Algunas personas hemos leído más, otras hemos leído menos; cuando se cae en demasía en abstracciones intelectuales, privilegio de ciertos círculos de iniciados y la inmensa mayoría de la población ni siquiera barrunta lo que estamos hablando; cuando el anarquismo abandona la calle para refugiarse en interminables discusiones sobre el qué hacer, pregunta con inevitables reminiscencias leninistas; cuando el ostracismo mediático al que estamos sometidos, signo inequívoco de que el sistema todavía nos tiene miedo, es equivalente a una mordaza en la boca; cuando caemos en el desánimo porque nuestros argumentos son ignorados sistemáticamente, no ya por los medios de formación de masas, lo cual es natural pues si el anarquismo tuviera un papel, siquiera secundario, en la sociedad del espectáculo, ¿Qué clase de anarquismo sería?, sino por el pueblo al que van dirigidos; si no dejamos de mitificar al trabajador, que en las democracias occidentales está imbuido de los valores de esta sociedad, es decir, profundamente conservador al que le encanta el ficticio papel protagonista que le adjudican la izquierda y la derecha; y en fin, cuando la voluntad intenta inútilmente imponerse a la realidad, es que tenemos un problema serio.
Cuando era activista, asistí a reuniones acerca de cual era la posición adecuada a adoptar. Casi siempre se manifestaban dos tendencias: una era el llamamiento a crear «tejido social» , como se hiciera esto siempre quedaba envuelto en un aura de misterio; otra, la de pasar a la acción, independientemente de cual fuese el apoyo social con el que se contase. A los primeros les caía el anatema de reformistas, a los segundos, el de vanguardistas.
Siempre está candente la dicotomía entre quienes propugnan un aumento cuantitativo de las fuerzas disponibles y quienes debido a su grado de concienciación, quieren afirmarse y expresarse ya como revolucionarios, más allá de que la revolución sea posible o no. Lo que se vislumbra en esta división son dos maneras de entender el anarquismo: como hipotético movimiento de masas conquistando, anulándolo, el poder, y como forma de vida que comporta una determinada actitud ante ella, una tensión ética que tiende a la transformación individual aquí y ahora, cierta actitud indeclinable. Organización versus individualismo, retaguardismo involuntario versus vanguardismo involuntario, la revolución de las masas como futuro contra la revolución individual sin más objetivo que la vivencia existencial como presente. Con su defensa legalista de los derechos del Estado del Bienestar, el anarcosindicalismo actual podría parecer en ocasiones como el ala extrema de la socialdemocracia. Por la contra el revolucionarismo extremo, lleva implícito cierto grado de nihilismo.
Este es, en realidad, un viejo dilema presente en el movimiento anarquista, agudizado en el Estado español, puesto que fue aquí el único país, si exceptuamos quizás el movimiento majnovista en Ucrania y la Federación Obrera Regional Argentina, donde el anarquismo se convirtió en una ideología de masas. Este hecho, el mito de la gran Organización con mayúsculas, gravita pesadamente todavía en la mente de los anarquistas actuales y en particular, en los anarcosindicalistas. Bien está conocer la historia y más una historia tan vituperada, tergiversada y ocultada al pueblo como es la de los anarquistas, pero la historia no se repite jamás.
El anarcosindicalismo fue la expresión organizativa del proletariado revolucionario. Es la sociedad la que crea organizaciones y no al revés. Naturalmente, las organizaciones intentan a su vez influir para perpetuarse y crecer, pero no hasta el punto de sustituir a la sociedad misma. Concretamente, en este periodo histórico que nos ha tocado vivir, la crisis de las organizaciones revolucionarias, se corresponde exactamente con la ausencia de conciencia revolucionaria en la sociedad, lo cual no quiere decir que la sociedad no pueda cambiar. El problema del ghetto persistirá porque la sociedad del espectáculo niega cualquier presencia pública, excepto para estigmatizar y criminalizar, al movimiento anarquista, no en balde el criminal Rodolfo Martín Villa, ministro del Interior en años de la transición, declaró que le preocupaba más el movimiento anarquista que la ETA; y como ya he dicho, si el anarquismo tuviese resonancia en los medios como alternativa razonable, es que ese tipo de anarquismo se habría desnaturalizado o deformado hasta el punto de ser útil al sistema. La opción no es salir del ghetto, sino ampliarlo.
La anarquía es coloquialmente sinónimo de caos para los medios de formación de masas e intelectuales de diverso pelaje, infiltrándose este significado en la vida cotidiana. Por eso, sin renunciar a su bagaje filosófico y a su legado histórico, los anarquistas deben darse cuenta que el anarquismo actual no es que parta de cero, sino de números negativos. Habría que intentar montar campañas en las que se expliquen temas que el anarquismo da por sobreentendidas, cuando no lo están. Por ejemplo, ¿Qué es la anarquía?, ¿por qué los anarquistas no votamos? Habría que aprovechar ingeniosamente el discurso político-mediático dominante para sabotearlo desde dentro, aprovechando que ese discurso es propagado masivamente y resulta familiar para la población: poner en evidencia las contradicciones inherentes al sistema, la diferencia abismal e insalvable entre lo que la democracia dice ser y lo que realmente es. Este sería el primer nivel para deteriorar la democracia como concepto. En una segunda fase, aparecería el anarquismo para recoger los réditos de ese deterioro, enlazando el discurso meramente crítico con la rebelión ácrata .
Aunque hay quien lo tacha de reformista, el sindicato de inquilinos promovido por la Federación Anarquista de Gran Canaria es un buen ejemplo: ¿Que la constitución proclama que todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna? Tomémosla mediante la acción directa -no es que a nosotros nos importe lo más mínimo la constitución, pero ya que es el marco normativo en el nombre del cual se rigen las instituciones dominantes en las que estamos sojuzgados, se la puede mencionar para poner en evidencia su falsedad-. El acoso y la represión policiales demuestran que el Estado miente. Esta demostración es una experiencia pragmática en la que se descubre la verdadera naturaleza del Estado-Capital, más valiosa, ilustrativa y reveladora para las personas que la experimentan que cientos de ensayos teóricos. Hay que aprovechar los resquicios, las grietas para meter la cuña y como cantaba Kortatu: «Aunque esté todo perdido, siempre queda molestar»… ¿Está todo perdido?
Aciago Bill