La ubicación geográfica de Canarias la coloca de forma natural en las rutas migratorias habituales para salir del continente. Su situación en el Atlántico la ha convertido también en un punto de conexión tricontinental, un lugar de paso histórico en la travesía de Europa a América. El volumen de emigración canaria fue enorme desde el siglo XVI hasta el XX y aún hoy mantiene diásporas destacables en países como Cuba, Puerto Rico o Venezuela (llamada durante mucho tiempo en Canarias “la octava isla”). La afirmación de que habían más canarios viviendo fuera de las islas que en ellas fue un lugar común a principios del siglo pasado.
Lo expuesto podría darnos a entender que en Canarias se entiende el fenómeno migratorio con naturalidad, pero desgraciadamente, y al menos actualmente, no es así.
En las islas se vive una situación de disociación colectiva de la propia realidad geográfica, social y política. La educación estatal, el bombardeo mediático, la propaganda cotidiana, las políticas gubernamentales, han hecho que un alto porcentaje de la población canaria desarrolle un fuerte identitarismo europeo. En Canarias vivimos de espaldas al continente africano, aun estando a sólo 95 kms del mismo. La idea de ser una de las últimas colonias de Europa no es algo que se confronte. Que el archipiélago sea uno de los territorios de la “Europa política” más empobrecidos, con mayor ratio de desempleo, desahucios, exclusión social y pobreza infantil no ha evitado, paradójicamente, que impere el eurocentrismo, la mentalidad procolonial, el nacionalismo español o el chovinismo insular y la xenofobia. Nos han educado, desde la escuela, para estar orgullosos de ser “europeos de segunda” y para señalar, ante cualquier crisis económica o social, a los extranjeros pobres.
El fenómeno migratorio no se estudia en profundidad, ni interesa a los poderes públicos que se comprendan sus causas. Se habla hasta la saciedad de “mafias” y de “tráficos de personas”, pero nunca de refugiados de conflictos armados, de trabajadores que huyen de la pobreza extrema, de personas que escapan de la persecución política o religiosa. Se omite interesadamente que el tráfico de personas es un efecto de la migración y no su causa, y que ésta debe encontrarse en situaciones que han fomentado o directamente provocado las potencias europeas como son las guerras, la desertización o el expolio de los recursos naturales de los países de origen.
Los datos reales de la inmigración arrojan aún más luz. Se calcula que entre este 2020 y el inicio de 2021 han llegado a las islas unos 25.000 migrantes provenientes del continente africano. El Gobierno local tiene bajo su “custodia” sólo a unos 10.000 de ellos. Cerca de 2.000 pudieron llegar a la península (el objetivo de la gran mayoría) y entre 500-600 han sido directamente deportados. Aproximadamente 12.000 están fuera de la supuesta “red de acogida oficial”. Los medios han mostrado hasta la saciedad imágenes de migrantes retozando en los hoteles de la isla, pero de lo que se ha hablado menos es de que muchos de ellos han pasado hasta 3 semanas abandonados en el puerto de Arguineguín (en el sur de Gran Canaria), sin ningún tipo de condición higiénica, maldurmiendo y malcomiendo, sin otra cobertura que una simple lona sobre sus cabezas. Tampoco se ha hablado de que muchas de ellos ya han sido expulsadas de los hoteles y que ahora subsisten en condiciones infrahumanas, en la práctica intemperie, en los barrancos grancanarios. Aún interesa menos saber dónde están y en qué condiciones algunas de las 12.000 personas que no han caído en manos del Estado. Se da por sentado que muchas pudieron escapar a la península, pero sabemos perfectamente que la supervivencia de algunas de ellas (ciertamente una minoría dentro del computo global) se está garantizando en redes de apoyo mutuo ajenas a las instituciones. Proyectos de realojo y autosuficiencia alimentaria como los iniciados por la FAGC (que albergan actualmente a más de 200 personas migrantes en situación de persecución gubernamental) demuestran la ineptitud de las instituciones y su desastrosa gestión de unos recursos, comparativamente, descomunales.
El Gobierno de Canarias (cuatripartito de izquierdas) no habla de “emergencia humanitaria”, sino de “riesgo sanitario” y deshumaniza a las migrantes que pasan de ser personas a ser “un problema”. La pandemia, ese comodín con el que desde hace un año se justifica cualquier medida represiva, sirve para limitar aún más el movimiento de los migrantes y prescribir la mayoría de interacciones sociales. Mientras, la obligatoriedad de producir y consumir se mantiene intacta, y permite que lugares de trabajo, centros comerciales y aulas sigan abiertos sin que nadie establezca una relación entre capitalismo y contagio. Cuestionar el sistema y sus contradicciones se vuelve complejo e innecesario cuando dispones de un chivo expiatorio. Todas las fuerzas políticas parlamentarias de Canarias han hecho frente único contra la migración y día sí día también asoman por medios y redes, bien a reclamar al gobierno central que se haga cargo de la crisis o bien a aplaudir sus políticas. Ninguno ignora que vincular Covid y migración es una falacia y un ejercicio de odio, pero es mucho más rentable electoralmente establecer esta interesada conexión que reconocer que la principal vía de transmisión internacional del virus ha sido el turismo (el primer caso del Estado español fue precisamente un turista en la isla de la Gomera).
Las manifestaciones de racismo callejero son un reflejo de las manifestaciones de racismo institucional. Es un proceso que corre de los despachos a los barrios.
El racismo no surge espontáneamente de la nada. Se aprende. Los niños no son innatamente racistas. Lo son cuando se les enseña a serlo. Y en este caso el pueblo canario está recibiendo un curso acelerado de racismo y xenofobia por parte de las instituciones. Las manifestaciones de racismo callejero son un reflejo de las manifestaciones de racismo institucional. Es un proceso que corre de los despachos a los barrios. Cuando la policía disuelve violentamente cualquier evento público no autorizado pero se muestra tolerante, e incluso cómplice, con las protestas racistas, el mensaje para la población es claro: la xenofobia es cosa de “buenos ciudadanos”.
