Queremos valorar lo que es el anarquismo en el siglo XXI, sin entrar en una afirmación categórica de sus pros y de sus contras y sin apostar de modo definitivo sobre un determinado paradigma organizativo; para ello, podemos dividir las organizaciones, colectivos y proyectos, entre los directamente influenciados por el «anarquismo clásico» y los que podemos considerar más en una línea neoanarquista o posmoderna (sin gustarnos estas etiquetas, ya que son reduccionistas, son simplemente para comprender ciertas tendencias).
Este artículo pretende lanzar unas cuantas reflexiones sobre lo que es el anarquismo hoy, para nada juzgar si uno u otro paradigma organizativo, o actitud individual, es el más adecuado o eficaz para llevar a cabo la muy deseable transformación de la sociedad. Desgraciadamente, es una tendencia muy humana considerar que las ideas y actitudes propias son las correctas, y que únicamente el resto de la humanidad tiene que llegar a semejante punto de lucidez para que las cosas mejoren o, ya en el colmo del paroxismo, para que la sociedad sea definitivamente perfecta. Esto último, ni es lógicamente posible, ni deseable a mi modo de ver las cosas. Algunas personas de las organizaciones libertarias, como es natural, tampoco escapan siempre a estas tendencias que conducen no pocas veces al simple y mero aislamiento; sin embargo, uno de los motivos por el que me considero anarquista es precisamente porque no existen razones absolutas, ni verdades definitivas que no haya que verificar constantemente con la realidad (y la realidad es demasiado tozuda a veces yendo por vericuetos que no nos gustan nada, pero que tampoco nos pueden ser ajenos).
Hace poco, comentaba con unos amigos que el entusiasmo libertario nos empuja muy a menudo a considerar que el movimiento anarquista se encuentra en «permanente auge». Así es, el anarquismo florece, en mayor o en menor medida cuantitativa (seamos realistas), en forma de numerosos grupos y proyectos. Veamos, grosso modo, cuáles son esos paradigmas organizativos bien entrado el siglo XXI. Siendo cautos en nuestras afirmaciones, y dejando una mayor indagación para una historia profunda del anarquismo, que algún día realizaremos, puede considerarse que existe un moderno punto de inflexión a partir de los años 60 del siglo XX (mayo del 68 es un evento importante para las ideas anarquistas y su reactualización).
Desde entonces, las organizaciones clásicas persisten como el caso de las denominadas «específicas de síntesis», que se federan a nivel internacional en la IFA (Internacional de Federaciones Anarquistas). Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ya hubo intentos de una organización internacional estable, en el contexto de la represión de ambos bloques de la Guerra Fría, produciéndose la reactivación en el congreso de Londres de 1958. Será precisamente en 1968, en Carrara (en la región italiana de Toscana) donde nacerá la IFA. Esta organización se reafirma en la base ideológica de los pensadores clásicos (Bakunin, Kropotkin, Malatesta, Rocker…), confirmadas en las experiencias revolucionarias (Comuna de París, Revolución rusa, Revolución española…) y consideradas válidas también para aquel momento; los principios de la IFA serán, fundamentalmente, la negación de la autoridad (de todo tipo de poder), de la jerarquía, de las leyes jurídicas y la confirmación de los valores sustentados en: libertad, igualdad, solidaridad, justicia social, pacto libre, libre iniciativa, ateísmo, antimilitarismo, internacionalismo, descentralización, autonomía, federalismo, autogestión y comunismo libertario (Documentos de la Internacional de Federaciones Anarquistas). En España y Portugal, la organización integrante de la IFA es la Federación Anarquista Ibérica, uno de cuyos órganos de expresión es la publicación Tierra y libertad, que aparece puntualmente todos los meses.
Otra organización clásica es la anarcosindicalista Confederación Nacional del Trabajo, afín a la FAI, que pertenece a su vez a la Asociación Internacional del Trabajo, creada en Berlin en 1923 como heredera de los postulados socialistas y libertarios de la Primera Internacional y como alternativa al autoritarismo de la tercera Internacional Comunista. La CNT no necesita presentación y en la actualidad se mantiene en sus convicciones de oposición a las elecciones sindicales y comités de empresa, apostando por la acción directa de los trabajadores para resolver los conflictos, con los valores libertarios semejantes a los de la FAI y con el objetivo final de la autogestión económica de la sociedad. Otra organización específica que ha resurgido en los últimos años es la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias, creada en 1932 en pleno auge del movimiento anarquista en España.
