Desde comienzos del siglo XX, los pioneros de la educación libertaria, de la escuela nueva y de la escuela socialista han creado comunidades en las que los niños podían ejercer sus derechos y libertades, opinar sobre la organización de la vida social y sobre las actividades de los aprendizajes, y participar en las decisiones con los adultos.
En 1920, Freinet, joven maestro en una pequeña escuela del campo, se apuntó a estos planteamientos porque quería construir una escuela proletaria en la que los niños del pueblo pudieran adquirir los saberes que los hicieran más libres, más autónomos, más conscientes de las luchas a llevar a cabo para cambiar la sociedad y promover los valores de la paz, la solidaridad, la cooperación, el respeto a las personas y sus derechos.
La pedagogía popular que se trata de construir con los educadores que se suman a ella, se caracteriza por tanto por la necesidad de la autoorganización de los alumnos y la posibilidad de que participen en las decisiones relativas al trabajo y la organización de la escuela.
Así pues, estaba en la lógica de los militantes de la escuela moderna el experimentar la autogestión, estrechamente ligada a los trabajadores que llevan a cabo estas acciones en el campo social y político. Como Jean-Marc Raynaud y Guy Ambauves, creemos que “el niño es capaz de dirigir su vida en la escuela (eso es indiscutible) y esta práctica lo preparará y ayudará continuar por ese camino en su vida adulta (…) Liberar al niño, darle los medios para desarrollar sus potencialidades en el respeto a la libertad y por ella y su autonomía, es un aspecto fundamental para la lucha global autogestionaria”.
De todas las experiencias democráticas participativas, hemos extraído los principios que se basan actualmente en los derechos y libertades reconocidos a los niños por la Convención Internacional de los Derechos del Niño, adoptada por la ONU el 20 de noviembre de 1989:
-Todos los niños son ciudadanos. Deben poder participar en las estructuras que los acogen, en la creación y el funcionamiento de las instituciones democráticas que les permitirán ejercer sus derechos, sus libertades y un poder colectivo al lado de los demás miembros de la comunidad educativa.
-Cada uno debe poder asumir responsabilidades importantes con el fin de que no se forme una “élite de especialistas”.
-Cada uno tiene derecho a una formación que le permita ser un miembro activo y responsable de la comunidad.
La Convención Internacional de los Derechos del Niño le reconoce “el derecho a expresar libremente su opinión sobre cualquier tema interesante, y sus opiniones deberán ser debidamente consideradas en relación a su edad y grado de madurez” (artículo 12).
Corresponde a los enseñantes, a los animadores, a los cargos políticos, a los padres, la responsabilidad de dar a todos los niños los medios de expresar su opinión y de participar en el proceso decisorio de todos los temas que les conciernan.
Para el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, una familia “en la que los niños puedan expresar libremente sus opiniones y ser tomados en serio desde su más tierna edad constituye un modelo importante y prepara al niño para ejercer el derecho de ser entendido en la sociedad en el sentido más amplio. Un comportamiento paterno como ese favorece el desarrollo personal, refuerza las relaciones familiares, facilita la socialización de los niños y desempeña un papel preventivo contra toda forma de violencia en la casa y en la familia”.
La familia debería, por tanto, convertirse en una comunidad que funcionara y se desarrollara como “la democracia más pequeña en el corazón de la sociedad”, una democracia en la que unos y otros intercambiaran, crecieran y se enriquecieran mutuamente, y donde todos pudieran hacer oír su voz, escuchar la de los demás y contribuir al buen funcionamiento del conjunto.
La creación de los talleres de democracia familiar
Estamos en octubre de 2002, en la escuela Freinet de Nantes. Los niños hablan en casa de las prácticas democráticas que viven en la escuela y en ocasiones proponen reunirse en consejo de familia, elaborar reglas de vida en común. La ley del 4 de marzo [de Francia], relativa a la autoridad de los padres, ha significado para estos que deben asociar a los niños a las decisiones que les conciernan según su edad y grado de madurez*. La democracia familiar se convierte en una necesidad educativa, social y política.
Con un decena de padres y una educadora, nos preguntamos: ¿cómo poner en marcha, tanto en una familia, como en la escuela, una participación democrática de los niños, que enriquezca las relaciones familiares, favorezca una mejor convivencia, y permita a los niños aprender a ejercer sus derechos y libertades respetando los límites y obligaciones que se imponen a todos?
Todos sabemos que decidirnos a poner en marcha una organización democrática de la familia va a suscitar numerosos interrogantes y que será necesario progresar lentamente con el apoyo de los demás padres y, por tanto, mutualizar las prácticas.
De la escuela a la familia, los talleres de democracia familiar acaban de nacer. Muy rápidamente, adoptan principios que, todavía hoy, siguen siendo los mismos:
-Hablar a los demás de uno mismo, de su familia, aceptar descubrirse, revelar temas íntimos, implican que la libertad de expresión, el respeto al otro, la escucha acogedora de sus palabras, la confidencialidad sean reglas fundamentales.
-Instituir en la comunidad familiar la participación de todos los miembros en el proceso decisorio, creando instituciones democráticas y actividades participativas, hace necesario un aprendizaje; por eso el taller debe tratar de funcionar por sí mismo con los mismos principios organizativos.
