ACRACIA ANARQUISMO NIHILISMO

Censura

A propósito de los hechos recientes, sobre los cantautores Luis y Pedro Pastor, en los que la cancelación de un concierto en las fiestas de Aravaca, cerrado meses atrás durante el mandato anterior de Manuela Carmena, se ha visto como un acto de censura por parte del nuevo gobierno conservador de la localidad, de nuevo me asaltan una serie de reflexiones sobre la libertad de expresión. Como sabrán los que sigan este pertinaz blog, uno no simpatiza con gobierno alguno, sea cual sea su pelaje, y consecuentemente no me responsabilizo de las tropelías que hagan unos u otros. Por supuesto, eso no me sitúa, como dicen ahora los cursis, equidistante, ni me impide opinar sobre lo que me venga en gana. Faltaría más. Recoraré, en primer lugar, que los responsables de los actos de los gobernantes, después de ellos mismos, son los que les han sustentado con sus votos. No, insultante es decirlo, los que no hemos votado no tenemos responsabilidad alguna, ya que resulta imposible votar «contra» alguien, y siempre hay que votar «a favor» de unos, y esto es lo que me lo suele impedir mis creencias fundamentalistas. Así, en el caso que nos ocupa, los responsables de los actos inicuos de los gobernantes del trifachito (ya saben, la derecha cobarde, la derecha veleta y la ultraderecha incalificable), serán aquellos que decidieron depositar el voto en la urna. Perdón por el inciso, y vayamos al grano. Otro asunto que negamos, votemos o no votemos por cuestiones de credo, es considerar que «todos los gobernantes son iguales». De hecho, creo que una de las diferencias es, al menos en este país llamado España, que cuando gobierna la derecha la represión es más notoria y evidente.

Llama la atención, ahora que los reaccionarios integrantes del trifachito se han venido arriba y aluden constantemente al «sectarismo» de la izquierda, cuando esas redes clientelares y prácticas de ayuda a los «nuestros» son, tal vez propias de todos, pero más evidentes en los gobiernos de derecha. Sí, puedo poner infinidad de ejemplos, y convendría profundizar en la realidad frente a todos estos tópicos superficiales a los que es tan dado el vulgo. Vayamos a lo que nos ocupa, que es la supuesta censura a unos cantautores «rojos». Digo yo que, por la más mínima cortesía, si una administración cierra un programa cultural para determinada fecha, lo mínimo que puede hacer la siguiente por cortesía es respetarla, por lo que el caso de los Pastor frente a otros parece cristalino. Pero, hay muchos más. Hace no tanto, el inefable nuevo alcalde de Madrid decidió cancelar un concierto de Def Con Dos, y ni siquiera por la produccción artística de dicho grupo, sino por haber sido su cantante condenado por «enaltecimiento del terrorismo» debido a unos tuits (posteriormente, absuelto, para mayor ridículo). ¿Se puede censurar a un artista por sus opiniones personales? Es más, ¿se puede censurar a cualquier persona en su ámbito profesional por las cosas que piense? Si fuera así, y si yo tuviera las más mínimas ínfulas autoritarias y afán de poder, no iba a trabajar aquí ni el tato. El peculiar, pero artísticamente grande, Albert Pla, cuyas letras de canciones hay que reconocer que se pasan bastante de madre, eso sí, con talento e ingenio, también ha tratado de ser vetado en ciertos ayuntamientos por el Partido Popular. Al parecer, y pienso que porque la incultura de la derecha suele ser notoria, no ha sido en general por su producción artística, ya con bastantes años y algunos problemas con la justicia a sus espaldas, sino por una novela reciente llamada España de mierda.

Este libro, que me regalaron en su momento, tiene un hilarante argumento, aunque tampoco da todo lo que promete por su título, bastante inofensivo para mis extremos y transgresores gustos. En cualquier caso, un país este de mierda con cuyos símbolos nos sonamos los mocos a modo de sátira una y otra vez. Alberto San Juan y Guillermo Toledo, en sus incisivas producciones teatrales, han tenido también múltiples problemas con las administraciones populares, ya que consideraban sus obras «radicales» y «sectarias». No, no estamos hablando de enaltecimiento del terrorismo, ni de loas a regímenes dictatoriales, sino de severas críticas al sistema capitalista o a la monarquía española, ambas instituciones sagradas e intocables. En estos caso, es evidente la censura a la crítica. Hay muchos otros ejemplos recientes, donde grupos de izquierdas, con mayor o menos fortuna en sus letras, han sido o tratado de ser vetados por la derecha amparándose en ese concepto legislativo reciente de «delito de odio». En este caso, de nuevo muy recurrente en el imaginario reaccionario-conservador, por supuesta humillación a las víctimas del terrorismo. Lo de «delito de odio», no obstante, es algo muy utilizado por la izquierda política y mediática para reprimir a aquellos que perjudican dialécticamente a ciertos colectivos minoritarios. Como no me gusta la represión, como buen ácrata, tengo sentimientos enfrentados y se me escapa como actuar antes los cretinos homófobos, racistas o sexistas. Tal vez, el verdadero cambio es social y cultural, no legislativo y judicial, algo que al margen del juicio moral suscita obvias reacciones. En cualquier caso, hablábamos de censura, por lo que pienso que la libertad de expresión tiene que ser absoluta en la producción artística y humorística. Ante expresiones que no nos gustan, y yo tengo muchos ejemplos personales en esta alta cultura que caracteriza a las sociedades posmodernas, nuestro rechazo y crítica puede tener muchas formas. Ninguna, en mi caso, pasa por el veto político, la represión policial o el procesamiento judicial. Cosas de ácratas.

Juan Cáspar

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