Muchos medios de comunicación han sido esenciales para el éxito de esta guerra sucia desinformativa. Los cálculos políticos han podido más que la responsabilidad y el rigor y se ha lanzado una campaña antimigratoria que puede acabar en una escalada de violencia racista de proporciones y consecuencias invalorables. Nutren sus columnas e informativos con bulos sacados directamente de las redes sociales y distorsionan cualquier conflicto cotidiano entre migrantes hasta convertirlo en una prefabricada “noticia”. Se habla, sin vergüenza alguna, de “avalancha” o directamente de “invasión” para referirse a unas 25.000 personas; ningún término similar se ha usado nunca para referirse a los más 15.000.000 de turistas que hemos llegado a recibir anualmente.
Se silencia, interesadamente, que gran parte de esos migrantes son en realidad prisioneros del Estado. Se silencia que muchos de ellos no han podido usar ni sus pasaportes ni sus billetes para su verdadero objetivo: llegar a Europa. Se silencia que la causa de todo ello es que el gobierno central (esa coalición tan “izquierdista” entre PSOE y UP) ha convertido Canarias en una enorme cárcel para impedir que seres humanos, demasiado oscuros para su gusto, deambulen por su blanca Europa. Se silencia que la misma Europa que ha decidido prescindir de las fronteras entre los países miembros, con fines puramente comerciales, es la que presiona para que no caiga el muro invisible que han levantado ante el continente africano. Se silencia que en esta Europa los mercados son infinitamente más libres que las personas. Y se silencia que el llamado “gobierno más progresista de la historia” es el mismo que ha levantado en Canarias el “campo de concentración más grande de la historia”.
Y, mientras todo esto pasa, gran parte del pueblo pone en práctica la lección imperialista que le han gravado a fuego durante siglos: en tiempos de incertidumbre y crisis siempre es más fácil golpear al de abajo que al de arriba.
El gran éxito del capitalismo, el Estado y sus fuerzas coercitivas, es que una población empobrecida y esquilmada busque a los responsables en su misma clase y no entre quienes los gobiernan y explotan. La pobreza canaria no la ha provocado la migración. La ha provocado una economía que está completamente colonizada desde antes de que los ingleses nos impusieran el cultivo del tomate. La ha provocado el actual “monocultivo” turístico, que sólo enriquece al lobby hotelero y a los especuladores de la Vivienda Vacacional, mientras la clase trabajadora sólo recibe precariedad y desempleo crónico. La ha provocado una economía completamente terciarizada, que nos obliga a servir y no nos permite crear nada. La ha provocado una clase política que ha entregado todos nuestros recursos a las multinacionales, que ha permitido que el suelo rural lleve siglos en manos de unas pocas familias aristócratas y que el suelo urbano, barrios incluidos, haya pasado la última década a manos de los bancos y de éstos a los fondos buitres. La pobreza tiene nombre y cara, y también quienes la generan.
Por otro lado, el avance de las posturas racistas y fascistas no se ha sabido contrarrestar por parte de unos movimientos sociales canarios que en muchas ocasiones están desconectados de su realidad inmediata. Algunos no guardan ninguna relación directa con la clase obrera a la que se dirigen o no conocen más fórmulas de interacción que las del folclore. Muchos pueden entender la urgencia de tumbar la “Ley Mordaza” que reprime a la gente por su ideología, pero muy pocos la urgencia de cargarse la “Ley de Extranjería” que reprime a la gente por su lugar de nacimiento. Otros han renunciado desde hace años a entablar ningún enfrentamiento directo con la administración y no tienen otro horizonte reivindicativo que la próxima subvención. Nos dicen que el racismo y el fascismo se combaten en las urnas o dialogando con el enemigo. Hay quienes, incluso, han acabado haciendo suyos los argumentos fascistas y lanzan soflamas xenófobas envueltas en parafernalia roja.
Nosotras creemos que a nuestra gente, la de nuestra clase, y eso incluye a las que no han nacido aquí ni hablan nuestra jodida lengua, se la defiende día a día, en los tajos, en la calle, compartiendo con ellas las herramientas que les permitan seguir vivas y libres. No queremos establecer ningún diálogo con el fascismo, ni persuadirlo, ni convencerlo, ni derrotarlo en el terreno de las ideas. Creemos que al fascismo no se le discute; se le revienta. Por eso, para no dejarle una micra de terreno, seguimos creando espacios libres y autogestionados. Seguimos impulsando refugios que acojan a seres humanos que hoy están siendo perseguidos por su color de piel, etnia o lugar de procedencia. Seguimos socializando tierras abandonadas para que estas familias, entre las que hay un importante porcentaje de menores, puedan cultivar y alimentarse. Seguimos reciclando y reparando electrodomésticos para que dispongan de un agua caliente y una rompa limpia que no se le ha podido garantizar en los “campamentos de la vergüenza” levantados por el Estado. Seguimos, también, aprendiendo y acumulando conocimientos, como nuevas formas de cultivo, pasos a seguir para fabricar hornos caseros, recetas con las que hacer pan para cientos de personas, nuevos métodos para aislar inmuebles y un largo etcétera. Pero, sobre todo, seguimos convencidos de que la tierra no tiene nombre, de que las fronteras son un crimen por el que algún día nuestros nietos nos juzgarán y que no existe patria, bandera o identidad colectiva que valga una jodida mierda en comparación con cualquier vida.
Federación Anarquista de Gran Canaria
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