¿Qué está pasando? Son muchos los síntomas de que algo está sucediendo, muchas las señales que se están mandando desde lugares muy diferentes del planeta, alertando de que el mundo está cambiando, de que los parámetros con que “gestionábamos” la realidad ya no sirven, señales que convendría analizar e interpretar para intentar comprenderlas y ver si existe un hilo de continuidad entre ellas porque son señales inequívocas de lo dañada que está la sociedad y el perjuicio que pueden provocar a la mayoría de la población.
Sí, casi de forma continuada, estamos asistiendo a acontecimientos sociales y políticos que están sorprendiendo a sectores muy amplios de la sociedad y que se califican como increíbles, inexplicables, alucinantes. Desde el mundo del pensamiento, del análisis político, la creatividad, la cultura, el activismo social y político…, se hacen esfuerzos por encontrar una explicación global, integradora, que dé sentido “lógico” a dichos eventos.
La recientísima elección de Donald Trump como presidente de EEUU es uno de esos acontecimientos, el último, quizás el definitivo, el más trascendental, el queprevisiblemente marque un antes y un después de cara a que la sociedad civil activa, los movimientos sociales, en algunos casos languidecientes, salgan de la somnolencia y el letargo para poner freno a esta espiral de demencia colectiva que nos envuelve. Ojalá así sea.
Estamos hablando de un personaje que ha logrado el poder político del país más influyente, en estos momentos, en todas las facetas de nuestras vidas y que no responde a ninguno de los cánones preestablecidos. Un personaje que no ha disimulado su xenofobia, racismo, machismo, belicismo, islamofobia, homofobia, que llega a negar el cambio climático, que como multimillonario y empresario se jacta de evadir impuestos, de explotar a las trabajadoras y trabajadores; un personaje que hace ostentación de su riqueza, que miente sin rubor, que actúa sin complejos, ignorante, casposo y excéntrico. Un presidente histrión y basura, como lo califica Manuel Vicent, que va a disponer de un poder extraordinario y que puede amargar la vida a millones de personas vivas y que va a condicionar la existencia de las generaciones posteriores.
Ahora, todo el mundo está expectante por ver cuáles van a ser las primeras barrabasadas que va a aplicar, pero no podemos olvidar que ha sido un personaje que han votado casi sesenta millones de personas de los doscientos veintisiete millones posibles (en torno al 26%) y que está siendo felicitado no solo por múltiples representantes políticos de extrema derecha de la UE y el resto del mundo si no por otros de la derecha y la socialdemocracia como Rajoy, Hollande o Merkel, dado que van a tener que negociar, pactar, someterse a Trump en aras de la razón de Estado.
Los analistas, también ahora, se esfuerzan por explicar este resultado, por ver qué sectores sociales lo han apoyado, cuál es el perfil de sus votantes, su origen, su color, su sexo, su estatus económico y social, su residencia rural o urbana, su nivel educativo y cultural o los medios de información que utilizan (la mayoría de quienes han votado a Trump no leen prensa escrita ni se informan por los noticiarios informativos, lo hacen exclusivamente por redes sociales).
También se especula sobre las motivaciones de quienes le han votado, sobre su indignación por la salida antisocial que se ha dado a la crisis económica llegando a aumentar la desigualdad social a niveles exasperantes. Se presupone que el pueblo ha votado, más que contra el sistema, por su endurecimiento para la población latina, contra la permisividad hacia la homosexualidad…, un pueblo que está cansado del ejercicio de la política tradicional, de lo políticamente correcto, quiere que algo suceda, necesita vivir esos cambios, es gente que se siente amenazada por el comercio internacional globalizado.
Quien le ha votado, nos cuentan, es alguien que rechaza el establishment, la casta política, el ejercicio del poder convencional que representa Whashington y que Hillary Clinton encarnaba al cien por cien. Y no es que el voto republicano se haya disparado sino que ha sido el voto demócrata el que ha bajado porque parte de sus votantes se sienten decepcionados por la política de Obama y por la continuidad que representaba Clinton.
