Crónica de un conflicto interminable. Palestina e Israel

Paco Marcellán
Miembro de la redacción de Redes Libertarias

Los poderosos siempre han hecho que sus masacres siempre parecieran necesarias y correctas.
Pankaj Mistra

A modo de introducción

La cotidianeidad que nos alumbra la represión del pueblo palestino, el dolor irreparable causado por el vandalismo militar israelí tanto en Gaza como en Cisjordania, que se extiende a Yemen, Irán, Líbano y Siria, exige una búsqueda de las raíces de un conflicto que supera el ámbito geográfico y plantea tres cuestiones en las que me quiero centrar, independientemente de otros apartados que exigirían un análisis complementario. Desde la perspectiva de los derechos humanos, el debate sobre la calificación como genocidio, crimen de lesa humanidad o exterminio va más allá de los aspectos jurídicos y semánticos y engarza con un sustrato colonialista y xenófobo que ha caracterizado la génesis, desarrollo y proyección de futuro del Estado de Israel. Pero no hay que olvidar el marco geopolítico en el que se desenvuelve el conflicto con actores como Estados Unidos, el mundo árabe, la Unión Europea, y el Sur Global en el que las contradicciones, intereses y dualidad en las respuestas por parte de los gobiernos y los pueblos condicionan soluciones a medio y largo plazo.

Genocidio, delitos de lesa humanidad, exterminio calculado. Cómo analizar la vulneración de los derechos humanos en Palestina.

La Comisión Internacional Independiente de Investigación de Naciones Unidas sobre los Territorios Palestinos Ocupados, comisión creada en 2021 por el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, divulgó un informe el pasado 16 de septiembre en el que acusaba, por primera vez, a Israel de ser responsable de genocidio en Gaza al considerar que su actual ofensiva bélica en Gaza tiene como objetivo «destruir a los palestinos de la Franja como grupo». Así mismo destacaba que el presidente israelí, Isaac Herzog, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y el exministro de Defensa, Yoav Gallant, «incitaron a cometer genocidio». Acusan al Estado de Israel de «matar, causar daños físicos o mentales graves, infligir deliberadamente condiciones de vida calculadas para causar la destrucción total o parcial del pueblo palestino e imponer medidas para impedir los nacimientos» , cuatro de los cinco criterios que figuran en la definición de genocidio recogida por la Convención sobre la prevención y la sanción de este delito aprobada en 1948, tras las masacres nazis en el Holocausto y la reformulación del Derecho penal internacional impulsada por los juicios de Núremberg. Sorprendentemente, la comisión no encuentra pruebas que cumplan con el quinto criterio, el traslado forzoso de menores, cuando las imágenes divulgadas por medios de comunicación muestran masivos desplazamientos de población a lo largo de la Franja, incluyendo menores que son sometidos a una pertinaz hambruna y a la ausencia de atención médica por la destrucción masiva de hospitales, el asesinato de médicos y sanitarios y el de los periodistas que dan un testimonio directo de la masacre.

La amplia lista de vulneraciones de derechos humanos abarca el asesinato y lesiones graves causadas a «un número sin precedentes» de población civil a través del uso de munición pesada (misiles aéreos, bombas de gran tonelaje suministradas por las diversas administraciones estadounidenses, tanto demócratas como republicanas), drones, material de artillería, pero también utilización de recursos de IA e identificación facial en zonas altamente pobladas (el caso extremo es Ciudad de Gaza en el mes de septiembre de 2025) hasta la imposición de un asedio total que ha causado niveles desconocidos de hambruna en un conflicto tan desigual. Por otra parte, la destrucción sistemática de los servicios de salud y educación, la violencia sexual y de género por parte de las autoproclamadas Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), a las que sus exégetas califican de «fuerza militar más moral del mundo», los ataques directos contra niños y adolescentes incluso en las escasa zonas de distribución de ayuda, en campos de refugiados o en rutas de desalojo muestran una crueldad sin límites. Arrasar edificios religiosos (cristianos y musulmanes) y culturales (las universidades gazatíes han desaparecido del mapa), combinado con desplazamientos forzosos, la destrucción de viviendas (con el falaz argumento de cobijar «terroristas») y, finalmente, los bombardeos   indiscriminados incluso en períodos de treguas no respetadas según su conveniencia, por parte del ejército israelí, sirven de base para destacar que «la intención genocida era la única conclusión razonable que se podía extraer de la totalidad de las pruebas».

