El caso de Fernando Savater, que no sé si encuadrar sin más como uno de esos conversos verborreicos e inicuos que proliferan en este inefable país, es uno de los grandes enigmas de nuestro tiempo. Así, un fulano que en otros tiempos se describía como libertario, pergeñador de libros apreciables, con pretensiones para consumo de las masas, pero apreciables, hoy deambula lamentablemente codo con codo con la derecha y ultraderecha (que, como es sabido para cualquiera con las neuronas bien asentadas, son cosas muy parecidas en el Reino de España). Es posible que, simplemente, hablemos de un tipo no del todo sincero y que busca la polémica a cualquier precio, aunque en mi nada humilde opinión eso le coloque a una escasa altura moral e intelectual, solo comparable a la de otros seres mediáticos como Jiménez Losantos. La diferencia es que el pequeño talibán de las ondas fue, seguramente, un dogmático maoísta descerebrado (como él mismo reconoce) para pasar a ser, no sé si otro tipo de fanático, pero seguro un mercenario anticomunista preocupado en primer lugar de su bolsillo. La involución de Savater, ingenuo de mí, me resulta más complicada de analizar. Una de las cosas que ha motivado escribir estas líneas es que, recientemente, ha alabado a ese primate ultrarreaccionario llamado Santiago Abascal o que, además de escribir una columna semanal en el órgano principal de Prisa, plagada de tópicos antiprogres escasamente originales, visita con asiduidad medios casposos donde vomita, a gusto de sus anfitriones, sus nada originales diatribas.
Es posible que pudiéramos pasar por alto el gusto de Savater por esa manifestación cultural hispana, tan cruenta como incomprensible, como es la tauromaquia, si no fuera por haber esgrimido nada menos que una defensa «moral» de la misma incluso en un libro. ¡Tiene bemoles la cosa! Podríamos entender sus críticas al actual gobierno de coalición de la izquierda, autoproclamado el más progresista de la historia, si no fuera por no encontrar en ellas la más mínima lucidez libertaria y sí una alianza estrecha con la derecha cavernícola de este inenarrable país. Podríamos aceptar que defienda esa mistificación política llamada democracia parlamentaria, supuestamente gane quien gane en las urnas, aunque en alguna ocasión haya manifestado que los que votan a un partido que no le gusta sean «cinco millones de tontos». En fin, resultan inaceptables sus continuas boutade reaccionarias, que todavía caen de vez en cuando frente a mis ojos y, por algún motivo difícil de explicar, busco en ellas algo de aquel perpetrador de pensamiento que fue antaño. No es tan conocido como su padre, el también filósofo Amador Fernández-Savater, en las antípodas éticas e intelectuales de su padre; algo abstruso en sus exposiciones, pero al menos es un tipo que habla de transformación, emancipación, critica a lo instituido… ¡Me pregunto cómo serán las reuniones familiares!
Recuerdo con cierto agrado, era yo muy joven, obras de Fernando Savater como Invitación a la ética, donde se vislumbraban ciertas convicciones libertarias; también, Ética como amor propio, que reivindicaba el impulso moral de cada individuo recordándome, incluso al bueno de Max Stirner, o incluso Ética y ciudadanía, aunque podamos entrar en debate sobre el significado del segundo concepto. Con más fuerza, recuerdo otro libro de Savater, Panfleto contra el Todo, que incluso puede que merezca la pena releer; en él se denuncian, al mejor modo de un ácrata, con rasgos apreciables rasgos posmodernos para los tiempos que corren, todos esos ideales que justifican la burocracia y la opresión: el Todo, el Poder, el Estado, la Justicia… Aquel tipo, además, que defendía un antimilitarismo consciente y transformador, que el que suscribe quiso ver como propio de un pensamiento renovador y emancipatorio, hoy se afana en la defensa del Estado y de esa abstracción llamada nación española. Sí, señor Savater, sé que fue perseguido por vulgares asesinos que defendían sus propia abstracción nacionalista y, precisamente, eso no debería hacernos perder el norte. Hay quien dice que Savater tiene todo el derecho del mundo a evolucionar de lo libertario al liberalismo; de acuerdo, pero ¿un liberalismo cavernario que comulga con lo más reaccionario e insiste en tópicos pueriles sobre lo progre? ¿O acaso es que eso vende mucho, mantiene en el candelero y da lugar a un puesto mediático y social tremendamente acomodaticio?
Juan Cáspar
Hola, Félix. Creo que el texto de Juan Cáspar tiene su habitual tono algo provocador, pero yo estoy de acuerdo en gran medida. No hace tantos años, recuerdo haberle escuchado a Savater en una entrevista que todavía se consideraba «libertario» partidario de la autogestión social; hoy, resulta lamentable lo que dice y con quien camina de la mano, parece que su único afán es meterse con la progresía oficial (algo que es demasiado fácil y que, por supuesto, podemos hacer también los anarquistas, pero hay que saber distanciarse de la carcunda y de los llamados «libertarians», que no deja de ser para mí una mera pose teórica). ¡Un saludo!
Interesantes reflexiones, Juan, pero tu perplejidad es excesiva. Conocí a Savater, más bien de lejos, en la Facultad, pero era tres años mayor y solo le vi por los pasillos, cuando hacía su tesis doctoral. En sus tiempos iniciales sí paso por anarquista, pero yo, que ya estaba metido en con mi tesis doctoral (Pensamiento anarquista español) y militando en un partido de izquierda entre consejista y anarquista, tenía claro que no era un representante del anarquismo. En aquel momento él, García Calvo y Sánchez Dragó eran para muchos, incluso anarquistas, la triada más representativa. García Calvo con más razón que los otros dos. Como dijo un anarquista genuino en una conferencia que yo estaba dando en Santander, esa tríada era más bien como la de Gabi, Fofó y Fofito. Sinceramente, no fue nunca, ni lo dijo, un anarquista. Más bien un libertariano (libertarian en inglés) radical, y eso es lo que sigue siendo. Y no olvides que muchas tesis de esos libertarainos las defendemos también los anarquistas. Y como buen individualista radical (quizá tipo Stirner) no soportaba el identarismo totalitario de ETA (yo tampoco) ni el del nacionalismo identitario español reaccionario. Después de la transición ha pertenecido siempre a la intelectualidad influyente y tiene publicaciones muy dignas.