Efectivamente, son muchas las variables sociológicas, geopolíticas… a considerar, pero la realidad es que algo está ocurriendo para que ese mismo pueblo estadounidense haya pasado de votar en 2012 a lo que Obama representaba en su imaginario a votar al adefesio de Trump.
Pero esta inmoralidad que representa la elección de Trump, no es un caso aislado. Sus mensajes propagandísticos son simples, directos, sin demagogia, maximalistas, propios del reality show que tan bien conoce y maneja Trump, capaces de abarcar los 140 caracteres de un mensaje de las redes sociales. Son mensajes que atienden directamente al plano emocional del votante, primero generándole odio y miedo y, posteriormente, aportándole como solución su venida como “mesías” salvador que les va a defender y salvar.
Son mensajes que han calado en el electorado estadounidense pero que se escuchan igualmente nítidos en boca de otros políticos de muchas partes del mundo, especialmente sonoros cuando se dictan con fuerza por la clase política de extrema derecha que emerge en muchos países de la “civilizada” UE.
Mensajes de odio y acoso al musulmán, al homosexual, al extranjero hasta crear la necesidad de expulsar a las y los inmigrantes porque vienen a quitarnos el trabajo; son terroristas, violadores, yihadistas, drogadictos, traficantes; lo primero es tu país, la grandeza de tu país, de ser patriota; el sistema es corrupto; hay que acabar con el estado del bienestar y la solidaridad social; nadie te ayuda; tienes derecho a usar las armas para defenderte; las inversiones hay que hacerlas en nuestro país; hay que volver al proteccionismo de nuestros productos… o como señala Anne Applebaum, son mensajes que también van contra los derechos de la mujer, contra las minorías, por el aislacionismo y contra la colaboración internacional y los derechos humanos. Como apunta el Roto en una viñeta reciente, con motivo de la elección de Donald Trump. “La clave es hablar alto y pensar poco”.
Aquí en nuestro entorno europeo, estamos asistiendo impasibles a la barbarie que supone la negativa a integrar en nuestras sociedades y dar asilo a las y los refugiados de la guerra de Siria. Toleramos y consentimos recluir en campos de concentración a las personas refugiadas para que mueran en la indigencia y desesperanza. Soportamos la existencia de los centros de internamiento en los que se encarcela a migrantes por el mero hecho de no tener documentación. No nos rebelamos contra las condiciones infrahumanas y de esclavitud en las que malviven miles y miles de migrantes que vienen a trabajar en los sectores que desechamos por ser lo más precarios y con peores condiciones laborales.
Algo está pasando cuando en nuestro país gana una y otra vez las elecciones un partido que está sentado en el banquillo por corrupción y cuenta con decenas de responsables políticos encausados; cuando Rajoy o Feijoo reciben el apoyo de miles y miles de trabajadores/as, desempleadas; cuando se produce una descomposición de la socialdemocracia orquestada por importantes medios fácticos y de comunicación que harían sonrojar a cualquier persona con conciencia social o cuando la movilización y militancia en los movimientos sociales y el sindicalismo alternativo no llega a despegar o simplemente está en horas muy bajas.
¿Qué está pasando cuando el pueblo británico vota el Brexit y lo hace en función de unas mentiras que poco importa desenmascararlas? Unas mentiras que se asemejan a muchos de los mensajes lanzados por Trump: aislacionismo nacionalista para tomar nuestras propias decisiones; cerrar fronteras a las y los extranjeros; nosotros los blancos los primeros; nuestro dinero para nosotros; quieren invadirnos e islamizarnos.
¿Qué está pasando para que una ola de nacionalismos de extrema derecha esté invadiendo la realidad y se haga como reacción al extranjero? Los gobiernos de Polonia, Hungría, son un buen ejemplo. ¿Qué escala de valores manejamos? ¿Cómo podemos detener que Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, gane en 2017 la elecciones en Francia; o que Amanecer Dorado sea una fuerza política emergente en Grecia; o que Norbert Hofer, por el partido de la Libertad de Austria, gane las inminentes elecciones; o que la extrema derecha representada por Alternativa para Alemania (AFD) pase a ser la segunda fuerza política con serias perspectivas de un triunfo próximo?