Frente al debate semántico, utilizado por quienes de un modo u otro mantienen la justificación de la venganza por parte del «único país democrático» del Oriente Próximo tras la incursión de Hamás en territorio israelí el pasado 7 de octubre de 2023 y el asesinato indiscriminado de habitantes de las zonas fronterizas (algunos de ellos involucrados en acciones de cooperación autónoma israelopalestinas al margen de sus gobiernos), la toma de rehenes y otras acciones reprobables, es necesario ir a las raíces de un problema que une los elementos coloniales del Estado de Israel con intereses geopolíticos en los que Estados Unidos, en primer lugar, pretenden tener un ejecutor de su dominio de recursos naturales y vías de comunicación en el marco de una globalización capitalista y con un acento imperial.

Modelo colonial, racismo, xenofobia, supremacismo, negacionismo del Otro.

El marco de este desigual conflicto tiene un largo recorrido. La constitución del Estado de Israel, iniciado tras la finalización del mandato británico con la desaparición del Imperio Otomano a finales de la segunda década del pasado siglo, se agudizó en sus comienzos con la tragedia de la Nakba en 1948, punto de partida de la expulsión y degradación de la población originaria árabe asentada en Palestina.

Stop de Genocide! Foto: rajatonvimma. CC BY 2.0

Frente a un proceso de colonización del territorio, el movimiento sionista debió abordar el hecho de que a principios del siglo XX el 95% de la población del territorio palestino era árabe con sólo una pequeña minoría judía. Este es‐ quema poblacional significaba que los primeros sionistas que deseaban crear un Estado judío tenían tres opciones: abandonar del todo la idea, imponer un gobierno minoritario o emprender un programa de limpieza étnica. Esta realidad demográfica hacía inevitable que la puesta en práctica del sueño sionista fuera una tarea violenta, antidemocrática y racista. Como señala Fawaz Turki, «quienes admiran los logros israelíes, en particular su milagro en el desierto, pueden tener dificultades para admitir que, bajo el glamour, se oculta la tragedia de otro pueblo que sufrió sin motivo, que fue desplazado de su espacio vital y que, aunque nunca en su historia había practicado la persecución de los judíos, se vio obligado a pagar el precio del Holocausto, un crimen practicado por la Alemania nazi y sus acólitos y colaboradores europeos», de esa Europa que históricamente utilizó el cristianismo para acabar con los Otros, judíos, gitanos, árabes y en el que España jugó un papel iniciático para uniformizar su Estado‐Nación en los siglos XV y XVI. La visión de una Palestina deshabitada, «una tierra sin pueblo» impresa en las mentes de los primeros sionistas europeos organizados a finales del siglo XIX en base a la justificación de su lucha bajo el lema de «un pueblo sin tierra». El alcalde de Jerusalén, Diya‐al‐Khalidi, en una carta escrita en 1899 a Theodor Herzl, fundador del movimiento sionista, manifestaba su simpatía por el proyecto sionista pero le advertía que su plan tenía un problema: que Palestina «ya estaba habitada por otros». Concluía que el sionismo político era desastroso y suplicaba: «En nombre de Dios, que dejen a Palestina en paz». Herzl ignoró esta vía de aproximación y en otro lugar escribió: «Tanto el proceso de expropiación como la eliminación de los pobres deben llevarse a cabo con discreción y cuidado». Los defensores sinceros de la creación de un Estado judío reconocieron desde el principio que el suyo era un proyecto colonial y que debería llevarse a cabo en contra de la población nativa.

