Con mucha frecuencia me encuentro en artículos que hablan de anarquismo, referencias al anarquismo oficial, o dogmático. Este tipo de anarquismo es clasificado por sus detractores, como algo del pasado, una especie de iglesia llevada por sacerdotes de la Idea, que repiten una serie de mandamientos que son básicamente, no votar, no participar en elecciones, no tener relaciones con políticos, y rechazar el nacionalismo y la religión. Y tal vez, comer mucha verdura, ir en bici y hablar esperanto de vez en cuando con algún polaco. Esto último, una rareza mía.
¿Cuál es la propuesta que hacen las personas que defienden un anarquismo no dogmático? Pues anda la cosa por el tema de ser más flexible con los dogmas, no tomárselos demasiado en serio, y desarrollar estrategias de lucha que estén en otra onda, más abierta a los tiempos que corren, si bien no tengo claro qué significa eso. Porque resulta que estudiando las propuestas, va a ser que yo soy dogmático y oficial por un lado, pero no me tomo demasiado en serio los dogmas por otro. Y esta actitud la tengo, tras largos años de observar pacientemente tanto a unos como a otros, como el entomólogo que estudia a un insecto.
En este discurso que os suelto voy a emplear el concepto de Pueblo, que para mí son los pobres. Siendo el anarquismo una ideología igualitaria, a quien más se ha de dirigir es a quienes menos tienen, de cara a nivelarlos, ya que la desigualdad es fundamentalmente, poder de unos sobre otros. Yo lo veo de ese modo.
Así que quienes abogan por construir un pueblo fuerte y tener presencia en las instituciones a la vez, caen en una contradicción terrible. Las instituciones están hechas para gobernar, y el pueblo doliente jamás puede gobernar. Nunca. Mientras exista un Gobierno, el pueblo será gobernado en tanto y cuanto sea débil. Porque si el pueblo es fuerte, el gobierno no gobierna. Es una cuestión de balanceo, de equilibrio: no puede existir a la vez un pueblo fuerte y unas instituciones populares que apoyen al pueblo, ya que las instituciones siempre, de forma inevitable, son conquistadas por personas que dejan de pertenecer al pueblo al convertirse en gobernantes.
Basta con mirar un poco la composición del parlamento. ¿Veis ahí algún precario, a alguna ama de casa, a algún indigente que rebusque en los contenedores? ¿Encontráis en los ayuntamientos a algún sin techo, a un viejo solitario, a un sin papeles, a una madre maltratada que saca adelante sola a tres hijos de distintos padres?
No. En el currículum de diputados, senadores y alcaldes, se presume siempre de diplomas académicos, que vienen a ser como los títulos de los nobles del feudalismo. Ya no hay condes, marqueses y duques en el Gobierno. Ahora son Licenciados, Doctores, Expertos y Máster. También están los diplomados de Trabajo Social y Técnicos de Grupo A y Nivel V. Todos, y cada uno de ellos, han tenido estímulos intelectuales, ambientes propicios, tiempo y dinero para estudiar y escalar a puestos de Gobierno desde los que mandar luego lo que sea al pueblo.
Está más que claro. Estos días con la masterizada señora Cifuentes, han ido saliendo a la luz, los currículum de otros políticos que sacan pecho mostrando sus títulos, que avalan que han pasado largas horas pensando, viviendo con dinero público o privado, sentados, y haciendo exámenes y trabajos de escasa utilidad, salvo para ganar puntos y dar clases. ¿Qué tiene que ver eso con el pueblo que trabaja por 400 euros al mes? Yo creo que muy poco. ¿Cómo puede ser fuerte el pueblo, por el mero hecho de que alguien sea concejal de Bienestar Social, y reparta contratos por orden de lista de cara a juntar tiempo para el subsidio? Nada en absoluto. Cuando alguien gobierna, lo último que necesita es que el gobernado sea fuerte. Lo que quiere es tenerlo débil, sumiso y dependiente. O eso es lo que llevo visto.
