En una situación regional cada vez más compleja y caótica, una nueva oleada de acontecimientos atraviesa la Franja de Gaza. La decisión israelo-estadounidense de trasladar la embajada norteamericana a Jerusalén, reconociendo a esta ciudad como capital de Israel, ha catalizado la rabia de cientos de miles de personas constreñidas a vivir en la cárcel al aire libre más grande del mundo.
El ejército israelí se ha dedicado a una execrable tarea de tiro al blanco sobre quien intentara asaltar a pedradas y cócteles molotov la barrera fronteriza. Los islamofascistas de Hamás han aprovechado para reivindicar a los caídos y apretar todavía más las tuercas de control sobre la población de la Franja.
Si el ejército israelí hace guardia en el recinto, las milicias islámicas marcan su presencia en el territorio. Tienen un objetivo común: mantener todo como está. Hamás conduce al enfrentamiento con Israel sin poder ni querer vencer, con medios que palidecen ante los potentísimos medios terroristas que la burguesía israelí tiene la posibilidad de desplegar. Hamás conduce la guerra contra los proletarios y subproletarios de la Franja de Gaza para poderlos controlar, para enriquecer a los caciques y a la burguesía local que se forra con el mercado negro y la especulación sobre unos bienes cada vez más difíciles de importar, combinada con la burguesía egipcia y la propia israelí. Gestiona la válvula de seguridad y lo hace egregiamente: siendo asquerosa e impresentable es la mejor enemiga que la burguesía israelí puedas tener, y por ello es su mejor aliada, evitando así que en la Franja arraiguen organizaciones laicas y de clase.
Estamos ante la enésima demostración de cómo el enemigo marcha siempre a nuestra cabeza. Y así en la Franja como en el West Bank gestionado por Al-Fatha, y en Israel. El estado de guerra permanente enriquece a la burguesía israelí, permite experimentar sobre el terreno armas y tecnología bélica que después se exportarán –lo último son los drones lanzagases lacrimógenos– desmoviliza a los trabajadores israelíes con la cuestión del nacionalismo para poder controlarlos mejor. En Israel el clima es cada vez más represivo y es cada vez mayor el poder de los sectores clericales y ultraautoritarios.
Quien ordena disparar sobre los habitantes de la Franja, no tendrá problemas para hacerlo también sobre los proletarios israelíes el día que levanten la cabeza. Miles de israelíes han salido a la calle contra los actos infames cometidos por el gobierno de Tel Aviv, ante el más absoluto silencio de los medios de comunicación, que han preferido ignorarlos en complicidad.
Quien se ha lanzado en Gaza contra la barrera fronteriza no lo ha hecho por seguir las indicaciones de Hamás –que incluso han desbordado las protestas– y probablemente está poco interesado en la ubicación de la embajada de Estados Unidos. Lo ha hecho porque la perspectiva de vivir en una cárcel al aire libre, con las necesidades básicas escaseando y vigilados por los recaudadores que esquilman las escuálidas finanzas domésticas, en una gigantesca cárcel en la que aumenta el consumo de drogas duras, una vida lúcida y terrorífica es una perspectiva de no vida, de mera supervivencia. La revuelta es la revuelta de los desesperados.
Quien frivoliza al considerar la defensa de las fronteras como legitimación de los sucesos, o tiene intereses personales en juego –por lo que es un criminal– o está empapado de ideología mortífera, por lo que es un cretino que no se da cuenta de que antes o después le puede tocar a él encontrarse en la parte equivocada de un punto de mira.
Ante lo sucedido, muchos acusan a Israel de no ser una verdadera democracia en cuanto a que se fundamenta en la opresión y la exclusión sobre bases étnicas. Bien, pero olvidan que todas las democracias han actuado siempre de este modo. La democracia moderna es excluyente y está profundamente ligada al racismo, aparte de a la opresión de clase. Israel es un Estado democrático que se comporta exactamente del mismo modo que otros Estados democráticos.
¿Nos hemos olvidado de los disparos de la Guardia Civil en Ceuta? ¿O de cómo las democracias francesa y británica gestionaron el colonialismo y la descolonización? Por no hablar de la inmigración dentro de las propias fronteras.
¿O del supremacismo blanco y democrático en los Estados Unidos? Todos los Estados actúan con violencia sistemática, y las democracias no van precisamente a la zaga: solo llegan a construir una legitimidad más amplia y un sistema ideológico más sofisticado en torno a esta violencia.
La solución a este conflicto podrá llegar solamente cuando las instancias de ruptura llevadas a cabo por quien intenta el asalto a los muros de la prisión de Gaza se salden con esas instancias de ruptura, poco visibles pero presentes en Israel: esas instancias que han llevado a un aumento del número de deserciones y resistencia en el servicio militar, y a miles de personas a protestar en diversas oleadas contra las políticas, tanto militaristas como clasistas del gobierno de Tel Aviv.
Lorcon
Publicado en Tierra y libertad núm.359-360 (Julio/Agosto 2018)