Personas desplazadas en Gaza. Foto: Jaber Jehad Badwan. CC BY‐SA 4.0

Zeev Jabotinsky, fundador del sionismo revisionista, entendió las bases de ese colonialismo: Los palestinos se oponían al sionismo porque entendían tan bien como los hebreos «lo que no es bueno para ellos», y miraban «a Palestina con el mismo amor instintivo y fervor auténtico con el que cualquier pueblo originario mexicano o norteamericano miraba su entorno vital». Además, sostenía que «todos los pueblos indígenas resistirían a los colonos extranjeros mientras tuvieran alguna esperanza de librarse del peligro de la colonización extranjera» y concluía: «eso es lo que estaban haciendo los árabes en Palestina y lo que seguirán haciendo mientras existiera la más mínima chispa de esperanza de poder impedir la transformación de Palestina en la Tierra de Israel». El sionismo era, para él, una «empresa colonizadora» y, por lo tanto, se sostenía o caía dependiendo de la fuerza militar. Chaim Weizmann, que se convertiría en el primer presidente de Israel, afirmaba que «los derechos concedidos al pueblo judío en Palestina no dependen del consentimiento de la mayoría de sus habitantes actuales, ni pueden estar sujetos a su voluntad». El historiador israelí Benny Morris explicitó que el sionismo «era una ideología y un movimiento colonizador y expansionista que se había propuesto despojar y reemplazar política e incluso físicamente a los árabes».

Los sionistas encontraron un preciado apoyo en el Imperio británico, que respaldó oficialmente el proyecto de establecer una patria judía en Palestina mediante la Declaración Balfour. Winston Churchill afirmaba que «un Estado judío, a horcajadas sobre el puente entre Europa y África, flanqueando las rutas terrestres hacia el Este podrá ser una enorme ventaja para el Imperio británico».

La cuestión de cómo deshacerse de la población árabe se basaba en una «política de transferencia obligatoria», en otras palabras, en una limpieza étnica. En línea con la visión dominante colonial «los árabes eran primitivos, deshonestos, fatalistas, perezosos y salvajes», muy similar a la visión que tenían los colonos europeos de las poblaciones originarias de África y Asia. Las menciones de Herzl a Israel como «un puesto de avanzada de la civilización contra la barbarie» han constituido un eje conductor de la actual visión del Estado de Israel y de una mayoría de su población sobre los habitantes de Gaza, Cisjordania y los propios árabes con ciudadanía israelí (aunque sea de segunda especie).

En 1948, durante la guerra que siguió al anuncio del plan de partición, Israel dio un paso adelante en la solución de su «problema demográfico». 700.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares en la catástrofe (Nakba). «Llegamos, disparamos, quemamos; estallamos, expulsamos, desplazamos y mandamos al exilio» en palabras concluyentes del novelista israelí Sámej Yizhar.

Los fundamentos coloniales del actual estado de Israel son básicos para contrarrestar la visión de la resistencia palestina como producto de un antisemitismo irracional. Israel se fraguó mediante la conquista y la limpieza étnica, esa consideración de subhumano del pueblo palestino al que su previsible capacidad de resistencia ha llevado a ser caracterizado como agresor en el conflicto y a la negación del derecho a decidir sobre su futuro, incluso en los pocos territorios que aún conservan: Gaza destruido y sin futuro y Cisjordania bajo una aparente Autoridad palestina alejada de los intereses populares, la desestructuración social y la presión de los colonos que, amparados por el ejército israelí, avanzan en una estrategia de tierra quemada para consolidar sus asentamientos.

No hay que pensar en Netanyahu y en su partido Likud sino también en Golda Meir y su partido Laborista cuando afirmaba que «no había nada parecido a los palestinos… no existían», palabras que reflejan un consenso en una mayoría de la población del Estado de Israel y que alimentan los partidos ultraortodoxos (Sionismo Religioso y Poder Judío) a través de las soflamas de sus dirigentes Bezalel Smotrich (ministro de Finanzas) e Itamar Ben‐Gvir (ministro de Seguridad Nacional). Supremacismo que justifica toda acción anti palestina y la concreción de ese Gran Israel (Eretz Israel) como objetivo a alcanzar a corto plazo.

La dimensión internacional del conflicto. Entra en juego la geopolítica.