La experiencia continúa desde hace doce años. Los padres y los lugares de reunión van cambiando (Café de los Niños “à l’Abord’âge” en Nantes, centro sociocultural, domicilios de padres, etc.), pero la experimentación prosigue y las cuestiones y reflexiones permanecen. Hoy día, los padres vienen porque sus hijos son alumnos de una escuela en la que la participación democrática está en marcha, o como consecuencia de una información que les ha llegado en alguna manifestación local.
El Consejo de Familia
El Consejo de Familia ocupa un lugar fundamental. Es el lugar de intercambio en el que, juntos, los miembros del grupo pueden analizar los diferentes aspectos de la vida común, sus relaciones, las actividades cotidianas, los proyectos colectivos e individuales, la utilización de espacios y objetos comunes. Toman decisiones y ponen en marcha los medios humanos y materiales para realizarlos. La organización del Consejo es, por tanto, esencial.
Pero comprometerse con los niños tanto en la familia como en la escuela, en un proceso de cambio institucional y educativo, es elegir una vía dinamizadora pero a veces difícil de vivir. Estar a la escucha de los niños, respetar sus derechos y las reglas de la vida colectiva, compartir su poder pero mantenerse como vigilante garante de las decisiones, poner en marcha una nueva organización de las actividades… implica a veces una verdadera mutación. Hace falta también perseverancia y paciencia.
La investigación que hemos llevado a cabo con los padres que han frecuentado nuestros talleres de 2002 a 2011, ha aportado numerosas enseñanzas. Sería demasiado largo detallarlas aquí.
Reunirse debe tener un sentido para todos. Se trata a menudo de un proyecto colectivo motivador, cuyo logro necesita el intercambio, la solidaridad, la cooperación y la participación de todos, que puede ser la ocasión de proponer una primera reunión.
La creatividad institucional sigue siendo un principio fundamental. No existe un modelo para reproducir. Cada comunidad familiar crea las instituciones que le permitirán vivir su experiencia democrática.
La investigación ha puesto en evidencia los efectos destacables del consejo:
-Es un lugar de aprendizaje de la palabra, de la escucha de los demás, del debate, de la toma de decisiones y de la responsabilidad en su aplicación, por tanto una educación a la democracia, incluidos los adultos. El adulto toma conciencia de que puede dejar la palabra a los niños y asociarlos a las decisiones sin darles todo el poder.
Permite pensar en los conflictos de modo diferente, tener en cuenta a cada uno, lo que lleva a los niños a reaccionar igualmente de forma más serena a las demandas de los padres. Permite también a los niños anteponer las “incoherencias” o las “injusticias” paternas.
-Cuando tiene lugar de manera regular, se convierte en una referencia semanal, con la posibilidad de utilizarla o no como caja de resonancia de las alegrías y las penas, de los entusiasmos y los deseos de compartir experiencias.
-Permite la creación de instrumentos, de técnicas, de rituales, de “rutinas” que vienen a añadirse a la cultura original familiar: las reglas de respeto mutuo, el cuaderno de quejas, la lista de derechos y obligaciones, el tablón de las tareas diarias…
-De una forma general, la participación democrática de todos en el seno de la familia refuerza la expresión y escucha de lo vivido y las necesidades de cada uno, padres e hijos.
-Permite la creación de un mejor ambiente familiar: autoestima, comprensión recíproca, descenso de la agresividad entre los miembros de la familia.
Como en las clases cooperativas, la coherencia de los adultos es un factor esencial. Ha revestido varias dimensiones:
-Si los padres no tienen la misma exigencia respecto a los límites y las prohibiciones, los niños no tienen referencias, no saben lo que está permitido y prohibido.
-El niño necesita adultos referentes que sean modelos para ellos. Los padres no pueden exigir el respeto de los principios y reglas que ellos mismos no respetan. En la vida colectiva de la familia, cierto número de reglas comunes deben aplicarse a todos.
En conclusión
Nuestra experiencia de democracia familiar participativa confirma eso que en 1996 afirmó el Consejo de Europa: “La participación de los niños en la vida familiar y social es esencial para garantizar un desarrollo armonioso y prepararlos para la vida en una sociedad libre […] Es una forma de mejorar la calidad de vida de una familia, basada en los valores democráticos y los derechos fundamentales del hombre, y en beneficio de todos los miembros de la célula familiar […] El hecho de escuchar a los niños, de tratar los problemas con ellos, de aceptar su opinión y también explicarles por qué sus ideas no son siempre aceptadas, constituye un medio importante para lanzar una participación. Esto debería comenzar cuanto antes”.
Jean Le Gal
Publicado en Tierra y libertad núm.332 (marzo de 2016)
*Artículo 371-1: “La autoridad paterna es un conjunto de derechos y deberes cuya finalidad es el interés por el niño. Corresponde al padre y a la madre hasta la mayoría o la emancipación del niño, protegerlo en su seguridad, salud y moralidad, para asegurarle su educación y permitir su desarrollo en el respeto de su persona. Los padres asocian al niño a las decisiones que le conciernen según su edad y grado de madurez”.