Otra organización internacional, que cautamente también podemos denominar «específica», es Solidaridad Internacional Libertaria (SIL), creada por iniciativa de la española Confederación General del Trabajo en 2001; la CGT, como es sabido, fue una escisión de la CNT iniciada en los años de la Transición, que se reclama también anarcosindicalista, pero que sí participa en elecciones sindicales y en comités de empresa (con el objetivo de «vaciarles de contenido» y disolverlos finalmente). La CGT y la SIL son acusadas por las organizaciones «clásicas» (CNT-FAI, y sus respectivas organizaciones internacionales) de reformismo y no pocas veces se les coloca la etiqueta de «plataformismo».
No entraremos a valorar esa condición, solo recordaremos que la Plataforma (recibió el nombre de Archinov, uno de sus más conocidos propugnadores) nació a partir de las experiencias anarquistas en la Revolución rusa y dio lugar a un paradigma organizativo que apuesta por la unidad táctica y de acción dentro del anarquismo. Ya en su momento, creo un disputado debate con la fuerte oposición de Malatesta, que acusó a los plataformistas de estar muy influenciados por el éxito bolchevique y de poco menos que querer crear una organización jerarquizada a modo de un ejército o iglesia; las consecuencias, para Malatesta y muchos anarquistas, serían renunciar a las verdaderas convicciones libertarias y terminar conquistando el poder a modo de las tendencias socialistas autoritarias. De ahí que, también en no pocas ocasiones, se quiera ver a los plataformistas como una forma de «marxismo heterodoxo». No obstante, organizaciones que abiertamente se consideran herederas del plataformismo dentro del anarquismo existen en diversas países del mundo.
El nuevo escenario y los nuevos paradigmas
Los valores anarquistas clásicos siguen, en gran medida, vigentes. No obstante, el mundo del siglo XXI es muy diferente del de hace más de un siglo. De hecho, poco tiene que ver con el de hace escasas décadas y, los anarquistas, fieles a unos valores, debemos valorar y adaptarnos a esos permanentes cambios de ciclos en los que viven las sociedades del hombre; de lo contrario, inevitablemente caemos en el dogmatismo y en el aislamiento. ¿Cuándo se han producido esos cambios de paradigma? Como ya apuntamos anteriormente, y siendo siempre cautos, podemos establecer un proceso que puede iniciarse en mayo del 68 y que tiene su colofón a finales de los años 90 y ya principios del siglo XXI.
Para dilucidar cuáles pueden ser los nuevos modelos de organización libertaria, donde la dicotomía entre modernidad y posmodernidad tiene una gran importancia, hay que aclarar algunos puntos. Primero, que los paradigmas organizativos tratados anteriormente, muy influenciados por el anarquismo clásico (impregnado de modernidad y de los valores de la Ilustración, confianza en la ciencia, en la razón y el progreso), no son de ninguna manera criticados radicalmente ni mucho menos desechados por anacrónicos. De hecho, gran parte de los militantes de las grandes organizaciones libertarias forma parte a su vez de muchos otros proyectos en los que pueden verse las características de lo que ciertos autores consideran que es la época posmoderna, que resumiremos en que lo importante son determinadas prácticas (en el caso que nos interesa, libertarias) frente a los grandes discursos propios de la modernidad, cuyo ámbito sería solo simbólico.
Estas prácticas, subversivas, autogestionadoras, solidarias, horizontales, preocupadas por lograr objetivos inmediatos, están inevitablemente impregnadas de los valores libertarios clásicos (vinculación entre libertad e igualdad, adecuación de medios a fines, una política unida a la ética), pero se desarrollan en un nuevo escenario sociopolítico, que en gran medida también parece favorecer al movimiento libertario. Son las nuevas tecnologías las que han propiciado el desarrollo de redes en los que no existen estructuras jerárquicas. Pero, como señala Tomás Ibáñez, hay que mostrarse también críticos con este nuevo paradigma, ya que puede también estar contribuyendo a asentar la nueva época y, al mismo tiempo, a legitimar los dispositivos de dominación, que también evolucionan y se adaptan a los nuevos tiempos con un rostro más amable.
