La representación anarquista en el cine

No nos cansamos de repetir, con pertinaz y legítima insistencia, que el desprestigio de las ideas anarquistas resulta inacabable. Así, es necesario indagar en lo que el medio de comunicación de masas por excelencia, el cine, ha representado sobre el anarquismo.

Precisamente, en este siglo largo que llevamos de representaciones cinematográficas el mundo «civilizado» se ha visto tan condicionado por la tecnología audiovisual, que parecerá mentira para muchos que, hace no tanto, una corriente socialista con una visión amplia de la libertad consideraba factible la emancipación de la clase trabajadora. Hoy, que las ideas anarquistas deben ser continuamente revisadas para actuar eficientemente sobre las nuevas sociedades, aunque nunca rompiendo radicalmente con un pasado del que se puede aprender, habría que clarificar lo que retiene el imaginario colectivo sobre unas ideas que son eminentemente emancipadoras a nivel individual y, especialmente no lo olvidemos, colectivo. A poco que nos despistemos, el delirio posmoderno nos conduce a replegarnos dogmáticamente en la exégesis de los padres fundadores de las ideas o a buscar refugio en peculiares corrientes supuestamente anarquistas (o postanarquistas) igualmente desapegadas de la realidad. Todo ello tiene un reflejo en la representación audiovisual, con más calado que la literaria, en una sociedad posmoderna que busca fundamentalmente la rápida digestión (y, desgraciadamente, el no menos raudo olvido). Para bien y para mal, es necesario asumir la situación en que nos encontramos bien entrado el siglo XXI. Si de verdad queremos crear una visión compleja sobre la historia, hay que que indagar en el pasado y hacerle las preguntas pertinentes para enriquecer el presente.


Al igual que en otros academicismos, liberales, conservadores o marxistas, los historiadores cinematográficos oficiales han tendido a marginar al anarquismo y a reducir su historia a estúpidos lugares comunes.  La representación cinematográficas de los anarquistas (Cine y anarquismo, Richard Porton, Gedisa 2001; un libro que ha conocido una reciente revisión) ha estado plagada desde el principio de esos mismos estereotipos, en el mejor de los casos, o de una abierta demonización en muchos otros. Así, la gran mayoría de los anarquistas es vista en el cine comercial de manera irracional y violenta. Individuos hirsutos, vestidos de negro, con una bomba en la mano, son vistos habitualmente en la pantalla como representación habitual del anarquista. Si bien es cierto que, en algunos casos de evidente calidad cinematográfica dicho estereotipo es utilizado para perturbar en ocasión una paz burguesa y un orden estatal de lo más cuestionable (es el caso del cine de Buster Keaton o de Chaplin), se ha alimentado inevitablemente el prejuicio en el imaginario popular. Excepciones, agradablemente sorprendentes, por supuesto existen y en una discreta película argentina, Caballos salvajes (Marcelo Pyñeiro, 1995), el emotivo anciano ladrón de bancos que interpreta Héctor Alterio se confiesa orgullosamente anarquista (con más valor, cuando se hace ante la acusación de «marxista» por parte de un joven más bien reaccionario). Como hemos dicho, son excepciones encomiables y es digna de estudio la persistente visión del anarquista como un loco o salvaje asesino sin escrúpulos. Tal vez, la necia visión criminalista, que contempla al anarquista como un individuo con alguna suerte de daño cerebral, ha tenido eco en los directores cinematográficos desde comienzos del siglo XX.

Un precedente en la literatura, casi contemporáneo a esos inicios del cinematógrafo, es la novela El agente secreto, de Joseph Conrad, que reúne todos los prejuicios y estereotipos posibles sobre los anarquistas, vistos de forma grotesca en el universo de dicha obra. Resulta curiosa la adaptación cinematográfica más famosa, La mujer solitaria (Sabotage, Alfred Hitchcock, 1931), donde se prescinde de la ideología anarquista de los terroristas para potenciar algo que, a pesar de su cierto antianarquismo, se ha querido ver en la novela original: la equiparación entre policías y criminales (algo muy del gusto de la obra de Hitchcock). Una adaptación más reciente, The Secret Agent (Christopher Hampton, 1997), pretendía recrear el ambiente londinense del siglo XIX, con el mismo ambiente anarquista presente en la novela, aunque sin demasiado brío. Todos esos clichés sobre el anarquismo presentes durante décadas en el mundo cinematográfico tuvo su lamentable reflejo posmoderno, no sabemos si irónico debido a la ambigüedad presente en la trama, en la película norteamericana independiente Simple Men (Halt Hartley, 1992). Se trata de una road movie en la que dos hermanos buscan a su padre, una especie de radical de los años 60 más bien perturbado, que lee pasajes de Malatesta como si fueran la verdad revelada.

