ANARQUISMO TOMÁS IBÁÑEZ

«Anarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente», de Tomás Ibáñez

Tomás Ibáñez es un veterano libertario, con infinidad de textos escritos y unos cuantos libros a sus espaldas. Entre ellos, se encuentran: Contra la dominación, que versa sobre el relativismo, un concepto que veremos que se repite en su obra, y sobre cuatro autores: Cornelius Castoriadis, Michel Foucault, Richard Rorty y Michel Serres; y Municiones para disidentes. Realidad-Verdad-Política, donde se abordan temas cruciales para la posmodernidad como, de nuevo, el relativismo enfrentado al absolutismo o el controvertido tema de qué entendemos por la realidad.

Entre la obra de Tomás Ibáñez, se encuentran tres libros que recopilan artículos suyos. En 2006, hubo una primera entrega con el nombre de ¿Por qué A? Fragmentos dispersos para un anarquismo sin dogmas. En 2017, con el nombre de Anarquismos a contratiempo, un nuevo libro recogía algunos de sus textos. Y, el último, ha aparecido en 2022 con este sugerente título: Anarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente, que recopila artículos de los 5 años previos (con una crisis sanitaria de por medio). La fidelidad de Tomás Ibáñez al anarquismo pasar por una máxima, que repite con frecuencia, según la cual no hay anarquismo más genuino que el que es capaz de dirigir hacia sí mismo la más implacable de las miradas críticas”. De esa manera, sus textos son impagables reflexiones sobre el pensamiento y las prácticas anarquistas, las cuales no siempre responden acertadamente a los desafíos de la actualidad. El libro agrupa los artículos en tres bloques temáticos: el primero sitúa cómo encaja el anarquismo en la situación actual y cómo podría evolucionar.

Así, Ibáñez nos propone un anarquismo actualizado crítico con gran parte de los presupuestos de la modernidad, algo que será controvertido para muchos y que a mí mismo me hizo cuestionarme hace ya tiempo algunas de mis convicciones; por ejemplo, se cuestiona la idea de que un modelo de organización sirva para el conjunto de la sociedad, se rechaza definitivamente que la práctica dependa de la teoría, así como la proclamación de principios universales válidos para cualquier lugar del planeta. Sería un anarquismo siempre consciente de que es transitorio, es decir, que no resulta presente para siempre con una base firme e intemporal; asimismo, no formaría una unidad, sino una, palabras textuales de Ibáñez “multiplicidad irreductible, un conjunto de fragmentos dispersos”. No obstante, Ibáñez deja claro que existe lo que denomina “el invariante anarquista”, es decir, para seguir siendo anarquismo y no otra cosa deberá conservar algunas características modernas del anarquismo instituido; entre esos valores, está la conjunción de la libertad y la igualdad en un mismo movimiento; sería la unión, indisoluble, de la libertad colectiva y la libertad individual. No es posible, desde la perspectiva anarquista pensar la libertad sin la igualdad, ni la igualdad sin la libertad.

Desde ese punto de vista, se muestra el invariante anarquista contrario a cualquier forma de dominación. Otros elementos que ejemplifican el invariante anarquista está la unión de la utopía (es decir, la imaginación de un mundo siempre distinto al existente) y el deseo de revolución (es decir, la voluntad de acabar con ese mundo actual que tan poco nos gusta). Otro rasgo inscrito de forma permanente en el anarquismo es su compromiso ético, la adecuación de medios a fines; en otras palabras, no se puede alcanzar un objetivo acorde a los valores anarquistas adoptando caminos que los contradigan. Es lo que Ibáñez denomina políticas prefigurativas, según las cuales las acciones desarrolladas y las formas de organización adoptadas deben reflejar, ya hoy en día, las finalidades perseguidas. Por último, para continuar siendo anarquismo el anarquismo que viene deberá propiciar una fusión entra la vida y la política, lo que supone una imbricación entre lo teórico y lo práctico, entre la ética y la política, entre lo político y lo existencial… Y es que, hablando de lo existencial, frente a esa dicotomía que realizó Murray Bookchin hace años entre un anarquismo social, con un movimiento fuerte organizado, y un anarquismo “como estilo de vida” Ibáñez rompe con ello reivindicando también la subjetividad, la vertiente existencial que se niega a verse seducida por el sistema y ofrece resistencia con un modo de vida antagónico.