A través de la vía diplomática, mediante su capacidad de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, su imponente ayuda militar a Israel (un 52% del total de la aportación exterior) que ha convertido a sus fuerzas armadas en uno de los ejércitos tecnológicamente más sofisticados del mundo, su capacidad para romper el mundo árabe y, en particular Egipto y Jordania a través de ayudas militares para afianzar sus regímenes, pero también a través de los diferentes acuerdos bilaterales con petro‐monarquías como Arabia Saudí, países del Golfo Pérsico y el impulso de Trump durante su primera presidencia de los acuerdos de Abraham para el reconocimiento de Israel por parte de otros países árabes como Marruecos, constituyen la muestra palpable del rol de Estados Unidos en el ajedrez estratégico de Próximo Oriente.

Entrada al campo de refugiadas de Aida (Belén).Foto: JjM Ḥtp. CC0 1.0

Su papel para impedir cualquier acuerdo entre Israel y Palestina se ha mostrado sistemático desde 1970, vetando resoluciones en Naciones Unidas orientadas a propiciar un acuerdo de configuración de dos Estados con fronteras reconocidas, saboteando el consenso internacional sobre una solución diplomática y apoyando, en contrapartida, la continua expansión de Israel en territorio palestino ocupado de manera ilegal. Todas las administraciones norteamericanas, guiadas por una sólida vinculación a los grupos sionistas y proisraelíes en dicho país y la creciente identificación de los sectores religiosos evangelistas con la Tierra Prometida encarnada en ese Gran Israel, han seguido políticas de avestruz en la convicción de que Israel es su gendarme natural en Oriente Próximo, elemento fundamental para enfrentarse al gobierno teocrático de Irán y al eje del Mal al que adscriben a Hizbulá, Hamás, huties de Yemen y a la galaxia residual de Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS). Los conflictos en Siria y Líbano en el marco de la búsqueda de «fronteras seguras» para Israel, la venta de armas y tecnología de última generación a las potentes economías de las monarquías del Golfo sirven de eje de negocio al complejo industrial, tecnológico y militar norteamericano que encuentra en el fortalecimiento de Israel como potencia local un instrumento de su hard power una vez que ha considerado finiquitado su soft power para profundizar en el enfrentamiento con el enemigo prioritario, China.

La debilidad estructural, desde un punto de vista político y social, del mundo árabe con gobiernos y dinastías preocupadas por el beneficio oligárquico, la imposición de una servidumbre apabullante en grandes capas de su población, la indiferencia de sus clases dominantes ante el drama palestino, para no «ofender al patrón norteamericano», el combate radical contra Irán y las disputas regionales (caso de Turquía como potencia local) llevan a una situación que ni el bombardeo israelí, con la aquiescencia norteamericana, de un edificio en Qatar que alojaba a la delegación de Hamás participante en las conversaciones para abordar un alto el fuego en Gaza, altera en lo sustancial.

El derecho internacional, vulnerado por la pareja de baile Israel/Estados Unidos, se ha puesto en entredicho ante la inocencia operativa de Naciones Unidas, la ausencia del llamado Sur Global con otras preocupaciones de supervivencia, y la pasividad de la Unión Europea, incapaz de suscitar un mínimo debate y acciones por parte de la Comisión, sometida a las reglas de oro de la unanimidad en el que el papel de Alemania (con un agudizado sentido histórico de culpabilidad por el Holocausto) y Francia (con la mayor comunidad judía del continente) ha sido clave para la vacilación suspicaz de tratar de intervenir en defensa del pueblo palestino y la denuncia del exterminio sistemático del mismo.

A diferencia de la segunda guerra de Irak, en la que la respuesta popular fue masiva, hay que impulsar y fortalecer el apoyo a Palestina, la demanda de paz duradera, la liberación de los rehenes israelíes pero también de todos los presos y presas palestinas sometidos en Israel a leyes militares y olvidados por la comunidad internacional, la persecución judicial internacional (Corte Internacional de Justicia y Tribunal Penal Internacional) de los políticos y militares israelíes responsables de la barbarie contra Gaza. Pero también hay que impulsar la toma de conciencia de los sectores de la población israelí sometidos a la desinformación sistemática de lo que ocurre en Gaza y que aspiran a retomar su vida cotidiana superando la permanente lectura antipalestina que las clases dominantes del bloque políticoreligioso de Israel pretenden hacer eje de identidad de su Estado contra viento y marea. Las reacciones contra Netanyahu, que utiliza el conflicto para eludir sus problemas judiciales, contra los sectores ultraortodoxos que se consideran al margen de las leyes y adoptan actitudes xenófobas y racistas, contra los colonos que quieren acabar con la presencia palestina en la Cisjordania y Jerusalén Este ocupados, constituyen ámbitos que deben ser tenidos en cuenta de cara al futuro inmediato.

