Cambiarlo todo para no cambiar nada: Podemos, el liberalismo y la inmutabilidad de las leyes

“Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”– El Gatopardo, Giuseppe Tomasi de Lampedusa (1958)

El 1 de julio de 2015 entraba en vigor la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana –conocida como Ley Mordaza– aprobada por la mayoría absoluta con la que contaba entonces el gobierno de Rajoy. Todos los grupos de la oposición recurrieron la norma ante el Tribunal Constitucional, el cual en noviembre de 2020 dictó sentencia diciendo que la mordaza del PP era perfectamente válida, salvo por un punto: el artículo que prohibía grabar imágenes de la policía era inconstitucional, pues suponía una censura previa.

Un año más tarde, el Gobierno del PSOE y Unidas Podemos aprobó su borrador de reforma de la Ley Mordaza. Pese a que ambas formaciones se habían comprometido a derogarla por completo mientras se encontraban en la oposición, su actual propuesta tan sólo retoca algunos aspectos superficiales y de escasa importancia, mientras los elementos más dañinos de la norma perduran. Pero el punto más importante de la reforma es, precisamente, cumplir con el mandato del Constitucional y eliminar el artículo que prohibía grabar a la policía en el ejercicio de sus funciones. Al presentar este proyecto de Ley el pasado mes de noviembre, el Gobierno aprovechó para sacar pecho y presentarse como una opción progresista y garantista, pese a que tan solo estaba acatando la derogación de un artículo ordenada por un Tribunal Constitucional de mayoría conservadora.

Por su parte, sindicatos policiales –en su mayoría de extrema derecha– aprovecharon la noticia para denunciar que la reforma suponía una “falta de respeto para policías y guardias civiles en el ejercicio de sus funciones” y denunciaron que ésta “ponía en peligro la integridad física de los agentes”. Arropados por partidos de derechas, estas organizaciones celebraron una multitudinaria manifestación contra el Ejecutivo el 27 de noviembre, a la que acudieron al centro de Madrid disfrazados de guerreros visigodos, personajes sacados del Capitán Trueno y toros de lidia, enfundados todos ellos en banderas de España.

Estos movimientos de unas y otras evidencian que tanto la izquierda como la derecha nos toman por idiotas. Los primeros, poniéndose medallas por eliminar un artículo ya derogado; los segundos, por culpar al “socialcomunismo” de desprotegerles –que ya me dirás tú cómo se les pone en riesgo por poder grabarles en el ejercicio de sus funciones– por quitar un artículo que ya no podía ser aplicado.

Podemos: un partido liberal

Como ya viene siendo costumbre, Unidas Podemos ha expresado algún lamento por la falta de profundidad de la reforma de la Ley Mordaza, le habría gustado hacer algún cambio de más calado, pero el PSOE no lo permite y, en fin, mejor esto que nada.

Si bien no dudamos que a la formación morada le habría apetecido añadir algún cambio más, lo que no debemos perder de vista es que cualquier propuesta suya jamás sería revolucionaria y siempre, siempre, se encontrará dentro de unos límites “aceptables” para el sistema. Y es que, como explica magistralmente el periodista Pedro Vallín en su ensayo C3PO en la Corte del Rey Felipe (Arpa, 2021), el partido inteligente, juvenil, aseado y moderado que es Podemos – y esto se puede hacer extensivo a Más País, Más Madrid y el resto de candidaturas ciudadanistas – no es más que un vehículo de modernización liberal de la política española.

Pese a que la alianza entre Podemos e Izquierda Unida se dice “heredera del 15-M” y de “tradición orgullosamente marxista”, Vallín nos dice que “si apartamos el ruido y atendemos a sus iniciativas políticas en marcha, a sus programas y a sus acuerdos de Gobierno, se arbitra como una oferta de liberalismo republicano –en lo político– que promulga ofertas neokeynesianas –en lo económico– que la socialdemocracia abandonó para fundar el socialismo de tercera vía, bajo los auspicios de Tony Blair y Rodríguez Zapatero, abrazando los dogmas del neoliberalismo con la fe sobreactuada del converso. Y, al lado de este keynesianismo, una política de recuperación y ampliación de derechos individuales frente al Estado, como los derechos sexuales, la libertad de expresión –dentro de unos márgenes– y la participación política. Liberalismo, pues”.

Esta praxis liberal-keynesiana-democrática que define a Podemos y a Más País se traduce en que ni en la práctica, ni en sus programas políticos, encontraremos jamás medidas revolucionarias que hagan temblar los pilares del status quo. Ni se derogará por completo la Ley Mordaza, ni la reforma laboral del PP de 2012, ni se alterará el funcionamiento de los cuerpos policiales, ni de las prisiones, ni el modelo económico, ni el sistema de explotación ganadera, etc. Los actores políticos individuales del Régimen del 78 podrán ser reemplazados, pero el sistema perdurará.

Por otro lado, el individualismo del modelo neoliberal ha trascendido la dimensión de los programas políticos y se ha hecho notar en las feroces competencias personales de sus líderes.

