La historia se escribe, demasiado a menudo, de forma grotescamente maniquea; así en este año de centenario de la Revolución rusa, frente a la crítica interesada de los defensores de la ideología oficial y a las alabanzas de aquellos que obvian el fracaso de un sistema que jamás alcanzó el socialismo, hay que insistir en las posibilidades de la vía libertaria.
La Revolución rusa, aunque fue el origen de un régimen que indudablemente marcó la historia contemporánea, fue tan ilusionante en un principio como, demasiado pronto, una triste realidad. Hay quien sostiene que los anarquistas estaban a la izquierda de Lenin y los bolcheviques, algo que resulta, por decirlo suavemente, francamente difícil de valorar al establecer unos parámetros siempre cuestionables. Parece más acertado decir que la cosmovisión libertaria era, en muchos aspectos, antagónica a la bolchevique partidaria, y finalmente ejecutora de una centralización extrema, que parecía estar ya en el origen de su proyecto político. El lema «Todo el poder para los soviets», que suscribían por supuestos los anarquistas al propiciar su autonomía y la de los comités de fábrica, sería muy pronto traicionado por Lenin y sus seguidores. Otras grandes diferencias estriban en la defensa de una sociedad plural por parte de los libertarios, mientras que los bolcheviques se esforzaron en aplastar a otras fuerzas políticas, junto a la evidente oposición a la militarización y a la creación de cuerpos policiales. En el año 1917, hubo cierto auge de grupos anarquistas, los cuales se sumarían a la revolución de Octubre al considerar que había que sumar fuerza al componente social de la misma, aunque muy pronto comprobarían que los bolcheviques tenían un proyecto muy diferente.
No obstante, y esto parece sumamente importante, hay quien distingue entre anarquistas y libertarios. Los primeros podían tener una ideología más netamente anarquista, incluso con una tradición intelectual sólida en Rusia, mientras que los segundos, aunque pudieran coincidir a nivel doctrinal, llevaba a la práctica a nivel cotidiano la autogestión y buscaban formas de democracia directa. Desde ese punto de vista, los anarquistas no eran tan numerosos como los libertarios, que sí podían considerarse una fuerza muy estimable en Rusia y Ucrania en aquellos tiempos. Así, en la revuelta de Krondstad, es posible que no hubiera tantos anarquistas doctrinarios, pero sí libertarios que trataban de propiciar la autonomía de los soviets y que negaban la influencia de los partidos políticos. Otro ejemplo lo constituye la revolución en Ucrania, la llamada Majnósvschina, que aunque toma su nombre de un anarquista como Nestor Majnó, estaba compuesto por otras fuerzas políticas, tal vez no netamente anarquistas, pero sí partidarias de un socialismo autogestionario. Anarquistas o libertarios, como queramos denominarlos, pero siempre partidarios de la pluralidad y de la gestión por parte de los propios trabajadores buscando esas formas de democracia directa sin intermediarios. Es muy importante insistir en esto de cara a la gestación de la sociedad libertaria, algo antagónico al proyecto de cualquier movimiento autoritario, que pretende la conquista del poder, y que a la fuerza y por mucho que se esfuerce en afirmar lo contrario, acaba sucumbiendo a su lógica creando un sistema jerarquizado y cuerpos represivos para mantenerlo.
La Revolución rusa, continuamos con ella, es un buen ejemplo de esto. A menudo, se insiste en la distorsión que supuso la política de Stalin, alabando a líderes como Lenin y Trotsky. Se olvida la propia política represiva de estos líderes bolcheviques que muy probablemente abonaron el camino para Stalin; el propio Trotsky fue el responsable de la militarización de la economía y de la creación de un Ejército rojo, que por mucho halo mítico que se le quiera otorgar, no dejaban de ser una fuerzas armadas convencionales al servicio de un Estado. Como muy a menudo se afirma, «la historia la escriben los vencedores», y durante mucho tiempo fueron los bolcheviques. Hoy, son otros los triunfadores, y otra la ideología oficial, revestida de liberalismo, pero que niega la posibilidad de la transformación social para apuntalar el sistema vigente, que aparece como inamovible para gran parte del imaginario social. Precisamente, esto ocurre debido en gran medida al fracaso de la vía socialista de Estado, pero entre unos y otros se ignora a anarquistas, libertarios, socialistas revolucionarios y otras fuerzas sociales transformadoras. Nos esforzaremos en recuperar la memoria, también en Rusia como en cualquier parte del mundo, de estos movimientos libertarios, precisamente para recordar el fracaso de toda vía estatal de transformación social. En buena medida, puede servir de inspiración a los actuales grupos libertarios enfrentados a un escenario hoy, tal vez muy diferente, pero desgraciadamente con viejas y nuevas formas de dominación y explotación.