En este primer bloque Ibáñez también muestra las discrepancias (que tienen que ver de nuevo con la tensión entre modernidad y posmodernidad), de gran interés sin que yo mismo sepa a veces donde situarme en la polémica (algo que creo que es bueno en aras del antidogmatismo), con otros dos grandes militantes libertarios como fueron Amedeo Bertolo y Eduardo Colombo, también ellos a veces con sus propias diferencias, ya que ante el declive del anarquismo Bertolo era más partidario de una renovación del anarquismo y Colombo más proclive a conservar una identidad revolucionaria, a volver a vigorizar sus raíces; efectivamente, se nos muestra la metáfora de podar el tronco del anarquismo para que nazcan nuevas ramas o bien abonar sus raíces (ambas cosas, seguramente, necesarias y efectivas aceptando la constante renovación manteniendo cierta esencia o, si no gusta esta palabra, rasgos y valores). En cualquier caso, la diversidad forma parte por supuesto del anarquismo, a veces incluso en abierta y sana controversia. De forma paradójica, hay personas que se manifiestan como anarquistas y, sin embargo, puede que no nos identifiquemos demasiado con ellas incluso sin tener grandes discrepancias; por el contrario, nos reconocemos en otras con las que nos encontramos en constante polémica libertaria, algo que tal vez tenga que ver con la gran heterogeneidad del anarquismo.

El segundo bloque aborda ciertos planteamientos teóricos sobre los que considera el autor que el anarquismo debe renovar su pensamiento, son los conceptos de poder y de libertad, así como la cuestión de los valores universales. Libertad y poder se han revelado como fenómenos más complejos de lo que consideró el anarquismo clásico, por lo que si Foucault ya nos advirtió que el poder resultaba poliédrico, es decir, que no se produce solo desde el Estado, es posible que otro tanto debamos considerar sobre la libertad. Ibáñez nos propone no concebir la libertad como una sustancia, como algo que podamos poseer en determinadas cantidades o que definiría ciertas situaciones, por lo que habría que tratar de explorar las prácticas creadoras de la libertad; en otras palabras, la libertad solo existe en y a través de su ejercicio. Al mismo tiempo, este ejercicio de libertad activa una capacidad creadora y da lugar a realidades y posibilidades que no existirían si no fuera por el desarrollo de esas prácticas de libertad.

En lo que respecta a la cuestión de los valores universales, se considera que el anarquismo, en la medida en que lucha contra la lógica de la dominación, solo puede ser un antiuniversalismo siendo un tema controvertido. Lo que Ibáñez nos explica es que una cosa es, por supuesto, tener buenas razones para defender que un valor concreto debe aplicar al conjunto de las personas y otra distinta es considerar que ese valor está integrado en alguna instancia que escapa a la contingencia de las decisiones humanas (adquiriendo así un valor absoluto); se considera que desde esa contingencia se defienden mejor los valores, aunque nuestro deseo libertario sea extenderlos a todos los seres humanos. Y es que la pretensión de universalidad de los valores nada aporta a su supuesta bondad intrínseca y, más bien, parece conllevar un deseo de poder ilimitado para obligar a las personas sin exclusión alguna. Dentro de esta polémica, creo que podemos estar de acuerdo en que, por ejemplo, la libertad y los derechos humanos pueden sostenerse filosófica y políticamente sin asentar su universalidad. Bajar los derechos humanos de un plano trascendente y absoluto al ámbito de la historicidad y la sociedad, comprender sus circunstancias históricas, sociales y contingentes, no disminuye su valor ni su significado No obstante, es un tema delicado cuando el anarquismo, que defiende obviamente la diversidad y la autonomía, observa que puede haber algún grupo humano que apueste por la unidad y la jerarquía, por ejemplo; en esos casos, ¿podría el anarquismo rechazar la autonomía de los que deciden por el autoritarismo?

