La anarquía sin adjetivos

Todos sabemos que el vocablo «anarquía» no es popular para el común de la gente, ya sea en español, francés, italiano o inglés, anarquía se entiende en sentido peyorativo: sinónimo de desorden y de caos. El anarquista es aquel agitador siempre dispuesto a meterse en todos los «fregaos», a no aceptar ninguna ley ni autoridad. De poco nos sirve recordar todos los días su etimología griega o que el fin que persiguieron nuestros autores más significativos como Proudhon, Bakunin, Kropotkin y tantos otros era y es empujar a la humanidad hacia una sociedad «igualitaria y fraternal». Como lo recuerda Daniel Guerin en su excelente libro sobre el anarquismo, es una tarea ardua el intentar resumirlo, sus rasgos son difíciles de estructurar. En parte porque los fundadores de la corriente libertaria nunca se preocuparon por condensar y sistematizar su pensamiento. Todos los continuadores se limitaron a resumir en periódicos o en folletos de propaganda ante la urgencia de la acción y la necesidad de una vulgarización inmediata.

Para el autor de Fascismo y gran Capital existen varios anarquismos, a pesar de esta variedad y sus contradicciones y sus disputas doctrinales que giran generalmente en torno a falsos problemas, es un conjunto de conceptos lo bastante homogéneos que aportan a la sociedad una visión que generalmente el marxismo no tuvo suficientemente en cuenta.

Proudhon fue como se sabe el primero en poner en circulación la palabra anarquía como sinónimo de un nuevo orden social, pero no creemos que pensase en constituir un movimiento social. Se complacía malignamente en jugar con la confusión creada por las dos acepciones antinómicas del vocablo. Incluso en ocasiones se allanaba a escribir An-Arquía sin duda para ponerse a resguardo de los ataques de la jauría de adversarios. En realidad en la sociedad que le toco vivir fue toda una provocación y todo un atrevimiento, el utilizar un vocablo que tenía una tremenda carga negativa para definir una nueva filosofía social. No hablemos de Stirner, de Tucker o de su apóstol francés Émile Armand, para quienes la anarquía era una filosofía negativa y no podía ser otra cosa; la anarquía para ellos no era en ningún caso un posible concepto de organización social sino simplemente la negación de toda organización. Entendemos que estas posiciones mantenidas individualmente como artista pueden justificarse pero en ningún caso sirven para realizar una transformación social donde la relación entre los hombres se mueva en la solidaridad y la libertad responsable. Así, el equívoco del vocablo anarquía ha favorecido no solo la multitud de interpretaciones, negando más que aportando soluciones y atrayendo a individuos agitadores que se arropan y cobijan detrás de sus siglas.

Recordamos cómo Daniel Cohn-Bendit, invitado al Congreso de Carrara, que por entonces se decía anarquista, además se había movido en torno a la revista Noir et Rouge de Nanterre. Aprovechó la tribuna para montar el número él y sus amigos, empezó por criticar a aquellos que denunciaban los atropellos de los Castro, acusándoles de ser agentes de la CIA. Pero pronto pasó a darle un repaso negativo tanto a Bakunin como a Marx, provocando un enorme escándalo. Los años le harían moderar sus posiciones, del ultra revolucionario, agitador nihilista, a un cómodo y relajado diputado en Estrasburgo.

En Francia desde 1880 las dos corrientes se han manifestado, pero no para complementarse sino para oponerse: la corriente proudhoniana societaria, socialista y anarquista y la corriente anarquista individualista cercana al nihilismo y cuyo compromiso con toda organización era poco menos que contraria a la libertad. En esta misma corriente se movieron Victor Serge, André Lorulot y Han Ryner. Los dos primeros tardarían poco en abandonar el anarquismo para unirse al marxismo, en cuanto al tercero, gran intelectual y como buen discípulo de Max Stirner, se mantuvo en la negación pura, enemigo del comunismo anarquista -corriente mayoritaria en la época- y enemigo de la acción sindical, tuvo una gran influencia hasta la Segunda Guerra Mundial.

En España, hacia 1890, Tarrida escribió el ensayo La teoría revolucionaria, que culmina con la «anarquía sin adjetivos». Mella le combate en La Solidaridad de Sevilla, argumentando que «la anarquía no admite adjetivos». Max Netlau en su libro La Anarquía a través de los tiempos, vuelve sobre el tema diciendo: «Tarrida, hablando en francés conmigo, empleaba los términos: la anarquía sans phrase y la anarquía pure et simple; en 19081, en la reimpresión de su ensayo propuso, siguiendo a Ferrer en 1906 ó 1907 renunciar a la palabra anarquía, que el público interpreta demasiado mal, y decir socialismo libertario. Dice entonces que sus conclusiones de 1889 habían sido aceptadas por la inmensa mayoría de anarquistas españoles «que prescindían de toda preocupación sectaria». Solo algunos grupos como el de Federico Urales se oponían, alegando que la anarquía no conoce exclusivismos y se llamaba «anárquico a secas». Proudhon era plenamente consciente de lo complicado y polémico que resultaba su utilización en el sentido de filosofía social, sabía que iba contra el sentido común, de ahí que añadiese una nota aclaratoria en ¿Qué es la propiedad? diciendo: «el sentido ordinario atribuido a la palabra anarquía es ausencia de principio, ausencia de reglas, de donde viene que se le haya hecho sinónimo de desorden». Tanto es así que el propio Proudhon, que había introducido el vocablo como expresión de un ideal social, lo sigue utilizando indistintamente en sentido negativo como en sentido positivo.