Pero también, en Palestina las gentes que luchan por su supervivencia como pueblo deben superar las inercias políticas de la Autoridad Palestina, un gobierno sin iniciativa y proximidad a la población, y el vacío que genera Hamás, organización descabezada política y militarmente. Retomar la amplia organización espontánea que significaron las intifadas como paso superior a los modelos de lucha de los grupos históricos (Fatah, FPLP, OLP) es el reto que debe abordar un pueblo que se constituye en referente para la solidaridad internacional.

Finalizo con unas esclarecedoras palabras de Noam Chomsky: «Es de una importancia crucial saber qué objetivos imposibles queremos alcanzar si nuestra intención es alcanzar algunos objetivos posibles».

Algunas lecturas para profundizar la comprensión del conflicto
 

Noam Chomsky y Nathan J. Robinson, El mito del idealismo americano, Ariel, Barcelona 2025.

Una reflexión sobre cómo la política exterior de EEUU pone el mundo en peligro. La primera parte está dedicada a la crónica de ese pretendido «idealismo» a través de un análisis detallado de las intervenciones norteamericanas (directas y/o encubiertas) en el sur global, el sudeste asiático, Afganistán, Irak e Israel‐Palestina, entre otros.

Rashid Khalidi, Cien años de colonialismo y resistencia, Capitán Swing, Madrid 2022.

Un recorrido exhaustivo y esclarecedor sobre la historia de Palestina durante el período 1917 ‐2017 escrito por un historiador y escritor estadounidense de origen palestino‐libanés. Una visión directa desde un compromiso crítico con las actuaciones de los dirigentes palestinos a lo largo de dicho periodo y centrado en seis declaraciones de guerra (1917‐1939, 1947‐ 1948, 1967, 1982, 1987‐1995, 2000‐2014) que han determinado la evolución de un conflicto permanente.

Yitzhak Laor, Las falacias del sionismo progresista. El nuevo filosemitismo europeo y «el campo de la paz» en Israel. Edicions Bellaterra, Barcelona 2012.

Desentrañar una intrincada maraña así como la exposición de las profundas contradicciones existentes en el seno de la sociedad israelí y en particular los grupos de la izquierda organizada, la lectura interactiva con los referentes intelectuales de la izquierda con el objetivo de diferenciarse del entorno árabe, la necesidad de una construcción como elemento foráneo separado y único en la región, sirven de base a este ensayo publicado en inglés en 2009 en «medio del fuego y el azufre» que Israel lanzaba sobre Gaza.

Meir Margalit, El eclipse de la sociedad israelí. Las claves para descifrar a Israel en Gaza. Ediciones de la Catarata, Madrid 2024.

Una visión crítica por parte de un activista por los derechos humanos argentino‐israelí sobre los orígenes y desarrollo del proceso de descomposición moral de una sociedad israelí ensimismada e incapaz de avistar una solución, refugiada en el mantra del antisemitismo. Como se señala en el prólogo «este libro no pretende volver a narrar lo que otros ya han escrito, sino expresa aquello que pocos libros se animan a decir en estos difíciles momentos».

Pankaj Mishra, El mundo después de Gaza. Una breve historia. Galaxia Gutenberg, Madrid 2025. El autor desarrolla su línea argumental en base a las postrimerías de la Shoah con su visión como ofensa incurable por parte de Israel, su recordatorio por parte de Alemania (del antisemitismo al filosemitismo que debe complementarse con un concepto diferente como es la defensa a ultranza del sionismo encarnado en el Estado de Israel, que no en el conjunto de la comunidad judía a nivel internacional) y complementariamente con la americanización del Holocausto y, finalmente, el choque de narrativas (la Shoah, la esclavitud y el colonialismo) junto con el marketing de la atrocidad y la política identitaria.

Clases al aire libre en Jericó después de la Nakba. Foto: Archivo de la UNRWA. CC BY‐SA 3.0 IGO

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