A pesar de las dudas, debido sobre todo a la escasa influencia que pudo tener en el movimiento anarquista del siglo XIX, hoy hay que considerar a William Godwin como parte de la historia del ideal libertario. Es a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando se le presta una mayor atención y sus aportaciones son indudables al anarquismo continental, especialmente en la vertiente individualista y en el campo filosófico en general.
Los principales prejuicios hacia este autor están, tal vez, en su concepción ambivalente hacia el concepto de anarquía (algo, por otra parte, lógico si fue Proudhon el que asentó el sentido positivo de manera definitiva). Entender la anarquía exclusivamente como «ausencia de orden» en el tiempo de Godwin no era extraño; por otra parte, este autor tenía también cierto rechazo a entender el anarquismo como un igualitarismo extremo o como control del poder por parte de la masa. En cualquier caso, diferenció siempre lo que podía ser un periodo anárquico (temporal y proclive a despertar la energía necesaria para dar lugar a un sistema más racional) del despotismo (tendente a perpetuarse). El siguiente párrafo, de su obra Political Justice, es explícito al respecto:
«La anarquía despierta el pensamiento y difunde la energía y el espíritu de empresa entra en la comunidad, aunque su efecto no se produce de la mejor manera posible, así como sus frutos, forzados a madurar, pueden no alcanzar la vigorosa permanencia de la verdadera excelencia. Sin embargo, en el despotismo la mente es pisoteada en aras de una igualdad odiosa. Todo lo que promete grandeza es destinado a caer bajo la mano exterminadora de la sospecha y la envidia. En el despotismo, no hay estimulo para la excelencia».
Autores posteriores, especialmente Benjamin Tucker, han considerado a Godwin un anarquista individualista, con formas de liberalismo extremo. Nos encontramos de nuevo aquí con la consabida polémica acerca de las raíces fundacionales de las diferentes formas de entender el anarquismo. Si el anarquismo toma forma definitiva como una corriente socialista antiautoritaria, jamás negó las influencias de otras ideas emancipadoras. Una sociedad libertaria, con toda la dificultad que ello supone en cualquier proyecto revolucionario para no caer en el autoritarismo (aunque nos encontramos aquí todavía en el ámbito del «deseo» revolucionario), no puede obviar la rama que más hincapié realiza en la libertad individual. Si, cayendo en el simplismo más elemental, el anarquismo continental se ha visto meramente como colectivista y el anarquismo latino incluso como proclive a una rebeldía de tendencia nihilista (algo a todas luces cuestionable), el anarquismo anglosajón asume un proyecto en gran medida liberal sin dejar a un lado la cuestión emancipatoria y autogestionadora.
Un anarquista sin complejos debería prestar tanta atención a un Bakunin o a un Kropotkin (autor fundamental, pero con tendencias utópicas que quizá haya que asumir como tales por el bien del movimiento libertario), como a un Godwin o un Herbert Read (autor este que, tal vez de nuevo siendo reduccionista, puede completar esa rama anglosajona y liberal del anarquismo). Hay que recordar que no es hasta Kropotkin, un autor aparentemente alejado de muchas de las posturas godwinianas, cuando se comienza a prestar cierta atención al filósofo inglés. En su conocida entrada para la Enciclopedia Británica, en 1905, el anarquista ruso destaca a Godwin dentro de las teorías anarquistas: «el primero que formuló las concepciones políticas y económicas del anarquismo, aunque no diese tal nombre a las ideas expuestas en su notable obra».
Bien es verdad que Kropotkin aclararía que Godwin no tuvo el valor de mantener sus opiniones, reelaborando más tarde su capítulo sobre la propiedad, en ediciones posteriores de Political Justice, y mitigando el enfoque comunista. La huella de Godwin puede encontrarse en autores anglosajones como Josiah Warren, conocedor del movimiento asociativo británico y estudioso del socialismo «utópico», en el padre del cooperativismo, Robert Owen, y en Benjamin Tucker, que heredó del autor de Political Justice el determinismo material y profundizó a fondo por ello en la cuestión económica. Herbert Read se mostró seguidor del pensamiento godwiniano, al que no dudaba en calificar de «socialismo libertario», y renovó la confianza en la Razón dándole un nuevo enfoque al entenderla como la capacidad del hombre para ser consciente del conocimiento y ser capaz de la emancipación definitiva (sin que, nunca, la libertad se subordine totalmente).
Pero considerar que el anarquismo anglosajón, como sí lo hace el mero liberalismo, posee un concepto negativo de la libertad parece una simpleza más bien insultante. La libertad es un concepto muy importante en el anarquismo, sin caer en el esencialismo tal vez, y se observa sin eludir la intervención (y necesidad) social del ser humano. En Godwin, se puede interpretar una tensión positiva entre su idea de anarquía y orden (una tensión perfectamente asumible, en nuestra opinión, por la tradición y el espíritu libertario), de la que surge un concepto positivo de la libertad, algo inherente a la naturaleza del hombre para que se desarrolle la virtud y la racionalidad. La heterodoxia de la tradición anarquista obliga a conciliar posturas aparentemente antitéticas, si hablamos de la búsqueda de la emancipación social, y quizá es preferible siempre una tensión antinómica, más cerca del eclecticismo que de la síntesis definitivamente resoluble en una instancia superior. Godwin es un hijo de la modernidad, con una confianza absoluta en el poder de la Razón, en la perfectibilidad del hombre y en la moralización de la sociedad, pero también con confianza en la voluntad humana para transformar el mundo. Es el autor que nos ocupa un perfecto representante del legado que la Ilustración proporcionará al pensamiento anarquista (un legado valioso, aunque contextualizable y sujeto a la constante crítica antiautoritaria).
El individualismo godwiniano parte de la Razón de cada uno, del juicio privado para regir la conducta sin coerción externa. Todo su empeño estará en negar la noción de subordinación política (a todo gobierno, en definitiva). Es posible que la gran aportación de Godwin, no solo al ideal libertario, también como adaptación emancipatoria al pensamiento social en general, sea su concepción de la naturaleza humana como sujeta al ambiente donde se ha formado. Un condicionamiento social, que deja escaso margen para la acción y moralidad de los individuos, es algo hoy aceptado por el pensamiento en general (huyendo del determinismo absoluto, debido sobre todo a la diferente capacidad de los individuos). Por otra parte, la búsqueda de una moralización del entorno social es algo a recuperar como ayuda a una mejor formación de las personas. La educación es primordial en Godwin, como en el anarquismo en general, como garante individual de una transformación social definitiva. No es posible negar la importancia general del pensamiento de Godwin en la historia de las ideas y, siendo posible contextualizar su excesiva confianza en los postulados racionalistas heredados de la Ilustración (aunque, recordemos siempre, la voluntad individual y la libertad en general no dejan de tener también importancia en su compleja obra), hay mucho material capaz de suscitar debate en el mundo de la pedagogía, de aportar energía a la personalidad «unica» de cada individuo, y es valioso para combatir el determinismo, en todos los ámbitos de la vida, así como toda tendencia al pensamiento único.
Capi Vidal