Kropotkin en Palabras de un rebelde nos aclara cómo se gestó la adopción definitiva de la palabra anarquía, que sin duda tiene su importancia recordar: «cuando en el seno de la Internacional surgió un partido que negaba la autoridad en la Asociación y se revelaba contra toda forma de autoridad, este partido se llamó primero el partido federalista, después antiestatista o antiautoritario. En esa época, se evitaba incluso el nombre de anarquista. La palabra An-Anarquía -es así como se escribía entonces- dado que se la relacionaba con los grupos proudhonianos, cuya Internacional combatía por entonces las ideas de reformas económicas. Pero fue precisamente por ello, para añadir más confusión, que los adversarios le tomaron el gusto a la utilización del vocablo, puesto que les permitía decir que el nombre de anarquistas demostraba que la única ambición (de estos) era crear el desorden y el caos, sin pensar en los resultados.

El partido anarquista -añade Kropotkin- se apresuró a aceptar el nombre que se le atribuía. Insistiendo en un principio en el guion (an-arquía), explicando de esta forma que la palabra an-arquía, de origen griego, significa ausencia de poder y no desorden, pero pronto se aceptó tal cual, para no infringir quebraderos de cabeza inútiles a los correctores, ni lecciones de griego a sus lectores».

Más cerca de nosotros, Rudolf Rocker, que ha sido el más importante pensador libertario después de Kropotkin, llegaría a las mismas conclusiones, llamándose socialista libertario. Sin embargo será Gaston Leval, que después de los años treinta iniciará una batalla para intentar que el movimiento anarquista cambie su denominación por el nombre de socialismo libertario, invitando a una amplia reflexión y a abandonar el término anarquista por sus connotaciones negativas.

Recuerdo que en 1969, la Fondazione Luigi Einaudi organizó en Turín tres días sobre el anarquismo, entre el 5 y el 7 de diciembre. Gaston Leval me pidió que le acompañase. De las tres comunicaciones que presentó, la del último día versaba sobre la situación y crisis del anarquismo a nivel internacional, factores endógenos y exógenos, entre los primeros citó, como no podía de ser de otro modo, como causa el error que había supuesto la utilización de la palabra anarquía, lo que prácticamente todos los teóricos importantes habían señalado como negativo. El propio Jean Maitron vendría a apoyar la tesis de Leval, al recordar que ya en 1876, la Federación del Jura -en su mayoría influenciada por Bakunin- consideraba que la palabra «anarquía» que empleaban algunos de ellos debía ser borrada dado que no «expresaba más que una idea negativa».

También Élisée Reclus en un artículo en Les Temps Nouveaux de 1895 dirá: «no es sin razón que el nombre de ‘anarquistas’ que después de todo no tiene más que una significación negativa, es por el que universalmente se nos designa. Podrían decirnos «libertarios», que es como muchos de nosotros nos calificamos».

Sin duda el «anti» se ha impuesto y la palabra anarquía lleva una carga negativa contra la cual ha sido complicado luchar. Al finalizar la exposición de Leval, Federica Montseny, interviene para desmontar parte de la intervención de Leval pintando un mundo idílico del movimiento anarquista, y que naturalmente siguiendo la posición que había mantenido su padre -Federico Urales- sesenta años antes, dirá: «en lo que concierne a la revisión del vocabulario anarquista que nos propone el compañero Leval, debo decir que a mí personalmente la palabra anarquía no me molesta». ¿Alguien de los allí presentes podría sentirse desplazado por el vocablo «anarquía»? Todos conocían perfectamente, aunque no lo compartieran, el origen y el pensamiento social del anarquismo, ahora bien, ¿puede realmente desarrollarse y crearse una corriente de pensamiento social con intención de influir en la sociedad con tal carga de contradicción dada la doble interpretación que de ella hace la mayoría de la población?

De los allí presentes, la mitad eran abiertamente anarquistas, una decena pertenecían a la Fondazione Einaudi. La posición de Daniel Guerin, James Joll, Arthur Lehning, Jean Maitron, Gian Mario Bravo, Renée Lamberet o Henri Arvon eran igualmente conocidas, los demás eran estudiosos o relacionados con la historia del movimiento anarquista. Debemos recordar que también Marianne Enckell manifestaría su pleno acuerdo en cuanto a la posición defendida por Leval; en contra se manifestaría Gino Cerrito, calificando de obsesión la posición mantenida por Leval. De regreso al Hotel, nos acompañó el veterano sindicalista-anarquista Marzocchi y distendidamente confesó que «no reconocer esos hechos, esa realidad, era luchar en desventaja y contra un muro, una cierta esterilidad», y que en Italia también habían sufrido el mismo problema.

Florentino Iglesias

Publicado en Tierra y libertad núm.344 (marzo de 2017)

3 comentarios sobre “La anarquía sin adjetivos”

  1. Las palabras tienen, por supuesto, una resonancia en las mentes de los humanos y su uso puede ser más o menos atrayente; pero, a estas alturas de la historia, pensar que los ideas anarquistas tendrían más eco, entre los explotados y dominados, abandonando el vocablo «anarquista» y utilizando otro (menos «negativo») como «libertario», por ejemplo, resulta verdaderamente ingenuo y simplista. Inclusive como pretexto…
    Si se buscan las causas de la falta de eco de esas ideas ideas en la praxis de la gente, me parece necesario tomar en consideración razones más reales, mas complejas, aunque quizás sean menos aceptables para nuestra pretensión de coherencia ideológica.
    Quizás deberíamos comenzar por pretuntarnos por qué no somos lo que decimos ser…

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