Uno posee una profunda aversión por las banderas, los himnos y toda suerte de símbolos de identidad colectiva; soy consciente de que exagero, pero es más fuerte que yo, y creo que nunca mejor dicho. Esto es extensible, ya que uno es coherente hasta la extenuación en sus manías, a la cuestión ácrata. Es más, hace muchos años, cuando el que suscribe era joven e ingenuo (sigo siendo ambas cosas, por supuesto), participó en la creación de una publicación libertaria y no se me ocurrió otra cosa que proponer el bonito nombre Sin bandera. El caso es que la revista duró unos cuantos números, con esa misma denominación de cabecera, pero el asunto no estuvo exento de polémica, ya que hay quién afirmó con rotundidad que, por supuesto, los anarquistas también tienen bandera. Leo un artículo reciente, en la imprescindible publicación libertaria actual Todo por hacer, en el que se sostiene que es un pensamiento erróneo muy extendido creer que los ácratas no entienden de banderas ni estandartes, ya que sencillamente son símbolos que representan a una comunidad de personas organizadas con unos intereses comunes, pero no necesariamente a Estados-nación ni a ningún tipo de idea autoritaria o grupo basado en alienantes identidades colectivas. Para exponer su argumentación, el texto abunda en dispares ejemplos más o menos libertarios y no solo en la bandera negra o rojinegra: la Comuna de París, la Makhnovia en Ucrania, Rojava en el Kurdistán, comunidades zapatistas en México o las mismísimas colectividades españolas de 1936.
Como uno es contumaz en sus actitudes, pero no dogmático, hay que decir que el interesante y didáctico texto está cargado de razón; las banderas pueden representar sencillamente un ideal, una comunidad del tipo que fuere o ser simplemente un símbolo de resistencia. Es más, seguramente uno mismo los ha empleado en alguna ocasión, ya que resulta casi inevitable hacerlo para exponerse a la vida social. Sin embargo, y ahora voy a ponerme moderadamente sesudo, si uno ha elegido el anarquismo frente a otras filosofías vitales, e incluso propuestas políticas, es porque cree fundamentalmente en el desarrollo de la identidad personal frente a todo intento de hegemonía por parte de una identidad colectiva. Claro que, los reaccionarios habituales sostendrán que el individuo necesariamente debe abrazar unos rasgos identitatarios, normalmente referidos a esa abstracción que tantas vidas ha costado llamada nación, lo mismo que tiene que creer en algo que le trasciende, normalmente referidos a todo tipo de disparatadas creencias religiosas. Bien, frente a semejantes aseveraciones, que sumen al individuo en la alienación más lastimosa y que justifican todo tipo de jerarquización social, uno se permite de entrada dudar. Y uno está convencido de que la duda es la base de eso, por otra parte, tan cuestionable que es el progreso.
Pero, claro, tal vez es necesario matizar que no se trata de un simple escepticismo o actitud negativa, en el sentido de eso tan necesario que es decir «no» a todo aquello que imposibilita una libertad con tintes (también) positivos. Como dijo el clásico, «la pasión destructora es también la pasión creadora»; máxima, según la entiendo, en absoluto de intenciones violentas, que creo que define muy bien la intención moral ácrata-nihilista del que suscribe. Uno cree y confía en la libertad individual y en el desarrollo personal, efectivamente; y como no lo hace a costa de la del prójimo, no abraza sin más un liberalismo que, habitualmente, supone sumir al otro en poco menos que en la subordinación. Tal vez, de modo paradójico, podemos ser ferozmente individualistas y creer firmemente en la solidaridad, en que nuestra identidad personal no se ve enajenada por algún colectivismo ni se construye necesariamente aplastando la del prójimo. Como dijo otro clásico, no recuerdo ahora si el mismo del caso anterior, «Nuestra libertad no se limita con la de los demás, sino que se enriquece y completa». En definitiva, que uno apuesta por el permanente movimiento, por una constante interacción con los demás producida en contextos sociales plurales, por lo que a la fuerza hay que mostrarse crítico con lo instituido. Y, las banderas, sigo sintiendo eso, no puedo evitarlo, me producen sensación de algo instituido. ¿Cuál puede ser la enseña de lo que uno propone, un anarquismo con tintes nihilistas? Ni idea, pero no me desagrada el trapo negro. Tal vez, con un par de tibias y una calavera.