestras propuestas respondan a la realidad del siglo XXI.
En aquel texto de 2020 hacía referencia a la importancia de la genealogía del feminismo anarquista rota por la larga dictadura franquista. Esa referencia genealógica la entendía como movimiento social formalmente organizado y con una identidad que se reflejaba en una simbología y en unas actuaciones concretas. Así mismo, esa concepción podía entenderse como el deseo de construir un relato lineal que señalaba una evolución a lo largo del tiempo que valía la pena transmitir de unas generaciones a otras.
Arropa mucho, sobre todo cuando el presente no es muy optimista, el pensar que formamos parte de una tradición cuyo pasado ha sido «glorioso». Me refiero especialmente a la organización (y revista) de Mujeres Libres y a la construcción de una revolución feminista de la existencia durante la Guerra Civil española. Si por un lado arropa, por otro lado, ese pasado puede llegar a ser una pesada carga que nos desborda en el presente.
Sin renunciar a visibilizar ese pasado que la «memoria» institucionalizada pretende borrar, la genealogía no la entiendo como una voluntad o un designio que construye «historias» con una dirección causa-efecto o con un fin. La historia no es propulsada, no avanza, por ello no tiene una lógica o continuidad narrativa. Si la construyéramos así, la genealogía tendría que ser asaltada e introducir la discontinuidad y las contradicciones para desfamiliarizarnos, como decía Nietzsche, con lo que consideramos «natural» en un relato lineal. La genealogía debe recoger historias discontinuas, aunque ininterrumpidas, y llevar a cabo un registro retrospectivo de conflictos, convergencias, accidentes, desórdenes, etc., mostrando esos fenómenos como «episodios» más que como «culminaciones»[2].
Dice Chiara Bottici[3] refiriéndose al anarquismo que elaborar una genealogía puede consistir, no en presentar un relato lineal de cómo evolucionó sino preguntarnos qué entendemos por «anarquía» y «anarquismo» y por qué actualmente lo concebimos de esta forma y no de otra. Una genealogía compuesta de muchas historias con sus distintas facetas (Bottici, p. 103-104).
Como vemos, la genealogía no tiene una definición exacta, pero si resulta claro que uno de sus principales objetivos es desnaturalizar fuerzas y formaciones existentes, revelar el modo contingente en que se produjo lo dado y se afianzó, y mostrar hasta qué punto no está predestinado ni tiene un significado inmutable. Este tipo de historia es opuesta a la historia teleológica ya que trata el presente como la producción accidental de un pasado contingente, en lugar de tratar el pasado como el camino seguro y necesario a un presente inevitable. La herencia trazada por la genealogía no construye una línea evolutiva en la que existe una «adquisición» de episodios históricos que se acumulan y se solidifican a través del tiempo, sino una imagen «geológica» en la que el peso de la historia funciona a través de una acumulación espacial de «capas heterogéneas» (Brown, p. 148).
Esta imagen «geológica» confirma la afirmación de Laura Llevadot[4] respecto a su rechazo a pensar el feminismo en términos de olas (pese a su utilidad para explicarlo), otorgándole una historicidad lineal cuando la realidad es que «en el feminismo actual coexisten todas las posiciones que un día la necesidad hizo nacer».
La genealogía del feminismo anarquista en España está muy marcada por Mujeres Libres y las experiencias que se desarrollaron durante la Guerra Civil. Ha costado mucho visibilizar su relevancia incluso en el espacio libertario, queda mucho por hacer, pero no podemos convertir lo sucedido en un canon con el que relacionar el feminismo anarquista actual, ni el feminismo anarquista actual es resultado del de los años treinta del siglo XX. Es necesario, por tanto, deshacernos de esa tradición entendida como un corpus de pensamiento y de agencia que implica su transmisión intencional de una generación a otra y centrarnos en una genealogía entendida como campo de posibilidades a través de las cuales se pueden perseguir diversos futuros (Brown, p. 148).
Puesto que la genealogía es la historia escrita en virtud de los intereses actuales y, como tal, interviene en el momento actual, deberíamos ser capaces de ampliar el foco genealógico más allá de nuestro eurocentrismo para, como dice Bottici, «provincializar» las historias que se han dado en nuestro país y abrir camino a la pluralidad de historias y genealogías (Bottici, p. 107). Esta autora dice haber encontrado algunas de las intuiciones anarcafeministas[5] más productivas en escritoras, filósofas y activistas que no se identificaron como tales, por ejemplo, las feministas negras (Bottici, p. 28). Quizás deberíamos potenciar, siguiendo su planteamiento, un diálogo entre textos, proyectos políticos e ideas filosóficas que no se suelen asociar ya que mientras unas se autodefinen como anarcafeministas, otras no lo hacen.
Desde ese planteamiento genealógico, el anarcofeminismo se puede entender también como una colección de ideales que se remontan en el tiempo más allá del surgimiento de cualquier feminismo y anarquismo (vinculado a la Ilustración y la Modernidad) y que tienen un alcance global (en «Construyamos el anarcofeminismo del siglo XXI» hay algunas reflexiones al respecto). Hay elementos de la cultura política anarquista y feminista que se han manifestado en diversos momentos de la historia y en diversos espacios geográficos no siempre enunciándose como tales. Fue Kropotkin, en su libro El Apoyo Mutuo, quien constataba que elementos básicos del anarquismo como la asociación voluntaria, la autoorganización y el apoyo mutuo, se referían a formas de comportamiento humano que habían formado parte de la humanidad desde sus inicios. Debemos indagar en el pasado para encontrar esa misma genealogía feminista entendida desde el anarquismo. Desde la antropología, David Graeber[6] confirmaba este planteamiento y consideraba que el anarquismo ha sido un discurso ético sobre la práctica revolucionaria y, por tanto, una actitud más que un cuerpo teórico.
