Este texto es un resumen de un artículo más amplio escrito por Jone Sierra y publicado por la web Descifrando la Guerra. Os recomendamos el extenso seguimiento de este conflicto que están haciendo desde su web y sus redes sociales.
Los conflictos armados tienden a poner en evidencia las debilidades económicas, políticas y sociales de los países. En lo social, se ha constatado que las desigualdades entre colectivos se agudizan y que las personas especialmente vulnerables son las primeras perjudicadas y las que mayor riesgo corren. Tal es el caso de las mujeres. Histórica y mundialmente invisibilizadas y relegadas a una posición de inferioridad respecto del hombre suelen ser perjudicadas por partida doble en los contextos bélicos, por las consecuencias propias del conflicto (migraciones, crímenes de guerra o vulneraciones de derechos fundamentales) y por la discriminación y desigualdad, que se agrava en situación de guerra.
La esclavitud sexual, las violaciones sistemáticas, las esterilizaciones, matrimonios y embarazos forzosos, los abusos sexuales, el tráfico y trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, mutilaciones genitales femeninas y todas las demás formas de violencia sexual y reproductiva se han constituido como un método eficiente en las guerras modernas. Se configuran como elementos de una campaña de terror articulada por militares, policías y civiles con el objetivo de implantar el miedo, destrozar generaciones y destruir el tejido de la sociedad, siendo las mujeres y las niñas las principales víctimas. En los conflictos, el cuerpo de la mujer es considerado como territorio de conquista y el agresor ostenta el poder de dominar y ejercer violencia en su propio beneficio.
Con el conflicto ruso-ucraniano en plena ebullición, se han puesto de manifiesto dos realidades que están afectando directamente a las mujeres ucranianas: la violencia y explotación sexuales y la explotación reproductiva. Una vez más, las desigualdades de género se han exacerbado a raíz del conflicto armado lo que se traduce en un mayor riesgo de sufrir violencias machistas por parte de civiles y fuerzas armadas.
Estos hechos no son una cuestión insólita en este territorio. Ya en 2014, durante la Guerra del Donbás, se dieron casos de violaciones y desapariciones de mujeres. Una de las dos autoproclamadas Repúblicas Populares, Donetsk, denunció haber encontrado cadáveres de mujeres agredidas sexualmente, presuntamente, por el ejército ucraniano y se reportaron violaciones y torturas a mujeres por parte de milicias paramilitares. Asimismo, Naciones Unidas condenó en su día la impunidad de las instituciones ucranianas en casos de violencia sexual a través de un informe que examinaba el contexto del conflicto armado en el periodo comprendido entre 2014 y 2017.
Amnistía Internacional publicó en el 2020 un informe sobre la violencia de género que sufren las ucranianas desde que comenzó el conflicto en el Este del país bajo el título: Not a private matter. Domestic and sexual violence against women in Eastern Ukraine. El documento reveló que la violencia hacia las mujeres por parte de sus parejas y por fuerzas militarizadas experimentó un incremento considerable con el inicio de la contienda: había aumentado en 2018 un 76% en la región de Donetsk y un 158% en Luhansk en comparación con los tres años previos. Del mismo modo, las estadísticas oficiales del país, aunque incompletas y posiblemente no ajustadas del todo a la realidad, registraron un incremento de los casos de violencia contra la mujer desde el 2014.
En cuanto a la explotación sexual, los movimientos migratorios derivados del actual conflicto bélico han hecho que la situación se incremente y se agrave. Tras la ofensiva militar rusa, proxenetas de países vecinos se han aprovechado de la desesperación y la necesidad de las mujeres que huyen de la guerra con el objetivo de reclutarlas para uno de los negocios más lucrativos del mundo, la prostitución. Los desplazamientos, el caos, la pobreza extrema, la separación de los miembros de la familia, los efectos del estrés de la guerra y otras consecuencias inherentes al conflicto aumentan la vulnerabilidad de las mujeres que ya de por sí constituyen el foco del sistema prostitucional.
