En este país es imposible beberse un litro de cubalibre tranquilo, sin que algún alcohólico en la mesa de al lado hable a grito pelado, manifestando claramente que él está allí, que existe, que lo que dice es importante, y que tiene sensación de impunidad. Esta mañana el discurso de un pelagatos de esos, iba de que está harto de confinamiento, que es una cabronada que el Gobierno nos limite de este modo, que no poder salir, ni reunirse, ni pasarlo en el bar hasta las tantas le está afectando sicológicamente (¡JA!). Y no me pude resistir. Porque este mismo tipo es de los que va diciendo que las cárceles españolas son hoteles de lujo en donde los presos tienen bibliotecas, piscinas, gimnasios, terapeutas y siquiatras a su disposición las 24 horas del día. Inicié el diálogo diciéndole «tú lo que eres es imbécil y un cretino pedazo de cabrón de mierda» y se puso como loco siendo imposible llevar a cabo un intercambio sereno de opiniones. Eso es lo que pasa con los fanáticos, que es imposible hablar con ellos, y que te lanzan escupitajos víricos.
A lo que voy, es que hace unos meses me indicaron que echara un vistazo a un video en el que un tal Évole, al parecer un periodista, entrevistaba a un arrepentido de la E T A (un pequeño grupo de exaltados nacionalistas). El ex-preso explicaba cómo le reclutaron, cómo le entrenaron (es un decir), las órdenes que recibe, cómo las lleva a cabo, cómo le detienen, torturan, etc. Luego explica cómo va cambiando al reflexionar sobre su vida y cómo abandona a la E T A apenas pasados 5 años. Entonces va el Évole y le pregunta –más o menos– que «cómo pudo cambiar tanto en tan solo cinco años»… Y llegado a ese punto paré el ordenador porque me entró la risa floja. Cuando me serené le di voz al antiguo abertzale, y contestó lo que sabe cualquier preso que se pase un mes en el maco: «Jordi, es que en la cárcel, cinco años…, son muchos años».
La cárcel es un sitio horrible, donde estás encerrado, no hay bares, la vida está supercontrolada, te vigilan continuamente y estás rodeado de locos (los funcionarios), que piensan que llevan a cabo una misión necesaria. Y ahora, además de los grados penitenciarios, con el rollo del confinamiento, los presos tienen la cárcel de la cárcel dentro de la cárcel. Es una puñetera locura, y de ello dan fe presos ilustres como Urdangarín, Zaplana, o los del rollo de la independencia catalana, que cuentan lo muy cuesta arriba que se les hace estar en cárceles de lujo, lejos de sus familias y seres queridos (no, no son las mismas cosas). Dicen que se sienten inútiles, paranoicos, como si les siguiesen a todas partes, y que es algo inhumano lo que están haciendo con ellos, ya que son básicamente –piensan ellos– buenas personas. Je.
La cuestión es esa: la inmensa mayoría de los presos y presas, salvo quienes se suicidan o mueren de enfermedades variadas allí dentro, resisten ese confinamiento rotundo. Eso quiere decir que la población va a aguantar esto del virus…, lo que les echen. Porque para quienes piensen que hemos perdido la libertad, que sepan que están muy equivocados. Nunca tuvimos libertad de movimientos ni de reunión, porque filosóficamente hablando, el Estado de Alarma muestra que sólo nos podemos mover, cuando el señorito da su permiso. El vil «mande usted amo» está en el orden del día. Por lo tanto para un futuro próximo, cuando pase la pandemia del modo que sea, plantearos cómo conquistar la libertad de movimientos, reunión, asociación…, no como una concesión del Poder, sino como algo implícito a cada cual, o como decía la canción de mi infancia… Os lo explico. Había que dejar la mano floja delante del incauto y moverla como si estuviese tonta, y decíamos… «La manita tonta, pasó por mi puerta, no me dijo ná, ¡pues toma una guantá!». Y le dabas una hostia a quien fuera. No sé a qué viene esto, pero guarda relación. Seguro.