El que no se aspire a crear una «Gran Teoría», no significa renunciar a una base teórica para el anarquismo y para el anarcofeminismo ya que aunque la agencia no debe depender de la teoría, esta puede orientarnos en la lista de tareas actuales: la identidad, sujetos de la transformación social, cómo se manifiesta la diversidad de la dominación, repensar ideas como la libertad o el poder y tantas otras cuestiones.
Hay elementos de la cultura anarquista y feminista del pasado que debemos descartar porque son producto de circunstancias pasadas. Si persistimos en mantener dichos elementos, como lo estamos haciendo, no hacemos sino repetir, perdiendo la creatividad que tuvo el anarquismo en «el siglo obrero» (así lo denomina Tomás Ibañez, aunque es algo más de un siglo: desde la Revolución francesa y la Ilustración hasta la Revolución española durante la Guerra Civil).
El descarte del pasado (que no implica olvidarlo e ignorarlo) implica una labor de «escucha» de lo que hay, es decir, de las circunstancias que vivimos para arraigarnos a la realidad, detectar los problemas y desarrollar una agencia que los enfrente. En esa labor de «escucha» se une pensamiento y vida y en esa unión hay fuego porque supone poner el cuerpo en las cosas y no solo las ideas.
Pero descartar el pasado no significa hacer tabla rasa con todo lo que ha constituido la idiosincrasia de los anarquismos que han influido en el feminismo (y me atrevería a decir que a la inversa). Hay aspectos de los anarquismos que podemos considerar invariables, Tomás Ibañez propone cuatro: considerarlos como una sensibilidad política amplia que aspira a una sociedad libre e igualitaria, la incompatibilidad radical con la dominación, el compromiso ético vinculado a la idea fecunda de las políticas prefigurativas, y, por último, la fusión de vida y política[7] (a mí me resulta más fértil y creativa la fusión de pensamiento y vida). El feminismo aporta a los anarquismos la importancia del anti-patriarcalismo (quizás mejor anti-androcracia global[8]) que forma parte de la dominación pero que tiene un alcance tan relevante como para hacerlo explícito en este texto).
Orbitando alrededor de estos elementos considero destacado el desarrollo de una agencia política basada en la acción directa y en la construcción de alternativas de base con formas organizativas descentralizadas, horizontales y basadas en el consenso. En esta línea, David Graeber[9] consideraba el anarquismo como una sensibilidad política amplia que aspiraba a generar una sociedad auténticamente libre en la que los y las anarquistas debían estar dispuestas a colaborar en coaliciones amplias siempre que funcionaran sobre principios horizontales, dando relevancia a la democracia directa frente a la representativa.
Todo esto implica plantearnos qué entendemos hoy por anarcofeminismo[10] y por qué hoy lo concebimos de una forma y no de otra, entendiendo que no hay una sola manera de captarlo, siendo fundamental forjarlo en las circunstancias que estamos viviendo en estos inicios del siglo XXI. Si de paso podemos clarificar y dilucidar algunos de los encendidos debates del momento actual, mejor que mejor.
Laura Vicente
[1] VICENTE, Laura: «Construyamos el anarcofeminismo del siglo XXI», en Libre Pensamiento 102 (primavera 2020), pp. 63-69.
[2] BROWN, Wendy (2014): La política fuera de la historia. Enclave de libros, Madrid, p. 150.
[3] BOTTICI, Chiara (2022): Anarcafeminismo. NED Ediciones, España, pp. 103-104.
[4] LLEVADOT, Laura (2022): Mi herida existía antes que yo. Feminismo y crítica de la diferencia sexual. Tusquets, Barcelona, p. 49.
[5] Chiara Bottici feminiza el concepto «anarca» para dar visibilidad a la faceta específicamente feminista dentro de la teoría y práctica anarquista.
[6] GRAEBER, David (2019): Fragmentos de antropología anarquista. Virus, Barcelona, p. 21
[7] IBÁÑEZ, Tomás (2022): Anarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente. Descontrol, Barcelona. En este libro el autor habla de «la invariable anarquista», señalando cuatro aspectos.
[8] Señala Bottici en Anarcafeminismo que, aunque el patriarcado, que significa la ley del macho cabeza de familia, ha sido derrocado en muchos contextos, el poder de los hombres, o androcracia, sobre el segundo sexo se mantiene.
[9] GRAEBER, David (2014): Somos el 99 %. Una historia, una crisis, un movimiento. Capitan Swing, Madrid.
[10] En la línea de este texto, pretendo seguir reflexionando sobre otros muchos temas a lo largo de 2023.
A mí, todo eso del «rupturismo» y de los «rupturismos» no me convence, al igual que etiquetas como «organicista» o «insurreccionalista».
Reconozco que he leído cosas muy buenas sobre el «insurreccionalismo» pero no llego a apreciar donde termina la insurrección y empieza la organización de La Sociedad.
El «organicismo»… ¿Desde cuando una persona anarquista no se organiza?
«Ruptura»… Eso, quizás, cuando se llegue a conocer a Durruti y, no digamos, a «Mujeres Libres».