Se me escapan las razones, y no dice mucho de gran parte del género humano, sobre por qué se acaba justificando lo intolerable y moralmente repulsivo en función de la pertenencia a una supuesta identidad política. Muchos derechistas se quejan que los de izquierdas se sientan «moralmente superiores», aseveración que me parece tan patética como significativa; demuestra tú mayor humanidad, botarate, y deja de acusar al vecino que no piensa como tú. Sobre el papel, parece cierto que cierto lado del espectro político parece más acrítico, apoyando a los suyos hagan lo que hagan, ya que en un remedo de razonamiento deben pensar que si lo hacen, buenas razones tendrán; es lo que tiene no pensar demasiado y abandonarse a los otros de la manera más lamentable. Pero, por supuesto, si de algo no pueden acusar al que suscribe es de caer en el maniqueísmo más atroz. No pocas personas he tratado también, muy preocupadas por lo social y humano, vamos a llamarlas progresistas, cuando gobiernan los suyos realizando una política no muy diferente a los del otro lado, son incapaces de adoptar el mismo enfoque crítico. Por otro lado, la historia nos pone no pocos ejemplos de feroces revolucionarios de izquierda que, en nombre de una humanidad con mayúsculas, acaban justificando lo injustificable por una sociedad mejor que, huelga decirlo a estas alturas, nunca llegó.
Desgraciadamente, esa actitud papanatas, ese extraño mecanismo dogmático que empuja a no ver lo obviamente inmoral o a sacrificarlo por unos objetivos presuntamente benévolos, lo he observado a uno u otro lado del espectro político. Todo esto lo digo, matizando que se me escapa un poco a estas alturas lo que significa, de manera precisa, ser de izquierdas o de derechas (he comprobado que muchos de los que se ponen una etiqueta u otra tampoco lo tienen claro, insistiendo como mucho en lo pernicioso de «ser lo otro» de una manera harto ambigua). No obstante, concretemos esa identificación de una supuesta categoría política con alguna vileza intolerable que esté sufriendo un pueblo en estos momentos. Supuestamente, la defensa de un Estado como el de Israel, que ha asesinado en los últimos meses miles de personas, entre las cuales muchos niños, corresponde a una categoría política diestra. Efectivamente, líderes políticos como Trump, Milei, Orbán, Abascal o Aznar no tienen ningún problema en apoyar abiertamente que el gobierno israelí acabe su operación asesina cuanto antes. La inefable presidenta de la Comunidad de Madrid, lamentable títere de algún otro antes mencionado, sin ningún asomo de vergüenza, vincula la denuncia del genocidio en Gaza con la defensa de Hamas. Y no es la única en seguir esa estrategia de dicotomía entre la elección de dos formas de terrorismo, con poder estatal o aspirante a tenerlo, y falsa polarización política.
Quiero pensar, y desgraciadamente en muchos casos los hechos me contradicen, que los votantes de todos esos políticos que justifican lo inhumano, la masacre de una población indefensa, observan la verdadera faz de los que consideran sus líderes cuando defienden lo indefendible. Aquí los que no votamos, al menos, no tenemos que responsabilizarnos de lo que hagan luego en el poder, un motivo entre otros para no hacerlo y, tal vez, para exigir un poquito más de crítica a los que sí lo hacen. Me congratula ver que alguna gente decente, de ideas derechistas, afirma que parar un genocidio como el que en estos momentos está ocurriendo en Gaza no es cosa de derechas de ni de izquierdas, sino una cuestión de humanidad. Estoy seguro que esas mismas personas, con una moralidad férrea, se indignan igualmente con otras guerras, ya sean en el Congo, Sudán, Siria o en cualquier otro lugar donde alguien sufra, que desgraciadamente siguen siendo muchos ya entrada la humanidad en el tercer milenio de esta era nuestra cristiana tan peculiar. No, apostar por la moralidad, por adecuar medios a fines, por no transgredir los valores más elementales en nombre de un objetivo (supuestamente) bueno, debe estar por encima de cualquier identidad política, ya sea conservadora, liberal o progre, por mencionar algunos lugares comunes. Y esto lo afirma un feroz ácrata de tendencia nihilista, valga la (solo aparente) paradoja.
Juan Cáspar
Felicitaciones. El mundo está en paro cardíaco y necesitamos un desfrilador para que todas «las células» vuelven a funcionar en el mismo sentido.