La Federación Anarquista de Gran Canaria se ha convertido en un referente. Han promovido once comunidades de viviendas de autogestión vecinal y numerosos proyectos de realojo de personas en situación de riesgo: La Marisma. Hablamos con uno de sus portavoces, Ruymán Rodríguez, inmerso en un proceso judicial por su militancia en estos proyectos.
¿Cómo estás? ¿En qué punto está ese proceso?
El caso lleva seis años coleando. El juicio (contra él por atentado y contra tres guardias civiles por tortura) era el 24 de marzo, pero tras la campaña que se organizó, los guardias civiles pidieron que los consideraran aforados, que implica que juzgue otra instancia superior.
La Federación Anarquista de Gran Canaria ha trascendido fronteras. Cuéntanos qué hacéis.
La Federación surge al albor del 15M de forma muy espontánea. Éramos un grupito anarquista en la plaza de San Telmo y fuimos viendo que nuestro discurso calaba y cada vez había más anarquistas y más gente que se interesaba por el anarquismo. Al principio era un anarquismo muy convencional. Nos dimos cuenta que era una línea muy combativa que estaba muy bien, pero muy alejada de la situación social canaria, que era muy alarmante. Tenemos la mayor ratio de pobreza infantil de Europa, un 35% de los niños canarios son pobres. Más de un 45% de la población canaria está en riesgo de exclusión social. En los últimos cinco años ha subido un 56% el precio del alquiler. Somos la región más pobre con uno de los consumos más altos. Eso es insostenible y ha arrojado a mucha gente a la indigencia. Y nos metimos ahí. Empezamos con la vivienda, parando desahucios, pero nos dimos cuenta que nos faltaba el plan B. Entonces empezamos a hacer los primeros proyectos de realojo y así surgen las primeras comunidades. Hablamos de comunidades autogestionadas llevadas por las propias vecinas. En algunas, como la Comunidad de La Esperanza, viven más de 210 personas. 76 familias viviendo en autogestión. Otras son proyectos dedicados a migrantes en situación de persecución policial y se llevan de forma más reservada para evitar deportaciones. Son comunidades en las que hay actualmente más de 270 personas. Al final el ejemplo va cundiendo y la gente asume que es mucho mejor un modelo cohabitacional en colectivo, en comunidad, que solos.
¿Cómo accedéis a estos espacios?
En muchas de estas comunidades, como La Esperanza, se llega a un acuerdo con la promotora que estaba en quiebra, embargada por Bankia. Llegamos a un acuerdo para realojar a las familias y de camino jodemos al banco, que le va a costar mucho más echar a estas familias y que esta persona pierda la propiedad. Otras veces okupamos después de hacer un estudio de la titularidad. Siempre son de personas jurídicas, bancos, empresas, la Sareb.
Actualmente hay once comunidades, pero entre las comunidades y las viviendas unifamiliares, calculamos que hay más de 1.000 personas viviendo en autogestión en Gran Canaria, que para una isla tan chica como la nuestra es un hito.
En 2017 se produce una situación que es un poco paradójica. Cuanto más nos metemos en este tipo de anarquismo de barrio, como nosotras lo llamamos, hay más vecinas que quieren implicarse en la Federación Anarquista. El problema es que muchas veces son personas a las que les gustan las herramientas, pero no tienen por qué definirse como anarquistas. Entonces surgió la idea de formar una organización más amplia, de masas y es ahí cuando nace el Sindicato de Inquilinas.
¿Y qué ocurre con La Marisma?
La Marisma surge de otra manera. Ellas llegan a esta situación porque contactan con un supuesto promotor inmobiliario que les ofrece unas viviendas que llevaban abandonadas diez años. El promotor les dice que les va a ir descontando los arreglos de la vivienda del alquiler y que les formalizará un contrato de arrendamiento. Que le den 100 euros a modo de buena voluntad a cambio de las llaves y en las próximas semanas se formalizaría el contrato. Les vecines, 28 familias, lo hacen; el tipo se embolsa 2.800 euros, les da las llaves y desaparece. Las familias se quedan sin ese dinero y se meten en las viviendas que están destrozadas. Durante seis meses han estado reciclando de la basura, ayudándose unas a otros y creando verdaderos hogares. Y ahora que son inmobiliariamente atractivas les contacta el banco, que les informa de que los quiere echar. Es un fondo de inversión de Caixabank y se dedican a hostigarles. Las vecinas nos contactan y a partir de ahí se pone en marcha esta campaña. Primero redactamos recursos legales para todos y cada una para ahogar a los juzgados en papel. Sabemos que solo servirá para ganar tiempo pero es necesario. Después hacemos lo que llamamos «guerra de tinta»: contactar con todos los medios posibles, empezamos la presión contra la propiedad y conseguimos que se sentara a negociar. Después hubo que presionar al Ayuntamiento porque se negaba a facilitar los informes de vulnerabilidad que requiere la propiedad. El resultado ha sido que el pasado 15 junio, ocho de estas familias se exponían a un juicio por usurpación y la propiedad retiró la demanda penal. Todavía queda en pie la demanda civil, pero es un gran paso.
¿Por qué es tan difícil que se reproduzcan estas experiencias en otros espacios militantes anarquistas?
Al final se convierte todo en un concurso de pureza anarquista, como si fuera una cuestión de grados. La realidad no es esa. Si seguimos potenciando ese anarquismo lo acabaremos convirtiendo en un club de intelectuales. Y en realidad el anarquismo a quien es útil es a la persona a la que van a desahuciar y tiene miedo que los servicios sociales les quiten a sus hijos o a la persona migrante que tiene que buscarse un refugio para esconderse. Sin embargo, no usan las ideas anarquistas porque las hayan leído en un libro y sean muy brillantes, ni pueden dedicarse seis horas a participar en una asamblea interminable. Lo necesitan para sobrevivir. En realidad, el anarquismo es algo eminentemente práctico y nos hemos olvidado de eso.
Y es verdad que hay otros vectores: el racismo, el machismo, el capitalismo feroz. Pero es que, eso, o se lo entregamos al enemigo y nos rendimos y nos damos la vuelta, o nos metemos y lo cambiamos. Hay quien critica que hay gente que está muy necesitada pero lleva un dineral en tatuajes. Ya lo decía Galeano: «En casas en las que falta la leche sobra Coca-Cola». Porque las leyes del consumo son obligatorias para todas. El lugar del anarquismo está ahí y tenemos que tener claro que, si no estamos nosotras, va a estar el fascismo. ¿Qué quieres, barrios fascistas o barrios anarquistas? Yo lo tengo claro.
Mar Pino
Equipo de El Topo
Tomado de: https://www.federacionanarquista.net/anarquismo-de-barrio/