En resumen, que el dogma puede ser tanto presentarse a las eleciones, como no presentarse. No votar es tan ortodoxo como ir a votar, porque…, ¿alguien puede afirmar que el voto a Ciudadanos, o a Podemos, sea algo irreverente, moderno o fuera de dogma?
En cuanto a los anarquistas etiquetados como dogmáticos, pues les pasa lo siguiente: que se acomodan en el dogma. Se ubican a cincuenta kilómetros de donde suenan los tiros, y de allí no los sacan ni con alicates. Puede pasar, para mayor abundamiento, que se enreden en espantosas disputas teleológicas (1) en torno a dos temas que resultan fundamentales en cualquier pelea dialéctica: una, explicar a voz en grito que algo que se ha hecho no debería haberse hecho; otra, dictaminar secamente que se debería de hacer algo que no se está haciendo. Estas dos aseveraciones dogmáticas resumen cientos de años de debates políticos. Ambas son de mi cosecha, y me consagran como a un gran pensador, si se unen esa otra de que mientras exista un gobierno, el pueblo no podrá gobernar. Nuevamente lo digo: un vagabundo alcohólico, jamás será ministro. Y si por casualidad llegase a ser ministro, dejaría de ser vagabundo. Con lo de alcohólico no pongo impedimento. Eso es de ese modo y no puede ser de otra manera.
Por supuesto, esta burricie, no es privativa de los anarquistas. Pasa en las mejores familias. Pero como hablo de anarquistas dogmáticos y no dogmáticos, conviene mostrar que en el día a día, ambos vienen a ser la misma cosa si no se salen del guión. Etiquetar a unos o a otros, no es más que una muestra de marketing libertario, de cara a mostrar lo malos que son los demás.
¿De qué forma podría salir el pueblo fortalecido de esta trampa conductista? Solo hay una: mediante el autogobierno. El pueblo solo puede ser fuerte, cuando resuelve los problemas que le salen al paso en el día a día. Cuando los manteros se organizan, cuando los inmigrantes saltan la valla, cuando las mujeres hacen huelga, cuando los trabajadores se sindican y determinan sus derechos, cuando el que no tiene casa ocupa una vivienda vacía… Es cuando el pueblo es fuerte.
Y es en ese ámbito donde el anarquismo es natural, y está implantado al margen de dogmas y de heterodoxias. Se sigue de ello que el o la anarquista que interviene en esos contextos, se encuentra con la vida real, y encuentra a su paso mil contradicciones que le proporcionan sabiduría y experiencia. Ve que entre los vecinos realojados se organiza una pelea de perros, o se ha golpeado a una mujer, o se han robado los cables de la luz, o reventó la alcantarilla… Ve que en la huelga unos aflojan o traicionan de tapadillo. Ve piensa y obra como buenamente puede en ese ambiente hostil a sus buenas intenciones. Pasan mil cosas desagradables que no salen en los manuales, y que se tienen que ir resolviendo entre los propios interesados. Hay peleas, disputas, egoísmo, aprovechamiento de energías ajenas…
Y ahí es donde, te lo digo de verdad muchacho o muchacha que milita en el ámbito anarquista, se acaban las disputas dogmáticas. Porque hay tarea por delante para el anarquismo que vive y actúa encabronado con los problemas del pueblo, de los pobres, de los realmente dolientes. Ahí es donde funciona a la vez, el dogma y la heterodoxia.
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(1) La teleología (del griego τέλεος, fin, y λογία, discurso, tratado o ciencia) es la rama de la metafísica que se refiere al estudio de los fines o propósitos de algún objeto o algún ser, de cara a desentrañar misterios divinos y posiblemente sobrenaturales, que no pueden ser comidos en modo alguno y cuya principal utilidad es carecer de utilidad salvo para hacerte sentir que finalmente te va a explotar la cabeza.