Una muestra de lo girado a la derecha que se encuentra nuestro eje político es que estos artefactos liberales y keynesianos se consideran el extremo izquierda del mismo, cuando lo que hace es proponer legislar los alquileres como hace la derecha en Alemania, Austria, Suecia, Irlanda o Francia e invertir en políticas de protección pagadas con una reforma impositiva que bascule la carga fiscal hacia las fortunas y las corporaciones, como en EEUU. Ésta es la extrema izquierda que muestran los medios en su abanico de ofertas políticas. Más allá, no hay nada a la izquierda. Y es que los medios, tras la experiencia del 15-M, han aprendido la lección y no han mostrado a movimientos sociales y organizaciones políticas extraparlamentarias como un interlocutor o una opción viable más.

La derecha atrasista

Mientras la izquierda parlamentaria ofrece recetas keynesianas liberales que han sido abrazadas por la derecha europea, por su parte la derecha española lo tacha de “socialcomunismo” y, en lo económico, se enroca en sus posiciones neoliberales. Al fin y al cabo, si la izquierda no va a ser obrerista, ni tener un discurso de clases, ellos menos. Y, en lo político, su discurso se centra en paralizar la descentralización territorial y en frenar los tibios avances en derechos sociales –a base de mazazos judiciales, sabiendo que cuentan con mayoría entre la judicatura, se intentan tumbar leyes del aborto, de la eutanasia, del matrimonio LGTBI, la Ley Trans, etc–. Una guerra cultural en defensa del consumo desenfrenado de carne, de la libertad para tomar unas cañas durante una pandemia, contra las personas migrantes, contra la libertad de expresión y contra los derechos políticos de las minorías. Un nacionalismo español agresivo en un país donde no se hace un cordón sanitario al fascismo, sino que se pacta con él.

Se trata de una posición que el autor Jorge Dioni López ha definido como “atrasista”. “El atraso español es algo trabajado durante muchos siglos. Es la expulsión de los judíos, la Contrarreforma, la Pragmática Sanción –que impedía estudiar en universidades extranjeras–, la expulsión de los moriscos. La fe por delante de la ciencia o el arte. La Santa Inquisición, la Santa Causa, la Santa Cruzada. Que inventen ellos. Vivan las caenas. Muera la inteligencia. Al grito de “¡Vivan las cadenas!” algunos madrileños recibieron a Fernando VII. En la calle Toledo, un grupo desenganchó los caballos de su carruaje para engancharse ellos mismos. Nuestro entorno no es Francia o Gran Bretaña, sino Marruecos o Grecia, sitios donde la religión siempre ha prevalecido. Ni siquiera Portugal es un país de nuestro entorno porque allí no fracasó la revolución liberal. España es el único país europeo en el que el Antiguo Régimen tuvo una Restauración. El Trono y el Altar derrotaron al Estado. España es el único país europeo en el que el Antiguo Régimen ganó una guerra civil. La expulsión de los republicanos, el tercer grupo de españoles que dejó de serlo tras los judíos y los moriscos. El atraso español es algo trabajado durante muchos siglos en los que se ha dejado claro que el progreso es algo ajeno. Tener una idea siempre ha sido peligroso. Divertirse siempre ha sido pecado. Los atrasistas. Los que no soportan tener que respetar a todo el mundo. Los que les cabrean cuando otros adquieren derechos. Los que añoran perseguir o ridiculizar a los demás. Los atrasistas hablan de historia o tradiciones sin tener ni idea de historia o tradiciones. Son los que no saben vivir sin tocar las narices a los demás, sin odiar a alguien, sin insultar. De vez en cuando, alguien se cuestiona los motivos del atraso español. Lo tiene delante. Esta gente, la que habla de toros, caza y procesiones, es la que ha gobernado casi siempre”.

https://twitter.com/jorgedioni/status/1116391152457064448?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E1116391152457064448%7Ctwgr%5E%7Ctwcon%5Es1_&ref_url=https%3A%2F%2Fwww.todoporhacer.org%2Fcambiarlo-todo-cambiar-nada%2F

El resultado es un país en el que te pueden meter en la cárcel por componer una canción, por publicar un tuit o por dibujar una viñeta humorística sobre el jefe de Estado. Un país en el que jueces que ejercían como tal durante el franquismo dan lecciones de democracia al Gobierno de centro-izquierda. Un país en el que las instituciones se encuentran cooptadas por la derecha, se resisten a la modernización liberal que propone la izquierda y que considera socialcomunismo tiránico la más mínima reforma. Un país en el que se persigue por delitos de odio a activistas antifascistas y en el que el discurso xenófobo, tránsfobo y LGTBIQfóbo se considera una opción política tan aceptable como cualquier otra. Un país en el que el partido de extrema derecha se encuentra en manos de jueces en excedencia, abogados del Estado, altos funcionarios y empresarios, pero se dicen en contra de las élites y pese a ser profundamente neoliberal, su popularidad se encuentra en auge.

Comenzamos la década de los 2010 llenas de ilusión, con unos movimientos sociales gozando de un estado de salud envidiable y plantándole cara a la reformas neoliberales que estaban aprobando los gobiernos progresistas de Occidente. Hemos terminado la década con la propagación de ejecutivos de extrema derecha por todo el planeta, un crecimiento del fascismo en la calle y perdiendo la batalla cultural contra la ranciedad. Con independencia de que cada una decida, o no, poner un papel en una urna el día de las elecciones, va siendo hora de recordar que cuando más fuertes somos es cuando salimos a las calles, nos manifestamos –recordemos las multitudinarias protestas feministas de los últimos años–, cuando paramos desahucios, hacemos política de barrio y ponemos en práctica el apoyo mutuo. De lo contrario, los atrasistas continuarán avanzando.

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