Élisée Reclus era un hombre que mostraba, ya desde muy joven, unas dotes notables para la investigación científica. De hecho, posee una merecida fama como ilustre geógrafo, aunque su labor en ese aspecto resulta indisociable de su deseo indomable por la libertad y la justicia.
Fue compañero de andanzas, junto a su hermano Elie, de Bakunin y junto a Jean Grave fundará la publicación Le Rèvoltè, que más tarde recibiría el nombre de Temps nouveaux. Compartió con otro gran pensador, Kropotkin, amistad y profundidad de ideas. Su carácter era tranquilo y su actitud muy generosa, opositor de acciones violentas meramente provocadoras, aunque un firme partidario de la lucha y el compromiso con unos ideales de fraternidad universal. Hay que decir que la bondad y tolerancia de este hombre eran tan nítidas, que más de una vez puso de los nervios al propio Grave debido a sus continuos análisis moralizantes.
Reclus era un prolífico escritor de la más variada temática, autor de las obras monumentales Geografía universal y El hombre y la tierra, consideradas importantes tratados en su campo, y colaborador de numerosas revistas internacionales de carácter científico, en los que trataba multitud de aspectos muy adelantados a su tiempo. La concepción sociopolítica de Reclus es netamente libertaria, basada en la ciencia, aunque no de un modo dogmático, sino continuamente perfeccionable gracias a una cultura libre e internacionalista. Si la obra científica de Reclus y su compromiso personal son de una valía incuesionable para la historia del anarquismo, y de las ideas en general, tal vez sus textos estrictamente militantes no sean tan conocidos. Entre los más publicados, se encuentra Evolución y revolución, que resulta una magnífica introducción al anarquismo y una síntesis breve, lúcida y perfectamente comprensible de lo que es el comunismo libertario, concepto que el mismo Reclus ayudó a elaborar. No era partidario Reclus de una revolución brusca, debido a que era necesario para el auténtico cambio trabajar en la conciencia y ser firme en la devoción, y sí observaba la anarquía presente ya en aquellos lugares donde no había cabida para el dogma, donde hombres libres e independientes cooperan voluntariamente para instruirse mutamente y conquistar la vida sin tutela alguna. Aunque no reciba siempre ese nombre, eso es la anarquía.
Reclus consideraba la educación en la nueva sociedad como un valor primordial, accesible a todos por igual, transformada gracias a nuevos instrumentos y nuevos valores, y dirigida a una nueva finalidad. Mientras llega esa sociedad, cada uno debería trabajar para hacer conscientes al mayor número de niños y adultos. En las nuevas generaciones, precisamente, se depositan todas las esperanzas para luchar por el mejor de los ideales. La confianza que Reclus tiene en el conocimiento como herramienta liberadora va siempre vinculada al compromiso con la cuestión social, al mismo tiempo que es necesario potenciar la individualidad de los educandos y su espíritu crítico. Nada que ver con la educación burguesa, que empuja a los chavales a instruirse en criterios meramente utilitarios, dejando a un lado cualquier iniciativa de curiosidad intelectual, de pensamiento libre y de expresión espontánea de las ideas. Por otra lado, se prima una educación egoísta con afán lucrativo, y se condena por revolucionarios a los que pretenden «por medio de la educación y de la solidaridad conquistar para todos lo que nuestros antepasados buscaban únicamente para el individuo».
Frente a esta visión burguesa, y las vulgares y conservadoras críticas sobre que el ser humano está determinado por su naturaleza y todo intento de cambiarle ha sido un desastre, hay siempre que insistir que el anarquismo no confía en ninguna bondad innata de corte rousseauniano. Se trata de formar a las personas en los mejores valores, de que la sociedad no haga peores a los individuos, si se quiere expresar de otra forma. Es muy complicado, en un sistema político tutelado y en un régimen económico egoísta y explotador, que la educación establecida no recoja también esos valores negativos, por lo que es algo cínico aludir a una supuesta naturaleza despreciable del hombre para defender el statu quo. Por otra parte, ya se ha demostrado lo estrechamente vinculadas que están la estructura social y la caracterológia individual, por lo que el peso de estos factores incide notablemente sobre las condiciones inherentes del ser humano. Volvamos a Reclus.
De hecho, este autor reconocía que incluso la ignorancia a veces es preferible a la instrucción mistificada que producen el Estado y la Iglesia. Si en otras épocas, los poderes constituidos preferían que el pueblo no estuviese educado, en la época moderna se falsea constantemente la historia y el saber. Es por eso que Reclus llama a no desesperarse, ya que la cultura puede transmitirse por medios muy diferentes a los de la escuela. Los anarquistas debería poseer una voluntad e imaginación férreas para buscar esos caminos innovadores en el modo de saber y de pensar en aras de la emancipación:
Los jóvenes se imaginan de buen grado que las cosas pueden cambiar rápidamente por medio de pasos bruscos. No, las transformaciones se hacen con lentitud y por tanto es necesario estar alrededor con mucha conciencia y devoción. En la prisa de una revolución inmediata nos exponemos por reacción a desesperarnos cuando se toma conciencia de la fuerza de los prejuicios más absurdos y la acción de las pasiones cautivas.
A pesar de que los propios libros de Reclus eran fundamentales en la biblioteca de toda escuela racionalista que se precie, él prefería una relación directa con la realidad en la educación, sin intermediarios ni interpretadores:
Ninguna descripción, por bella que sea, puede ser verdad, pues ella no puede reproducir la vida del paisaje, la caída del agua, el temblor de las hojas, el canto de los pájaros, el perfume de las flores, las formas cambiantes de las nubes. Para conocer, es preciso ver.
En otro texto, Reclus, no exento de cierto buen humor en mi opinión, afirma efectivamente que el verdadero aprendizaje no se encuentra necesariamente en los libros, sino en llegar al fondo de las cosas, recomienda estudiar, «aprender y no habléis nunca de cosas serias si no es con personas de gran sinceridad. Estamos totalmente de acuerdo, profundidad y sinceridad es lo que más se echa en falta a nuestro alrededor.