Cuando identificamos que el sistema capitalista en el que se nos obliga a malvivir es el causante de nuestras miserias, desgracias y violencias que sufrimos; la resistencia se vuelve una válvula de escape natural y necesaria para mantener mínimamente la cordura. Las clases dominantes conocen los cauces que tomarán estas resistencias, tanto en lo individual como en lo colectivo, y por eso mismo, espolear nuestra creatividad y ampliar nuestro imaginario de lucha se torna en una táctica fundamental. La lucha no debe convertirse en un objetivo en sí misma, es una herramienta en movimiento, una experiencia compartida; y genera unos códigos que se escriben improvisada y organizadamente al mismo tiempo.
El Grupo de los Siete, es decir, los dirigentes de los siete países más poderosos del mundo, se reúnen anualmente para hacer alarde mediático de su dominación, representar una función simbólica de quien de sabe dominante sin ninguna clase de máscaras. Hace dos años la movilización internacional contra la cumbre del G-20 en la ciudad alemana de Hamburgo retomaba el impulso activista de hace dos décadas contra estas cumbres con desgraciadas consecuencias represivas. La reunión planificada del G-7 a finales de agosto en la ciudad francesa de Biarritz trataba de mantener este mismo pulso contra las clases dominantes, y auguraba acciones de lucha destacadas en el contexto de un año político marcado por la irrupción del movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia.
La cumbre en la ciudad vasco-francesa se ha sucedido como un gran esperpento, séquitos nacionales secuestrando la cotidianeidad de toda una región bajo el único pretexto de reunirse para continuar decidiendo políticas comunes de hipocresía y miserias. La militarización más absoluta de una ciudad, la suspensión de garantías mínimas y derechos; así como la represión de activistas y periodistas en las manifestaciones. Sin embargo, esta contracumbre ha sido notablemente más discreta que la de hace un par de años en Hamburgo contra el G-20. Continuamos debatiéndonos entre la imprescindible respuesta a estas provocaciones de la clase dominante global con diversidad de estrategias, objetivos y tácticas; y también la imprescindible lectura de estas cumbres dentro de un terreno de juego fijado por esa misma clase dominante que nos lleva a disputar una partida no elegida por nosotros y nosotras mismas en la más absoluta desigualdad de condiciones.
Mientras personajes como Angela Merkel, Emmanuel Macron, o Donald Trump (entre los que son más reconocidos internacionalmente) tomaban parte de fastuosas celebraciones y paseos en una escapada estival; las acciones de los movimientos anticapitalistas se centraban en dispersas respuestas donde la represión policial atacaba fuertemente. La práctica de la lucha de clases sabemos que es la dialéctica de esa confrontación, y sin embargo se hace imprescindible llevar la confrontación a nuestro terreno de juego, con nuestras reglas y en la medida que seamos quienes actuemos, y no bajo una tendencia de reacción. En la vieja Europa tenemos colectivos sociales, libertarios o autónomos fuertes, pero nos falta saber coordinarnos como movimiento. Una vez que el tornado de esta provocación de los más poderosos ha pasado, nos corresponde continuar trabajando para construir ese movimiento desde lo local.
Cumbre del G-7 en Biarritz: Crónica de un esperpento anunciado