El anarquismo hoy, además de en las organizaciones clásicas ya mencionadas, goza de buena vitalidad en múltiples colectivos y proyectos explícitamente libertarios de todo el mundo, pero también gracias a su influencia en otros grupos y personas, que no necesariamente se consideran libertarios. Lo que ha favorecido este desarrollo del anarquismo, en un escenario muy diferente, es seguramente la ausencia de unas ideas rígidas y sistematizadas. Las propuestas libertarias no fueron nunca parte de una canon inamovible, establecido para siempre, y de hecho es la diversidad y heterogeneidad lo que las caracteriza, por lo que su acomodo a los nuevos tiempos no resulta tan sorprendente. Cuando cualquiera de nosotros entra en un proyecto libertario muy concreto, es precisamente la pluralidad y heterogeneidad lo que nos caracteriza, el compartir ciertos valores, por supuesto, pero sin tener unas férreas convicciones con las que pretendamos siempre medir la realidad.
El anarquismo sigue siendo la crítica más radical existente hacia lo establecido, resulta enérgicamente subversivo, por lo que no resulta extraño que multitud de jóvenes se vean atraídos por él. Los colectivos anarquistas llevan en su seno, y lo ejercen en sus actuaciones, las características de la sociedad en la que les gustaría vivir: una igualdad entre sexos verdadera, una identidad personal amplia y diversa (como es el caso de las opciones sexuales) y una crítica radical al capitalismo y la sociedad de consumo. Son estas prácticas, que tratan de manifestarse en la realidad de hoy, las que conllevan un deseo inconmovible por la sociedad del futuro.
Personalmente, creo que la participación en proyectos libertarios de lo más variopintos, más allá de la única pertenencia a una organización (a la fuerza, de aspiraciones maximalistas), es algo que permite superar esa rigidez militante que también, por muy humana, aparece en el anarquismo. Si se quiere, es una paradoja; por un lado, se echa de menos una organización «de masas», al estilo de la CNT de antes de la Guerra Civil, capaz de dar solución a todos los problemas sociales, por otro, ¿resulta eso ya posible hoy en día? No tengo, ni quiero tener, la respuesta definitiva; tan solo señalar que, al margen de lo que se piense al respecto, esa pertenencia a grupos locales, en contacto con una realidad inmediata, dentro de redes amplias y fluidas, capaces de escapar a todo estatismo gracias a un permanente intercambio, y bien coordinadas gracias a las nuevas tecnologías, es lo que parece permitir en la actualidad una admirable salud libertaria.
Frente a la frustrante espera de una gran respuesta a los problemas sociales, que supondrá el advenimiento de una definitiva revolución que alumbre la sociedad anarquista, resulta más enérgico y saludable involucrarse en proyectos subversivos que reproduzcan el tipo de realidad que nos gustaría. Los valores libertarios clásicos siguen siendo muy válidos, entre los que se encontraban la ausencia de todo dogmatismo y el permanente estado de evolución, pero la cuestión sigue siendo qué forma es hoy la más válida para ejercer una influencia libertaria sobre una sociedad basada en estructuras de dominación. Frente a tener todas las respuestas, seguir haciéndose preguntas y, consecuentemente, continuar moviéndose con un compromiso libertario.
Si leemos un libro como Anarchy Alive!. Políticas antiautoritarias de la práctica a la teoría, comprendemos esta saludable vitalidad libertaria que antes se ha mencionado. La gran cantidad, a lo largo de todo el mundo, de redes de individuos, grupos y colectivos, bien comunicados y coordinados, y con prácticas de acción directa. La principal característica de estas redes, y llegamos con ello a uno de los paradigmas organizativos de los que queremos ocuparnos, es que están totalmente descentralizados, y no existe una militancia fija que se pueda considerar oficial. La obra de Uri Gordon, además, se termina en 2007, por lo que no puede ocuparse de los importantes movimientos sociales de los últimos años (15M, Ocuppy…), tan influenciados por el anarquismo en su práctica. Ello es un ejemplo, tal y como hemos dicho, de que el nuevo escenario sociopolítico y tecnológico favorece a priori el desarrollo del movimiento libertario ajeno a toda estructura jerarquizada.
Capi Vidal