Para Tomás Ibáñez, como defensor de la diferencia y de la pluralidad, el anarquismo solo puede ser contrario a cualquier pretensión de universalidad y, también como es lógico, a valores particulares contrarios a los suyos. Y es que el anarquismo es también un determinado particularismo, aunque por supuesto su deseo es que sus valores y prácticas sean compartidos por todos los seres humanos. En este segundo bloque del libro, Ibáñez menciona también a un autor como Cornelius Castoriadis, que aunque nunca se consideró anarquista e incluso la consideró una corriente antiestatista afectada por el individualismo (recordaremos que este autor se fue desmarcando de los dogmas marxistas hasta considerar que el Estado es una instancia de poder separada de la sociedad e incompatible con la verdadera democracia), su idea de la autonomía puede ser fundamental para enriquecer los planteamientos anarquistas. Castoriadis llegó a considerar que la revolución fracasaba cuando se renunciaba a la autonomía y se permitía que las decisiones fueran tomadas por instancias separadas de los colectivos sociales. Sería necesario suprimir la división entre dirigentes y dirigidos, ya que de lo contrario la supresión de la propiedad privada de los medios de producción podría acabar en la reproducción y reinstauración de la lógica capitalista. En cualquier caso, la autonomía, como principio, concepto y práctica, debería formar parte de un anarquismo permanentemente crítico y abierto a la renovación.

Por último, el tercer bloque temático incide en el totalitarismo de nuevo cuño, junto a la modalidad de capitalismo que lo sustenta y motiva, que se ha instalado en los últimos años y que se ha acelerado por la pandemia reciente. El saber teórico y práctico, incluido el médico, está en manos de una minoría, un reducido número de especialistas, por lo que la capacidad de decisión de la población se va anulando paulatinamente. Es en este contexto, dentro de un sistema estatal, donde en nombre de la seguridad se busca el control y la sumisión, y capitalista, donde manda el mercado buscando el beneficio económico y la máxima rentabilidad, donde se va abonando un nuevo totalitarismo posibilitado también por la tecnología. Así, resultan fundamentales la consciencia sobre este nuevo panorama, así como estrategias de resistencia. Las crisis se muestran inherentes al sistema, y aunque afectan a la mayoría de la población, parece salir fortalecido de cada una de ellas; no obstante, las propias características del sistema conllevan la posibilidad de la innovación, de quebrarlo para conducir a la transformación social. Respecto a la crisis sanitaria reciente, con la declaración del Estado de sitio (confinamiento estricto, prohibiciones diversas…), aparecieron afortunadamente brotes de resistencia y solidaridad, que nos recordaban al apoyo mutuo de Kropotkin ya integrado para siempre en las ideas libertarias, lo que invita por supuesto al optimismo incluso en condiciones muy adversas.

Y es que resulta fundamental que el anarquismo actúe en el ámbito poblacional más próximo (como la calle y el barrio donde se habita) creando esos vínculos de afinidad que hay que potenciar entre la gente; nuestra forma de incidir en la realidad depende, por supuesto, de cómo la entendemos y cómo nuestras acciones afectan a las características de la misma. Se concluye el libro con un capítulo hablando de las experiencias del colectivo Rosa Nera, que liberó un espacio autogestionado en la isla de Creta, y recordando al militante libertario Marc Tomsin, desgraciadamente fallecido. La de este libro es otra lectura imprescindible para revitalizar las ideas auténticamente libertarias especialmente en estos tiempos de tanta confusión.

Capi Vidal

2 pensamientos sobre “«Anarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente», de Tomás Ibáñez”

  1. A mí, el anarquismo me parece un manual cerrado, sin dogmas, pero cerrado; si no, el anarcocapitalismo sería anarquismo y el liberalismo también.

    Yo me voy a volver ninja. Un saludo.

  2. Os digo que ahora soy parte de esa minoría. Esa minoría está compuesta por secciones. No todo el mundo allí es autoritario, ni quiere la autoridad; otros comprenden la autoridad de una forma diferente y otros son, simplemente, apolíticos.

    El poder es poliédrico y hay poder pero el poder no lo tiene sólo una cara.

    Muy enriquecedor el vídeo.

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