¿Es la elección de Trump el último y definitivo peldaño para que el mundo reaccione? ¿Tenemos que resignarnos al advenimiento de líderes mesiánicos de extrema derecha que centran sus respuestas y soluciones a la crisis económica y sistémica del capitalismo globalizado desde el odio al extranjero? ¿Son posibles otras alternativas al desencuentro real que existe entre la mayoría de la población y el sistema económico, social y político?
Es de nuevo la hora de los movimientos sociales. Cuando en anteriores periodos históricos más o menos recientes, el sistema daba síntomas de agotamiento para la vida y libertad de las y los de abajo, fueron los movimientos sociales quienes protagonizaron los procesos de cambio y alternativas. Recordemos, con matizaciones contextuales propias de los diferentes periódicos históricos, la existencia de Mayo del 68; en cierta medida la caída del muro de Berlín en 1989; la revolución zapatista en 1994; los movimientos antiglobalización que como indica Carlos Taibo son capaces de generar nuevas expectativas a nivel planetario desde la cumbre de la OMC en Seattle en 1990; el movimiento contra la guerra de Iraq de 2002; la Primavera árabe de 2011; el movimiento 15M; Occupy Wall Street de 2011…
Junto a ellos, han existido otros grandes movimientos sociales que han plantado cara al establisment siempre desde lo alternativo, lo antiautoritario, lo horizontal, lo libertario y constructivo, como el movimiento obrero antiestatista, el feminista, el ecologista, el pacifista o antimilitarista, el movimiento okupa, el movimiento decrecentista o el movimiento por la soberanía alimentaria y de forma más concreta, según señalan Juan Ceballos, José Luis Gutiérrez y Beltrán Roca, el movimiento de Oaxaca en 2006 en apoyo de los maestros en paro; el movimiento anti-austeridad libertario en Grecia desde 2010 capaz de construir un entramado social alternativo y paralelo a la sociedad gubernamental; el movimiento popular social y piquetero en Argentina tras la crisis del corralito en 2001, etc.
Es la hora de las respuestas sociales, de los movimientos sociales, la hora de la sociedad civil frente a la invasión ideológica de la extrema derecha que se está produciendo, neonazi en muchos lugares, porque sí hay un hilo conductor en lo que está sucediendo que podríamos definir como el proceso de la “globalización del nacionalismo-antiglobalización” como señala Timothy Galton, pervirtiendo así incluso el contenido histórico de los movimientos antiglobalización, concepto que ahora quieren reconstruir, vaciar de contenido, para pasar de ser un movimiento antiglobalización–anticapitalista, único que se opone al tratado EE.UU-UE, a ser interpretado en un sentido nacional-autoritario. Como indicaba muy lúcidamente Manuel Castell, en el siglo XXI, el capitalismo globalizado ha eliminado, de facto, la hegemonía de los estados y ahora tras el fracaso de la globalización como consecuencia de la crisis del capitalismo financiero, se vuelve la mirada con nostalgia hacia el estado-país, al aislacionismo, a la toma de decisiones propia frente a las instituciones supranacionales tan alejadas del día a día de la población.
Pero esta deriva nacionalista antiglobalización es autoritaria, excluyente, bélica, y no podemos permanecer impasibles a su desarrollo. La población civil estadounidense en muchas ciudades está pasando a ocupar la calle para ejercer de contrapeso a los previsibles desmanes del presidente electo. Son muchos los sectores que están llamado a la movilización, contra la apatía, contra el quedarse esperando que pase este tsunami de supremacía blanca, en defensa de unos valores alternativos que tienen que ver con la defensa de los derechos humanos, la libertad y la justicia social. Figuras como el premio Nobel de economía Paul Krugman advierten sobre lo que supondría que EEUU se pueda convertir en un país corrupto en manos de tiranos, llegando a llamar a la movilización para luchar por la verdad, la libertad y seguir respetándose a si mismo.
Resulta imprescindible estar vigilantes, revitalizar el activismo social, reactivar los movimientos sociales como cauces de participación y poner freno a la deriva nacionalista.
Editorial de la revista Libre Pensamiento # 88, Madrid, otoño 2016. El número completo de la publicación es accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2017/03/LP-88.pdf