A mediados del baqueteado siglo XX, los filósofos Jean Paul Sartre y Albert Camus se enzarzaron en una polémica irresoluble, que alcanzó su momento álgido cuando la revista Les Temps Modernes, que al parecer reflejaba el pensamiento y las intenciones políticas del inefable Sartre, publicó una crítica devastadora y maledicente sobre la gran obra de Albert Camus El hombre rebelde. En dicha reseña, firmada por un tal Francis Jeanson, pero auspiciada por la tantas veces valorada Simone de Beauvoir, se negaba hondura intelectual a un libro que hoy, afortunadamente, se considera uno de los grandes de su tiempo. Hay que decir que Camus, que se acercaría paulatinamente a los valores libertarios, provenía igualmente del comunismo, pero nunca justificó los desmanes del socialismo autoritario. Sartre, conocedor por supuesto de las atrocidades del estalinismo, sobre las que él mismo acabó reconociendo que mintió en alguna ocasión, no creía en tercera vía alguna y ponía su foco crítico en un capitalismo que sumía a la mayor parte de la humanidad en la pobreza, la ignorancia y la explotación. Según una lógica atroz, sería necesario el sacrificio de innumerables personas en los llamados regímenes socialistas en aras de un supuesto paraíso futuro sin clases. Camus, junto a los anarquistas, se mantuvo fiel a unos principios morales y nunca justificó medios inicuos ni dictadura alguna, fuera fascista o comunista, cuyos resultados represivos y totalitarios fueron muy similares.
Es lo que el sociólogo venezolano Rafael Uzcátegui ha denominado dentro de la izquierda el efecto Sartre, que desgraciadamente llega hasta nuestros días y que él mismo, como opositor al chavismo y defensor de los derechos humanos, ha sufrido. El que suscribe disfrutó enormemente hace ya mucho tiempo de El hombre rebelde, obra que merece ser releída una y otra vez cuando las neuronas muestre síntoma de no estar bien comunicadas y los principios amenacen con tambalearse. Y es que uno cree sin fisuras en un mundo sin creencias dogmáticas, ni iglesias de ningún tipo (y quizá menos de índole «política»), donde fluya la libertad de pensamiento en aras, por qué no denominarlo así, de la auténtica fraternidad humana y justicia social. Es por eso que no puede por menos de sorprenderse de ciertos sectarismos, también, de algo tan difuso como lo que se sigue denominando izquierda, que conducen a mirar hacia otro lado cuando los desmanes los realizan cierto Estados que provocan increíblemente adhesiones ideológicas incondicionales. El subterfugio suele ser algo así como «cuidado con esas críticas a la izquierda en el poder, que dan pábulo a la derecha«, pues bien, es esa polarización infantil y dogmática, máxime con o que sabemos hoy en día a nivel histórico, lo que verdaderamente bloquea la salida hacia una sociedad mejor. No pondremos el ejemplo sabido de las revoluciones cubana y bolivariana, cuyo fracaso moral, político y económico es un hecho (fracaso o quizá perversión originaria; es otro asunto a estudiar, pero fracaso sea como fuere), pero el efecto Sartre sobre ellas planea irremediablemente todavía sobre gran parte del imaginario izquierdista.
Y es quizá en ese imaginario, a pesar de las profundas críticas que han hecho históricamente los libertarios al autoritarismo en cualquiera de sus formas, donde todavía muchos encuadran al anarquismo. Incluso al que suscribe, ácrata con su buena dosis hihilista, pero con cierto sustrato socialista también, le cuesta en ocasiones renunciar a esa categorización a la izquierda, máxime en un inefable país donde la derecha, política y sociológica, todavía se ve muy impregnada de autoritarismo reaccionario. Si queremos trabajar por una sociedad mejor, desde la perspectiva libertaria, con seguridad es necesario soltar todo esa lastre político que lleva a una polarización binaria, donde solo mencionar que se es de izquierdas parece que ya lleva una superioridad moral (crítica, por cierto, que suele hacer una derecha con sus propios complejos y entrando penosamente en ese juego). Frente a toda esa petrificación ideológica y tendencia a la infantilización más lamentable, los ácratas deberían ser fieles a su bagaje moral de adecuación de medios a fines: la libertad solo nace de prácticas libres y hay que aceptar que siempre va a haber personas que piensen muy diferente, sin tentación dogmática ni totalitaria algunas, o entonces ya no estamos hablando de anarquismo. Tal y como hizo el bueno de Camus, denunciando todo sistema de dominación y toda tropelía cometida sobre nuestros semejantes, piensen como piensen, es como se buscan modos políticos alternativos que no abandonen jamás la ética y que otorguen un mayor horizonte a la razón. Es una lección para no olvidar.
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/02/11/el-lamentable-efecto-sartre/