No pocas veces, se suele poner en la actualidad un apelativo a las ideas anarquistas, y no solo por parte de los que dudosamente lo son, sino por parte de los que, creyendo verdaderamente en ese viejo y siempre nuevo concepto de «emancipación social», luchan porque se convierta en realidad.
Así, puede verse en algunas ocasiones términos como «anarquismo social» o «anarquismo libertario». En mi opinión, no emplearía esos apelativos ya que es plenamente reivindicable un anarquismo que transforme la realidad «social» desde abajo y, por supuesto, no hace falta adjetivarlo con lo que es un sinónimo: lo libertario (un concepto de la libertad amplio, no absoluto como aseguran algunos, vinculado a la igualdad y la solidaridad). Diremos que, en cuanto a ideas y pensadores anarquistas, los hay ajustados a una vertiente muy concreta del anarquismo e incluso algunos que difícilmente pueden considerarse libertarios, pero que sin embargo han sido asumidos, en algunos aspectos, por una visión amplia de anarquismo. En cuanto a prácticas libertarias, por supuesto, han tratado siempre de resolver la «cuestión social», de una manera u otra según las ideas anarquistas, pero como norma general sin reducirlas de ningún modo. Un ejemplo son las organizaciones llamadas específicas, que tratan de aglutinar todas las tendencias. En cualquier caso, quedémonos con un término ya antiguo en la historia, pero plenamente reivindicable: anarquismo sin adjetivos. Otra cuestión es el porqué se suele tildar el anarquismo, algo que veremos en otra ocasión.
Por supuesto, no estoy defendiendo sin más la militancia en organizaciones especifícas cuando me refiero al «anarquismo sin adjetivos». Es más, como ya he dicho en alguna ocasión, considero muy saludable la participación en diversos proyectos libertarios sin que sea necesario estar integrado en organización permanente alguna. Además, y los partidarios que se llaman del «anarquismo social» estarán de acuerdo, me parece también primordial integrarse y participar en organizaciones de base o populares (¡qué mal suena es término!, por su instrumentación autoritaria por parte de ciertos regímenes). En definitiva, me refiero a participar de modo con una ética libertario, y ello supone, por supuesto, que sea sin imposición alguna, en las organizaciones de la gente de a pie, libre y horizontalmente organizadosa; el ejemplo más obvio de los últimos años es el 15-M, cuya tendencia anarquista (no todo el mundo lo llamará de esta manera, pero lo importante son los hechos y esta vertiente se ha mantenido a salvo de injerencias y subordinaciones externas). En el 15-M, organización que acabó descentralizándose en asambleas de barrio en las ciudades, se han producido luchas sociales concretas de todo tipo: contra los desahucios, la marginación, por el enriquecimiento cultural y científico, etc.; luchas realizadas de modo horizontal y solidario, que demuestran que las ideas pueden incidir en la sociedad y acabar transformándola.
Al fin y al cabo, es la gente normal, sin cotas de poder, la que, en definitiva, puede transformar la sociedad tal y como las ideas libertarias lo entienden: sin vanguardias ni dirigismos. Los y las anarquistas no somos un grupo de iluminados, y pretendemos siempre enriquecernos con nuestros semejantes en un contexto de libertad e igualdad. En la teoría y en la práctica, sin adjetivo alguno, siempre he visto al anarquismo de este modo. Ya he mencionado anteriormente al diccionario de la Rae, el cual alude al anarquismo como defensor de la «libertad absoluta»; algo que, inevitablemente, nos remite a una idea de libertad sin responsabilidad alguna; simplemente, «haz lo que te plazca»). Esto es sencillamente falso y distorsionador, el anarquismo siempre ha sido social, si lo queremos denominar así, y me atrevería a decir que incluso lo es la vertiente más individualista; por supuesto, la base es la defensa de la libertad individual, pero para todos, por lo que es también social y solidario. Hay quien lo observará como una limitación a su libertad, pero yo lo veo como un enriquecimiento de la misma; en caso contrario, no hablamos de anarquismo, sino de una suerte de solipsismo.
Son las experiencias las que pueden generar un cambio de conciencia y de paradigmas de toda índole, por lo que son necesarias todo tipo de luchas en la realidad social. La visión posmoderna nos dice que no es posible ya una revolución social maximalista, como se observaba en la modernidad. Es posible, pero trabajemos desde lo local, en la realidad inmediata, sin dejar de lado la transformación de la sociedad. Es seguramente el mejor modo de seguir trabajando por el sueño revolucionario de emancipación social. Por supuesto, es muy importante todo este trabajo social, en un contexto con problemas, desigualdades y discriminaciones de todo tipo (a pesar de la enorme propaganda mediática, que trata de hacernos ver que ya nos encontramos en el mejor de los mundos posibles). También lo es el trabajo cultural e ideológico, si lo queremos también denominar así. Es decir, el conocimiento de la cultura libertaria, observada de un modo amplio (de ahí, mi cautela ante la palabra «ideología»). Para los que puedan acusarnos de «partidismo», diremos que el anarquismo siempre confió en la cultura y el conocimiento, y trabajó todo lo posible para llevarlos a las personas más humildes.
Capi Vidal