Con el triunfo de la Revolución rusa, el anarquismo fue doblemente marginado, por parte de los estatistas en su totalitaria y unívoca construcción del socialismo y por la del bloque liberal-capitalista, donde el ‘demonio rojo’ quedaba exclusivamente representado por lo bolcheviques. La estimable ¡Viva Zapata! (Elia Kazan, 1952)) fue uno de los films más curiosos de la época, denostada por la parte marxista y ensalzada por algunos como crítica a la burocracia estatista y partidaria del anarquismo romántico del revolucionario mejicano. Algunas grandes producciones comerciales sobre la Revolución bolchevique, como Doctor Zhivago (David Lean, 1965) o Rojos (Warren Beatty, 1981), donde se da voz a Emma Goldman, si bien de forma algo ambigua, aunque reflejen el anarquismo de forma minoritaria son ejemplos en la pantalla de cómo el socialismo marxista-leninista aplastó las ideas libertarias y estableció las diferencias abismales entre la sociedad civil y el Estado. En la película de Lean, una emotiva escena en un tren reproduce el diálogo entre un bolchevique y un viejo libertario: si el primero declara «no quiero anarquía», el segundo hace una afirmación desafiante: «¡Viva la anarquía¡ Soy el único hombre libre en este tren; todos ustedes son ganado».

En el terreno más estrictamente anarcosindicalista, cabe destacar la sinceridad de un film como La Patagonia rebelde (Hector Olivera, 1974), que cuenta en forma de thriller político uno de los hechos más trágicos de la historia sindical argentina: el asesinato de 1.500 huelguistas y militantes anarcosindicalistas en 1921 durante la huelga en la región. La película reconoce lo que debe el movimiento obrero argentino al sindicalismo de influencia anarquista y establece cierta reflexión sobre la evolución domesticada de la clase trabajadora en el país (y, desgraciadamente, por extensión en cualquier otro). Curiosamente, la narración se inicia con el consabido atentado anarquista, hacia un militar de alto rango, cuyos actos conoceremos posteriormente, aunque esta vez se comprende el contexto en el que la terrible represión empuja a actos desesperados. La revolución libertaria española, paradójicamente, sigue esperando una gran obra cinematográfica. A pesar de su valores, Tierra y libertad (Ken Loach, 1995), y con el mérito de estar muy inspirada en la emotiva y sincera obra literaria de Orwell, Homenaje a Cataluña, se acaba viendo lastrada por su excesivo romanticismo, unas dosis de maniqueísmo, y por su intento de idealización del Partido Obrero de Unificación Marxista, víctima de la represión estalinista; el espíritu del film debería haber sido abiertamente libertario. No obstante, la película de Loach gana enteros al compararla con Libertarias (Vicente Aranda, 1996), supuesto homenaje al grupo anarquista Mujeres Libres, que se convierte en un irrisorio e insultante pastiche, de tono confuso y plagado de personajes esquemáticos.

Para no dejar un mal sabor de boca, en este breve artículo sobre un tema demasiado amplio, mencionaremos intenciones cinematográficas abiertamente ácratas. Así, un cine que podemos considerar netamente anarquista, y de indudable calidad, es el de Jean Vigo, desaparecido prematuramente. Este director es recordado sobre todo por dos grandes obras: Zéro de conduite (1933), ejemplo de pedagogía libertaria, que cuenta la insurrección de un grupo de estudiantes contra sus severos profesores, y L’Atalante (1934), historia de amor entre un joven marinero sin objetivos y su esposa, con un personaje anarquista de una gran fuerza vital, el tío Jules, esforzado en transgredir las convenciones sociales. El carácter anarquista, iconoclasta y transgresor de otro gran director de cine, Luis Buñuel, autor de más de 30 films, daría para un extenso tratado. Frente al empobrecimiento cultural generalizado, y la banalidad cada vez más extendida del arte cinematográfico, urge recuperar las obras y el ejemplo de estos grandes cineastas.

Capi Vidal

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