Según se ha denunciado en numerosas ocasiones, proxenetas de Alemania, donde la prostitución es legal, están ofreciendo en la frontera polaca con Ucrania transporte y alojamiento gratuitos a mujeres ucranianas que huyen de la guerra. Visto el riesgo que esto supone, las autoridades polacas han aumentado los controles y extremado la vigilancia en los puestos fronterizos. En este sentido, el alcalde de la capital polaca, Rafal Trzaskowski ha admitido que está trabajando con ONG que luchan contra el tráfico de personas y la trata de mujeres. La misma situación se repite en la estación central de Berlín, donde, mediante colocación de carteles, personas voluntarias y autoridades ya han advertido a mujeres y jóvenes que no acepten ofertas de ayuda sospechosas, que en ningún caso den su pasaporte y que se hospeden sólo en casa de ciudadanos que estén registrados en las listas de asilo. En ambos casos, las redes de proxenetismo y trata han visto en el conflicto la oportunidad perfecta para captar a mujeres e introducirlas en el sistema prostitucional para, en última instancia, explotarlas sexualmente.
Asimismo, las mujeres que llegan a Rumanía están viviendo una situación de especial riesgo. Tal y como indica la ONG Walk Free, este país es punto de entrada y de salida a la Unión Europea de miles de víctimas de explotación sexual, muchas de ellas provenientes de Ucrania, resultando que cerca de 86.000 personas viven en régimen de lo que viene denominándose la “esclavitud moderna”.
Por otro lado, en cuanto a la segunda forma de explotación mencionada, la guerra con Rusia ha evidenciado la situación de miles de mujeres ucranianas que están siendo explotadas reproductivamente a través de técnicas de “gestación subrogada”, a la cual la mayoría se ha visto obligada a recurrir, directa o indirectamente, a cambio de una compensación económica, por su precaria situación.
Ucrania es uno de los pocos países donde los eufemísticamente llamados “vientres de alquiler” son aceptados por la normativa vigente. Existen más de 30 clínicas privadas (en Kiev, Kharkov, Odessa, Dnipro) en las cuales nacen aproximadamente 2.500 niños al año por medio de este proceso, que acaban en manos de familias extranjeras. Se ha convertido en uno de los principales destinos al que acuden familias de todo el mundo. Aunque sea legal en otros países -Estados Unidos o Grecia, por ejemplo-, Ucrania dispone de una legislación más laxa, permite que la utilicen extranjeros y el precio es comparativamente menor.
Ante el aumento de la demanda han proliferado compañías que buscan a mujeres empobrecidas o en contextos de especial vulnerabilidad para explotarlas reproductivamente. BioTexCom, el mayor centro de “vientres de alquiler” en Ucrania con filial en España, está siendo investigada por la Fiscalía española por, entre otras prácticas abusivas, presuntos delitos de tráfico de menores y transferencia ilegal de personas, investigación actualmente paralizada tras el estallido de la guerra. La agencia en cuestión hace descuentos por el Black Friday y ofrece paquetes de “todo incluido VIP” por 64.500€ en los que se permite, entre otras ofertas, elegir el sexo del bebé o “servicios de criada” a las familias contratantes, como si se tratase de cualquier otra transacción económica material.
El estallido de la guerra ha perjudicado gravemente la situación de estas mujeres. Parir en medio de una guerra sin condiciones mínimas de seguridad e higiene, decidir si huir o quedarse en el país, las consecuencias psicológicas tras el parto en medio de un conflicto armado, el destino del bebé, las coacciones a las que han estado sometidas durante todo el proceso y otros innumerables problemas constituyen la realidad actual de estas mujeres de las que poco se habla. De hecho, los medios se han hecho eco del “drama” que viven las familias españolas que recurrieron a esta opción en Ucrania, obviando que la cuestión principal y el verdadero drama es el que viven esas miles de mujeres ucranianas que son sometidas a la explotación reproductiva por parte de agencias que, en última instancia, mercantilizan su cuerpo y trafican con sus recién nacidos.
En definitiva, la violencia hacia las mujeres se intensifica en un contexto bélico, sin importar el lugar o momento histórico en el que se desarrolle.