Anda por ahí circulando una propuesta (a estas alturas no sé si será ya un acuerdo firme) para que asumamos como propia la tarea de afearle a la Real Academia Española el trato (según la propuesta, el maltrato) que le da al anarquismo en sus publicaciones y, especialmente, en su Diccionario. Esta cuestión tendrá como punto álgido una campaña pública en la que se exigirá a la RAE la rectificación de esta presunta actitud antilibertaria.
Vaya por delante que no entiendo, de entrada, el interés que podemos tener los anarquistas en lo que diga o deje de decir la RAE sobre el tema, salvo la natural curiosidad que nos lleva a todos a hojear, de vez en cuando, el Diccionario o para salir de dudas o apuros lingüísticos. Sin embargo, la propuesta me ha llevado a curiosear sobre el tema y a difundir lo que he hallado, fácilmente disponible en la red.
Siglos XVIII y XIX. La anarquía, temprano. Los anarquistas, después
Es el vocablo anarquía voz antigua que ya aparece en el Diccionario de Autoridades de 1770 definido como «El Estado o República que no tiene cabeza que la gobierne». Ni que decir tiene que el anarquismo ni los anarquistas aparecen por ningún lado.
El primer cambio no se produce hasta 1803, en que la definición de anarquía sufre una ligera modificación: «El estado, que no tiene cabeza que lo gobierne». Los anarquistas y el anarquismo siguen sin entrar en escena. Por cierto, la molesta coma que hay detrás de estado no desaparece hasta 1817, y en 1822 aparece un feo le (le gobierne) que parecía destinado a la perpetuidad histórica.
En 1843 se produce la gran novedad de la entrada de la palabra anarquista en el Diccionario, y lo hace con la siguiente definición: «El que desea ó promueve la anarquía». Así, claro, directo, sencillo y con acento en la ó. Por el momento no parece la RAE muy agresiva con las nuevas ideas sino, al contrario, aséptica.
En 1852 se produce una novedad importante: la voz anarquía tiene una segunda acepción a mayores de la definición leísta, en la que el Diccionario nos dice que es también «La falta de un gobierno legítimo y respetado», definición tontita que convierte la Real Academia en repartidora de legitimidades gubernamentales. Por cierto, el anarquismo sigue ausente.
Esta situación se mantiene hasta 1869, en el que las acepciones de anarquía se modifican como sigue: «La falta de todo gobierno en un estado ǁ Desorden, confusión por ausencia ó flaqueza de la autoridad pública», aunque, todo hay que decirlo, esta segunda acepción lleva la anotación de metafóricamente.
El siglo XX. Llega el anarquismo
No es hasta 1914 cuando aparece por fin la voz anarquismo, definida como el «Conjunto de doctrinas de los anarquistas». Por el camino se han perdido los acentos de las oes y el carácter metafórico de la segunda acepción de anarquía, que se reconvierte en figuradamente. No parece muy acertada la definición del anarquismo que hace la RAE (sobre todo por definirlo como doctrina), pero nunca el Diccionario fue un libro de filosofía o de excesiva precisión en la definición de las corrientes de pensamiento.
Hagamos una parada. El anarquismo no aparece en el Diccionario hasta 144 años después que la aparición de la anarquía. Son, pues, los anarquistas los que construyen el anarquismo y hacen suyo el vocablo anarquía, pero sin conseguir que la voz se despoje de connotaciones no deseadas por los anarquistas pero sí de uso común. Ni que decir tiene que los anarquistas no son dueños de estas palabras, al igual que el feminismo no es propietario de ninguna parcela del lenguaje, por más que crea serlo.
Llegamos a 1925, un año clave ya que en el Diccionario se produce una renovación de las definiciones anteriores, añadiendo acepciones, me atrevo a decir, un pelín tendenciosas. Así, aparece una nueva acepción de anarquía, según la cual, por extensión, es «Desconcierto, incoherencia, barullo, en cosas necesitadas de ordenación». También anarquismo se enriquece con «Conducta política destructora de la autoridad y subversiva del orden social» y el vocablo anarquista se reconvierte en «Persona que profesa el anarquismo, o desea o promueve la anarquía». Yo, personalmente, no reniego de la segunda acepción de anarquismo, ya que no puedo negar que deseo destruir la autoridad y subvertir el orden social, aunque no estaría de más que se hubiese añadido un «con el fin de qué» en la definición. Posiblemente, los académicos no eran expertos en pensamiento libertario, pero tampoco lo hacían tan mal.
Así pasan casi 70 años sin modificaciones notables, hasta que en 1992 hay una pequeña revolución y aparece, por primera vez, la palabra anarcosindicalismo como «Movimiento sindical de carácter revolucionario y orientación anarquista»; en anarquía se simplifica la tercera acepción que pasa a ser «Desconcierto, incoherencia, barullo» a secas y se añade una cuarta que identifica anarquía con anarquismo. Finalmente, éste se redefine como «Doctrina basada en la abolición de toda forma de Estado o de gobierno y en la exaltación de la libertad del individuo ǁ Movimiento político inspirado por esta doctrina». A la vista de las definiciones, creo que la Academia realizó un notable esfuerzo de precisión, a pesar de que su función no es la del debate político ni la de abarcar todos los matices del pensamiento humano.
El siglo XXI. Hacia la precisión
En 2001, nuevos cambios. La definición de anarquía se simplifica y se queda, en su primera acepción en «Ausencia de poder público», mientras que la entrada de anarquismo modifica sus dos acepciones: «Doctrina que propugna la desaparición del Estado y de todo poder ǁ Movimiento social inspirado por esta doctrina». Nótese la delicada transición de movimiento político a movimiento social, no privado de importancia.
¿Y qué pasa con la última edición del Diccionario, la de 2014? La Academia sigue persiguiendo la inasible definición perfecta y reconvierte el anarquismo en «Doctrina que propugna la supresión del Estado y la eliminación de todo poder que constriña la libertad individual». ¡Chúpate ésa! Buena, aunque no perfecta, definición.
¿Y a qué viene todo este cúmulo de farragosa información de escaso interés para la mayoría? Viene a contradecir la idea de que la RAE ha venido maltratando o, lo que es peor, atacando a los anarquistas y el anarquismo y que se ha limitado a recoger, unas veces con mayor y otras con menor acierto, las acepciones utilizadas por los hablantes. Pensar que los académicos y los lingüistas que allí trabajan se dedican a emponzoñar las definiciones que figuran en el diccionario con finalidades espurias que deben ser combatidas por los libertarios tiene un algo de disparate y un mucho de remedo de otras campañas igualmente insensatas. Tenemos los anarquistas otras muchas cosas que hacer y más prioritarias que denunciar este inexistente maltrato. Pongámonos a ello y conseguiremos, con nuestra actuación, que la utilización de estos vocablos se corresponda lo mejor posible con nuestro ideario.
Germinal Cerván
[Publicado originalmente en revista La Campana # 27, 20/2/2015, Pontevedra. Edición completa accesible en www.revistalacampana.info.]
Tal vez se molesten con mi comentario, no es algo que me importe, pero el término cambió hace poco, considerando que fue también recién que entraron ocho judeo españoles a esta organización y han cambiado muchas definiciones. Investiguen y saquen sus conclusiones.
Felicidades, es un excelente texto. Lo comparto