Christopher Hitchens:
Dios no es bueno
(Random House Mondadori, Barcelona 2009). 332 páginas.
En octubre de 2011, falleció Christopher Hitchens, uno de los neoateos más conocidos. Valoré mucho la lectura de su Dios no es bueno y, especialmente, la impagable recopilación de textos que hace en el voluminoso libro Dios no existe. Poco tengo que objetar a las críticas que realiza al pensamiento religioso, desde indicar las cosmogonías erróneas que todas ellas suponen, hasta la represión y servilismo que producen. Todo ello se resume en su conocida frase: «La religión lo empozoña todo». Tal y como dijo, la religión no se conforma con realizar unas afirmaciones maravillosas, ni con asegurar garantías extraordinarias, acaba influyendo, al igual que en la vida de sus fieles, en los que considera herejes o practicantes de otros cultos. Las religiones no son más que construcciones humanas, a lo que hay que sumar su tendencia al dogmatismo y a grandes verdades inequívocas, por lo que difícilmente podrán coexistir con otros credos (claro está, a no ser que jueguen con otras estrategias para asegurar su pervivencia). La creencia religiosa, tal y como Hitchens desea demostrar en algunos capítulos de Dios no es bueno, es fuente de odios, discriminación y resentimiento. Usualmente, quiere hacérsenos ver que son solo las posiciones extremistas religiosas las que producen todas esas crueldades, pero hay que recordar que el fundamentalismo es el germen de toda creencia.
En otro capítulo, Hitchens recuerda todos los obstáculos que la religión ha puesto a la medicina, al igual que ha hecho con la ciencia en general. Aunque muchos creyentes afirmarán que su fe es compatible con la medicina y con la ciencia, la realidad es que ambas cosas tienden a erosionar el edificio religioso. Las apelaciones que la religión, o mejor dicho sus representantes, realizan al progreso en nombre de supuestos designios divinos merecen ser recordadas una y otra vez. Es demasiado fácil ridiculizar a los brujos y chamanes de otras culturas, mientras el pensamiento religioso que es la base de la civilización occidental sigue oponiéndose a las más elementales medidas profilácticas para prevenir y controlar graves enfermedades. No es infrecuente escuchar, de manera más o menos sutil, que ciertas epidemias son obra de un voluntad superior como castigo a las «anomalías» practicadas por los seres humanos. Resulta difícil imaginar una mentalidad tan cruel y retorcida capaz de «creer» semejante disparate. En palabras del propio Hitchens, la religión organizada es «Violenta, irracional, intolerante, aliada del racismo, el tribalismo y el fanatismo, investida de ignorancia y hostil hacia la libre indagación, despectiva con las mujeres y coactiva con los niños». Incluso, Hitchens iba más allá en sus acusaciones, recordando que la religión espera, de una u otra manera, la destrucción del mundo. Así es, ya que no han dejado de anunciarse Apocalipsis y días del Juicio Final, o similares, según los cuales el ser humano es solo una marioneta de un poder superior y su destino resulta fatal. Son tradiciones religiosas que tienen su reflejo, evidentemente, en los sistemas políticos.
La fe resulta, en definitiva, peligrosa. Y lo es cuando la entendemos como un acto que debe realizarse una y otra vez, a pesar de la acumulación de evidencias en contra. Hitchens consideraba que ese esfuerzo, propio de otras épocas, resultaba siempre excesivo para la mente humana y empujaba a engaños y obsesiones. Por supuesto, la religión no suele estar basada exclusivamente en la fe, sino que va más allá corroyendo lo positivo que pudiera tener tal actitud con la aportación de supuestas evidencias y pruebas más que cuestionables. Dentro de esas pruebas y evidencias están algunas que resultan irrisorias sin demasiada profundización: el argumento del diseño, las revelaciones, los castigos o los milagros. Además, los credos religiosos (al menos, los monoteístas) suelen estar plagados de paradojas y contradicciones, como es el caso de una condición pecaminosa del ser humano, el cual ha sido creado por una voluntad suprema (a su imagen y semejanza). No hay intención de, simplemente, reírse o de ridiculizar a los creyentes, sino de señalar el peligro que conllevan creencias arcaicas que siguen influyendo notablemente en nuestra cultura. Por supuesto, la fe de cada uno es cosa suya, resulta privada e irrelevante para los demás, pero hay que aceptar que las cosas no suelen tan sencillas y la coerción suele ser la estrategia de las religiones. No suele ser extraño, cuando hablamos de doctrinas e instituciones que aseguran portar una verdad con mayúsculas en respuesta a los miedos, debilidades e ilusiones de las personas.
Capi Vidal