No poca gente me he encontrado a lo largo de mi agitada vida, que se ha definido como «apolítica» y uno no puede evitar que un escalofrío de irritación le recorra el cuerpo. Dejaremos a un lado, al menos de momento, el hilarante comentario de la gran película Patrimonio nacional (¡gracias por tanto, Azcona y Berlanga!), de un tipo interesado que asegura ser apolítico, es decir, «¡De derechas de toda la vida, como mi padre!«. Tampoco atenderemos, de entrada, la urgente necesidad hoy en día de actualizar los conceptos de izquierda y derecha, descerebradamente simplificados y polarizados, cuya única variable es más o menos Estado (variable falaz, ya que en ambas posturas, profesionalizadas, se aspira a conquistar el poder estatal para asegurar el mando político y económico). Muy probablemente, lo que quiere decir el que se define como «apolítico» es que muestra rechazo o desinterés hacia lo que entiende como posturas políticas. De acuerdo, pero qué demonios entiende el susodicho por esas posturas, me temo que sencillamente votar a unos u otros. Y, ojo, esto es más intuición que otra cosa, ello no significa que no acuda el supuesto desinteresado a meter el papelito en la urna cada tanto para elegir a los que mandan. Es posible que definirse de esa manera, sencillamente, aluda a que se consideran neutrales o imparciales respecto a lo que consideran los posionamientos habituales políticos en función de unas supuestas ideologías. Sería algo semejante a esa majadería llamada ser de centro, ya que si no están nada claros, al margen de irritantes reduccionismos, los dos lados del espectro ideológico, que alguien nos explique donde se encuentra el término medio.
Hay que recordar, para ser justos, que los ácratas (los de verdad, los que aspiran a un mundo libre y solidario), una vez fueron definidos como apolíticos. Quizá ese apelativo fuera mayormente utilizado por todos los adversarios del anarquismo, que con desdén se referían a que la política solo y exclusivamente puede referirse a la gestión del Estado por, claro, una clase dirigente. Resulta irritante aclarar, máxime a estas alturas, que los anarquistas solo realizaban una crítica feroz al parlamentarismo, ya que lo consideraban y consideran otra forma de justificar el gobierno de una minoría sobre el conjunto de la sociedad. La política clásica, creo recordar a un tal Aristóteles, hablaba de diferentes tipos de gobierno: monarquía, aristocracia, oligarquía, democracia... Se me escapan los matices que los antiguos daban a unas u otras concepciones, e incluso a lo que denominaban an-arquía, pero la realidad es que las modernas democracias no dejan de ser forma oligárquicas, de uno u otro tipo formal, muy ligadas a los intereses económicos. Una vez más, con todas las dificultades que se quiera para una sociedad libertaria (o anárquica), los ácratas estaban muy acertados en sus análisis y propuestas, y así estamos en estos confusos e inevitables tiempos posmodernos.
De forma obvia, y no hace falta aclararlo, los que en la actualidad se definen como apolíticos están lejos de ser considerados auténticamente anarquistas. Aunque, no desesperemos, su crítica puede ser más o menos inconsciente y habitualmente lo expresarán de otra manera, pero en realidad no les gusta el mundo político y puede que lo identifiquen, única y exclusivamente, con la clase dirigente. Vamos a atenernos a otra concepción clásica de la política con la que estoy de acuerdo, y creo que también lo estará todo anarquista moderno o posmoderno. Se trata del ser humano concebido como zoon politikón, que a veces se ha traducido como animal político, pero tantos otras como animal social. Seamos más o menos individualistas o sociables, tengamos un rechazo mayor o menor al grupo convertido en masa (a veces descerebrada), estamos inevitablemente condicionados por la sociedad para nuestro propio desarrollo. Desde ese punto de vista, se confunden vida social y organización política, por lo que resulta un despropósito, un imposible ontológico (sea lo que sea eso), definirse como apolítico. No me disgusta decir que los anarquistas, incluso los que tienen un lúcido tic nihilista como el que subscribe, tienen una fuerte conciencia política. Una conciencia, junto a unas propuestas consecuentes, que realiza una innegociable crítica a toda concepción clásica (mera gestión del Estado, es decir, de la forma oligárquica), ya que han demostrado, en sus distintas formas, incluida la democrática, ser falaces con consecuencias devastadoras. Confiemos entonces, como una innovadora vía política en aras de un mundo mejor, en esa luminosa an-arquía.
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2025/01/04/apolitica-que-diablos-es-eso/