El que la gente siga creyendo en cosas sin sentido es un poco para volverse loco. No hablo necesariamente de cuestiones místicas y/o abstrusas, sino de evidencias puestas delante de las narices, pero que en lugar de hacer tambalearse las creencias provocan que la gente se enroque aún más en ellas. Existe un proceso psicológico que puede ayudarnos a comprender esta peculiar actitud. La llamada «disonancia cognitiva» viene a sostener que, si una información innovadora entra en conflicto con nuestras actitudes, creencias y conocimientos, derivará en una angustia mental que solo se aliviará reinterpretando la nueva entrada perturbadora. Es comprensible que a uno le cueste admitir su creencia en cosas absurdas, pero el problema es acabar reafirmándose en la seguridad de que lo que creemos es la verdad. Así, el creyente acaba teniendo una seguridad firme sobre su honestidad e inteligencia y, con cierta frecuencia, distorsionará la realidad malinterpretando los datos de sus memoria. Hablamos de un fenómeno, el de la disonancia cognitiva, que ha sido muy estudiado por la psicología: las personas se aferran a veces a sus creencias a pesar de que las mismas sean incompatibles con otra información que posean (lo cual deberían ser nuevas creencias renovadas).
El término «disonancia cognitiva» fue creado por Leon Festinger, que inició el estudio del comportamiento de los integrantes de una secta en Chicago. La persona líder de aquel inefable grupo era una tal Dorothy Martin, la cual había recibido una revelación mediante la escritura automática: el 21 de diciembre de 1954 advendría una gran diluvio universal, pero los miembros de la secta serían salvados por extraterrestres. Dicha profecía, que en realidad no difiere demasiado los cuentos que podemos leer en las religiones del libro sagrado (que vendrían a ser sectas con una mayor popularidad), provocaba en los integrantes sectarios todo tipo de dudas, desvaríos y, finalmente, mecanismos de autojustificación. Es más, al parecer los más dubitativos acababan siendo los más fanáticos e incluso hubo luchas por el poder para ver quién era el más «iluminado». Cuando la fecha de marras llegó, los miembros esperaron varias horas a que les recogieran los salvadores alienígenas, tras lo cual empezaron los lamentos, los intentos de justificación y algunas dudas. A pesar de ello, la líder sectaria actuó con rapidez: había recibido otro mensaje proveniente de los extraterrestres del planeta Clarion, que aseguraba que gracias a su actitud habían salvado el mundo. Con esto bastó para que la creencia permaneciera y los miembros se reafirmaron en ella (y en su propio orgullo).
Una vez vencido el estremecimiento que hemos sentido al conocer esta historia, vamos a tratar de sacar algunas conclusiones interesantes acerca de las creencias. La primera de ellas es que los que las tienen suelen crear grupos donde se retroalimentan; cuanto más cerrados son esos grupos, más peligrosos, ya que se blindan de forma perfecta contra la crítica y la evidencia. Podemos buscar muchos ejemplos en todo tipo de creencias pseudocientíficas, que campan a sus anchas en esta bendita sociedad que hemos creado. Otra conclusión, sobre la que también podemos encontrar bastantes ejemplos en nuestra experiencia, es que la persona tiene como primera reacción rechazar todo aquello que no confirma lo que cree. Esto es un mecanismo inherente al ser humano, a todos nos pasa e incluso de forma cotidiana. Es lo que llaman un sesgo cognitivo, que está implantado en nuestro cerebro; lo que tratamos, algunos, a pesar de lo cabezotas que podamos ser, es de no llevarlo hasta el delirio. Volvamos a la interesante cuestión de la disonancia cognitiva.
Si tenemos una creencia (algo como que cierto remedio cura el cáncer o que algún gobierno, del pelaje que sea, va a traernos la felicididad) y nos dan una información en contra, por muy definitiva que sea, tendemos a crear otra creencia más para justificar la primera. Por ejemplo, que la verificación de que el remedio no cura ni por asomo es falsa, por supuesto, debido a que no se ha aplicado bien (o algo similar). Un ejemplo muy básico, pero que puede adaptarse a cualquier creencia particular sobre la medicina pseudocientífica. Por lo visto, y el escalofrío vuelve a recorrerme la espalda, es también una tendencia habitual en el ser humano la de compatibilizar nuestras creencias. Así, acabamos adoptando una hipótesis a medida, para confirmarlas y darles consistencia, antes de abandonarlas. Por supuesto, y afortunadamente, esta tendencia no tiene por qué ser siempre exitosa. Lo es, fundamentalmente, cuando la creencia va acompañada de algún interés; cuanto mayor sea el mismo, mayor irracionalidad y menos posibilidad de hacer algún caso a la refutación. El mejor ejemplo de todo esto es una bonita fábula infantil: La zorra y las uvas. Cuando la zorra, después de varios intentos, es incapaz de alcanzar unos racimos de uvas a considerable altura, abandona finalmente. Más tarde, racionalizará del siguiente modo: ella hubiera conseguido alcanzar finalmente las uvas, pero se dio cuenta de que no estaban maduras y es por ello que desistió. No fue por su falta de voluntad y esfuerzo, por lo que no logró su cometido. Así somos.